LAS REGLAS DE LA RAZÓN
MS 596


Charles S. Peirce (c.1902)

Traducción de Miguel Ángel Fernández (2006)





Este texto, escrito por Peirce alrededor de 1902, fue numerado como MS 596 y fue publicado parcialmente en CP 5.538-545. El manuscrito completo tiene 47 páginas. En ellas Peirce analiza las creencias "extra-firmes" que el lector supuestamente posee acerca del razonamiento y la creencia, esto es, la logica utens. Se realiza también un análisis de la duda. Este manuscrito guarda relación con los manuscritos 597-600.

Introducción.

La discusión puesta en marcha.

El Lector loquitur: este autor afirma tener algo que decir. Antes de escucharle, quiero saber de un modo general, que es lo que tiene que contarme, y por qué debería concederle crédito alguno.

El Autor: claro que tengo algo que decirle; aún así no tengo nada que contarle. Simplemente le invito a viajar conmigo por un territorio del pensamiento que le es más o menos conocido. Es un territorio que he recorrido extensamente, - tan extensamente que no estaría yo muy lejos de la idiotez si no pudiera servir de guía en él; y los que conocen bien el país así me lo han reconocido. De todas formas, todo lo que hago es recomendarle que dirija la mirada hacia esa parcela o aquella otra, y que vea lo que ve. Algunas de las características que le voy a destacar, estoy bastante seguro, han escapado hasta ahora a su atención. Le prometo un viaje interesante en sí mismo, en cuyo transcurso aprenderá cosas que conciernen a intereses a los que ya está dedicado, a la vez que sus propios intereses se verán iluminados. Será importante que, en nuestro recorrido, conservemos un diario del itinerario, y determinemos exactamente dónde encontramos cada objeto que despierta nuestra atención; porque de otra manera no traeremos de regreso de nuestro viaje nada más que impresiones vagas y confusas, tales como las que, de hecho, traen la mayoría de los turistas que atraviesan este mismo país. Debemos guardar algo así como un cuaderno de bitácora de todas las direcciones y distancias de nuestro viaje. Pero, para que desde ellas podamos calcular la situación exacta en la que encontraremos las diferentes cosas curiosas, queremos, ante todo, establecer exactamente dónde está nuestro punto de partida.

Lector: esa metáfora no transmite ninguna idea definida.

Autor: eso es verdad; y no aparecerá cómo puede hacerse clara en todas sus partes esa vaga idea que transmite, a menos que se lea el libro entero. Esto, sin embargo, puede decirse: el plan es establecer las reglas para distinguir entre razonamientos malos y buenos, y entre estos últimos entre razones débiles y fuertes*1, y lograr que las razones de estas reglas sean evidentes. Al hacer esto, el autor sólo puede indicar procesos de pensamiento que el lector tendrá que llevar a cabo por sí mismo. A pesar de todo, el autor se atreve a pensar que puede llevar al lector a reconocer algunas verdades que serán nuevas para él, y que resultaran útiles, algunas de las cuales podría ser dudoso que el lector pudiera descubrir pronto o algún día de otra manera.

Posiblemente, el lector podría incluso ser llevado a revisar algunas de las opiniones que ha sostenido hasta ahora acerca del razonamiento. Si el lector no deja el libro ahora mismo, podría parecer que comparte estas esperanzas del autor en alguna medida.

El lector, pues, será persuadido para pasar de un estado de creencia2 acerca de los razonamientos a otro. ¿Cómo se efectuará esto?

El autor no promete abstenerse totalmente de utilizar el método general de la dialéctica de Hegel; pero no se sustentará mucho en éste. Ese método consiste en el examen crítico del estado inicial de creencia del lector, que conduce a una convicción que es auto-contradictoria. Si el lector, entonces, parece ser llevado a una creencia contraria por un proceso similar, se muestra que esa también implica contradicciones; y, de esta manera, el lector es finalmente llevado a un punto de vista que implica el reconocimiento de la continuidad, y esta tercera opinión sometida a examen parece suficientemente satisfactoria, aunque pueda probablemente llevar de inmediato a una dificultad adicional respecto a un asunto estrechamente relacionado. El autor admite que puede muy bien ocurrir que los conceptos descubiertos en este proceso pueden muy bien aproximarse a la verdad. La razón es que obliga al lector a introducir el elemento de continuidad en sus conceptos, el cual, en los estadios tempranos del pensamiento, puede muy bien excluirse erróneamente. El método, de esta manera, resulta, muy a menudo, funcionar muy bien. Pero no hay ninguna razón para esperar que siempre será así; y cuando se dilucida su verdadero carácter, llega a resultar en extremo poco convincente; y más aún porque la reducción de las diferentes opiniones al absurdo es en la mayoría de los casos de la textura más endeble, y permite a una mente con alguna sutileza escapar por cualquier costura. Sería mucho mejor comenzar por afrontar la cuestión de si no sería más ventajoso introducir la continuidad en una concepción dada. La verdad, en general, no se establece dándole vueltas a la cabeza sino por experimentos y hechos. Determinadas evoluciones del pensamiento son, sin duda, necesarias; pero no son del tipo que emplea la dialéctica Hegeliana; y sus resultados tienen que comprobarse, finalmente, por comparación con los hechos. Otra objeción al método Hegeliano es que si el lector pone alguna fe en éste, se ve llevado a imaginar que sus opiniones iniciales estaban totalmente equivocadas. Ahora bien, en la medida en que concierne a sus opiniones iniciales acerca del razonamiento, esto no es así. En su mayor parte, están principalmente bien fundamentadas. Su principal defecto es que son vagas, e incompletas, y, en algunos detalles, erróneas. Por estas razones, los medios en que el autor confiará en el empeño de persuadir al lector para que pase de un estado de creencia acerca del razonamiento a otro serán los de llevar a su atención las relaciones de sus opiniones con ciertos hechos desatendidos de la experiencia cuya fuerza es perfectamente irresistible.

