Seminario del Grupo de Estudios Peirceanos
Universidad de Navarra, 30 de marzo 2006

Globalización neoliberal y filosofía intercultural


Álvaro Márquez-Fernández
amarquezfernandez@gmail.com





Introducción

La globalización es el nuevo fenómeno de la hegemonía de la sociedad capitalista neoliberal.

Unos le atribuyen a este fenómeno características civilizatorias, pues cada vez más el orden cultural, ético, político y económico se encuentra regulado por los intereses e ideales de un modo de vida social que confiesa su preferencia por el pensamiento uniforme y homogéneo.

Otros, por el contrario, consideran que este fenómeno no es más que la expansión del poder tecno-ideológico de la racionalidad capitalista cuyo objetivo es modelar e intervenir en los sistemas de representación social, las prácticas políticas y los procesos comunicativos de la ciudadanía en general.

Pudiera entenderse, entonces, que la globalización representa, no sólo otro tiempo y otro momento de un orden histórico, que indiscutiblemente no puede dejar de estar asociado al desarrollo de las relaciones de producción y de consumo capitalistas que le han dado su génesis. También representa otro espacio y otra realidad en la que, sin embargo, los conflictos sociales, las desigualdades, las diferencias, las injusticias, entre los seres humanos, no terminan por resolverse sino que se acentúan más y más. Las principales contradicciones de la sociedad capitalistas no dejan de reproducirse y universalizarse a nivel mundial.

El análisis de la globalización y su contexto histórico, requieren, por consiguiente, de una filosofía intercultural. Es decir, de una reflexión en la que el diá-logos sea el proceso de comprensión y de interpretación sobre los medios y fines que no pueden seguir siendo unívocos para una formación cultural y /o política particular, sino que ahora deben ser compartidos discursivamente con otros universos culturales.

Esta idea de un diá-logos, recupera el ámbito de una alteridad en la que los otros (pueblos, sociedades) hoy día ponen en práctica su derecho a la palabra, al discurso, a la imaginación, a lo simbólico, desde un deber ser que se resiste a su reducción, a su exclusión, a su des-conocimiento.

La filosofía intercultural se propone como un proyecto liberador de las prácticas sociales y discursivas de las culturas entre sí, sin hegemonías ni restricciones, sometimientos o vasallaje neocolonizador. Busca insertarse en la pluralidad compleja de las existencias humanas, sin detrimento de alguna de ellas. Busca abrir las riquezas propias del mundo intersubjetivo, como un proceso que tiende a favorecer el acceso a la diversidad racional, la pluralidad ideológica, como alternativa a un mundo en el que la globalización de la razón y del dominio técnico limitan las auténticas libertades de los seres humanos.

Cuestionamiento a la globalización del pensamiento uniforme (acrítico) y la masificación de las relaciones sociales (alienadas)

El análisis y la interpretación del fenómeno y la realidad de la globalización, siempre deben partir de los contextos en que ésta se sitúa y desarrolla. Es importante, por lo tanto, considerar que la globalización es principalmente un fenómeno de expansión económica que resulta de una formación social, política, cultural, históricamente determinada, y que conlleva un orden ideológico, un sistema de representaciones sociales y una filosofía que se instala en el imaginario ciudadano como forma de vida consentida.

En este sentido la globalización responde a una concepción del mundo, como cualquier otro proceso expansivo del que se ha valido la racionalidad occidental para instaurar el orden de legalidades y legitimidades que permitan arbitrar los comportamientos ciudadanos frente a los desafíos y conflictos propios de su desarrollo y progreso social.

La globalización es, entonces, un proceso con el que se culmina, por un lado, esa dimensión de la economía en su afán por construir el mercado único organizado por el dominio de las redes telemáticas de la información, orientadas exclusivamente a favorecer el tiempo de reproducción del capital a través de los intercambios de consumo, y, por otro, darle continuidad a esa dimensión de la razón técnica para controlar el campo simbólico de las libertades y el espacio discursivo donde el pensamiento se realiza desde sus particularidades individuales y colectivas.

La globalización unifica sintéticamente estos dos mundos de la realidad: el de la producción y reproducción material de la vida, entendido como sustrato innegable de la condición de existencia más inmediata, y el espiritual, para llamarlo de alguna forma, en el que los pensamientos acerca de nuestros deseos y voluntades se orientan por principios de convivencia democrática que pudieran hacerse realizables e pro de un bien social compartido en comunión.

