Problemas de la filosofía

William James (1911)

Traducción castellana de Juan Adolfo Vázquez (1944)



CAPÍTULO VI. PERCEPTO Y CONCEPTO. ALGUNOS COROLARIOS

El primer corolario que se desprende de las conclusiones del capítulo anterior es que se confirma la tendencia que en filosofía recibe el nombre de empirismo. El empirismo va de las partes a los todos, trata las partes como lo fundamental, tanto en el orden del ser como en el orden del conocer. En la experiencia humana las partes son perceptos que se constituyen en totalidades por nuestras adiciones conceptuales1. Los perceptos son singulares, cambian constantemente y no vuelven nunca a ser como fueron antes. Esto trae un elemento de novedad concreta a nuestra experiencia; pero la novedad no encuentra representación en el método conceptual, pues los conceptos son abstraidos de experiencias ya vistas o dadas, y quien las usa para adivinar lo nuevo no puede hacerlo sino con términos viejos y de confección. Cualquier novedad real que el futuro pueda reservarnos (y la singularidad e individualidad de cada momento lo hace nuevo) escapa por completo a la consideración conceptual. Hablando en propiedad, los conceptos son preparaciones póstumas, que sólo hacen posible el entendimiento retrospectivo. Cuando los usamos para definir el universo prospectivamente deberíamos darnos cuenta de que sólo pueden darnos un diagrama abstracto y desnudo de un esquema aproximado que sólo puede ser completado con auxilio de la percepción.

La filosofía racionalista ha aspirado a una visión bien redondeada de la totalidad de las cosas, a un sistema cerrado de clases, en el que se destierra de antemano la noción de novedad esencial porque en él es imposible. Para el empirismo, por otra parte, la realidad no puede quedar confinada por un cerco de conceptos. La rebasa, la excede y la altera. Sólo puede convertirse en novedad y se la puede conocer adecuadamente siguiendo sus singularidades de momento en momento a medida que crece nuestra experiencia. La filosofía empirista renuncia así a la pretensión de una visión omnímoda. Amplía poco a poco la estrechez de la experiencia personal por medio de conceptos, en los que reconoce utilidad pero no soberanía; pero queda dentro del flujo de la vida a la expectativa, anotando hechos, no formulando leyes, y sin pretender jamás que la relación entre el hombre, como filósofo, y la totalidad de las cosas, sea esencialmente diferente de su relación con las partes de las cosas, como agente o paciente en la práctica diaria de los hechos. La filosofía, como la vida, debe dejar abiertas las ventanas para poder respirar aire fresco.

En el resto del presente libro nos aferraremos a esta concepción empirista. Insistiremos en que, como la realidad se crea temporalmente día a día, los conceptos no pueden jamás sustituir adecuadamente la percepción, aunque constituyen un magnífico mapa esquemático para nuestra referencia, e insistiremos también en que los sistemas conceptuales "eternos" deberían ser considerados por lo menos como reinos del ser cuyo conocimiento deja completamente a oscuras la realidad perceptual. El supuesto racionalista está lejos de dar en el blanco. Así comprueba la filosofía su identidad esencial con la ciencia tal como lo señalábamos en nuestro primer capítulo2.

Este último párrafo no significa que los conceptos y las relaciones existentes entre ellos no sean justamente tan "reales" a su modo "eterno", como los perceptos lo son a su manera temporal. ¿Qué quiere decir que sea "real"? La mejor definición es la que da la regla pragmática: "real es cualquier cosa que nos vemos obligados a tomar en cuenta de alguna manera"3. De este modo los conceptos son tan reales como los perceptos, porque no podemos vivir un momento sin tomarlos en cuenta. Pero la clase "eterna" de ser, de que gozan, es inferior a la clase temporal porque es estática, esquemática y carece de muchos rasgos que posee la realidad temporal. Así la filosofía debe reconocer muchos reinos de la realidad que se interpretan mútuamente. Los sistemas conceptuales de las matemáticas, lógica, estética, ética, son los que constituyen esos reinos, cada uno engarzado en alguna peculiar forma de relación y cada uno también diferente de la realidad perceptual porque en ninguno se despliega la historia ni el acontecer. La realidad perceptual implica y contiene todos estos sistemas y muchos otros además.