Pero ningún método de razonamiento es revelado directamente por la experiencia. Ya que la experiencia directa es meramente que algo ocurre aquí y ahora; mientras que un método de razonamiento no es de la naturaleza de un caso en una ocasión especial. Los hechos, por lo tanto, tendrán que razonarse. En este razonamiento, el lector tendrá que utilizar las nociones de razonamiento que tenga. Por lo tanto, si sus nociones iniciales de razonamiento no fueran verdaderas en su mayor parte, no podría confiarse en que hecho alguno las hiciera tales. Sin embargo, si siendo verdaderas en su mayor parte contienen tal amalgama de error que, en lenguaje químico, podría llamarse impureza, puede esperarse que ésta disminuirá por la acción de la parte bien fundada de la razón sobre los hechos de la experiencia. En nuestro último juicio, aparecerá que hay una cantidad comparativamente pequeña de error positivo en las creencias iniciales del lector acerca del razonamiento, especialmente, si estas son creencias naturales tales como las que prevalecen, por ejemplo, entre mujeres sensatas. La clase de personas cuyas nociones del razonamiento, por término medio, contienen con diferencia la mayor proporción de errores es la de los profesores de lógica y otras personas que están imbuidas de teorías del razonamiento. Podría llenar un volumen con ejemplos de lapsos del razonamiento cometidos por caballeros que profesan saber, y saben, mucha más lógica que otras personas, aunque de falacias como las suyas ningún hombre ordinario podría ser culpable. Aquellos que han estado bajo la influencia alemana son los peores3. Después de los lógicos, la peor clase de razonadores es la que se agrupa en torno a las profesiones cuya doctrina es principalmente tradicional, incluyendo a la mayoría de los hombres que tratan con abogados o que tratan con hombres que tratan con abogados, o calvinistas o curas católicos ordinarios. De hecho, esta clase abarca a la mayor parte del género masculino. Hay mucha doctrina lógica tradicional, incluso términos técnicos, que flota en esta clase; y, en su mayor parte, está lo suficientemente bien fundada dentro de sus propios límites. Al mismo tiempo proviene de una época en la que el razonamiento y la naturaleza de la ciencia estaban completamente mal interpretadas; y en el mejor de los casos es parcialmente erróneo. Se ve aún más deteriorado al ser aplicado con mucha ignorancia y falta de rigor. La consecuencia es que esta clase de hombres, aunque razonan mucho más como seres humanos naturales que como lógicos, están considerablemente afectados por nociones falsas sobre el razonamiento. Respecto a las mujeres, éstas están mucho más guiadas por el instinto que por el razonamiento, un hábito que, encontraremos, aprueba plenamente una lógica racional; y cuando razonan, aunque sus razones sean a menudo muy débiles, y teñidas de pasión, no son a menudo directamente inadmisibles para ninguna consideración de ningún tipo, como las de la gran mayoría de los hombres lo son frecuentemente. Lamento decir esto de mi propio sexo y de mi propia clase; pero me veo inclinado a decirle la verdad al lector. El objeto de permitirle ser partícipe de este secreto es el de esforzarme en persuadirle para que considere dudoso y, por el momento, ponga en la alacena, todas las máximas lógicas que le hayan llegado de la tradición y de los libros, todas las nociones de presuposiciones, cargadas de prueba y otras obligaciones de la argumentación, de probabilidad, argumentum ad hominem, que no debemos razonar post hoc ergo propter hoc, la navaja de Ockham, la petición de principio, etc. hasta que no hayan sido concienzudamente desinfectadas, y retornar al sentido común original sobre el razonamiento; en tanto que sus dictámenes parezcan perfectamente indiscutibles. Sólo con que pueda lograr hacer esto, encontrará como resultado de nuestro examen crítico que poco de sus firmes creencias originales sobre el razonamiento era completamente erróneo, aunque ponga una cara bastante diferente ante la mayoría de los temas. Pero la mayor importancia de lo que aprenderá del estudio de este libro no será la refutación, ni siquiera el remodelado, de sus primeras opiniones, sino que será más bien suplementario a éstas.

Ante lo que se ha dicho, confío en que el Lector estará de acuerdo en que es muy deseable que comience reconociendo explícitamente cuáles son sus principales creencias iniciales respecto al razonamiento. Debe hacer una lista de éstas él mismo; pero el autor puede ayudarle señalando cuáles parecen ser las más importantes e inevitables. Especialmente el orden en que el autor las dispone, primero las más fundamentales para los propósitos actuales, puede ser sugerente. Además, llevará a un mutuo entendimiento entre el Lector y el autor, para que el primero entienda lo que el segundo imagina que es el estado actual de creencia del primero. En consecuencia, el autor comenzará haciendo una lista de breves declaraciones de lo que él concibe que son los principios actuales más relevantes del Lector respecto a los razonamientos. Luego repasará la lista y hará algunos comentarios preliminares sobre los diferentes artículos, con la vista puesta en preparar el terreno para una investigación más sistemática.

Lista de las principales supuestas creencias iniciales del Lector respecto a los razonamientos.

1. Que el lector está en un estado de Duda respecto a algunas cuestiones y en un estado de creencia respecto a otras. El estado de duda es un estado de indeterminación entre las proposiciones. No es satisfactorio. Es un estado de estimulación, acompañado de un sentimiento peculiar. Un estado de creencia puede ser muy infeliz como consecuencia del carácter de la proposición en la que se cree. Pero es un estado en el que el estímulo de la duda está aplacado y, en esta medida, es satisfactorio. Las dos respuestas a la pregunta no pesan ya lo mismo en la balanza; el que cree está dispuesto a conformar su conducta sobre una de ellas; aprueba ésta; desaprueba la otra.

