Problemas de la filosofía

William James (1911)

Traducción castellana de Juan Adolfo Vázquez (1944)



CAPÍTULO VIII. VALORES Y DEFECTOS

Podríamos dar por terminado el asunto con el capítulo anterior1 si no fuera por el hecho de que de las hipótesis antagónicas se desprenden más consecuencias que hacen de la alternativa entre el monismo y el pluralismo lo que en la página 79 llamé el más "fecundo" de todos los dilemas metafísicos.

Para comenzar, el atributo de "uno" para muchas personas parece conferir un valor, una inefable dignidad y grandeza al mundo. Estas mismas personas creen que la concepción de una "multiplicidad" irreductible choca contra ese valor.

En segundo lugar, en algunos sectores se supone que una conexión enteramente noética de todo con todo lo demás es indispensable para la racionalidad del mundo. Sólo entonces podríamos creer que todas las cosas realmente se relacionan, en vez de estar conectadas por meras conjunciones "con" o "y". Se supone que la noción obtenida por esta última ordenación pluralista es "irracional", y naturalmente, convierte al mundo en algo parcialmente alógico o no racional, desde un punto de vista puramente intelectual.

De este modo el monismo sostiene que la unidad es el elemento más vital y esencial. Todo el cosmos deber ser una unidad consolidada, dentro de la cual cada miembro está determinado por el todo a ser lo que es, y en la cual se destierra el más mínimo asomo de independencia. El monismo de Spinoza se complace en creer que todas las cosas se siguen de la esencia de Dios tan necesariamente como de la naturaleza de un triángulo se sigue que sus ángulos son iguales a dos rectos. El todo es el que da las partes; no las partes las que producen el todo. El universo es compacto, no suelto, dice el monismo; y se debe tomar su irreductible totalidad tal como se ofrece, o renunciar completamente a poseer una parte o trozo de él. La única alternativa que los autores monistas toleran es la de la irracionalidad del mundo. Pero ningún filósofo puede permitirse esta admisión. La forma de monismo reinante en nuestros días en los círculos filosóficos es el idealismo absoluto. Para este dirección filosófica el mundo no existe de otra manera que como objeto de un espíritu cognoscente infinito. Esta hipótesis sugiere una comparación con nuestros finitos campos de conciencia, que en cada momento representan una totalidad momentánea compuesta de partes relacionadas de manera diversa, y en la cual tanto las conjunciones como las disyunciones existen en tanto existimos como sus testigos, de suerte que se fundan monística y "noéticamente".

Podemos admitir muy bien la sublimidad de este monismo noético y de su vaga visión de una conexión subyacente en todos los fenómenos sin excepción2. Pretende también conferir estabilidad y paz religiosa, e invoca en su favor la autoridad del misticismo. Sin embargo, como tantos otros conceptos llevados hasta el fin incondicionalmente, introduce en la filosofía acertijos peculiares al monismo como el siguiente:

1. No explica nuestra conciencia finita. Si nada existe sino como el espíritu absoluto lo conoce, ¿cómo puede existir algo de otro modo que como el espiritu lo conoce? Este espíritu conoce cada cosa en un acto de conocimiento, junto con todas las demás cosas. Los espíritus finitos conocen las cosas aisladamente, y esta ignorancia es el hontanar de la mayoría de sus lamentaciones. No somos, pues, simplemente objetos de un sujeto omnisciente: somos sujetos por nuestra propia cuenta y conocemos de una manera diferente de su conocer.

2. Crea el problema del mal. Para el pluralismo el mal presenta sólo el problema práctico de cómo librarse de él. Para el monsmo el enigma es teórico: ¿cómo puede haber imperfección, si el origen es la perfección? Si el mundo tal como lo conoce el Absoluto es perfecto, ¿por qué deberá ser de otro modo y en miríadas de ediciones finitas? La edición perfecta era, sin duda, suficiente. ¿Cómo se introducen la ruptura, la dispersión y la ignorancia?