La globalización nos enfrenta a un mundo que plantea la respuesta a los conflictos de intereses y las necesidades de la sociedad de clases, desde una ideología neoliberal de los intercambios equivalentes capaz de simplificar las diferencias estructurales del sistema social (léase contradicciones), en una igualdad funcional y operativa que garantiza el orden político instituido. El asunto de fondo es que se cancela, bajo el supuesto de la cohabitación institucional y pública, la compleja y rica trama de diferencias y diversidades culturales que deberían tener acceso a las formas de expresión y comunicación social de los ciudadanos entre sí. Es decir, en ningún momento se considera como posible la interacción social desde el punto de vista de la participación discursiva. La totalidad histórica que encubre la globalización pasa por ser homogénea, sin espacios deliberativos y de contestación que impliquen un poner en duda el valor del mundo de vida aceptado. En desmedro de las auténticas relaciones humanas, que deben ser reconocidas originarias en todos los sentidos, actúa la cultura de la globalización que propicia la estandarización como principio socializador de la diversidad originaria.

La globalización, por otra parte, apologetiza con excesiva pasión publicitaria, un liberalismo democrático que termina en fuerte oposición práctica con los derechos humanos. Se admite que este tipo de democracia es el único escenario que puede garantizar de manera efectiva la libertad de los individuos, sin embargo no trasciende más allá de sus fines utilitarios; la democratización de la política debe ser entendida como un asunto de todos, una instancia de reconocimientos de los sujetos como ciudadanos que le permita una participación social que goce del respaldo de las instituciones civiles a fin de ejercer las libertades públicas con suficiente autonomía.

Aquellos beneficios que se dicen aporta la globalización, los consideramos completamente aleatorios y nuestras sospechas sobre el carácter redentor de los mismos se confirma a diario. El nivele cada vez mayor de exclusión y desintegración social que se vive en las sociedad modernas, así lo demuestra.

La globalización ha dado paso a una sociedad de la información donde el poder de la información construye la opinión pública y los modelos de representación social con los que se legitima. En tal sentido, se descubre un contexto en el que la cultura de masas siguen actuando en el trasfondo de la sociedad globalizada e induciendo con ello una esfera pública en la que el poder de la comunicación discursiva está en manos de quienes siguen dominando el orden social desde el punto de vista de un modelo de producción que continúa desarrollándose a través del capital, la mercancía y el mercado. La gran diferencia es que hoy día la globalización que propugna el neoliberalismo, hace invisible a través de las redes telemáticas y el ciberespacio el orden material de una realidad que no ha dejado de ser irracional, pragmática y deshumanizadora, presumiendo que con esta nueva abstracción los determinante históricos que reproduce el sistema capitalista, han sido, si no eliminados por completo, superados. Lo que resuelta ser obviamente una falsedad.

La globalización neoliberal está generando una "cultura" de identidades adaptativas, en plena conciliación y equilibrio con el modelo societal de un Estado que ha abandonado su rol asistencialista, por el de gestor en los mercados de capitales internacionales. El poderío transnacional de la globalización no es neutro, tiene una intención y identidad: la racionalidad del mercado. La desaparición de las fronteras nacionales del Estado, por un poder que las trasciende es la verdadera libertad de la globalización para nuclear en este espacio de control la diversidad y la pluralidad social. El dominio técnico hace posible esta reducción de la diversidad cultural a la uniformidad que impone la cultura hegemónica. Esta manera de entender la democracia ciudadana responde en el fondo a un monismo, siendo que el único horizonte al que deben responder los individuos está preestablecido por el orden social que los dirige y al que se debe total subordinación, so pena de quedar excluidos de sus beneficios. Es muy poco o escaso el valor ético que pueda atribuírsele a ese fin, que no termina siendo el fin de todos.

¿A quienes unifica la globalización neoliberal, con su ideología universalista? No a aquellos seres humanos sitiados por condiciones infrahumanas de existencia, pues le niega el derecho a la vida al excluirlos de los beneficios del capital que por definición es consecuencia de un modo de producción que no contempla al trabajador como un sujeto dentro de la producción social con derechos económicos. Por el contrario, el trabajador ha sido siempre el gran ausente de los beneficios del capital, y se ha quedado limitado al espacio de aquellas negociaciones de carácter reivindicativo que le sirven para paliar sus condiciones de subsistencia.

La unificación neoliberal es sinónimo de uniformización de conductas, deseos, valores, representaciones, creencias, tradiciones, etc., continuamente inducidas por los sistemas de intercambios y de consumo, principal ley de la competencia supervivencia depredadora del capitalismo postindustrial. Es fácil observar estos procesos de confiscación de la conciencia social y las libertades políticas ciudadanas, en los modelos homogéneos con que ese rigen las discusiones públicas y la función masificadora de los medios de comunicación, dependientes, como se sabe muy bien, de grupos financieros comprometidos con los sectores de poder que dirigen las políticas públicas del Estado.