2. Al utilizar la palabra 'Investigación' para denotar el tipo de acción mental que la duda estimula, - sea o no esta acción la que propiamente se denomina investigación -, el lector presumiblemente sostiene que el único objeto de la investigación es el de producir una representación mental que sea verdadera, es decir, que esté de acuerdo con el estado real de las cosas. Este estado real de las cosas es algo que es “así”, es decir, tiene una cierta determinación, o especialización, o ser, se opine así o de otra manera. En consecuencia, el lector sostiene que para toda cuestión que no esté carente de sentido y, por lo tanto, no sea una cuestión genuina, hay una cierta determinación del ser que es completamente independiente de lo que tú, o yo, o cualquier hombre o generaciones de hombres puedan opinar sobre ella.

3. El lector, considerando colectivamente sus propias creencias, sostiene que algunas de éstas son falsas. Puesto que no puede decir cuáles son estas creencias falsas, surge una cierta disposición indefinida a retornar a un estado de duda, cuya intensidad y extensión variará considerablemente según el temperamento y el estado de ánimo del lector. Él comienza a sostener que todas las creencias, o la mayoría de ellas, deberían ser criticadas.

4. Pero hay ciertas creencias sobre las que tales reflexiones no han arrojado ninguna sombra de duda en la mente del Lector. Una clase de estas creencias extra-firmes está compuesta de creencias en referencia a cada una de ciertas preguntas para las que o bien 'Sí' o bien 'No' es la respuesta verdadera, mientras que ambas respuestas no son verdaderas.

5. Otra clase de creencias extra-firmes está compuesta de creencias que surgen directamente de la percepción. Cuando el Lector mira algo o lo toca, cuando oye algo, cuando huele o saborea algo con atención, a menudo adquiere la creencia de que vio o tocó, o le pareció ver o tocar, que oyó o le pareció oír, que olió o saboreó o le pareció oler o saborear algo, una creencia que es tan fuerte, que cuando está acompañada de una creencia de la clase anterior con el efecto de que cualquier tercera creencia suya entraría en conflicto con la creencia perceptiva, esa tercera creencia es rápidamente modificada o, si no, la creencia de que hay un conflicto tal es rudamente cuestionada y condenada a la duda.

6. No sólo son las creencias perceptivas del Lector separadamente sus creencias más fuertes, sino que cuando reflexiona colectivamente sobre ellas, le parecen infalibles. Él admite que sus ojos le pueden engañar respecto a lo que está realmente ante ellos; pero no puede admitir como posibilidad que estaría engañado cuando mira respecto a lo que le parece ver. Su teoría de esta infalibilidad es que, en este caso, no hay realidad independiente de la creencia sobre ella. El parecer y la creencia de que algo parece son, en su opinión, una y la misma cosa.

7. El lector tiene una opinión análoga respecto a la infalibilidad de las creencias a las que se refiere la cuarta opinión. Está bastante dispuesto a admitir que, ante la pregunta de si un determinado esqueleto recientemente encontrado es el esqueleto de un hombre en vez del de un simio antropoide, la respuesta 'Sí' o 'No' puede, en cierto modo, ser justificable. A saber, debido a que nuestra concepción de lo que es un hombre se ha formado sin pensar en la posibilidad de tal criatura como aquella a la que este esqueleto pertenece, la cuestión no tiene realmente un significado definido. Entendiéndola de una manera, 'Sí' sería la respuesta verdadera, entendiéndola de otra, 'No'. Pero el Lector sostiene que al suponer que se hace una pregunta definida respecto a una cuestión de hecho, de las dos repuestas, 'Sí' y 'No', una debe ser infaliblemente verdadera y la otra falsa, por la razón de que si no hay un hecho real que se corresponda con una respuesta la mera ausencia de tal hecho real es en sí misma un hecho real que se corresponde con la otra respuesta, y a la inversa, si hay un hecho real que se corresponde con una respuesta, ese hecho real en sí mismo constituye la ausencia de cualquier hecho real que se corresponda con la otra respuesta; y de este modo, también en este caso, no hay realidad independiente de la opinión de que una de las dos respuestas es verdadera y la otra falsa.

8. No importa lo completamente libre que el Lector pueda estar de la influencia de los sistemas lógicos y las tradiciones, él, no obstante, sostiene ciertos principios lógicos. Hay ciertas formas generales de razonamiento que aprueba como calculadas para llevar a la verdad. Hay ciertas otras que condena como peligrosas. Esta doctrina es su logica utens; y, de hecho, la aplica en todos los casos en que se dice con propiedad que está razonando.

9. Si el Lector ha logrado apartar realmente todas las nociones de lógica adquiridas, entonces él mismo es de la opinión de que no está en posesión de ninguna teoría lógica tal como se ha descrito, que no juzga la fuerza de las razones al referirlas a las clases de razonamiento que aprueba, sino que simplemente juzga cada razón como se le presenta por su propio sentido de razonabilidad.

10. El Lector, sin embargo, piensa que sus propios juicios lógicos, sean más o menos sistemáticos o no lo sean en absoluto, y aunque sean, en su mayor parte, lo suficientemente enfáticos, son erróneos en algún grado o, al menos, imperfectos. En este aspecto, él difiere en gran medida de la masa de la humanidad que considera sus propios juicios lógicos como infalibles.

Comentarios preliminares a las opiniones anteriores.