Decíamos más arriba que un concepto significa siempre la misma cosa: cambio significa siempre cambio; blanco, siempre blanco: un círculo, siempre un círculo. El carácter "eterno" y estático de nuestros sistemas de verdad ideal se basa en esa identidad consigo mismo de los objetos conceptuales, pues una vez que se ha visto que una relación es válida entre dos términos que no se modifican, siempre debe ser válida. Sin embargo, hay muchos a quienes les resulta difícil admitir que un concepto usado en diferentes contextos pueda ser intrínsecamente el mismo. Cuando llamamos "blanca" a la nieve y a una hoja de papel, estos pensadores suponen que debe haber dos predicados. Como dice James Mill4: "Cada color es un color individual, cada tamaño es un tamaño individual, cada forma es una forma individual. Pero las cosas no tienen un color individual común ni forma individual común, ni tamaño y color comunes. ¿Qué es, pues, lo que tienen de común que el espíritu pueda tener en cuenta? Quienes afirmaban que era algo son incapaces de decir qué. Sustituyen las cosas por palabras usando frases vagas y misteriosas que, examinadas, no dicen nada". La verdad, de acuerdo a este autor nominalista, es que lo único que dos objetos pueden poseer en común el mismo nombre. El negro del saco y el negro del zapato son la misma cosa, en tanto el saco y el negro se llaman negros. Pero esta concepción no toma en cuenta que el nombre no puede ser dos veces el "mismo" ser. ¿Qué significa entonces el concepto de "mismo"? Aplicando como de costumbre la regla pragmática vemos que cuando llamamos "el mismo" a dos objetos significamos (a) que no se puede hallar diferencia alguna entre ellos cuando se los compara, o (b) que podemos sustituir el uno por el otro en ciertas operaciones sin cambiar el resultado. Si hemos de discutir la naturaleza de "lo mismo" con éxito debemos tener presentes estos dos significados pragmáticos.

Se puede preguntar entonces si la nieve y el papel no muestran diferencias de color y si podemos usar a ambos indiferentemente en la práctica. Ciertamente que uno puede reemplazar al otro en reflejar la luz o usarse indiferentemente como fondo para destacar cualquier cosa oscura, o servir como ejemplos igualmente buenos de lo que significa la palabra "blanco". Pero la nieve puede estar sucia y el papel puede ser rojizo o amarillento sin que uno y otro dejen de llamarse "blancos"; tanto la nieve y el papel bajo una luz pueden diferir del color que poseen bajo otra luz y siempre seguir siendo "blancos", de modo que el criterio de la no diferencia parece inadecuado. Esta dificultad física —que todos los pintores de casas conocen— de armonizar dos tonos de tal modo que no se note la diferencia, parece ser lo que los nominalistas tienen presente cuando dice que nuestras significaciones ideales no son nunca dos veces las mismas. ¿Debemos aceptar por tanto que un concepto como "blanco" jamás puede conservar exactamente el mismo significado?

Sería absurdo decirlo, porque sabemos que bajo todas las modificaciones producidas por la luz cambiante, la suciedad, la impureza del pigmento, etc., hay un elemento de la cualidad del color, diferente de todas las otras cualidades cromáticas. La imposibilidad de aislar y fijar físicamente esta cualidad no hace al caso en tanto la podemos aislar y fijar mentalmente, y que podamos decidir que cada vez que decimos "blanco" es esa idéntica cualidad —bien o mal aplicada— la que queremos significar. Nuestros significados pueden ser los mismos tan a menudo como queramos sin que esto tenga nada que ver si lo que se significa es una posibilidad física o no. La mitad de las ideas que utilizamos son de cosas imposibles o problemáticas: ceros, infinitos, cuartas dimensiones, límites de perfección ideal, fuerzas, relaciones separadas de sus términos, o términos definidos sólo conceptualmente por sus relaciones con respecto a otros términos que pueden ser igualmente ficticios. "Blanco" significa una cualidad cromática cuyo modelo lo indica el espíritu, que por decreto puede encontrarse bajo toda clase de disfraces físicos. Este blanco particular es siempre el mismo blanco. ¿Qué sentido tiene insistir en que, aunque lo hemos fijado como el mismo, no puede ser el mismo dos veces? Funciona perfectamente para nuestra convenciencia si se supone que es idéntico a sí mismo, de modo que la doctrina nominalista es falsa para cosas de índole conceptual y verdadera sólo para las cosas del flujo perceptual.