3. Contradice el carácter de la realidad como se la experimenta perceptualente. El cambio parece ser un ingrediente esencial de nuestro mundo. Hay historia. Hay novedades, luchas, pérdidas, ganancias. Pero se representa al mundo de lo Absoluto como inmutable, eterno, o "fuera del tiempo", y está fuera de nuestras fuerzas aprehenderlo o apreciarlo. El monismo generalmente considera al mundo sensorial como ilusión o espejismo.

4. Es fatalista. La posibilidad —distinta de la necesidad, por una parte, y de la imposibilidad por otra, es una categoría esencial del pensamiento humano. Para el monismo es una pura ilusión; porque todo lo que es, es necesario, y cualquier otra cosa es imposible, si el mundo ha de ser la unidad de hechos que los monistas pretenden.

Nuestro sentido de la "libertad" supone que algunas cosas, por lo menos, se deciden aquí y ahora, que el momento que pasa puede contener alguna novedad, puede ser el punto de partida original de otros sucesos y no transmitir meramente un impulso anterior. Imaginamos que, al menos en algunos respectos, el futuro puede no estar implicado en el conjunto del pasado, sino que puede ser realmente añadido a él y de una manera u otra, de modo que el próximo giro de los acontecimientos en cualquier momento dado es genuinamente ambiguo, es decir, que posiblemente tome una dirección, pero que también es posible que tome otra.

El monismo descarta toda esta concepción de posibilidades, tan natural a nuestro sentido común. El monismo se ve obligado a decir que el futuro está encadenado el pasado; que no puede haber genuina novedad en ninguna parte, pues repugna a nuestra razón suponer que el universo tiene una constitución simplemente aditiva, sin que nada una las cosas salvo aquello que representan las palabras "más", "con" o "y".

Por otra parte, el pluralismo, que toma la experiencia perceptual en su valor aparente, está libre de estas dificultades. Protesta contra el manejo de nuestras ideas en un vacío hecho de abstracciones conceptuales. Admite que algunas partes de nuestro mundo no pueden existir fuera de sus todos; pero dice que otras pueden. En cierta medida el mundo parece ser genuinamente aditivo: puede que lo sea. No podemos explicar conceptualmente cómo las genuinas novedades pueden llegar; pero si alguna llegara podríamos experimentar que ha llegado. En realidad estamos experimentando novedades perceptuales en todo momento. Nuestra experiencia perceptual excede el alcance de nuestra razón conceptual: el que trasciende el por qué. De esta manera la concepción de la vida que tiene el sentido común como algo realmente dramático, de trabajo que hacer y cosas que deben ser decididas aquí y ahora, es aceptable al pluralismo. "Libre albedrío" no significa otra cosa que novedad real; de modo que el pluralismo acepta la noción de libre albedrío.

Pero como el pluralismo acepta un universo inacabado, con puertas y ventanas abiertas a posibilidades incontrolables de antemano, nos da menos certeza religiosa que el monismo, con su mundo herméticamente cerrado. Es verdad que la certeza religiosa del monismo no está racionalmente fundada sino que es una fe que "ve el ser que es totalmente bueno en el ser que es totalmente real". Sin embargo, el monismo generalmente está dispuesto a ejercer esta fe optimista: sin duda su mundo debe ser salvado, en realidad ya está salvado, incondicionalmente y desde la eternidad, a pesar de todas las apariencias fenoménicas de riesgo3.

Un mundo que realiza un destino incierto, como parece hacerlo el mundo fenoménico, es una idea intolerable para el espíritu racionalista.

El pluralismo, por otra parte, no es ni pesimista ni optimista, sino más bien meliorista. Piensa que el mundo puede ser salvado, con la condición de que sus partes hagan lo posible. Pero un naufragio parcial, o aún total, está entre sus posibilidades.

De este modo hay en el pluralismo una falta de equilibrio práctico, que contrasta con la serenidad espiritual del monismo. El primero es más bien una concepción moral; el segundo, una actitud religiosa. Diferentes personas generalmente determinan sus creencias por esta consideración4.

