Problemas de la filosofía

William James (1911)

Traducción castellana de Juan Adolfo Vázquez (1944)



APÉNDICE. LA FE Y EL DERECHO A CREER

El intelectualismo es la creencia en que nuestro espíritu se encuentra con un mundo completo en sí y que tiene el deber de determinar su contenido; pero que no tiene poder para modificar su carácter, pues éste ya está dado.

Entre los intelectualistas se puede distinguir dos partidos. Por una parte, los intelectualistas de tipo racionalizante que acentúan los argumentos deductivos y dialécticos, y hacen amplio uso de conceptos abstractos y de lógica pura (Hegel, Bradley, Taylor, Royce). Por otra, los intelectualistas de tipo empírico, que son más "científicos" y creen que debe buscarse el carácter del mundo en nuestras experiencias sensibles y que ha de encontrarse fundado en hipótesis de base empírica (Clifford, Pearson).

Ambas tendencias insisten en que en nuestras conclusiones no deben tener cabida preferencias personales y que no es válido ningún argumento que vaya de lo que debe ser a lo que es. Como la fe es la expresión con que la totalidad de nuestra naturaleza saluda a la clase de mundo concebido y adaptado a ella, queda prohibida hasta que aparezca la evidencia puramente intelectual de que así es el mundo real.

La regla del intelectualismo sería así la negación de creer cualquier cosa que no sea evidente. Es claro que postule ciertas condiciones que, por lo que vemos, no se aplican necesariamente a todas las relaciones de nuestros espíritus con el universo a que pertenecen.

1. Su primer postulado es que nuestro deber más importante es escapar del error. Es posible que la fe aprehenda la verdad; pero también es posible que no. Resistiéndola siempre podemos estar seguros de no equivocarnos; y si por el mismo acto renunciamos a nuestra probabilidad de verdad, la pérdida es el mal menor y habría que hacerlo.

2. Postula, además, que en todo respecto el universo está terminado antes de que comencemos a actuar en él.

Que el conocimiento de lo que el universo es se logra mejor con el uso de un espíritu pasivamente receptivo despojado de todo sentido de probabilidad, o de buena voluntad hacia cualquier resultado especial.

Que la "evidencia" no sólo no necesita buena voluntad para su recepción, sino que es capaz, si se la aguarda pacientemente, de neutralizar la mala voluntad.

Finalmente, que nuestras creencias y nuestros actos basados en ellas, aunque son partes del mundo, y aunque el mundo sin ellas estaría inconcluso, son sin embargo, cosas puramente externas que de ningún modo alteran la significación del resto del mundo cuando se añaden a él.

Cuando tratamos con muchos detalles de los hechos estos postulados andan bien. Algunos detalles existen con anterioridad a nuestra opinión; la verdad acerca de ellos con frecuencia carece de importancia inmediata; y es cierto que al no creer en nada escapamos al error mientras esperamos. Pero aún aquí no podemos esperar sino que debemos actuar de algún modo; de suerte que cuando actuamos de acuerdo con la hipótesis más probable, confiando en que el suceso compruebe que habíamos actuado bien. Además, no actuar de acuerdo a una creencia equivale con frecuencia a actuar como si la creencia contraria fuera verdadera, de modo que la inacción no sería siempre tan pasiva como los intelectualistas suponen. Es una actitud de voluntad.

Por otra parte, la filosofía y la voluntad tienen que interpretar el carácter total del mundo y de ningún modo es claro que aquí se apliquen los postulados intelectualistas. Puede ser verdad, entre tanto, que, como dice Paulsen, "el orden natural es en el fondo un orden moral". Puede ser muy bien que en el mundo se esté realizando un proceso de trabajo y que estamos llamados a realizar nuestra parte. El carácter de los resultados del mundo puede depender de nuestra religión: de la no resistencia a las inclinaciones de nuestra fe o del hecho de que las sustentemos a pesar de que su "evidencia" no es completa. Estas inclinaciones de la fe a su vez no son más que expresiones de nuestra buena voluntad hacia ciertas formas de resultado.

Estas inclinaciones de la fe son fuerzas psicológicas sumamente activas, que continuamente dejan atrás a la evidencia. Los pasos siguientes podrían llamarse la "escala de la fe":

1. No hay nada absurdo en que una cierta concepción del mundo sea verdadera; no hay en ello nada contradictorio;

2. Podría haber sido verdaderamente en ciertas condiciones;

3. Puede ser verdadera, aún ahora;

4. Es capaz de ser verdadera;

5. Debe ser verdadera;

6. Tiene que ser verdadera;

7. Será verdadera, a lo menos para mí.

Evidentemente no hay una cadena intelectual de inferencias, como en el sorites del texto de lógica. Y sin embargo es una pendiente de buena voluntad sobre la que se apoya habitualmente la vida humana en lo que toca a sus problemas más importantes.

