Problemas de la filosofía

William James (1911)

Traducción castellana de Juan Adolfo Vázquez (1944)



CAPÍTULO IX. EL PROBLEMA DE LA NOVEDAD

Se recordará que la impotencia de explicar el ser que hemos atribuido a todos los filósofos es una impotencia conceptual. Sentimos agudamente esta incapacidad cuando pensamos abstractamente la totalidad del ser de una vez, tal como nos hace frente en su hechura de confección. Quizá si siguiéramos el método empirista, considerando las partes más que el todo, e imaginándonos dentro de ellas perceptualmente, nuestro asunto nos enfrentaría con menos provocación. Estamos aquí, pues, de nuevo con el problema que abandonamos en el capítulo VII. Cuando nacen cantidades perceptibles del nuevo ser fenoménico, ¿debemos considerar que en todos sus aspectos son consecuencias predeterminadas y necesarias del ser que ya existía, o admitiremos más bien la posibilidad de que la originalidad se infunde en la realidad?

Si tomamos la experiencia perceptual concreta la cuestión se puede contestar sólo de una manera. "Lo mismo jamás retorna, salvo para traer lo diferente". El tiempo crece continuamente y da lugar a nuevos momentos, cada uno de los cuales presenta un contenido que en su individualidad nunca había sido y nunca volverá a ser. Jamás pudo construirse un duplicado exacto de un trozo de experiencia concreta. "Mi juventud", escribe Delboeuf, "¿no ha levantado el vuelo llevándose consigo el amor, la ilusión, la poesía, la despreocupación y dejándome en cambio ciencia, siempre austera, a menudo triste y áspera, que a veces siquiera olvidar de buena gana, que me repite hora tras hora sus graves lecciones, o me deprime con sus amenazas? El tiempo, que incesantemente acumula muertes sobre nacimientos y nacimientos sobre muertes, ¿volverá a hacer un Aristóteles o un Arquímedes, un Newton o un Descartes? ¿Se podrá cubrir la tierra nuevamente de helechos gigantes, de inmensas equisetáceas, en medio de la cuales los mismos monstruos antidiluvianos se arrastrarán y revolcarán como lo hicieron antes? [...] No, lo que ha sido no será, no puede ser de nuevo. El tiempo avanza con paso firme y jamás volverá a dar la misma hora. Los instantes que componen la existencia del mundo son todos diferentes, y por mucho que se haga siempre quedará algo que no puede repetirse"1.

La continua aparición de la novedad concreta en el ser es tan patente que el intelecto racionalizante, empeñado en explicar siempre lo que es por lo que fue, y careciendo de otro principio que el de identidad para explicarlo, trata al flujo perceptual como una ilusión fenoménica, que resulta de las nuevas combinaciones de elementos inalterables que se producen continuamente. Se supone que estos elementos son los únicos seres reales, y para el intelecto que ha sido sobrecogido por la visión de tales elementos, no puede haber nada auténticamente nuevo bajo el sol. La historia universal, de acuerdo a la ciencia molecular, significa tan sólo la redistribución de los átomos de la nebulosa primitiva, tal como eran, y que se han separado y juntado de modo que a nosotros los espectadores nos han aparecido en formas infinitamente diversificadas, a las que damos el nombre de procesos y cosas2.

Por lo que a la naturaleza física se refiere, pocos de nosotros experimentamos tentación alguna de postular una novedad real. La noción de elementos eternos y su combinación nos sirve de tantas maneras que adoptamos sin titubear la teoría de que el ser primordial es inalterable, tanto en sus atributos como en su cantidad, y que las leyes por las cuales describimos su comportamiento son uniformes en el más estricto sentido matemático. Estos son los fundamentos conceptuales absolutos, creemos, que yacen bajo la superficie de la variedad perceptual. Nuestro punto de vista cambia cuando llegamos a las vidas humanas. Es difícil imaginar que "realmente" nuestras propias experiencias subjetivas son sólo ordenaciones moleculares, aún cuando se conciba las moléculas como seres de especie psíquica. Un hecho material puede en realidad ser diferente de lo que sentimos que es, pero, ¿qué sentido tiene decir que una sensación, que no tiene otra naturaleza que la de ser sentida, no es tal como es sentida? Desde el punto de vista psicológico, nuestras experiencias resisten la reducción conceptual y nuestros campos de conciencia, tomados simplemente como tales, siguen siendo como parecen, aún cuando se comprobara que la señal de aparición fueran hechos de orden molecular. La biografía es la forma concreta en que todo lo que es dado inmediatamente; el flujo perceptual es la materia auténtica de cada una de nuestras biografías y produce una perfecta efervescencia de novedad en todo momento. Nuevos hombres y mujeres, libros, accidentes, sucesos, invenciones, empresas, asoman incensantemente al mundo. Es vano resolverlas en elementos antiguos, o decir que pertenecen a especies antiguas mientras que ninguna de ellas en su plena individualidad haya estado aquí antes o volverá a estar de nuevo. En el momento en que los filósofos y los hombres de ciencia se olvidan de sus abstracciones teóricas, viven en sus biografías, como cualquier otro, que los hechos se están produciendo ahora, y que ellos mismos, al realizar "trabajos originales", contribuyen a determinar lo que ha de ser el futuro.

