Problemas de la filosofía

William James (1911)

Traducción castellana de Juan Adolfo Vázquez (1944)



CAPÍTULO XIII. NOVEDAD Y CAUSALIDAD. LA CONCEPCIÓN PERCEPTUAL

Muchos no quieren creer que el principio racional de la causalidad ha refutado nuestra natural creencia en la actividad como algo real, y el supuesto de que el trabajo realizado puede crear hechos genuinamente nuevos. En estas personas se despierta "le sens de la vie qui s'indigne de tant de discours" y se burla de la concepción "crítica". No hace mucho que el autor llamó "una abstracción incompleta" a la concepción crítica. Pero su "leyes funcionales" y esquematismos son espléndidamente inútiles, y sus negaciones son verdaderas más frecuentemente de lo que se supone. Sentimos como si nuestra "voluntad" moviese nuestros miembros y pasamos por alto las células nerviosas que esa voluntad debe excitar primeramente; pensamos que hacemos sonar el timbre; pero sólo cerramos un contacto y la batería del sótano hace sonar la campanilla; pensamos que la luz de la estrella es la causa de que ahora la veamos; pero las causas son ondas de éter y la estrella puede haberse extingido hace mucho tiempo. Decimos que la causa de nuestro resfrío es la corriente de aire; pero sin la colaboración de ciertos microbios la corriente no hace daño. Mill dice que las causas deben ser antecedentes incondicionales, y Venn que deben ser antecedentes próximos. En las numerosas sucesiones de la naturaleza se ocultan tantos eslabones que rara vez sabemos exactamente cuál es incondicional y cuál es próximo. A menudo la causa que nombramos apresta alguna otra causa para producir el fenómenos: y, como dice Mill, frecuentemente las cosas son más activas cuando suponemos que reciben acción.

Esta vasta cantidad de error en nuestras percepciones instintivas de la concepción perceptual de la causalidad estimula la concepción conceptualista. Un paso más y sospechamos que la actividad causal puede ser un desatino y que sólo pueden ser reales las secuencias y yuxtaposiciones. Escepticismo tan extremado en verdad no hace falta. Otras zonas de la experiencia nos exponen a error y sin embargo no decimos que no haya verdad en ellas. Vemos trenes moviéndose en estaciones cuando en realidad están en reposo, o falsamente creemos movernos, cuando estamos mareados, sin que tales errores nos lleven a negar la existencia del movimiento. Existe; y el problema reside en darle el lugar que le corresponde. Así ocurre con todas las demás ilusiones de los sentidos.

Sin duda existe una experiencia perceptual original de lo que llamamos causalidad, que situamos en diferentes lugares, verdadera o erróneamente, según el caso. Ahora, ¿de dónde procede originariamente la experiencia típica?

Evidentemente la obtenemos de nuestras situaciones de actividad personal. En todas ellas lo que sentimos es que un campo de conciencia anterior que, en medio de su complejidad, contiene la idea de un resultado, se convierte gradualmente en otro campo en el que el resultado aparece como cumplido o como impedido por obstáculos contra los que nos sentimos oprimidos. Ahora que escribo me siento en una de estas situaciones activas, busco con esfuerzo las palabras que sólo a medias prefiguro, pero que, una vez que hayan llegado deberán completar satisfactoriamente el sentido naciente de lo que debería ser. Las palabras deben desprenderse de mi pluma, que se mueve tan obediente a mis deseos que apenas soy conciente de la resistencia o el esfuerzo. Algunas palabras salen equivocadamente y entonces siento una resistencia, no muscular sino mental, que me instiga a realizar un nuevo intento, acompañado por una sensación de mayor o menor esfuerzo. Si la resitencia se ejerciera sobre mis músculos, el esfuerzo contendría un elemento de tensión u opresión que no es tan presente cuando la resistencia es sólo mental. Si esta resistencia física o mental es considerable, puedo abandonar mi intento de superarla o bien, por el contrario, puedo sostener mi esfuerzo hasta haber logrado mi propósito.

Me parece que encontramos la percepción concreta de nuestra actividad causal en esta serie experiencial que se desarrolla continuamente. Si la palabra ha de tener algún significado debe señalar la vivencia que tenemos en ese caso. La manera cómo conocemos la "eficacia" y la "actividad" es lo que éstas parecen ser.