La proclamación del intelectualismo de que nuestra buena voluntad, nuestra voluntad de creer, es pura perturbación de la verdad, es en sí misma un acto de fe de la especie más arbitraria. Implica la voluntad de insistir en un universo de constitución intelectualista y las ganas de impedir el éxito de un universo pluralista, pues el éxito de éste requiere buena voluntad y fe activa, teórica y práctica, por parte de todos los interesados, para que se realice.

De esta manera el intelectualismo se contradice. Una objeción suficiente es la de que si estuviera realmente aquí un universo organizado pluralistamente, o un universo de cooperación, o un universo meliorista, la prohibición intelectualista de que la buena voluntad emita su voto nos impediría admitir jamás que tal universo es verdadero.

La fe queda así como uno de los inalienables derechos naturales de nuestro espíritu. Naturalmente debe continuar siendo una actitud práctica, no dogmática. Debe marchar tolerando otras, en busca de lo más probable y con plena conciencia de riesgos y responsabilidades.

Se la puede considerar como un factor formativo del universo, si somos parte integrante de él y codeterminantes, por nuestra conducta, de lo que puede ser su carácter total.

CÓMO ACTUAMOS SOBRE POSIBILIDADES

En la mayoría de las emergencias actuamos basados en probabilidades y corremos riesgo de error.

"Probabilidad" y "posibilidad" son términos que se aplican a las cosas cuyas condiciones de existencia ignoramos, por lo menos en cierto grado.

Si ignoramos enteramente las condiciones que originan una cosa la llamamos una "mera" posibilidad. Si sabemos que algunas de las condiciones ya existen en este sentido ya es para nosotros una posibilidad "fundada". En este caso es probable en la proporción en que dichas condiciones sean numerosas y se vean pocas condiciones adversas.

Cuando las condiciones son tan numerosas y confusas que apenas las podemos seguir, tratamos una cosa como probable en proporción a la frecuencia con que ocurren las cosas de su clase. Como esa frecuencia es una fracción, la probabilidad se expresa por medio de una fracción. Así, si de diez mil muertes una es por suicidio, la probabilidad de que mi muerte se deba a suicidio es de un diezmilésimo. Si todos los años se quema una casa en cinco mil, la probabilidad de que se incendie mi casa será de un cincomilésimo, etc.

Las estadísticas muestran que en la mayor parte de las cosas la frecuencia es bastante regular. Las compañías de seguros confían plenamente en ella y se compromenten a pagar un seguro de cinco mil dólares, por ejemplo, a quien se le queme la casa, siempre que esta persona y otros propietarios paguen lo suficiente para dar a la compañía esa suma y algo más para gastos y ganancias.

La compañía, que se resguarda en el gran número de casos con que opera y trabajando a largo plazo, no corre riesgo alguno por los incendios aislados.

Cada propietario trata con su propio caso exclusivamente. La probabilidad de que se queme su casa es sólo de un cincomilésimo; pero en caso que le ocurra pierde todo. No puede calcular a largo plazo, y si se incendia su casa no se puede protejer, como la compañía, poniendo impuestos a sus vecinos más afortunados. Pero la compañía le ayuda en este riesgo. Traduce esta única probabilidad en cinco mil a una cierta pérdida cinco mil veces menor, y el negocio es conveniente para ambas partes. Claramente, es mejor para el asegurado perder con seguridad sólo una fracción, que confiar en sus cuatro mil novecientos noventa y nueve probabilidades y que le toque la probabilidad improbable.

Pero para la mayoría de nuestras necesidades no tenemos a mano una compañía de seguros y no es posible una solución fraccionaria. Rara vez podemos actuar fraccionariamente. Si la probabilidad de que un amigo nos esté esperando en Boston es de uno a dos, ¿cómo actuar sobre la base de tal probabilidad? ¿Yendo hasta el puente? Mejor sería quedarse en casa. O si las probabilidades de que nuestro compañero sea un villano son de uno a dos ¿cómo actuar en base a esta probabilidad? ¿Lo hemos de tratar como villano hoy y le confiaremos nuestro dinero y nuestros secretos mañana? Esta sería la peor de las soluciones. En todos estos casos debemos decirdirnos por una u otra alternativa del dilema. Debemos decidirnos por la alternativa más probable como si la otra no existiera y sufrir toda la pena si el hecho contradijese nuestra fe.