Los anteriores le parecen al autor ser los elementos más importantes del supuesto credo lógico inicial del lector. La opinión del autor es que, tomado en su conjunto, es aproximadamente correcto, pero que en algunos puntos está destacadamente equivocado, y en general no es muy claro. Sobre todo, es insuficientes, y lo sería incluso si se explicitara más ampliamente.

1. Que la duda es un estado de indeterminación respecto a la aceptación o el rechazo de una proposición está claro. Que hombres con la mínima cultura intelectual lo han visto se muestra en la expresión familiar, "tengo dos mentes (opiniones) sobre este asunto". La propia palabra 'dudar' es el participio pasivo de dubitare, evidentemente una forma frecuentativa de dubitere, i.e. duo habere, sostener dos opiniones, columpiarse de la una a la otra.

Uno podría preguntarse por qué la mente no habría sido constituida de manera tal como para complacerse con esta indeterminación. No es una pregunta muy difícil de responder. Pero si uno continua infatigablemente con el juego de lanzar un ‘por qué’ tras las huellas del anterior, encontrará pronto que la respuesta última es que dondequiera que la dualidad es genuina y prominente, los dos no completándose para formar un compuesto que sería un tercero, sino conservando toda su dualidad, hay una lucha. La incomodidad de la duda es un caso de este principio.

La incomodidad de la duda es consciente. Cualquier dualidad muy positiva y prominente es, por lo general, vívida. Un contraste fuerte es un ejemplo. La duda siempre es más o menos consciente; y, con mucha frecuencia, lo es especialmente. Con la creencia ocurre lo contrario. La creencia es en su mayor parte bastante letárgica, más perfecta cuanto más lo es. Es bastante posible que un hombre sea bastante inconsciente de su propia gran creencia, y que la decisión de su acción le coja bastante por sorpresa, cuando emerge. Nuestra gente del Norte, justo antes de la Guerra de Secesión, no tenían ni idea de que creían que la supremacía de la Unión debía mantenerse a cualquier precio. De hecho, opinaban que les importaba bien poco. Su respuesta al ataque contra Fort Sumter, - la respuesta de que la indiferencia ante la pérdida del Sur era una completa locura, - les sorprendió. Encontraron en sus corazones una profunda convicción que no habían sospechado.

Un caso como éste se hace fácilmente comprensible si consideramos lo que la Creencia es. *Comencemos considerando la creencia práctica, tal como que la antracita es un combustible conveniente, dejando la creencia puramente teórica, tal como que el polo de la tierra describe en unos días un óvalo con un diámetro de unas pocas varas, o como que hay un círculo imaginario al que corta dos veces todo círculo real, para un estudio suplementario. Utilicemos la palabra ‘hábito’, en todo este libro, no en su sentido más estricto, y más apropiado, en el que se opone a una disposición natural (pues el término hábito adquirido expresará perfectamente el sentido estricto), sino en su sentido más amplio y, quizás, aún más habitual, en el que denota una especialización tal, original o adquirida, de la naturaleza de un hombre, o de un animal, o de una vid, o de una sustancia química cristalizable, o de cualquier otra cosa, por la que él o ello se comportará, o tenderá siempre a comportarse, de una manera descriptible en término generales en toda ocasión (o en una considerable proporción de las ocasiones) que se pueda presentar con un carácter generalmente descriptible. Ahora bien, decir que un hombre cree que la antracita es un combustible conveniente es decir, ni más ni menos, que si necesita combustible, y otro no le parece particularmente preferible, entonces si actúa deliberadamente, teniendo en cuenta su experiencia, considerando lo que está haciendo, y ejerciendo el auto-control, a menudo utilizará la antracita. Una creencia práctica puede, en consecuencia, describirse como un hábito de conducta deliberada. La palabra ‘deliberada’ apenas se define por completo al decir que implica atención a los recuerdos de experiencias pasadas y a los propios propósitos actuales, junto al auto-control. La adquisición de hábitos del sistema nervioso y de la mente está gobernada por el principio de que cualquier carácter especial de una reacción a un tipo dado de estímulo es (a menos que intervenga la fatiga) más probable que esté asociada a una reacción subsiguiente a un segundo estímulo de ese tipo de lo que lo sería si no le hubiera ocurrido estar asociada a la primera reacción. Sin embargo, los hábitos a veces se adquieren sin que haya ninguna reacción previa que sea externamente manifiesta. La mera imaginación de reaccionar de una manera particular parece ser capaz, tras numerosas repeticiones, de causar que el tipo imaginado de reacción realmente ocurra ante subsiguientes casos del estímulo. En la formación de hábitos de acción deliberada, podemos imaginar la ocurrencia del estímulo, y dilucidar cuáles serán los resultados de acciones diferentes. Uno de estos se presentará como particularmente satisfactorio; y, entonces, tiene lugar una acción del alma, que está bien descrita al decir que tal modo de reacción "recibe un sello deliberado de aprobación". El resultado será que cuando una ocasión parecida surja de hecho por primera vez, se encontrará con que el hábito de reaccionar realmente de esa manera ya está establecido. Recuerdo que un día en la mesa de la casa de mi padre, mi madre derramó un líquido, que estaba ardiendo, sobre su falda. Instantáneamente, antes de que el resto de nosotros tuviera tiempo de pensar qué hacer, mi hermano Herbert, que era un niño pequeño, ya había tirado del tapete y sofocado las llamas. Nos quedamos asombrados de su rapidez que, a medida que se fue haciendo mayor, resulto ser característica. Le pregunté cómo había llegado a pensar en ello tan rápidamente. Él dijo, 'yo había considerado unos días antes qué haría en el caso de que ocurriera un accidente como éste'. Este acto de sellar con aprobación, "refrendando" como propia una línea imaginaria de conducta de manera que dé una forma general a nuestra conducta real en el futuro es lo que llamamos una resolución. No es en absoluto esencial para la creencia práctica, sino únicamente un añadido de alguna frecuencia.