El sujeto de experiencia en tal situación siente el empuje, el obstáculo, la voluntad, la tensión, el triunfo o el pasajero abandono, de la misma manera que siente el tiempo, el espacio, la rapidez o la intensidad, el movimiento, el peso y el color, el placer o el dolor, la complejidad o cualquier otro carácter implicado por la situación. El sujeto pasa por todo lo que pueda imaginarse en lo que se suponga alguna actividad. La palabra "actividad" no tiene contenido salvo las experiencias de proceso, obstáculo, esfuerzo, tensión o aflojamiento, todos ellos última qualia de la vida que nos es dado conocer. Cualesquiera sean los agentes eficaces que puedan existir en este extraordinario universo, es imposible concebirlos experimentados o auténticamente conocidos de otros modo que de esta dramática manera en que algo sostiene un propósito contra ciertos obstáculos, los supera o es superado. El significado de "sostener" es aquí claro para todo el que haya vivido la experiencia; pero a nadie más; así como "sonoro", "rojo" o "dulce" sólo tiene significado para seres con oídos, ojos y lengua. El percipi de estos originales de la experiencia es su esse; el telón es la figura. Si hay algo que se oculta en el fondo no debe llamarse agente causal, sino que debe dársele otro nombre.

La manera como sentimos que nuestros sucesivos campos se continúan unos a otros en estos casos es evidentemente lo que la doctrina ortodoxa significa cuando dice que "de alguna manera" la causa "contiene" el efecto. Lo contiene proponiéndoselo como fin perseguido. Puesto que el deseo de ese fin es la causa eficiente, ésta y la causa final se unen en la totalidad de la actividad personal. Sin embargo, el efecto se da contenido sólo aliquo modo y rara vez se lo prevé explícitamente. La actividad erige más efectos que los que literalmente se propone. El fin es definido de antemano en la mayoría de los casos sólo como una dirección general, en la que le esperan toda clase de novedades y sorpresas. Las palabras que estoy escribiendo ahora me sorprenden; pero las acepto como efectos de la causalidad del escribir. Su "estar contenidas" significa solamente su armonía y continuidad con mi fin general. Llenan los requisitos y las acepto; pero su forma exacta parece determinada por algo externo a mi voluntad explícita.

Si consideramos la multitud de cosas en cuyo seno ocurre la vida humana y preguntamos, ¿cómo han nacido? la única respuesta clara es que los deseos humanos las precedieron y las produjeron. El deseo y la voluntad eran lo que John Mill llamaba causas incondicionales, es decir, causas indispensables sin las cuales no podrían haberse originado los efectos, aunque esto no significa que sean omnisuficientes. La actividad causal humana es el único antecedente incondicional conocido en las obras de civilización; así vemos, como dice Edward Carpenter1, algo parecido a una ley natural, la ley de que en todas partes se está realizando un movimiento que marcha del sentimiento al pensamiento y de aquí a la acción, desde el mundo de los sueños al mundo de las cosas. Puesto que en cada fase de este movimiento surgen novedades, podemos muy bien preguntar, con Carpenter, si no somos testigos de lo que es realmente un proceso esencial de creación que tiene lugar en nuestra propia experiencia personal. ¿No crece el mundo realmente en esta actividad nuestra? y cuando predicamos actividades en otras partes ¿tenemos derecho a suponer algo de especie diferente a esto?

Si tomamos nuestra experiencia perceptual de la acción en su valor aparente y siguiendo las analogías que sugiere, nos encontramos ante la vaga visión que acabamos de describir.

Digo vaga visión porque aún si nuestros deseos fueran un factor causal incondicional en la única parte del universo en que sabemos íntimamente cómo se realiza el trabajo creador, el deseo seguiría siendo un factor aproximado. La parte del mundo más próxima a nuestros deseos, según los fisiólogos, es nuestra corteza cerebral. Si los deseos actúan causalmente sus primeros efectos tendrán lugar en la corteza y sólo a través de innumerables instrumentos nerviosos y musculares se alcanza el efecto último que concientemente trataron de crear. Nuestra confianza en el valor aparente de la percepción era al parecer errónea. No hay tal continuidad entre la causa y el efecto como nos lo hacía creer la experiencia de la actividad. Hay más bien un desgarramiento y lo que ingenuamente suponemos que es continuo está separado por sucesiones causales de cuya percepción somos totalmente inconscientes.

La conclusión lógica parecería ser que aún si lo que la causa es se nos revelara en nuestra propia actividad nos equivocaríamos al creer que de hecho se encuentra allí. En otras palabras, parecería que en esta serie de experiencias comenzaríamos con una ilusión especial, como si un niño naciera en una feria donde se realizan pruebas de kinetoscopio y sus primeras experiencias fueran las de las ilusiones del movimiento del lugar. En este caso se le revelaría la naturaleza del movimiento; pero debería buscar afuera los hechos reales que lo producen. Aún así nuestros actos de voluntad nos pueden revelar la naturaleza de la causalidad; pero saber dónde están situados los hechos de la causalidad es otro problema2. Con esta cuestión ulterior la filosofía deja de comparar la experiencia conceptual con la experiencia perceptual y comienza a investigar hechos físicos y psicológicos.