Ahora bien, las alternativas metafísicas y religiosas son en mayoría de esta clase. Sólo tenemos esta única vida para tomar una actitud ante ellas, no hay compañía de seguros que pueda cubrirnos; si nos equivocamos, nuestro error, aún cuando no fuera tan grande como lo pretende la antigua teología del fuego infernal, quizá tenga importancia. En cuestiones como la que se refiere al carácter del mundo, de si la vida es moral en su significación esencial, del papel que desempeñamos en ella, etc., parece que fuera necesario una cierta plenitud de nuestra fe. Calcular las probabilidades y actuar fraccionariamente, tratar la vida como si hoy fuera una farsa y mañana como si fuera una cosa seria, sería hacer de ella la peor confusión que pueda pedirse. La inacción con frecuencia cuenta tanto como la acción. En muchos casos la inercia de un miembro ha de impedir el éxito de una acción total tanto como lo haría su oposición. Negarse, por ejemplo, a declarar contra una villanía prácticamente equivale a ayudarle a prevalecer1.

EL UNIVERSO PLURALISTA Y MELIORISTA

Finalmente, si tuviéramos realmente aquí el universo "meliorista", requeriría la activa buena voluntad de todos nosotros en forma de creencia así como de otras actividades, para que se pudiera realizar con éxito.

El universo meliorista está concebido, de acuerdo a una analogía social, como un pluralismo de poderes independientes. Tendrá éxito justamente en proporción al número de los que trabajen para su éxito. Si nadie trabaja, fracasará. Si cada uno hace lo mejor que pueda, no fracasará. Su destino pende, pues, de un si condicional o, mejor dicho, de una cantidad de "sis"; lo que equivale a decir, en el lenguaje técnico de la lógica, que como el mundo está aún inacabado, su carácter total sólo puede expresarse en proposiciones hipotéticas, no en proposiciones categóricas.

(Como el empirismo cree en las posibilidades, de buena gana formula su universo en proporciones hipotéticas. Pero como el racionalismo sólo cree en imposibilidades y necesidades, insiste, por el contrario, en que son categóricas).

Como miembros individuales de un universo pluralista debemos reconocer que, aunque hagamos lo mejor, los demás factores también influirán en el resultado. Si no conspiran en nuestro favor, puede ocurrir que nuestra buena voluntad y todo nuestro trabajo se malgasten. No hay compañía de seguros que pueda salvarnos o cubrir nuestros riesgos que corremos por ser partes de semejante mundo.

Tenemos que tomar una de cuatro actitudes con respecto a las demás fuerzas que actúan en el mundo:

1. Seguir el consejo intelectualista: esperar la evidencia y en la espera, no hacer nada; o

2. Desconfiar de las demás fuerzas y, seguro de que el universo ha de fracasar, dejar que fracase; o

3. Confiar en ellas y, sea como fuere, hacer lo mejor que podamos, a pesar del "si" condicional; o, finalmente

4. Abandonarse, pasando un día en una actitud, otro día en otra.

La cuarta no es solución sistemática. La segunda significa fe en el fracaso. En la práctica la primera puede resultar indistinguible de la segunda. La tercera parece ser el único camino sabio.

"Si hacemos lo mejor que podemos, y, las otras fuerzas hacen lo mejor que pueden, el mundo será perfecccionado" -esta proposición no expresa ningún hecho real sino tan sólo el carácter de un hecho que se considera eventualmente posible. Como se presenta, no es posible deducir de él positivamente ninguna conclusión. Una conclusión requeriría siempre otra premisa de hechos, que sólo nosotros podemos ofrecer. La proposición original per se no tiene ningún valor pragmático aparte de poder desafiar nuestra voluntad de producir la premisa de hechos requerida. Entonces, en verdad, el mundo perfeccionado surge como una conclusión lógica.

Podemos, pues, crear la conclusión. Tenemos medios y es posible, por decirlo así, saltar de este mundo a otro en que confiamos que las demás partes se han de encontrar con nosotros; y sólo así puede tener lugar la formación de un mundo perfeccionado de estilo pluralista. Sólo por nuestra confianza precursora de este mundo podrá realizarse.

No hay en esto contradicción alguna, ni círculo vicioso, a menos que un círculo de postes que se mantienen erguidos apoyándose entre sí, o un círculo de bailarines que danzan en rueda tomados de la mano sean viciosos.

El círculo de la fe es tan compatible con la naturaleza humana que la única explicación del veto intelectualista contra esta fe debe buscarse en el carácter ofensivo que para ellos tiene la fe de ciertas personas concretas.

Tales posibilidades tienen que ser toleradas de acuerdo con los principios del empirismo. La experiencia, que actúa a largo plazo, nos librará quizá de toda fe caduca. Los que se hubieran abrazado a ellas habrán fracasado entonces; pero sin la fe más sabia de los otros, el mundo no podría jamás perfeccionarse.

(Véase la obra de G. Lowes Dickinson: Religion, a Criticism and a Forecast [La religión: una crítica y una predicción], Nueva York, 1905. Introducción y capítulos III y IV).


Notas

1. Véase W. James: The Will to Believe, etc., [La voluntad de creer], págs. 1-31 y 90-110.


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Fecha del documento: 8 de mayo 2008
Ultima actualización: 8 de mayo 2008

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