TEORÍA


Charles S. Peirce y Christine Ladd-Franklin (1902)

Traducción castellana de Martha Rivera Sánchez (2007)



Este texto (MS 1147) corresponde a la voz "Theory" que Charles S. Peirce preparó, junto con Christine Ladd-Franklin, para el Dictionary of Philosophy and Psychology, editado por J. M. Baldwin (Nueva York: Macmillan, 1902, Vol. 2, pp. 693-694 ).

Teoría (en la ciencia): Todo el objetivo de la ciencia es descubrir hechos y elaborar una teoría satisfactoria sobre ellos. Aun así, una teoría no pierde necesariamente su utilidad si no es totalmente cierta. Debe ser inteligible y diagramática, o no tiene derecho al nombre de teoría. Los hechos a los que se refiere no son necesariamente hechos de experiencia; pueden ser relaciones de formas matemáticas puras. Una teoría es propiamente un resultado de una consideración científica sistemática, no de simples sugerencias casuales; y, por lo tanto, la palabra tiene una implicación un tanto elogiosa, en contraste con "opinión". La teoría se opone al hecho, significando este último en esa conexión aquello que nos impone la percepción; mientras que la teoría es la parte de la ciencia aportada por el intelecto y confirmada por el experimento. La teoría se opone también a la práctica, porque una teoría es un producto científico, y una teoría pura, o teorética, se refiere sólo a la ciencia y está en conflicto a menudo con la teoría práctica, que debería ser preferentemente la guía de la acción inmediata. Pero la última es tan verdaderamente una teoría como la primera, y debería ser igualmente (cuando fuese factible) un producto del examen científico. Aquello que la ciencia recomienda para su propio uso en una investigación de siglos puede ser diferente de lo que prescribe como base para la acción inmediata.

Toda teoría tiene su principio en la hipótesis. Pues, excepto quizá en la matemática pura, la presunta adopción de una hipótesis es el único modo posible de elaborar un juicio con respecto a las cosas que están más allá de la percepción; a menos que consideremos los juicios instintivos como una excepción. La situación en la matemática pura tampoco es esencialmente diferente. Una teoría matemática supone una concepción amplia de las formas a las que se refiere. Se sabe que ésta es verdadera de ellas sólo por un proceso de demostración, que en muchos casos tiene que esperar varios años para su realización, y que en todos los casos debe ser posterior a los primeros comienzos de la teoría. Puede ser que una cuasi-inducción haya creado una creencia en un teorema matemático antes de que éste haya sido demostrado, pero en la matemática pura no es posible una inducción genuina y válida, por la razón de que una inducción genuina se refiere esencialmente a la relación de la frecuencia de un fenómeno específico a un fenómeno genérico en el curso ordinario de la experiencia. Ahora bien, en matemática pura, que trata con productos de nuestra propia creación, no hay nada en absoluto que corresponda con exactitud al curso de la experiencia. Supongamos, por ejemplo, que encontramos que en un complicado desarrollo hay una cierta relación regular entre los primeros términos. Aunque no haya una oscura intuición demostrativa que nos asegure que esto deba ser así, es bastante posible que, a medida que la serie continúe, intervenga un estado de cosas que interfiera con esa relación, y si es así, la proporción de los términos que concordarán con esa fórmula supuestamente estarán muy lejos de 1:1. Por lo tanto, no existe ninguna seguridad de la naturaleza que resida en la inducción, que conforme los ejemplos se multipliquen, la proporción observada se aproxime indefinidamente a la proporción verdadera. Esta clase de inducción, por lo tanto, no tiene otra validez que aquella que pertenece a la hipótesis que se ajusta a los hechos hasta donde nosotros todavía podemos conocerlos. Si esto debe llamarse inducción, es una inducción degenerada que difiere muy poco de la hipótesis. Puede decirse propiamente, entonces, que incluso una teoría matemática pura se desarrolla a partir de hipótesis.