La globalización tiende a la creación de una sociedad virtual que se interconecta a través de códigos que obvian la presencia del otro como ser que está en una relación implicativa y de compromiso con la realidad. La sociedad telemática, la telepolis, es la nueva versión de un contrato social en el que el discurso está mediado por un dispositivo informático y audiovisual, más que argumentativo y crítico. Se suple el mundo del diálogo por el de la imagen y una estética de la sensorialidad que contribuye a crear los cánones de la adaptación sin resistencias ni compulsiones. Consensuada la sociedad de clases a través de este nuevo aparato ideológico de la globalización postcolonial, la realidad humana continúa siendo reprimida y coactiva. La semiótica de la imagen nos da una realidad virtual que parece incuestionable en sí misma y autosuficiente para pasar la dura prueba de la desobediencia y el desacato por parte de aquellos que siguen considerando que la auténtica realidad es presencial y no diferida.

La filosofía intercultural: la inclusión del otro como interlocutor valido en un diálogo que se construye y realiza éticamente a través de la praxis liberadora.

Aunque la globalización se pronuncia por una libertad (de intercambios económicas) en las relaciones sociales de producción, esta concepción de la libertad no es aquella que apunta a una visión del mundo y de la vida comprometida con el valor de la libertad como un auténtico proceso de humanización histórica, en donde los seres humanos puedan hacer de la libertad ese espacio en el que las relaciones de convivencia humana conlleva la gestación y desarrollo de una genuina razón dialogal entre los individuos desde sus respectivas culturas. Se trata entonces, de oponer a la racionalidad que subyace en la globalización neoliberal y sus modelos conductuales, otra forma de pensar las realidades históricas más allá de lo que es el pensar monocultural de la razón moderna.

Lo primero es reconocer y sentar las bases para un pensar dialógico y diatópico, un pensar que parta de la pluralidad histórica del logos, que debe dar acceso a sus múltiples manifestaciones, sin excluir a ninguna. Y que verse más sobre la vivencia existencial de los sujetos dialógicos, y ponga al descubierto los fetiches materialistas con los que se le ha pretendido tipificar en la sociedad de consumo.

La interculturalidad como una transformación de histórica del pensar filosófico, también pasa por la crítica al discurso de la racionalidad positivista que le sirve de contexto legitimador. El supuesto de lo diferente, lo opuesto, lo contrario, lo otro, es de innegable valor para la correcta comprensión de la interculturalidad, como un proceso de discusión y aclaración de lo que son los registros de la conciencia y memoria cultural de cualquier colectivo social. No se puede suprimir este supuesto que está directamente relacionado con la comprensión el tiempo y el espacio de la episteme de cada época o etapa histórica. Implica, en consecuencia, un reconocimiento amplio del derecho a la diversidad y a la diferencia, como prolegómenos de una existencia con posibilidad de ser compartida con otros, sin los sesgos y las dominaciones del poder cuando éste es asumido solamente como extensión de una práctica de cohesión donde los otros terminan siendo excluidos o anulados.

La importancia del análisis y la interpretación intercultural del mundo globalizado, es que retoma y amplia para la filosofía (especialmente la latinoamericana), su dinámica liberadora a través del pensamiento y de la palabra. Este es un derecho inalienable a todo contexto cultural con su respectiva formación histórica. Se convierte así el pensar filosófico en un pensar dialéctico, en una razón dialógica que se desenvuelve históricamente en una práctica comunicativa que no puede ignorar la presencia de los otros, menos aún negar sus particularidades.

La convivencia intercultural se realiza a partir de nuestros referentes antropológicos y simbólicos y de relaciones sociales más intersubjetivas y públicas que sirven de asideros para la construcción de la ciudadanía democrática que se requiere, para la puesta en práctica de un diálogo con suficiente autonomía argumentativa como para dejar de lado cualquier tipo de adoctrinamiento ideológico. La democracia dialógica y discursiva, es la génesis de la sociedad intercultural puesto que sin dejar de reconocer el conflicto inherente en cualquier tipo de relación social es capaz de trascenderlo a través del acuerdo en los medios y fines compartidos.