Pasemos ahora a considerar la creencia puramente teórica. Si una opinión puede eventualmente llegar a determinar una creencia práctica, se hace ella misma una creencia práctica en esta medida; y toda proposición que no sea pura jerga metafísica y charlatanería debe tener alguna influencia posible en la práctica. La diagonal de un cuadrado es inconmensurable con su lado. Es difícil ver qué diferencia experiencial puede haber entre magnitudes conmensurables e inconmensurables; pero hay ésta, que es inútil intentar encontrar la expresión exacta de la diagonal como una fracción racional del lado. Aún así, no se sigue que, debido a que toda creencia teórica es, al menos indirectamente, una creencia práctica, éste sea el significado completo de la creencia teórica. De las creencias teóricas, en la medida que no son prácticas, podemos distinguir entre las que son expectativas y las que ni siquiera lo son. Una de las más simples, y por esa razón una de las más difíciles, de las ideas que le incumbe al autor de este libro ocuparse en hacer que el lector conciba, es que el sentido del esfuerzo y la experiencia de cualquier sensación son fenómenos del mismo tipo, implicando por igual la experiencia directa de la dualidad de lo Exterior y lo Interior. La psicología del sentido del esfuerzo no está aún satisfactoriamente elaborada. Parece ser una sensación que de alguna forma surge cuando los músculos estriados están sometidos a una tensión. Pero aunque ésta sea la única forma de estimularla, una imaginación suya se evoca por asociación, con ocasión de otras sensaciones leves, incluso cuando los músculos no están contraídos; y esta imaginación puede a veces interpretarse como signo de un esfuerzo. Pero aunque el sentido del esfuerzo es así meramente una sensación, como cualquier otra, es una en la que la dualidad que aparece en toda sensación es especialmente prominente. Un sentido de ejercicio es al mismo tiempo un sentido de encontrar una resistencia. El ejercicio no puede experimentarse sin resistencia, ni la resistencia sin el ejercicio. Todo es un sentido, pero un sentido de dualidad. Toda sensación implica el mismo sentido de dualidad, aunque menos señaladamente. Ésta es la percepción directa del mundo externo de Reid y Hamilton. Ésta es la probatio ambulandi, que Diógenes Laercio quizás no sitúa bien. Un idealista no necesita negar la realidad del mundo externo, no más de lo que hizo Berkeley. Porque la realidad del mundo externo no significa nada más que esa experiencia real de la dualidad. Aún así, muchos la niegan, - o piensan que lo hacen. Muy bien; un idealista de ese tipo está deambulando por la calle Regent, pensando en el absoluto sin sentido de la opinión de Reid, y especialmente en la tonta probatio ambulandi, cuando un borracho que viene tambaleándose por la calle inesperadamente lanza su puño y le da en el ojo. ¿Qué ha pasado con sus reflexiones filosóficas ahora? ¿Será tan incapaz de liberarse de los prejuicios que ninguna experiencia pueda mostrarle la fuerza de ese argumento? Puede que haya alguna unidad subyacente bajo la súbita transición de la meditación al asombro. Aceptemos eso: ¿Se sigue de ello que esa transición no tuvo lugar? ¿No es la transición una experiencia directa de la dualidad del pasado interior y el presente exterior? Un pobre analista es aquel que no puede ver que lo inesperado es una experiencia directa de la dualidad, que así como entonces no puede haber esfuerzo sin resistencia, así no puede haber subjetividad de lo inesperado sin la objetividad de lo inesperado, que ambas son meramente dos aspectos de una experiencia que se dan juntos y superan toda crítica. Si el idealista se sobrepusiera y se dispusiera a discutir con el agresor, diciendo 'Tú no puedes haberme golpeado, porque no tienes existencia independiente, sabes', el agresor podría responder, 'Me atrevo a decir que no tengo existencia independiente suficiente para eso; pero tengo existencia independiente suficiente para hacerte sentir de manera diferente a la que estabas esperando sentir'. Cualquier cosa que impresione al ojo o al tacto, cualquier cosa que impresione al oído, cualquier cosa que afecte a la nariz o al paladar, contiene algo inesperado. La experiencia de lo inesperado nos impone la idea de la dualidad. ¿Dirás, "Sí, la idea se nos impone, pero no se experimenta directamente, porque sólo lo que está dentro se experimenta directamente"?. La respuesta es que la experiencia no significa nada más que únicamente algo de naturaleza cognitiva que la historia de nuestras vidas nos ha impuesto. Es indirecta, si se requiere el medio de alguna otra experiencia o pensamiento para hacerla aparecer. La dualidad, pensada en abstracto, sin duda requiere la intervención de la reflexión; pero aquello sobre lo que está reflexión está basada, la dualidad concreta, está ahí en la propia experiencia misma.

A la luz de estas puntualizaciones, percibimos que únicamente hay esta diferencia entre una creencia práctica y una expectativa en tanto no implica propósito de esfuerzo, a saber, que la primera espera una sensación muscular, y la segunda una sensación no muscular. La expectativa consiste en el sello de aprobación, el acto de reconocimiento como propio de uno, emplazado por un acto del alma en una anticipación imaginaria de la experiencia; de forma que, si se cumpliera, aunque la experiencia actual contenga, en cualquier caso, bastante de lo inesperado como para reconocerlo como externo, aún así la persona que está expectante casi proclamará el acontecimiento como suyo, su triunfante 'te lo dije' implicando un derecho a esperar eso mismo de un mundo justamente regulado. Un hombre que se introduzca en una tribu bárbara y anuncie un eclipse total de Sol para el día siguiente, no sólo esperará "su" eclipse de la naturaleza, sino el debido crédito por ello por parte de esa gente. Con todo esto, estoy ocupándome de dar forma de tal manera a lo que tengo que decir como para mostrar, además, la estrecha alianza, la identidad familiar, de las ideas de externalidad e inesperabilidad.