Lo que afirmo aquí es la doctrina platónica de que los conceptos son singulares, de que la materia conceptual es inalterable y de que las realidades físicas están constituidas por las diferentes materias conceptuales de las cuales "participan". Esta concepción se conoce en la historia de la filosofía con el nombre de "realismo lógico" y generalmente ha sido favorecida por los espíritus racionalistas más que por los empiristas. Para el racionalismo la materia conceptual es primordial y las cosas perceptuales, de naturaleza secundaria. Este libro, que trata los perceptos concretos como primordiales y los conceptos como de origen secundario, puede ser considerado como algo excéntrico en su intento de combinar el realismo lógico con una actitud de pensamiento empirista en los demás aspectos5.

Con esto quiero decir que están hechos de la misma materia y se funden entre sí cuando los manejamos juntos. ¿Cómo podría ser de otra manera si los conceptos son como vapores que emanan del seno de la percepción, a la cual vuelven, condensados, cada vez que el uso práctico los llama? Nadie puede decir en qué medida lo que el lector tiene ahora en la mano y lee le llega a través de sus ojos y dedos o a través del intelecto que se apercibe y une lo primero para constituirlo en este particular "libro". Lo particular y lo universal de la experiencia están literalmente inmersos uno en otro y ambos son indispensables. El acto de concebir no es como un gancho pintado en el que no es posible colgar una cadena real, pues colgamos conceptos sobre perceptos y perceptos sobre conceptos intecambiable e indefinidamente; y las relaciones entre ambos se parece mucho a lo que encontramos en algunos telones pintados con tanta habilidad que no es posible distinguir dónde termina la pintura y dónde comienza el paisaje real de fondo. El mundo de nuestra vida práctica es tal que, salvo por la retrospección teórica, no podemos desentrañar las contribuciones del intelecto de aquellas de los sentidos. Se encuentran como el ruido de un disparo de fusil en las montañas, envuelvo y confundido por el eco de cada pliegue. De este modo, también, las reverberaciones intelectuales amplían y prolongan la experiencia perceptual que envuelven, asociándolas con sus partes más remotas de la existencia. Y estas ideas a su vez actuán como resonadores que seleccionan ciertos tonos en los sonidos complejos. Nos ayudan a descomponer nuestros perceptos en partes y abstraer y aislar sus elementos.

Ambas funciones mentales de este modo se interpenetran. La percepción impulsa nuestro pensamiento y el pensamiento a su vez enriquece nuestra percepción. Mientras más vemos, más pensamos; mientras más pensamos, más vemos en nuestras experiencias inmediatas, percibimos más detalles y la articulación de nuestras percepciones se hace más significativa6. Luego, cuando tratemos la actividad causal, veremos cuánta importancia práctica tiene este elementos en la ampliación del radio de nuestros conocimientos al envolver nuestros perceptos en ideas. La combinación de ambos determina los efectos, que se diferencian de los que el núcleo perceptual por sí mismo podría originar. Pero éste es un punto difícil y por el momento debe bastar una mención.

Los lectores que ahora estén de acuerdo con que nuestros sistemas conceptuales son secundarios y, en general, formas del ser imperfectas y auxiliares, se sentirán capaces de volver y abrazar el flujo de su continua experiencia con la sincera impresión de que, por muy poco que se dé en un momento, lo dado es absolutamente real. El pensamiento racionalista, con su exclusivo interés en lo general e inmutable, siempre ha desrealizado el pulso cambiante de nuestra vida. No es poco el servicio que ha prestado el empirismo al exorcizar el veto racionalista y justificar reflexivamente nuestra impresión instintiva sobre nuestra experiencia inmediata. "¿Otro mundo?", dice Emerson, "no hay otro mundo" que éste, es decir, el mundo en que se fundan nuestras biografías.

"Natur hat weder Kern noch Schale;
Alles ist sie mit einem Male.
Dich prüfe du nur allermeist
Ob du Kern oder Schale seist* "

La creencia en la autenticidad de cada momento particular en que sentimos la presión de la vida en este mundo, activa o pasivamente, es un Edén del que los racionalistas en vano tratan de expulsarnos ahora que hemos criticado su actitud espiritual.

Pero todavía harán un último intento y nos acusarán de querernos engañar a nosotros mismos.