La pluralidad discursiva es el protocolo socrático para la nueva sociedad democráticamente interculural. Ésa donde la tolerancia y el respeto al otro, es el punto de partida para concebir un derecho a la deliberación que no sea en modo alguno ni dominante ni obligado. El derecho a la palabra se autolegitimará en el cumplimiento ético y moral de unas prácticas políticas que no permitan la distorsión del diálogo que se aleje significativamente de los proyectos de vida de la ciudadanía. El diálogo, que también es un diálogo de intereses prácticos, debe servir de guía a los interlocutores para que sin coacciones, puedan responder y resolver a los problemas ya que se consideran a los dialogantes descentrados de cualquier estructura de poder y/o dominio.

La interculturalidad responde a una heurística y a una hermenéutica filosófica que parte de la alteridad para la comprensión del mundo de pluralidades existenciarias con formas y contenidos racionales y discursivos que deben ser puestos en un eje de articulaciones lo suficientemente complexo, que no permita la ausencia, negación o neutralidad, voluntaria o consciente de ninguna de las culturas. Todas son correlativas en este sentido, es decir, en su forma y contenido de estar presentes frente al otro, porque las culturas no son realidades puras ni abstractas, desconectados de sus actores materiales. Su heterogeneidad es lo que nutre el dinamismo interno y externo de sus cambios.

No puede, ni debe, entenderse por interculturalidad confrontación de culturas, ni el abrirse de una cultura a otra con el interés, expreso o tácito, de subsumirla o asumirla a su contextualidad. Se trata de un reconocimiento interior de la culturas y sus propias "lógicas" discursivas; al derecho de construir sus contextos desde sí mismas con sus analogías y contradicciones; de no arriesgar su libertad de acción y de creación mítica, mágica, científica o técnica. Lo que la filosofía y el diálogo intercultural buscan es conjugar en el mundo una visión de la existencia cuya totalidad no sea opresora y el saber sea un saber contextual que parta de la experiencia de los sujetos. Es por esta razón que R. Fornet-Betancourt (2001, p.257), considera que "hay, por tanto, un saber práctico de la interculturalidad como experiencia que hacemos en nuestra vida cotidiana en tanto que contexto práctico donde ya estamos compartiendo vida e historia con el otro. Se trataría entonces de cultivar ese saber práctico de manera reflexiva, y con un plan para organizar nuestras culturas alternativamente desde él, para que la interculturalidad se convierta realmente en una cualidad activa en todas nuestras culturas."

El monoculturalismo y el individualismo de la globalización neoliberal, a pesar de todos sus esfuerzos mediáticos e ideológicos por crear una cosmovisión del mundo global homogéneo y unificado, no puede resolver el conflicto que está en el origen histórico de su formación social. Una sociedad que predica el ser igual al otro desconociendo el lugar de existencia del otro, nunca podrá ser realmente equitativa. La igualdad formal del liberalismo pretende construir una cultura de la justicia sin advertir que el contenido material de la norma entra en contradicción con su aplicación. Es decir, la compatibilidad entre la igualdad y la justicia, parte del desconocimiento de las diferencias sociales. Se desconoce esto en aras de practicar una serie de principios comunes con los que se quieren neutralizar tanto la diferencias de clases como la diversidad cultural para crear espacios homogéneos de convivencias. Esta forma de querer dar respuestas a la fragmentación per se de la sociedad capitalista, no es en modo alguno pluralista; menos aún una forma de pensar y gobernar en sentido intercultural.

La globalización neoliberal trata la diversidad cultural y sus diferentes manifestaciones, como una variante en la escala de sus propios valores y comportamientos, esto justifica plenamente un modelo de agregación en el que los segregados del sistema y las minorías culturales, son incorporados a la res publica con el expreso propósito de uniformar y regular cualquier cambio o desacuerdo con la ideología establecida. Por esta razón es que, al analizar el discurso ideológico de la globalización neoliberal, nos encontramos más que con una relaciones conciliadoras, con el enfrentamiento entre formas culturales que buscan defender sus particularidades desde los roles políticos que la sociedad les permite cumplir, considerándose estas relaciones casi siempre de pugnacidad, principal característica del ejercicio "democrático" de la sociedad neoliberal.

