RECENSIÓN DE INTRODUCTION TO ETHICS


Charles S. Peirce (1900)

Traducción castellana de María Fernanda Benitti (2006)


Recensión de F. Thilly, Introduction to Ethics, Charles Scribner’s sons, 1900. Publicada en The Nation el 21 de junio de 1900, págs. 480-81. Fuente original: Contributions to "The Nation", L. Ketner y J. E. Cook (eds.), Texas Tech Press, Lubbock. Frank Thilly (1865-1934) fue un escritor prolífico en cuestiones de filosofía. Se graduó como Licenciado en Filosofía y Letras en la Universidad de Cinncinati en 1887 y más tarde estudió en la Universidad de Heidelberg, donde obtuvo una maestría y un doctorado en 1891. Thilly dio clases en Cornell, en la Universidad de Missouri y en la Universidad de Princeton. Su Introduction to Ethics, reseñado aquí por Peirce, se convirtió en un trabajo popular y a menudo se utilizó como libro de texto. Se incluye, después de la recensión, la carta que Frank Thilly escribió al director de The Nation en relación con la recensión de Peirce y que fue publicada el 16 de agosto de 1900. En dicha carta Thilly pretende rebatir la afirmación de Peirce de que su clasificación de los sistemas éticos estaba tomada de Wundt.

 

El análisis lógico de las concepciones relacionadas con la moral es una de las mejores piedras de afilar que se han encontrado para la inteligencia; ¡y nunca ha sido el causante de que alguien muera quemado en la hoguera! El profesor Thilly ha reunido un manual pequeño y práctico sobre esta cuestión, en capítulos históricos y otros que defienden sus propias posturas de forma casi alterna. En las últimas partes del libro, hay muchas cosas que están bien dichas y de forma convincente, pero no tenemos la impresión de que este volumen vaya a atesorarse por ellas. Hay por lo menos una parte extensa en la cual se suministra, en una solución bastante diluida, un pensamiento de una cohesión lógica no muy convincente. En las partes históricas, separando las versiones de las controversias en cuestiones separadas, y separando, dentro de cada cuestión, las líneas de pensamiento divergentes, sin, no obstante, desmenuzar muy bien el tema, se ponen de manifiesto con fuerza y claridad el rationale de la secuencia de opiniones y la penetración gradual cada vez mayor del pensamiento en los problemas. Este método para presentar la historia de un tema así es sorprendentemente superior al esquema cronológico; pero su éxito total exigiría una taxonomía muy rigurosa de las opiniones. En este aspecto, el presente volumen no es exactamente lo que desearíamos que fuera. De este modo, la clasificación de las doctrinas concernientes a la base del bien y el mal está tomada básicamente de Wundt (sin reconocerlo, por cierto). Es verdad que la tabla en p. 128 muestra algunos alejamientos insignificantes con respecto al esquema de Wundt; pero éstos no tienen un efecto perceptible sobre la historia.

El esquema de Wundt se puede exponer de la siguiente forma:

Teorías sobre la base de la Moralidad.

A. La Ley Moral se impone desde afuera.

B. La Ley Moral es racional:

I. Su fin es la felicidad:

1. la del agente,

2. la de la comunidad.

II. Su tendencia es la mejora:

1. del agente,

2. de la comunidad.