He comparado el orden vivo o perceptual con el orden conceptual, desde este punto de vista. El concebir no conoce otro modo de explicar que deduciendo lo idéntico de lo idéntido, de modo que si el mundo ha de estar conceptualmente racionalizado no puede surgir ninguna novedad. Este es uno de los rasgos de la bancarrota del conceptualismo que enumeré en el capítulo V: el conceptualismo puede nombrar el cambio y el crecimiento, pero no lo puede traducir en términos propios y se ve obligado a contradecir el indestructible sentido de la vida que interiormente tenemos, al negar que la realidad crece.

Quizá al joven estudiante le parezca que hemos venido a parar muy lejos del problema del infinito en nuestro análisis de la cuestión de si es posible la novedad. Sin embargo, en la historia de la especulación ambos problemas han estado conectados. La novedad parece violar la continuidad; la continuidad parece implicar una gradación "infinitamente" matizada; el infinito se relaciona con el número; y los números, con los hechos en general —porque los hechos tienen que ser numerados. Así ha ocurrido que para algunos la no existencia de un número infinito requiere el carácter de finito de la constitución del hecho y, a la par de esto, su génesis discontinua o, en otras palabras, su nacimiento por incrementos discretos de novedad, por muy pequeños que ellos sean.

Y así encontramos en nuestro camino el problema del infinito. A esta altura será mejor interrumpir nuestra discusión del amplio problema de la novedad en general y primero quitar del paso el problema menor. Me dirijo, pues, hacia el problema del infinito.

 



Notas

1. J. Delboeuf: Revue Philosophique, vol. IX, p. 138, 1880. Sobre la infinita variedad de la realidad, véase también W. T. Marvin: An Introduction to Systematic Philosophy [Introducción a la filosofía sistemática], Nueva York, 1903, págs. 22-30.

2. La filosofía atomística, que ha demostrado ser un poderoso instrumento de explicación, fue formulada por primera vez por Demócrito, que murió en el 370 a. C. Fue contemporáneo de Aristóteles, que adoptó, en general, una concepción biológica del mundo, y para quien las "formas" eran tan reales como los elementos. El conflicto entre estos dos modos de explicación ha durado hasta nuestros días pues algunos químicos aún defienden la tradición aristotélica que la autoridad de Descartes había interrumpido durante tanto tiempo, y niegan nuestro derecho a decir que el agua no es una entidad simple, o que los átomos de oxígeno e hidrógeno perduran inalterados. Véase W. Ostwald: Die Ueberwindung des wissenschaflichen Materialismus [La superación del materialismo científico], 1895, p, 12: "La concepción atomística supone que cuando en el óxido de hierro, por ejemplo, han desaparecido todas las propiedades sensibles del oxígeno y el hierro, el oxígeno y el hierro siguen existiendo pero ahora manifiestan otras propiedades. Estamos tan acostumbrados a este supuesto que nos resulta difícil darnos cuenta de su rareza o, mejor, de su absurdo. Sin embargo, cuando reflexionamos que todo lo que conocemos de una determinada clase de materia son sus propiedades, advertimos que la afirmación de que la materia aún existe, aunque sin ninguna de aquellas propiedades, no está lejos de carecer de sentido". Véase, del mismo autor, Principles of Inorganic Chemistry [Principios de química inorgánica], traducción inglesa, 2ª edición, 1904, pág. 149 y sigs. También O. Duhem: "La Notion de Mixte" en la Revue de Philosophie, vol. I, p. 452 y sigs., 1901. La noción de la fijeza eterna de los elementos se está disolviendo ante los nuevos descubrimientos acerca de las radiaciones de materia. Véanse las categóricas afirmaciones de G. Le Bon: L'Evolution de la Matière.

 


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Fecha del documento: 8 de mayo 2008
Ultima actualización: 8 de mayo 2008

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