Hasta aquí sólo he tratado de mostrar las implicaciones prácticas de las doctrinas rivales sin decidir dogmáticamente cúal es la más verdadera. Es obvio que el pluralismo tiene tres grandes ventajas:

1. Es más "científico" en el sentido de que insiste en que cuando se predica la unidad, debe significarse formas unitivas que puedan ser determinadas de un modo definitivo. Estas formas corren parejas con las disyunciones que pueden determinarse en las cosas. Ambas son aspectos coordinados de la realidad. Para hacer de las conjunciones algo más vital y coordinado que las separaciones, el monismo debe abandonar la experiencia verificable y proclamar una unidad que no puede ser descrita.

2. Se aviene mejor con la característica expresión moral y dramática de la vida.

3. No está obligado a defender ninguna cantidad particular de pluralidad, pues triunfa sobre el monismo en cuanto se descubre innegablemente que existe la más pequeña discontinuidad. "No tanto", es todo lo que el pluralismo dice al monismo; en cambio el monismo se ve obligado a probar que lo que el pluralismo afirma no puede ser verdadero de ninguna manera: tarea infinitamente más difícil.

Las ventajas del monismo son, a su vez, su natural afinidad con una cierta especie de fe religiosa y el particular valor emocional de la concepción de que el mundo es un hecho unitario.

El uso de la regla pragmática nos ha traído hasta aquí en nuestro esfuerzo por entender el dilema. A esta altura el lector ha de sentir por sí mismo la diferencia práctica esencial que el dilema implica. La palabra "ausencia" parece indicarlo. El principio monista implica que nada que sea puede estar de alguna manera ausente de cualquier cosa que sea. El principio pluralista, por otra parte, es completamente compatible con el hecho de que algunas cosas estén ausentes de las actividades en que se encuentren trabadas otras cosas, singular o colectivamente. Si se pregunta cuáles son las cosas ausentes, y cuándo ocurren estas ausencias, la filosofía pluralista sólo podrá contestar mediante un exacto estudio de detalles. En la percepción, por ejemplo, el pasado, el presente y el futuro están ausentes uno del otro, mientras que en la imaginación están presentes o ausentes según el caso. Si el contenido temporal del mundo no es un bloque monista de ser; si por lo menos una parte del futuro se agrega al pasado sin que virtualmente coincida con él o esté implícitamente contenida en él, entonces está real y fenoménicamente ausente y podrá llamársele desde entonces una novedad absoluta en la historia del mundo.

La diferencia pragmática entre el monismo y el pluralismo parece converger hacia el problema de la realidad o irrealidad de la novedad que aparece en el mundo. La tesis del libre albedrío dice que nosotros mismos podemos ser autores de la genuina novedad. Desde el punto de vista de lo que ya está dado, el hecho de que puedan ocurrir auténticas novedades significa que lo que puede sobrevenir puede ser considerado como asunto de azar. Nos vemos así llevados ante la cuestión: ¿de qué manera surge un nuevo ser? ¿Se trata de una completa consecuencia del ser más antiguo o es asunto de azar, en lo que respecta a ese ser? O lo que es lo mismo, ¿es original, en el sentido estricto de la palabra?

Conectamos nuevamente aquí con lo que decíamos al final del capítulo III. Allí estábamos de acuerdo en que el ser es un dato o regalo que el filósofo debe pedir; pero dejamos abierta la cuestión sobre si debe solicitarlo todo a la vez, o trozo por trozo, o por partes. Esta última es la concepción empirista más coherente. La defenderé en el capítulo que sigue.

 



Notas

1. Para una ampliación de lo que antecede véase la conferencia sobre "The One and the Many" ["Unidad y Multiplicidad"], en W. James: Pragmatism, 1907.

2. En sus rasgos más esenciales, Spinoza fue su primer profeta. Fichte y Hegel fueron sus exponentes intermedios, y Josiah Royce es su mejor representante contemporáneo.

3. Para una expresión elocuente de la posición monista desde el punto de vista religioso, léase J. Royce: The World and the Individual [El mundo y el individuo], vol. II, conferencias 8, 9 y 10.

4. Para esta diferencia religiosa véase la conferencia final en W. James: Pragmatism.

 


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Fecha del documento: 8 de mayo 2008
Ultima actualización: 8 de mayo 2008

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