El defecto más grave de esta clasificación se encuentra en la subdivisión de la teoría racionalista en dos ramas, división basada en la insignificante cuestión de si el fin es completamente alcanzable o no. Esto tiene como resultado varios inconvenientes. Es muy injusto con el utilitarismo (una de las pocas teorías sobre la moral que evidentemente provocó una mejora de la sociedad), porque apenas lo diferencia del hedonismo propiamente dicho, o la doctrina que sostiene que el motivo más bajo por el cual un ser racional puede actuar es a la vez el más alto posible, y en resumen, el único posible. Pasa completamente por alto la idea tan conocida que hace de la prolongación de la vida consciente del agente el fin más alto. Confunde a la moralidad que tiene como fin la perfección del hombre como individuo en un aspecto predeterminado –digamos mediante la sustitución de motivos egoístas por altruistas– con la moralidad que tiene como objetivo la perfección del individuo en el sentido de darle los caracteres que el estudio futuro sobre la cuestión pueda mostrar que son los más deseables. Además, cae en una confusión similar con respecto a las teorías que aspiran a la perfección de la sociedad. Es más, no marca en absoluto la diferencia universal que existe entre considerar como fin último la perfección de la sociedad o la del individuo, y supone un perfeccionamiento que será provocado, si es que es provocado, por selección natural, en cuyo caso el fin último no es la perfección, sino aquello para lo que únicamente funciona la selección natural, a saber, la fecundidad potencial de la raza. Por último, no considera la posibilidad de concebir el fin último de tal forma que no se limite al individuo o a la sociedad humana. Si pensamos que hay un ideal metódico –como el orden o la racionalidad– ni específicamente psíquico ni físico, que de alguna forma tiene el poder de desarrollarse a sí mismo en los pensamientos y cosas en general, entonces lo que sea que favorezca este progreso es bueno, y viceversa, y una concepción tal rehúsa estar limitada a cualquier cuestión particular de realización.

Considerando las imperfecciones de la clasificación con la que el profesor Thilly ha trabajado, habla mucho a su favor que haya hecho, alejándose muy poco de la exactitud, que la historia parezca clara y racional. Señalaremos unos puntos pequeños para mostrar que este libro, como cualquier otro, se debe leer críticamente. En la historia de la teoría de la consciencia, a Hartley se lo ubica después de Bentham –una sustitución cronológica provocada por la imperfección de la clasificación, y agravada por el hecho de que en general no aparecen las fechas de publicación, sino sólo aquellas del nacimiento y fallecimiento de los diferentes escritores. Algunos escriben sus trabajos más característicos temprano, otros más tarde. A Kant se lo ubica entre los perfeccionistas, en contra de sus propias protestas enérgicas. Sostiene que uno no debe actuar para provocar ningún resultado definitivo, sino simplemente por la idea del deber. A Herbert Spencer se le niega un lugar entre los moralistas evolucionistas. A decir verdad, él es tan vacilante que es difícil decir si esto es correcto o no. A Leslie Stephen le hubiera sorprendido encontrarse en una clase muy diferente a la de Spencer; y, sea esto correcto o no, ni él ni Darwin deberían estar ubicados entre los perfeccionistas. Es verdad, sostienen que la conducta debería realizar un ideal, pero no como su fin último. Por el contrario, el ideal en sí mismo es, según ellos, simplemente un resultado de la selección natural, que actúa sólo para hacer que alguna raza o razas sean las dominantes. Por lo tanto, para ellos el fin último no es interior sino exterior. Hume, por referencia a su teoría de la conciencia, está clasificado con Hutcheson, pero en realidad él era seguidor de Hartley en lo principal y, donde está en desacuerdo con Hartley, está más aún en desacuerdo con Hutcheson. A Bernard Mandeville se le atribuye la proposición de que la avaricia y otras pasiones egoístas contribuyen más al bien común que la benevolencia; y esta proposición, colocada entre comillas, será entendida como la ipsissima verba de este autor. Ésta es la opinión aproximada de algunos modernos economistas políticos de renombre, pero fue categóricamente repudiada por el autor de "La fábula de las abejas", quien fue lo suficientemente perspicaz para darse cuenta de que, determinar qué contribuye al bien público y qué no, no estaba más al alcance de su investigación que al alcance de la economía política. Lo que se comprometió a probar fue que, si una nación desea expansión y esplendor, entonces debe tener una clase rica y viciosa como condición precedente para triunfar en ese camino. Pero agregó su opinión personal de que la expansión y el esplendor no conducen en realidad a la felicidad de la gente, y por lo tanto, tampoco a su "bienestar", si es que con esa palabra se hace referencia a su felicidad. Las últimas palabras de la fábula son:

"Entraron volando a un árbol hueco,

benditas con satisfacción y honestidad"

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16 de agosto de 1900

AL EDITOR DE THE NATION:

SEÑOR: En un número reciente de su revista, el crítico de mi libro "Introducción a la Ética" plantea que mi clasificación de los sistemas éticos, presentados en la tabla de la página 128, está sustancialmente tomada de Wundt. A fin de que el lector pueda juzgar por su cuenta, ¿sería tan amable de permitirme mostrar el esquema de Wundt y luego agregar el mío? Cito aquí de la traducción al inglés del libro "Ética" (vol. II, p. 164) de Wundt:

"Así, obtenemos la siguiente clasificación: I. Sistemas Éticos Autoritarios. Se pueden dividir en sistemas política y religiosamente heterónomos. Evitan tener en cuenta ninguna explicación de los fines o afiliarse con alguno de los sistemas autónomos en lo que respecta al tema de los fines. II. Sistemas Éticos Autónomos. (1.) Eudemonismo, en forma de (a) Eudemonismo Individual o Egoísmo; (b) Eudemonismo Universal o Utilitarismo. (2.) Evolucionismo, en forma de (a) Evolucionismo Individual; (b) Evolucionismo Universal".

Éste es mi esquema: "¿Qué es lo que hace que un acto sea bueno o malo? La Escuela Teológica dice: la voluntad de Dios; la Escuela del Sentido Común: la conciecia; la Escuela Teleológica: el efecto del acto. ¿Cuál es el efecto? Placer, dice el Hedonismo; perfección, dice el Energetismo. ¿El placer de quién? El placer de uno mismo, dice el Hedonismo Egoísta; el placer de los demás, dice el Hedonismo Altruista. ¿La perfección de quién? La perfección de uno mismo, dice el Energetismo Egoísta; la perfección de los demás, dice el Energetismo Altruista. La Escuela Teológica-Teleológica dice: "Un acto es bueno porque Dios lo dispone y Dios lo dispone por sus efectos".

También le pido al lector que compare las clasificaciones presentes en los siguientes trabajos con la de Wundt y con la mía: Mental and Moral Science de Bain, 1868; History of European Morals de Lecky, 1969; Methods of Ethics de Sidgwick, 1874; Der Zweck im Recht de Jhering, 1877; System der Ethik de Paulsen, 1889; A Study of Ethical Priciples de Seth, 1894; Elements of Ethics de Hyslop, 1895; Das menschliche Handeln de Dorner, 1895; Einleitung in die Philosophie de Külpe, 1895; Ethische Grundfragen de Lipps, 1899. Un análisis de estos libros demostrará que hay muy poca diferencia entre las clasificaciones de los diferentes autores y que la ética moderna ha alcanzado un cierto grado de estabilidad con respecto a sus divisiones. Mi propio esquema se parece a los esquemas de todos estos escritores en algunos puntos y difiere de ellos en otros. Lo mismo ocurre en el caso de Wundt. Mi esquema no es más parecido al de Wundt de lo que es el suyo al de Bain, al de Sidgwick y al de Jhering. Debemos destacar que ninguno de los escritores mencionados en la lista da crédito a ningún otro. Y no hay ninguna razón por la que debería hacerlo, del mismo modo que un biólogo moderno no tiene por qué dar crédito por usar las clasificaciones zoológicas actuales.

Atte.

FRANK THILLY

COLUMBIA, MISSOURI, 9 de agosto de 1900.


Fin de: Recensión de Introduction to Ethics de F. Thilly. Traducción castellana de María Fernanda Benitti, 2006. Original en: Contributions to “The Nation”, L. Ketner y J. E. Cook (eds.), Texas Tech Press, Lubbock.

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Fecha del documento: 12 de diciembre del 2006
Ultima actualización: 9 de enero 2011


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