La interculturalidad lo que realmente se propone, desde la diversidad y la diferencia de unos y otros, es la trans-formación de la razón, no su negación ni su abdicación; por el contrario, es un trans-formar, como dice con todo acierto F. Fornet-Betacourt (1994, p. 19), que deja "entrar en su proceso de constitución las voces de aquellos que hasta ahora han sido "afectados" por las distintas formaciones vigentes, pero que se han visto excluidos de la dinámica productiva de las mismas." También porque el encuentro con el otro, de ninguna manera puede estar determinado ontológicamente por una sola presencia y entenderse ese encuentro desde un sólo modelo categorial de universalizaciones desde el que más que abrirnos al otro, somos receptores desde nuestra comprensión y nuestro discurso. Luego, no se realiza efectivamente el diálogo como orden e instancia de comunicación intercultural. El encuentro con el otro es así interpelación; interpelación desde la que debería ser repensada nuestra manera de pensar... (Fornet- Betacncourt: ibid)."

La globalización neoliberal está globalizando, y es un hecho de fácil constatación, a través de la sociedad de la información, el desarrollo de nuevos roles culturales mucho más interactivos que nunca. Esto no se puede negar a la ligera. Sin embargo, las nuevas relaciones de producción tecnológica han creado una realidad, más virtual cada vez, que pasa por una socialización en la que las identidades personales y públicas de los individuos siguen esclavizadas por los procesos de reificación que perviven en el interior de una formación social en la que el capital sigue reproduciendo una estructura de mercado y consumo desigual, injusta y arbitraria. Lo que pervive en el fondo del neoliberalismo global es la liberación de la economía como estadio acumulativo de la riqueza en una sociedad de clases, no la liberación de la aquellos sujetos subordinados y dominados por estas condiciones materiales de producción y a quienes se les desnaturaliza su existencia genérica y todas sus representaciones culturales. Es más, el contexto cultural que es originario a estos sujetos tampoco queda exento de la injerencia depredadora del principio de "libre mercado" que auspicia el neoliberalismo. Estamos, entonces, en un proceso de maximización del mercado y pauperización del sujeto como objeto de consumo y asiento de la ideología que profesa un orden de pensamiento único, irreversible e imponderable; contradicción en sus propios términos, pues ya implica el cierre histórico del devenir humano al negar dialécticamente el cambio, las alternativas.

La globalización como un estadio superior del monoculturalismo deja fuera de sí cualquier otra cultura diferente u opuesta; precisamente, porque no está en su preocupación un diálogo ni una relación con las intersubjetividades de los otros. Lo que efectivamente la globalización busca globalizar es el mundo de algunos, de un tipo de sociedad hegemónica que busca trascenderse a sí misma en el tiempo y en el espacio porque detenta el poder político y el poder tecno-científico para realizar esta empresa postcolonizadora. No existe, o son mínimamente perceptibles, los indicios que tenemos de una globalización orientada hacia una sociedad de relaciones planetarias interculturales, en la que el Estado y la democracia ciudadana sean verdaderos escenarios de participación y convivencia.

Nuestra principal objeción y crítica estriba en que la globalización no contiene ni da la posibilidad, de que desarrollemos auténticos procesos de interculturalidad para la inclusión del otro. Hasta ahora la globalización no es un correlato de más democracia social y política, esto sigue estando en el terreno de lo utópico, cuando las relaciones de interdependencias construida por la globalización debieran acrecentar y fortalecer los principios democráticos y los derechos humanos. Lo que las políticas neoliberales de la globalización suman cada vez, es más productividad a toda costa, ganancias inmediatas, riqueza acumulativas, roles sociales conformados según las imágenes mediáticas de una cultura "light" sin proyecto histórico, etc, etc. Lo que cada vez más restan, es el diálogo intercultural como el principal medio de interrelación y reconocimiento, la pluralidad democrática consensuada a través del discernimiento de los conflictos e intereses en función del bien común de la mayoría ciudadana, una opinión pública cuyo objetivo esencial sea la verdad política, etc.

Frente al monologismo cultural de la globalización neoliberal, se presenta el dialogismo de la interculturalidad como momento crítico del pensar filosófico, pues se trata de re-pensar la realidad existencial desde la alteridad originaria, desde la cual el otro se realiza y expresa, y a quien mi conciencia debe concederle todos los derechos para hablar y actuar en libertad. El derecho al diálogo desde la perspectiva intercultural, es decir, desde una perspectiva pluralista de la convivencia humana, es una alternativa valida a la homogeneización y la estandarización del pensamiento reductivo y único de la globalización neoliberal, ya que supone la noción democrática de la inclusión del otro en un nos-otros, entendiendo por esto la inscripción de todos los individuos de un mundo donde el marco de tolerancia política, ética, moral, etc, garantice plenamente el derecho a la vida y arribar a la tan esperada identidad y ciudadanía compartidas.







Bibliografía




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Fecha del documento: 3 abril 2006
Ultima actualización: 3 abril 2006

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