No se puede imaginar ninguna teoría en las ciencias positivas que satisfaga todas las características de los hechos. Aunque sabemos que la ley de la gravedad es una de las teorías más perfectas, aun así, si los cuerpos se atrajeran inversamente unos a otros como una fuerza de la distancia cuyo exponente no fuera 2, sino 2-000001, el único efecto observable sería una rotación muy lenta de la línea de los ábsides de cada planeta. Ahora bien, las líneas de los ábsides rotan a consecuencia de las desviaciones que alteran ligeramente de forma virtual la atracción del sol, y de este modo tal efecto produciría probablemente sólo ligeras discrepancias en los valores obtenidos para las masas de los planetas. En muchos casos, especialmente en los problemas prácticos, seguimos deliberadamente teorías que sabemos que no son exactamente verdaderas, pero que tienen la ventaja de una simplicidad que nos permite deducir sus consecuencias. Esto es cierto en casi toda teoría utilizada por ingenieros de todo tipo. La desviación más extraordinaria de los hechos conocidos ocurre cuando se aplica la hidrodinámica, donde la teoría está en asombrosa oposición a los hechos que se imponen por sí mismos a cada espectador del agua en movimiento. Sin embargo, incluso en este caso, la teoría no es inútil.

En todas las ciencias explicativas, las teorías, mucho más simples que los hechos reales, son del mayor servicio al permitirnos analizar los fenómenos, y se puede decir verdaderamente que la física no podría abordar ni siquiera sus hechos relativamente simples sin tal procedimiento analítico. De este modo, la teoría cinética de los gases, cuando se propuso por primera vez, se vio obligada a asumir que todas las moléculas eran esferas elásticas, lo que nadie podía creer que fuera verdadero. Si esto es necesario incluso en física, es mucho más indispensable en todas las demás ciencias, y sobre todo en las ciencias morales, tales como la economía política. Aquí el método sensato es comenzar considerando a las personas que están en situaciones de extrema simplicidad, en el mayor contraste con aquellas de toda la sociedad humana, como animadas igualmente por motivos y por el poder de razonamiento, diferentes de aquellas de los hombres reales. De esta forma, sin embargo, sólo puede obtenerse una base desde la que se proceda a considerar los efectos de diferentes complicaciones. Debido a la necesidad de elaborar teorías mucho más simples que los hechos reales, estamos obligados a ser cautos al aceptar sus consecuencias, y a estar también alerta contra sus aparentes refutaciones basadas en tales consecuencias extremas.

Whewell insistió en la relatividad de la distinción entre teoría y hecho. Éste es un punto importante que no debería pasarse por alto. Todo hecho implica un elemento suministrado por la mente, que si no es, propiamente hablando, teoría, es análogo a la teoría. Por otra parte, resultarán serios errores de lógica de no tener en cuenta la diferencia entre los elementos intelectuales ya implicados en los actos de percepción y las teorías científicas. Una teoría es un resultado sujeto a crítica, entendiendo por crítica, no la consideración de si un objeto es hermoso y útil y en qué cantidad, o cosas parecidas, sino el pasar un juicio respecto a si el objeto debería ser como es, o como se propuso hacerlo. Si este juicio es adverso, la teoría podrá ser y será alterada; y no será sostenida por nadie hasta que se ponga en condiciones de resistir a la crítica. Pero es perfectamente inútil, en este sentido de la palabra, que alguien critique lo que no puede remediar, y como otras inútiles y nada amables prácticas, es también altamente pernicioso. Ahora bien, todo el trabajo subconsciente del intelecto, al formular algo percibido y un juicio de percepción, está más allá de nuestro control, y por lo tanto no está sujeto a la crítica lógica. Simplemente tiene que aceptarse. Quizá Kant no apreció suficientemente esto cuando se comprometió a estudiar la crítica de tales formas mentales como espacio, tiempo, unidad, realidad, etc.; pero después de todo su deducción de las categorías es simplemente el resultado de que no se puede tener conocimiento en otros términos; esto es, que son inevitables. Por lo tanto, los juicios de percepción son, para los propósitos de la crítica lógica, hechos absolutos sin ninguna adición de teoría. Si una teoría no cuadra con los hechos de la percepción debe cambiarse. Pero las impresiones de los sentidos desde las cuales se supone que se ha construido lo percibido son materias de la teoría. Si se comprobara que lo percibido no cuadra con las impresiones de los sentidos, no sería en absoluto lo percibido lo que tendría que reformarse, pues no puede ser reformado, sería, por el contrario, esa teoría de que lo percibido se construye a partir de las impresiones de los sentidos la que tendría que ser reformada.



Fin de "Teoría" (1902). Fuente textual en MS 1147.


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Fecha del documento: 12 de marzo 2007
Ultima actualización: 27 de febrero 2011

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