RECENSIÓN DE ENSEÑANZAS MORALES DE LA CIENCIA,
DE ARABELLA B. BUCKLEY
1


Charles S. Peirce (1892)


Traducción castellana de Hedy Boero (2010)


Recensión de Enseñanzas morales de la ciencia, de Arabella Burton Buckley, D. Appleton & Co., 1892. Publicada en The Nation, el 2 de junio de 1892 (CN 1.155-157; W 8.345-348, 1892)




Sería difícil nombrar otro tema tan importante, vasto y difícil –un tema que no todos los filósofos de primer orden serían capaces de tratar de manera adecuada. No es suficiente la mera idea clara de un aspecto de la filosofía; se requiere una apreciación plena de lo que pertenece al espíritu de todas las diferentes escuelas principales de pensamiento. Decir que el tema está más allá de las fuerzas de la autora no es ningún menosprecio. Tampoco ha procurado ningún debate profundo o filosófico. No es la ciencia quien ha dictado sus enseñanzas, sino las ideas tradicionales, para las que ingeniosamente encuentra aprobación considerable en hechos de la historia natural. Pero estos hechos son un tanto aislados y esporádicos; no son los hechos principales de ninguna teoría científica actual. Que jueguen una parte tan pequeña en la ciencia quizás indica un defecto en las teorías científicas.

Dos cosas muy diferentes podrían entenderse por "enseñanzas morales de la ciencia". En primer lugar, la prosecución de la investigación científica requiere y fortalece necesariamente ciertas cualidades morales, con total independencia de cuáles puedan ser los resultados de esa investigación, y las enseñanzas morales implicadas deben ser innegablemente buenas, en cuanto que –aunque puedan ser unilaterales– van fortaleciendo sólo una parte de la naturaleza moral, y dejando otra parte descuidada. La primera de estas enseñanzas es la equidad perfecta y la indiferencia moral en cuanto al resultado de cualquier investigación. Supongamos, por ejemplo, que la investigación sea la lectura correcta de un texto de la Escritura, "No robarás" o "Robarás". (Elegimos a propósito un caso imposible, a fin de liberar el ejemplo de perplejidades.) Hay un argumento concluyente que cabe extraer de la naturaleza moral del hombre de que la primera y no la segunda debe ser la lectura correcta. Sin embargo, al estimar la fuerza de la evidencia puramente histórica –a fin de ser científicos, a fin de ser lógicos– debemos, por el momento, retirar, si podemos, todos los prejuicios de nuestra mente, y mirar los dos mandamientos con una mirada indiferente; sin rechazar ninguna consideración, pero dejándolas de lado por el momento. Muchos grandes científicos van a la iglesia, y allí son muy diferentes a lo que son en sus laboratorios. En un momento estudian un aspecto de la verdad, en otro momento, otro. Para considerar cualquiera de los dos aspectos justa y honestamente, el otro debe ser excluido por el momento. Si entran en conflicto, la presunción, la fe del hombre de ciencia es que esto es porque la última palabra no ha sido dicha, de un lado o del otro; en todo caso, se debe esperar, al menos, que haya un lugar final de descanso que sea satisfactorio para ambos puntos de vista.