Respecto a creencias puramente teóricas que no sean expectativas, si van a significar algo, deben ser de alguna manera expectativas. La palabra esperar la aplican, ahora y antes, hablantes descuidados e ignorantes, especialmente los ingleses, a lo que se supone respecto del pasado. No es un lenguaje ilógico: sólo es elíptico. "Supongo que a Adán le habrá dolido un poco que le extrajeran una costilla", se puede interpretar que significa que la expectativa es tal como se encontrará cuando los secretos de todos los corazones se muestren desnudos. La historia no tendría el carácter de una ciencia verdadera si no fuera permisible esperar que se presentarán nuevas evidencias en el futuro que puedan poner a prueba las hipótesis de los críticos. Una teoría que pudiera ser absolutamente demostrada en su totalidad por acontecimientos futuros, no sería una teoría científica sino una mera muestra de las artes adivinatorias. Por otro lado, una teoría que rebasa lo que puede ser verificado con cierto grado de aproximación por los acontecimientos futuros, es, en esa medida, cháchara metafísica. Decir que una ecuación de segundo grado que no tiene una raíz real tiene dos raíces imaginarias diferentes, no suena como si pudiera tener relación alguna con la experiencia. Aún así es estrictamente expectativo. Enuncia lo que sería esperable si tuviéramos que tratar con cantidades que expresan las relaciones entre los objetos relacionados unos con otros como los puntos del plano de cantidad imaginaria. De esta manera, la creencia acerca de la inconmensurabilidad de la diagonal se relaciona con lo que puede esperar una persona que trata con fracciones; aunque no significa nada en absoluto respecto a lo que se puede esperar de las medidas físicas, que son, por su propia naturaleza, sólo aproximadas. Examinemos una creencia destacadamente abstracta; y veamos si hay alguna expectativa en ella. Riemann declaró que el infinito no tiene nada que ver con la ausencia de un límite sino que se refiere únicamente a la medición. Esto significa que si una superficie limitada se midiera de la forma adecuada se encontraría que es infinita, y que si una superficie ilimitada se midiera de la forma adecuada se encontraría que es finita. Se refiere a lo que puede esperar una persona que trata con diferentes sistemas de medida4.

Comienza ahora a parecer con fuerza que quizás toda creencia implique a la expectativa como su esencia. Eso es todo lo que se puede decir justamente. Todavía no tenemos la seguridad de que esto sea verdad de todo tipo de creencia. Una clase de verdades aceptadas que hemos dejado de lado es la de los hechos perceptivos directos. Pongo un lacre, ante mí, lo miro y me digo, "Ese lacre parece rojo". ¿Qué elemento de expectativa hay en la creencia de que el lacre parece rojo en este momento?

Para tratar esta cuestión, es necesario establecer una distinción. Toda creencia es creencia en una proposición. Ahora bien, toda proposición tiene su predicado que expresa lo que se cree, y sus sujetos que expresan acerca de qué se cree. Los gramáticos de hoy prefieren decir que una oración no tiene más que un sujeto, que se pone en nominativo. Pero desde un punto de vista lógico la terminología de los viejos gramáticos era mejor, ellos hablaban del sujeto nominativo y del sujeto acusativo. No sé si hablaban del sujeto dativo; pero en la proposición "Antonio dio un anillo a Cleopatra", Cleopatra es tan sujeto de lo que se quiere decir y se expresa como lo es el anillo o Antonio. Una proposición, pues, tiene un predicado y un número de sujetos. Los sujetos son o nombres de objetos bien conocidos para el emisor y para el interprete de la proposición (si no no podría interpretarla) o son virtualmente casi indicaciones de cómo proceder para ganar conocimiento de aquello a lo que se refiere. De esta manera, en la oración "Todo hombre es mortal", el "Todo hombre" implica que el intérprete tiene libertad para elegir a un hombre y considerar la proposición aplicable a él. En la proposición "Antonio dio un anillo a Cleopatra", si el intérprete pregunta, ¿Qué anillo?, la respuesta es que el artículo indeterminado muestra que es un anillo que podría habérsele indicado al intérprete si hubiera estado allí; y que la proposición sólo se enuncia del anillo convenientemente elegido. El predicado, por otro lado, es una palabra o frase que evocará en la memoria o en la imaginación del intérprete imágenes de cosas como las que ha visto o imaginado y puede ver de nuevo. De esta manera, 'dio' es el predicado de la última proposición, y proporciona su significado porque el intérprete ha tenido muchas experiencias en que se hacían regalos; y una especie de fotografía compuesta de ellas aparece en su imaginación. Se me dice que "La sacarina es 500 veces más dulce que el azúcar de caña". Pero yo nunca he oído hablar de la sacarina. Al investigar, encuentro que es el sulfato del ácido ortosulfobenzoico; es decir, es la talimida en que un grupo CO es reemplazado por SO2 . Puedo ver sobre el papel que pudiera haber una sustancia tal. Que sea "500 veces más dulce que el azúcar" produce una idea bastante confusa de un tipo general muy familiar. Lo que deba esperar lo expresa el predicado, mientras que los sujetos me informan de en qué ocasión debo esperarlo. Diógenes Laercio, Suidas, Plutarco y un biógrafo anónimo nos dicen que Aristóteles no podía pronunciar la letra R, yo sitúo a Aristóteles perfectamente, claro. Él es autor de obras que leo a menudo y que admiro profundamente y cuya fama supera con creces a la de cualquier otro lógico, - el príncipe de los filósofos. Yo también he conocido a personas que no podían pronunciar la R; pero en otros aspectos no se parecían a Aristóteles, - ni siquiera Dundreary. Si me lo encontrara en los Campos Elíseos, sabría qué esperar. Esa es una suposición imposible; pero si alguna vez me encuentro con un gran lógico, patilargo y con la mirada incrédula, que no puede pronunciar la R, me interesará saber si tiene otras características de Aristóteles. He seleccionado este ejemplo como uno que a una mirada superficial no le parecería que implica la más mínima expectativa; y si este testimonio de cuatro testigos respetables, tan independientes como podrían serlo bajo las circunstancias, esté destinado a no recibir nunca ni confirmación ni contradicción ni a ver de ninguna otra manera sus probables consecuencias confrontadas con la experiencia futura, entonces en verdad no porta ninguna expectativa. En ese caso, es un cuento ocioso que podría haber sido también, para cualquier propósito práctico, la creación de un poeta irónico. En ese caso, no supone, hablando propiamente, ninguna aportación al conocimiento, porque como mínimo es sólo probabilidad y la probabilidad no puede ser reconocida como conocimiento a menos que esté destinada a verse indeterminadamente aumentada en el futuro. El conocimiento que no tenga ninguna consecuencia posible sobre ninguna experiencia futura, - que no suscite ningún tipo de expectativa, - sería información respecto a un sueño. Pero en verdad no puede presumirse ninguna cosa así de conocimiento alguno. Esperamos que con el tiempo producirá, o reforzará, o debilitará alguna expectativa determinada. Demos a la ciencia sólo cien siglos más de desarrollo en progresión geométrica, y podría esperarse que encontrara que las ondas sonoras de la voz de Aristóteles de alguna forma se han registrado. Si no, sería mejor dar los informes a los poetas para que hagan algo bonito con ellos, y así darles algún uso humano. Pero lo correcto es esperar a la verificación. La pronunciación defectuosa es lo que se espera; la ocasión es cuando la voz de Aristóteles se oiga virtualmente de nuevo o cuando tengamos alguna otra información que confirme o refute estos informes.

