RECENSIÓN DE ENSAYOS CIENTÍFICOS, POLÍTICOS Y ESPECULATIVOS,
DE H. SPENCER


Charles S. Peirce (1891)


Traducción castellana de Hedy Boero (2011)


La recensión de Peirce de Ensayos científicos, políticos y especulativos de Herbert Spencer fue publicada sin título y sin firma en The Nation, el 8 de octubre de 1891 y reproducida en New York Evening Post, el 13 de octubre de 1891. Este texto corresponde a P 450 y ha sido traducido a partir de la transcripción que puede encontrarse en W 8.242-244. La reseña comienza con un comentario sobre el trabajo realizado en la teoría ética, que Peirce aprecia por proporcionar “un motivo digno a la moral conservadora en una época en que todo es confuso y en peligro de extinción”. Luego critica una vez más a Spencer por su apego a los primeros principios indudables, la exactitud absoluta, y la creencia en el poder explicativo supremo de la ley de la conservación de la energía.



La teoría de la ética que últimamente ha ido tomando forma bajo las manos de Stephen, Spencer y otros1, es, desde un punto de vista práctico, uno de los dones más importantes que la filosofía haya conferido alguna vez al mundo, ya que suministra un motivo digno a la moral conservadora en una época en que todo es confuso y en peligro de extinción por la tormenta del pensamiento nuevo, la desintegración de los credos, y el fracaso de todas las evidencias de una vida futura elevada.

Lo poco de nuevo en que se contribuye a la teoría ética en la presente edición de  los ensayos del Sr. Spencer se encuentra en los ensayos sobre la "Ética de Kant" y sobre "La ética política absoluta"2. Era muy poco probable que las adiciones fuesen a aumentar la sólida reputación del Sr. Spencer. La popularidad de su doctrina probablemente ha pasado su meridiano. En uno de los nuevos ensayos, cita con admiración el dicho magnífico de Huxley, "La ciencia comete suicidio cuando adopta un credo". Ese es justo el principio de muerte que acecha en la filosofía de Spencer. Es un credo en el que se erige, sobre axiomas fundados sólo en lo inconcebible de sus opuestos contradictorios, y considerado como absolutamente indudable. Uno de los siete ensayos mencionados en la página del título se refiere a la discusión sobre el origen a priori de los axiomas. Pocos psicólogos, si acaso alguno, discutirían ahora el origen instintivo de las ideas desde las cuales las tres leyes del movimiento han venido a evolucionar bajo la influencia de la experiencia y la reflexión. Pero es una cosa muy diferente decir que estas leyes son, sin duda, precisamente ciertas. Para una creencia semejante no puede haber la menor garantía. De la misma manera, puede ser cierto que todo razonamiento científico postula algo que los hombres tratan de formular como la uniformidad general de la naturaleza; pero de ningún modo se desprende de esto que el razonamiento no pueda descubrir que este postulado no es exactamente cierto. Eso sería como insistir en que debido a que la astronomía se basa en observaciones, por eso el astrónomo no puede deducir de estas observaciones sus errores probables. La ciencia o la filosofía no pueden por sí cometer suicidio; pero un método de investigación que no proporcione los medios para la rectificación de sus primeros principios, ha mezclado y se ha tragado su propio veneno y tiene que esperar una muerte inevitable. Lo que explica el éxito de la ciencia moderna es que ha perseguido un método que corrige sus propias premisas y conclusiones. Esto nos recuerda a ciertos métodos de cálculo aritmético, donde los errores de cifrado no tienen ningún efecto, pero que desaparecen a medida que avanza el proceso. De igual manera la investigación filosófica, que se inicia necesariamente en la ignorancia, no debe perseguir un método por el cual se permita el error de sus primeras suposiciones para conservar su efecto completo hasta el final, si no se malogrará.

El más interesante de los ensayos nuevos es ese sobre "Los factores de la evolución orgánica", en el que el autor recomienda casi irresistiblemente la evidencia indirecta de la transmisión de los caracteres adquiridos. Al igual que en la cuestión de la generación espontánea, la prueba directa es débil, si no completamente deficiente. Pero la fuerza de los hechos generales y las consideraciones indirectas parecerán, al menos para los espectadores de la controversia, suficientes para eliminar toda duda. Bien dice Spencer que muchos de los evolucionistas modernos son más darwinianos de lo que Darwin fue nunca; sin embargo, en parte, lo contrario es cierto. El motivo intelectual que ha dado lugar a la especulación evolutiva en la biología es el deseo de descubrir las leyes que determinan la sucesión de las generaciones. Esto implica, en cierto sentido, un “postulado” de que los fenómenos están sujetos a la ley; pero pasar a la suposición hecha por los neo-darwinistas de que la forma de cada individuo es la resultante matemática de las formas de sus antepasados, no es ser más darwiniano que Darwin, sino, por el contrario, es mutilar seriamente su teoría.