La absoluta franqueza al reconocer los hechos y sus efectos, sin intentar desestimar las dificultades reales, de tal modo que se ajusten a una conclusión prevista, es el primerísimo punto de la moral científica. El hombre de ciencia debe esforzarse por llegar a los hechos de observación, sin estar distorsionados por ninguna teoría o doctrina, sea moral, política o física. No le agrada en absoluto que sus observaciones estén de acuerdo muy bien unas con otras. Eso le hace sospechar que algo está mal. Una discrepancia obstinada es su deleite, porque muestra que está en el camino de aprender algo que todavía no sabe. Fue una pequeña discrepancia en la posición del planeta Marte, de un cuarto del ancho de la luna, lo que llevó a Kepler2, quien no la pasó por alto, al descubrimiento de sus dos primeras leyes, y así hizo posible el descubrimiento de Newton, y abrió el camino para toda la ciencia moderna. Nada, es cierto, es más común que encontrar hombres de ciencia admirables extrañamente incapaces de ver la fuerza de ciertos tipos de evidencia; como muchos hombres de medicina estuvieron ciegos largo tiempo ante las evidencias de la teoría microbiana de las enfermedades de constitución aguda. Quizás ellos sean incluso mejores hombres de ciencia por esto, dentro de un campo limitado; pero en un campo más amplio es un defecto fatal. Dejad que los abogados tengan sus normas para excluir ciertos tipos de testimonio si quieren, pero la ciencia no debe excluir nada, ni siquiera las fantasías y tradiciones de los hombres. Por otra parte, la ciencia no debe confundir diferentes órdenes de premisas. Debe permitir que los instintos y las supersticiones expresen su opinión, sin restricción, y escucharlas; y entonces debe permitir que la observación científica exprese su opinión, igualmente sin restricción. La ciencia erigirá una teoría que haga plena justicia a ambos órdenes de hechos, si puede. Pero ya sea que pueda o no, recogerá nuevos hechos en todos los terrenos para ver si confirman una teoría existente o sugieren una nueva.

Pero la Sra. Buckley Fisher entiende con razón por "enseñanzas morales de la ciencia" algo diferente de tales enseñanzas de la lógica científica. Ella quiere decir las creencias y tendencias morales y espirituales que están en armonía con los descubrimientos y teorías de la ciencia. Ahora bien, sostener que estas enseñanzas morales de la ciencia son necesariamente sólidas y sanas es una creencia absolutamente carente de rigor científico, porque no se ve confirmada por los hechos, sino que es simplemente un optimismo frívolo. La ciencia es incompleta; es esencialmente incompleta, lo que queremos decir por ciencia es la suma de la actividad humana en cualquier época en la senda del descubrimiento; y donde todo ha sido descubierto de una vez, esta actividad debe cesar. La verdadera ciencia nunca pronuncia un ultimátum. Los escritores de filosofía siempre lo están haciendo. Hombres como Spencer establecen el principio de conservación de la energía como un principio fundamental y primordial del universo; pero un científico puro está desconcertado por saber qué pueda significar una verdad semejante. Para él la conservación de la energía es un principio que puede adoptar seguramente en todo razonamiento acerca de las masas grandes y no organizadas, y con poca vacilación de moléculas y átomos, y que con toda certeza es aplicable, en gran medida por lo menos, en relación a la materia viva. Pero qué significa la universalidad absoluta, o si esto significa algo en absoluto, no lo sabe ni le importa mucho. La ciencia sólo trata con lo que es probable que suceda dentro de un campo de experiencia en un tiempo moderado. No tiene nada en absoluto que decir acerca de las verdades eternas, y sus enseñanzas morales son necesariamente defectuosas si tales verdades tienen algo que ver con la moral. Pero la ciencia no tiene realmente ninguna pretensión de enseñar cosas espirituales; y las que con suficiente razón se llaman sus enseñanzas morales –es decir, las visiones de cuestiones espirituales que tienen una semejanza general con los descubrimientos que la ciencia ha hecho hasta la fecha– son doctrinas por las cuales la ciencia no responde en lo más mínimo.