Ahora bien, si el lector dijera, "Diga lo que quiera, el enunciado de que Aristóteles era (en Griego) simplemente evoca en el oído mental la voz de un hombre que no puede pronunciar la letra R, y le pone a esa imagen el rótulo de Aristóteles, un hombre que vivió 300 años antes de Cristo", el autor podría sorprenderle y decepcionar a cualquiera que haya convencido al declarar "Estoy totalmente de acuerdo con Ud."; sólo que este enunciado, que es idéntico al anterior, aunque traducido a otro lenguaje, no significa nada salvo que si se ha traído, directa o indirectamente, a Aristóteles ante nuestra experiencia, se encontrará, si es que se le encuentra, que no puede pronunciar la R. Distingamos entre la proposición y la enunciación de esa proposición. Demos por supuesto, si Ud. lo permite, que la proposición misma meramente representa una imagen con un rótulo o indicador ligado a ella. Pero enunciar esa proposición es hacerse uno responsable de ella, sin tasa determinada alguna, es verdad, pero con una tasa que no es menor por no estar denominada. Ahora bien, una ley ex post facto está prohibida por la Constitución de los Estados Unidos de América, pero un contrato ex post facto está prohibido por la constitución de las cosas. Un hombre no puede prometer lo que el pasado haya sido, si lo intenta. Es evidente que garantizar que si un trabajo no ha estado ya bien hecho uno lo pagará, y que garantizar que si se encontrara que no ha estado ya bien hecho, uno lo pagara, tienen uno y el mismo significado. Una u otra de estas expresiones en consecuencia debe ser elíptica o unilateral de otra manera, si no las dos. Pero nadie sostendrá que prometer pagar por el trabajo si se confirmara que no ha estado ya bien hecho en realidad significa prometer pagarlo si de hecho no ha estado ya bien hecho, se confirme o no. Sería igualmente absurdo decir que había un tercer significado que se referiría a un pasado no confirmado. Se sigue, pues, que contratar el pagar dinero si algo en el pasado ha estado o no ha estado hecho sólo puede significar que el dinero se pagará si se confirma que el suceso ha ocurrido o no ha ocurrido. Pero no habría razón alguna por la cuál el sentido literal no se entendería si tuviera algún sentido. Por lo que no puede haber significado alguno en hacerse uno responsable de un suceso pasado independiente de su confirmación futura. Pero enunciar una proposición es hacerse uno responsable de su verdad. En consecuencia, el único significado que puede tener el enunciado de un hecho pasado es que si en el futuro se confirma la verdad, así se confirmará que es así. Parece que no hay una salida racional a esto.

Ahora tomemos un juicio perceptivo "Este lacre parece rojo". Toma algún tiempo escribir esta oración, emitirla, o incluso pensar en ella. Debe referirse al estado del percepto en el momento en que el juicio comenzó a hacerse. Pero el juicio no existe hasta que está completamente hecho. Por lo que sólo se refiere a un recuerdo del pasado: y todo recuerdo es posiblemente falible y sujeto a crítica y control. El juicio, entonces, sólo puede significar que, en la medida en que el carácter del percepto pueda alguna vez ser confirmado, se confirmará que el lacre parecía rojo.