Spencer cita el viejo dogma de que la naturaleza aborrece el vacío como un ejemplo de una explicación meramente verbal. Un lector del ataque de Boyle a la máxima, mientras se hizo una creencia viva, apenas la juzgaría así, ya que la Naturaleza fue concebida como una especie de ser vivo, mediando entre el Creador y el universo. Sin embargo, como la aversión de la Naturaleza al vacío permaneció un tanto irracional, Spencer tiene razón cuando dice que la teoría le dio poca ayuda para comprender los hechos. Pero entonces, ¿qué diremos de una teoría que se propone explicar todo el crecimiento y su colector inagotable de resultados por la ley de la conservación de la energía –es decir, por una mera uniformidad en el movimiento de la materia, una mera descripción general de ciertos fenómenos? Suponer una inteligencia, siempre que sólo nosotros podamos ver sus actos de forma inteligente, es suponer lo que es inteligible par excellence. Pero suponer que la materia ciega está sujeta a una ley primordial, con nada más que lo Incognoscible más allá, parece dejar todo tan incomprensible como bien podría ser, y así fallar por completo en cumplir la función de una hipótesis.

Además, la ley de la fuerza viva (vis viva) es claramente violada en los fenómenos de crecimiento, ya que este no es un proceso reversible. Para explicar tales acciones –de las cuales la viscosidad y la fricción son ejemplos–, los físicos recurren a la consideración de encuentros fortuitos entre trillones de moléculas, y es un rasgo científico admirable de la hipótesis darwiniana que, con el fin de dar cuenta de una operación irreversible similar, la de crecimiento, recurre por igual a la doctrina de las posibilidades en sus variaciones fortuitas. El intento de algunos seguidores de Darwin de abandonar este rasgo de la teoría no es científico. También es destructivo de la teoría, porque si las leyes de la herencia se siguen con exactitud matemática, se hace evidente de inmediato que las especies de animales y plantas no pueden haber surgido en algo de la forma en que Darwin supuso que surgieron.

Otra parte interesante de este ensayo es donde el autor llama la atención sobre la fuerte evidencia de un enorme efecto directo sobre las formas animales y vegetales, debido al elemento circundante. Tales consideraciones fortalecen la propuesta del Sr. Clarence King de que las transmutaciones de las especies han sido principalmente causadas por cambios geológicos de magnitud y brusquedad casi catastróficas, que afectan la composición química de la atmósfera y el océano.

En el ensayo, o "entrevista" preparada, sobre "Los estadounidenses", Spencer sostiene, se ha de recordar, que llevamos el evangelio del trabajo demasiado lejos.

 


Notas

1. Leslie Stephen (1832-1904) fue un historiador, filósofo y ensayista inglés, primer editor del Dictionary of National Biography (1885-1891). Entre sus trabajos sobre filosofía, literatura y política destacan History of English Thought in the Eighteenth Century (1876; 1881) y The English Utilitarians (1900). Su otra gran contribución a la filosofía fue The Science of Ethics (G. P. Putnam’s Sons, New York, 1882), uno de los primeros intentos de basar la ética en la teoría evolutiva. Peirce, que poseía una copia del libro, lo tenía en gran consideración. Su reseña de enero de 1901 de Karl Pearson contiene el siguiente comentario: "el libro de Leslie Stephen estaba lejos de pronunciar la última palabra sobre la ética; pero es difícil comprender cómo alguien que lo haya leído reflexivamente pueda continuar sosteniendo la doctrina mixta de que ninguna acción se realiza por alguna otra razón sino que esta tiende a la estabilidad de la sociedad o a la felicidad general" (CP 8.141).

Herbert Spencer había publicado en 1879 la primera parte de sus Principles of Ethics, bajo el título The Data of Ethics (Williams & Norgate, London, 1879).

Los "otros" a los que Peirce alude podrían incluir a Samuel Alexander, cuyo Moral Order and Progress apareció en 1889.

2. Estos son los ensayos quinto y sexto en el tercer volumen de la colección (H. Spencer, Essays, Scientific, Political and Speculative, 3 vols., Appleton, New York, 1891). "The Ethics of Kant" apareció primero en The Fortnightly Review 50 (1888), p. 142-156, y "Absolute Political Ethics" en The Nineteenth Century 27 (1890), pp. 119-130.

 


Fin de: Recensión de Ensayos científicos, políticos y especulativos de Herbert Spencer, London: Williams and Norgate, 1901. Publicada en The Nation, el 8 de octubre de 1891( W 8.242-244, 1891)

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Fecha del documento: 22 de abril 2012
Última actualización: 22 de abril 2012


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