Nadie que analice estas enseñanzas comprensiva e imparcialmente puede negar totalmente, hasta cierto punto, que han sido en lo principal claramente anticristianas. El primer rasgo general de la naturaleza que atrajo la atención de los científicos modernos fue el predominio de la ley mecánica; y Robert Boyle, uno de los cristianos más devotos, formuló una filosofía mecánica según la cual el universo trabaja como una máquina. Hagan esta proposición absoluta y universal, y desentonará totalmente con el credo de la cristiandad, pues no deja lugar a las causas finales. Boyle mismo les hizo lugar al limitar la proposición. Por ejemplo, sostuvo que en el principio no existía semejante mecanismo, hasta que Dios hizo sus planes; y que, hecho esto, el carácter completo de su acción cambió. Hay una falta terrible de unidad filosófica en tal concepción. La "enseñanza" natural de la ciencia, aunque lejos de ser una conclusión científica, es que toda apariencia de causalidad final es ilusoria. Cristo enseñó que Dios ama a sus hijos, mas no de un modo totalmente inescrutable, sino humano, de modo tal que hay relaciones entre cada hombre y Dios, y las oraciones son elevadas y escuchadas. Aun así las "enseñanzas" de la ciencia reducen a Dios a la condición de un soberano limitado, actuando bajo leyes que no dejan lugar para los favores personales. Esta visión ha penetrado tanto que cuando Tyndall3 propuso una prueba de la oración, la actitud del clero fue menos valiente, con mucho, que la de Elías4 hacia los Tyndall de su tiempo.



Notas

1. Arabella Burton Buckley (1840-1929), fue una escritora y educadora dedicada al área de las ciencias. Nació en Brighton, Inglaterra. Durante doce años fue secretaria del geólogo Charles Lyell, hasta la muerte de él en 1875. Luego, comenzó a dar conferencias y a escribir sobre ciencias. Fue conocida por sus libros ilustrados para introducir a los jóvenes en las ciencias. Algunas de sus obras son: The Fairy-Land of Science (1879); Life and Her Children (1880); Winners in Life’s Race (1883); History of England for Beginners (1887); Insect Life (1901); Birds of the Air (1901).

2. Peirce se refiere a la discrepancia de ocho minutos de arco que Kepler observó entre su "hipótesis vicaria" y las observaciones precisas de Tycho Brahe. Gracias a los datos que Tycho recolectó durante años sobre las órbitas de los planetas –los más precisos y abundantes de la época–, Kepler pudo ir deduciendo las órbitas planetarias reales. Inicialmente intentó el círculo, por ser la más perfecta de las trayectorias, pero los datos observados en la órbita de Marte impedían un correcto ajuste. Esto obsesionó a Kepler ya que no podía pasar por alto un error persistente de ocho minutos de arco. Finalmente comprendió que debía abandonar el círculo y utilizar, en cambio, la fórmula de la elipse. Comprobó que encajaba perfectamente con las mediciones de Tycho y descubrió así que las órbitas de los planetas eran elípticas.

3. John Tyndall (1820-1893) fue un físico irlandés, conocido por su estudio sobre los coloides. Identificó el fenómeno de la difusión de la luz mediante las partículas suspendidas en una solución coloidal, que se llamó "Efecto Tyndall" en su honor. En 1887, confirmó la teoría de biogénesis, formulada por Luis Pasteur en 1864, aplicando esterilización por calentamiento discontinuo, que actualmente se conoce como tyndalización. Evidenció así la existencia de formas microbacterianas por reposo, muy resistentes al calor –lo que derribó la teoría de la generación espontánea, vigente desde 1745–. Gracias a esta demostración se le reconoce como padre de la Microbiología junto a Pasteur.

En cuanto a la prueba de la oración de Tyndall mencionada por Peirce consistía en lo siguiente. Según Tyndall podría ponerse a prueba la eficacia de la oración estableciendo pabellones de hospital separados. En uno se dejaría a los pacientes tratados médicamente, mientras que los pacientes del otro pabellón recibirían solamente el beneficio de la oración. Entonces se podría establecer la tasa de recuperación de los pacientes en relación a la eficacia de la oración.

4. La historia de la prueba de la oración de Elías se relata en 1 Re 18,20-40.

 


Fin de: Recensión de Enseñanzas morales de la ciencia, de Arabella Burton Buckley, D. Appleton & Co., 1892. Publicada en The Nation, el 2 de junio de 1892 (CN 1.155-157; W 8.345-348, 1892)

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Fecha del documento: 3 de enero 2011
Última actualización: 3 de enero 2011


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