Quizás este asunto pueda expresarse menos paradójicamente. Todo el mundo estará de acuerdo en que no tendría absolutamente ningún significado decir que el azufre tiene la singular propiedad de volverse rosa cuando nadie lo mira, volviendo instantáneamente al amarillo antes de que la mirada más rápida pudiera detectar su color rosa, o decir que el cobre está sujeto a la ley de que mientras no sufre presión, es perfectamente maleable, endureciéndose en proporción a la presión que sufra; y en general una ley que nunca fuese operativa sería una fórmula vacía. En realidad, algo no muy distante del enunciado sobre el cobre se encuentra en todos los tratados de dinámica, aunque sin limitarlo a una sustancia en particular. A saber, se establece que no puede ejercerse fuerza tangencial alguna sobre un fluido perfecto. Pero ningún escritor lo presenta como una declaración de un hecho: se da meramente como definición. Por lo tanto, una ley que nunca fuese operativa no tiene existencia positiva. En consecuencia, una ley que ha sido operativa por última vez ha cesado de existir como ley, salvo como una mera fórmula vacía que pudiera ser conveniente permitir que quedara. Por lo que declarar que una ley existe positivamente es declarar que será operativa, y por lo tanto que se refiere al futuro, incluso aunque sólo sea condicionalmente. Pero decir que un cuerpo es duro, o rojo, o pesado, o que tiene un peso determinado, o cualquier otra propiedad, es decir que está sometido a la ley y en consecuencia es una declaración que se refiere al futuro**. Lo mismo es verdad si decimos que un cuerpo rota o que dos cuerpos chocan uno con otro. Siempre implica alguna regularidad, y la enunciación de esa regularidad implica una referencia al futuro. Pero es posible que el Lector pueda oponer que esta observación deja de ser verdad cuando se aplica a hechos de conciencia. Puede, por ejemplo, argumentar como sigue: Supongamos que un hombre, sordo como una tapia, mientras camina solo una noche oscura ve un relámpago. Imaginemos que nadie más lo ve, y que él mismo lo olvida por completo, y que no deja ningún tipo de rastro de su efecto. Aún así, es un hecho que ese relámpago ocurrió; ya que fue visto. Se ha sugerido que puesto que algunas personas bajo el efecto de la anestesia dicen cosas que olvidan completamente, puede ser que el efecto global sea simplemente el de disolver las conexiones de la conciencia; por lo que el dolor de una operación se siente igual; sólo que directamente se olvida. ¿Puede alguien pretender que esta teoría carece de todo significado, y que no sentir dolor alguno es absolutamente el mismo hecho que sentirlo y olvidarlo? Si esto es así, entonces el hecho es que todos los hombres están toda la vida sintiendo torturas penosísimas, pero olvidándolas tan totalmente, que no son conscientes de su continua e intensa agonía, y se imaginan libres de la más mínima molestia. Nada sería más absurdo.


Notas

* Desde aquí hasta donde se indican con dos asteriscos, prácticamente hacia el final del texto, se corresponde exactamente con lo publicado en CP 5.538-545 [Nota del T.].

1. Desde el principio hasta el asterisco, el texto es prácticamente idéntico al de MS 598 [Nota del T.]

2. Nota del autor en el margen: Creencia en este libro se utiliza para denotar un estado mental en el que una proposición es considerada verdadera, y/ o considerada satisfactoria como representación de un hecho. No se utiliza en ningún sentido en el que se oponga a conocimiento, ni se limita en lo más mínimo a principios religiosos. El significado original del verbo teutónico se supone haber sido considerar satisfactoria. La creencia, en todos sus usos, es un estado de satisfacción; y en el sentido en el que está confinado en este libro, satisfacción con una proposición al estar libre de error. Pero cuando se introduce la interpretación pragmaticista, el significado se inclinará hacia el más habitual.

3. Nota del autor en el margen: Las causas de este extraordinario estado de cosas no son difíciles de descubrir (... aunque complejas...). Me gustaría dejar de explicarlas, ya que así dejaría claro que el cuerpo de académicos con el que tengo una simpatía fraternal, no debería ser moralmente condenado por su falta. Pero sería contrario a los intereses del lector desviarse de esta manera, y debo atenerme al tema.

4. Nota del autor en el margen: La iglesia católica exige que los creyentes crean que los elementos de la eucaristía se transforman realmente en carne y sangre, aunque todos sus 'accidentes sensibles', es decir, todo lo que se puede esperar de la experiencia física, sigan siendo los del pan y el vino. La iglesia protestante episcopal exige que sus ministros enseñen que sus elementos permanecen realmente pan y vino, aunque tengan efectos espirituales milagrosos diferentes de los del pan y vino ordinarios. "No y no", dicen los católicos, "no sólo tienen esos efectos espirituales sino que realmente han transmutado". Pero el lego declara que no puede entender la diferencia. "Eso no es necesario", dice el sacerdote, "puedes creerlo implícitamente". ¿Qué significa eso? Significa que el lego debe confiar en que si pudiera entender el asunto y conocer la verdad, encontraría que el sacerdote tenía razón. Pero la confianza, - y la palabra creencia significa primariamente confianza, - está referida esencialmente al futuro, o a un futuro contingente. La implicación es que el lego puede algún día llegar a conocer, presumiblemente, en otro mundo; y que él puede esperar que si algún día llega a conocer, encontrará que el sacerdote tenía razón. De esta manera, el análisis muestra que incluso respecto a un asunto tan excesivamente metafísico, la creencia, si puede haber alguna creencia, tiene que implicar a la expectativa como su esencia propia...


Fin de: "Las reglas de la razón", Charles S. Peirce (c.1902). Fuente textual en MS 596.

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Fecha del documento: 28 de septiembre 2006
Ultima actualización: 27 de febrero 2011

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