La percepción nos ha dado una idea positiva del agente causal, pero queda por determinarse si lo que primero parece serlo lo es realmente; si algo más lo es realmente así; o, finalmente, si no existe nada que realmente sea así. Puesto que estas consideraciones nos llevan de inmediato a la relación entre el espíritu y el cerebro, y como se trata de un asunto tan complicado, sería mejor que interrumpiéramos provisionalmente el estudio de la causalidad aquí mismo, con la intención de completarlo cuando el problema de la relación entre el cuerpo y el espíritu se presente ante nuestro examen.

Hasta aquí nuestro resultado parece ser, pues, sólo el siguiente: que el intento de tratar la causa, con fines conceptuales, como un eslabón separable, ha fracasado históricamente, y ha conducido a la negación de la causalidad eficiente y a su reemplazo por la mera noción descriptiva de secuencia uniforme entre los sucesos. Así la filosofía intelectualista una vez más ha tenido que sacrificar nuestra vida perceptual a fin de hacerla "comprensible". Entretanto el flujo perceptual concreto, tomado tal como se presenta, nos ofrece ejemplos perfectamente comprensibles de actividad causal en nuestras propias situaciones activas. Es verdad que la causalidad que pasa por ellas no se nos muestra como un hecho separado para que el concebir lo advierta. Un campo surge tras otro más bien en forma continua, pues parece añadir nuevo ser a la naturaleza, en tanto que la acción causal sazona la totalidad de la secuencia concreta, como la sal el agua en que se disuelve.

Si tomásemos estas experiencias como típicas de lo que es la causalidad real, tendríamos que adscribir una naturaleza experiencial íntima a casos de causalidad que éstas fuera de nuestra vida, como por ejemplo los de orden físico. En otras palabras, tendríamos que defender un "pan-psiquismo" filosófico. Esta complicación, y el hecho de que sucesos cerebrales ocultos parecen ser efectos más "próximos" que aquellos a los que la conciencia se dirige directamente, nos induce a interrumpir provisionalmente nuestro tema aquí. Nuestro principal resultado, hasta este punto, ha sido el contraste entre la manera perceptual y la manera intelectualista de considerarlo3.

 



Notas

1. The Art of Creation [El arte de la creación], 1894, cap. I.

2. Causas y efectos guardan con esto lo que podría llamarse una relación transitiva: como "lo mayor que lo mayor es mayor que lo menor", así "la causa de la causa es la causa del efecto". En una cadena de causas, los términos medios pueden desaparecer y (al menos lógicamente) mantener entre los extremos el puente causal más amplio, envolviendo sin alterar los términos causales más próximos. Esta consideración puede mitigar, al menos provisionalmente, la impresión de falsedad que la crítica psicológica encuentra en nuestra conciencia de la actividad. Retomaremos el tema más adelante con mayores detalles.

3. Casi ningún filósofo ha admitido que la percepción nos puede dar relaciones de una manera inmediata. Invariablemente, las relaciones han sido llamadas obras del "pensamiento" y, por tanto, deben ser una "categoría". La consecuencia de esta manera de plantear el problema se halla bien señalada por Shadworth Hodgson en su detallada obra Metaphysic of Experience [Metafísica de la experiencia]. "Lo que llamamos actividad conciente no es la conciencia de una actividad en el sentido de su percepción inmediata. Trátese de percibir la actividad o el esfuerzo inmediatamente y se advertirá el fracaso; no se hallará qué percibir". (I, 180). Como tampoco hay qué concebir, del modo discreto en que Hodgson desea, tiene que concluir que "la causalidad per se (¿por qué tiene que ser per se?) no tiene justificación científica o filosófica. [...] Todos los casos de causalidad de sentido común se resuelven, al ser analizados, en causas de post hoc, cum illo, evenit istud. De aquí que digamos que en la ciencia y la filosofía se abandona la búsqueda de causas y se le reemplaza por la búsqueda de las condiciones reales (es decir, los antecedentes fenoménicos, meramente) y las leyes del condicionamiento real". También deben reconocerse que las realidades que responden a los términos causa y causalidad per se son imposibles e inexistentes" (II, 374-378).

El autor cuyo punto de vista más se parece al mío (aparte de Bergson, de quien diré más en capítulos posteriores) es James Ward en su Naturalism and Agnosticism [Naturalismo y agnosticismo]. Véase las palabras "actividad" y "causalidad" en el índice. Consúltese también el capítulo sobre "Mental Activity" ["Actividad mental"] en la Analytic Psychology [Psicología analítica] de G. F. Stout, vol. I. También puede consultarse W. James: A Pluralistic Universe, apéndice B. Algunos autores parecen pensar que tenemos una concepción ideal de la auténtica actividad que ninguna de nuestras experiencias iguala, y menos que ninguna las experiencias personales. De aquí se desprende que todas las actividades que imaginamos son falsas, y no porque la actividad sea una idea totalmente espuria. F. H. Bradley parece ocupar una posición similar, aunque no estoy seguro.

 


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Fecha del documento: 8 de mayo 2008
Ultima actualización: 8 de mayo 2008

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