"La creencia en los momentos particulares —insisten— se funda en la abstracción y en el acto de concebir, pues se trata de una creencia basada en argumentos reflexivos. Sólo se puede establecer perceptos en la realidad usando conceptos. Estos son, pues, vitales y los perceptos depende de ellos en lo que se refiere al carácter de 'realidad' que nuestro razonamiento les atribuye. Hay en el razonamiento empirista, por consiguiente, una contradicción: los conceptos aparecen como el único instrumento triunfante en el logro de la verdad, pues se tiene que usar de su propia autoridad aún cuando se trata de colocar la autoridad de la percepción por encima de ellos".

La objeción es especiosa; pero desaparece en cuanto se recuerda que, en última instancia, un concepto sólo puede ser designativo, y que el concepto de realidad, que devolvemos a la percepción inmediata, no es una nueva creación conceptual, sino una especie de relación práctica con nuestra voluntad, perceptivamente experimentada7 que había sido temporariamente estorbada por el razonamiento, pero que, tan pronto como éste fue neutralizado por un razonamiento aún más profundo, volvió a su asiento original como si nada hubiera pasado. Una de las grandes funciones prácticas de los conceptos es que unos pueden neutralizar otros. Esto responde también a la objeción de que es contradictorio usar conceptos para minar la reputación del concebir en general. La mejor manera de mostrar que un cuchillo no corta es tratar de cortar con él. Es el racionalismo el que ha minado tan fatalmente el concebir al descubrir que, más allá de un cierto punto, sólo acumula contradicciones dialécticas8.

 



Notas

1. Naturalmente que esto se aplica en este caso sólo al todo mayor que constituye el objeto de la filosofía, es decir, al universo y sus partes, pues hay numerosos todos menores (organismos animales y sociales, por ejemplo) en los que se funda la existencia de las partes y nuestro entendimiento de ellas.

2. Uno de los modos de expresar el argumento empirista consiste en decir que lo "alógico" entra en la filosofía en un pie de igualdad con lo "lógico". Belfort Bax, en su libro The Roots of Reality [Las raíces de la realidad], 1907, formula su empirismo de esta manera, particularmente en el capítulo III. Véase también E. D. Fawcett: The Individual and Reality [El individuo y la realidad], diversos pasajes, pero esencialmente la segunda parte, capítulos IV y V.

3. A. E. Taylor da esta definición pragmática en sus Elements of Metaphysics [Elementos de metafísica], 1903, pág. 51. Sobre la naturaleza de la realidad lógica compárese B. Russell: Principles of Mathematics [Principios de matemáticas].

4. Analysis of the Human Mind [Análisis del espíritu humano], 1869, I, 249.

5. Para más observaciones en favor de la identidad de los objetos conceptuales véase W. James en Mind, vol. IV, 1879, págs. 331-335; F. H. Bradley: Ethical Studies [Estudios éticos], 1876, págs. 151-154, y Principles of Logic [Principios de lógica], 1883, págs. 260 y sigs. y 282 y sigs. La concepción nominalista se halla representada por James Mill en la obra indicada más arriba y por John Stuart Mill en su System of Logic [Traducción española de E. Ovejero y Maury: Sistema de lógica inductiva y deductiva, Madrid, Jorro, 1917], 8ª edición, I, 77.

6. Compárese F. C. S. Schiller: "Thought and Immediacy" ["El pensamiento y lo inmediato"] en el Journal of Philosophy, etc, III, 234. Su interpretación cala tan hondo que, según ella, aún podemos actuar como si la experiencia no consistiera más que en las diferentes clases del material conceptual en que la analizamos. Se puede considerar a veces, con fines de acción y aún de discusión, que el material conceptual es pleno equivalente de la realidad. Pero no hace falta repetir, después de lo que antecede, que ninguna cantidad de tal material puede ser jamás equivalente pleno y que, desde el punto de vista de su génesis, sigue siendo una formación secundaria.

*[La naturaleza no tiene cáscara ni hueso. En ella todo está dado de una vez. Prueba en ti mismo si no es así.]

7. Véase W. James: Principles of Psychology, cap. XXI, "The Perception of Reality" [La percepción de la realidad].

8. Con respecto a esta objeción puede verse, además, una nota de W. James en A Pluralistic Universe, págs. 339-343.

 


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Fecha del documento: 8 de mayo 2008
Ultima actualización: 8 de mayo 2008

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