Seminario del Grupo de Estudios Peirceanos
Universidad de Navarra, 21 de abril de 2004



LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD:
FILOSOFÍA Y CIENCIAS EN CARLOS VAZ FERREIRA


Paloma Pérez-Ilzarbe
(pilzarbe@unav.es)





Enseñar a ignorar, si esto se toma sin paradoja,
es tan importante como enseñar a saber.
(Carlos Vaz Ferreira)


Carlos Vaz Ferreira fue un respetado filósofo y pedagogo uruguayo (Montevideo, 1872-1958). Como filósofo, pensar, y como pedagogo, enseñar a pensar, fueron dos de sus pasiones. La respuesta vazferreriana a la cuestión de las relaciones entre ciencia y filosofía forma parte de su respuesta a la cuestión de cómo pensar correctamente.1 En las páginas que siguen trataré de aclarar el lugar que Vaz Ferreira asigna a ciencia y filosofía como momentos del pensamiento y, con una mirada más amplia, el lugar de ambas y del pensamiento en general dentro de la vida psíquica del ser humano en su contacto con la realidad. De la riquísima producción vazferreriana, basaré mi estudio únicamente en las siguientes obras: Lógica viva (1910), "Sobre enseñanza de la filosofía" en Lecciones de pedagogía y cuestiones de enseñanza (1918), Fermentario (1938), Trascendentaliza­ciones matemáticas ilegítimas (1940) y Los problemas de la libertad y los del determinismo (1957). Haré referencia también a algún pasaje de Conocimiento y acción (1908), Tres filósofos de la vida (1965) y una conferencia sobre "Enseñanza de las ciencias experimentales" publicada póstumamente.


1. Herramientas para captar la realidad: el carácter instrumental de las ciencias y el papel clarificador de la filosofía

El punto de partida vazferreriano es el reconocimiento de una realidad que nos supera, pero con la que podemos entrar en contacto de distintos modos. Disponemos de dos grandes herramientas para acceder a esa realidad: la lógica (para organizarla y hacerla así manejable) y el lenguaje (para hacerla sólida y poder así compartirla). Gracias a ellas (aunque no sólo con ellas) construimos teorías científicas y sistemas filosóficos, discutimos, argumentamos, damos conferencias, escribimos libros… Es decir, construimos nuevas herramientas de las que nos servimos para tratar de domesticar la realidad. La justificación de este artificio es para Vaz Ferreira práctica: necesitamos manejar la realidad para poder operar sobre ella, aunque al manipularla la desfiguremos en alguna medida.

Teniendo en cuenta esta radical diferencia entre una realidad continua, compleja y vastísima, y unas herramientas que la trocean, simplifican y reducen a un tamaño manejable, Vaz Ferreira habla en numerosas ocasiones de la inadecuación del lenguaje y del pensamiento discursivo para expresar la realidad, y, en general, de la insuficiencia de los sistemas para pensar el mundo que nos rodea. La sistematización, por una parte, es una tendencia natural del espíritu humano (que "todo lo completa, todo lo simetriza")2 y, por otra parte, es una tendencia que da sus frutos en muchas ocasiones (la sistematización aporta simplicidad y, en consecuencia, facilidad para el manejo y capacidad de previsión). Pero seríamos dogmáticos si creyéramos que esa herramienta tan útil puede sustituir a lo real, o que puede aplicarse con igual éxito a cualquier realidad. Dicho de otro modo, las limitaciones de los sistemas son dos: primero, puesto que los sistemas simplifican, siempre hay algo de la realidad que el esquema no atrapa; segundo, puesto que cada situación concreta es distinta, el querer aplicar un sistema ya hecho en lugar de ponerse a la tarea de pensar equivale simplemente a negarse a mirar la realidad que se tiene delante.

¿En qué sentido la desfiguramos? Al comentar un aforismo nietzscheano sobre el origen de la lógica, Vaz Ferreira establece la distinción esencial entre la realidad y nuestros modos de apresarla:

[…] efectivamente, para que se formara la lógica tal como la usamos o la concebimos hoy, era necesario que el hombre fuera ilógico, en el sentido de que, no pudiendo observar directamente la realidad que es continua y siempre diversa de sí misma, al contrario debía humanizar esa realidad y adaptarla a sí mismo, a sus propias facultades de percibirla, de percibir o concebir lo semejante allí donde había desemejanzas en la realidad, y percibir o concebir lo discontinuo allí donde la realidad era continua.3

Un caso concreto de esta inadecuación entre nuestras herramientas y la realidad se pone de manifiesto al observar el carácter convencional de los límites de las clasificaciones. En los ámbitos de nuestra experiencia que él etiqueta como "cuestiones de grado", Vaz Ferreira reconoce la vaguedad de muchos de los conceptos con los que troceamos el mundo. Puesto que la realidad se nos ofrece como un continuo gradual, nuestras clasificaciones la dividen artificialmente y, en consecuencia, al tratar de aplicarlas a zonas de penumbra "no puede decirse ni pensarse de manera absolutamente clara y precisa 'tal objeto está o no dentro de tal clase'".4

Ahora bien, reconocer este carácter convencional de muchas clasificaciones (y, como consecuencia, la vaguedad irreparable en su aplicación) no implica tener que renunciar a su uso, sino que, precisamente, este reconocimiento conduce a saber servirse de las clasificaciones sin dejarse manejar por ellas. Las clasificaciones son herramientas utilísimas: son "esquemas para pensar, para describir, para enseñar y hasta para facilitar la observación".5 Pero saber servirse de una clasificación requiere ser consciente de este carácter instrumental, es decir, requiere:

[…] que yo la tome como debo tomarla, esto es, no exigiéndole que sea la expresión siempre equivalente de la realidad, sino que sea simplemente una guía; todo está en no creer que la realidad deba adaptarse a las clasificaciones; en no pedir a la clasificación más de lo que puede dar; no pedirle sino aquello para lo que realmente ha sido creada. No hay inconveniente alguno en que yo hable, en la práctica, de luz débil, de luz de mediana intensidad, de luz intensa, de luz intensísima, a condición, precisamente, de que sepa lo que hay, en esto, de más o menos convencional, gradual o vago. Yo sería, en cambio, una víctima de esa clasificación, si creyera que hay un límite preciso en que la luz deja de ser intensa para volverse intensísima.6

Cuando se comprende esto, nada impide, incluso, que podamos servirnos de clasificaciones distintas para las mismas cosas: cada una de ellas puede aportar algo útil para la descripción de la realidad que queremos conocer. Y, todavía más, el siguiente paso para aprender a pensar esa realidad compleja será darse cuenta de que todo el lenguaje puede entenderse como un gran sistema clasificador, y que la actitud correcta es, nuevamente, la de servirse de él sin dejarse dominar por él. Vaz Ferreira entiende la predicación como una clasificación: cuando aplicamos un atributo a un sujeto, lo que estamos haciendo es buscarle un lugar bajo un esquema simplificado en el que la complejidad de lo real nunca encajará del todo.7

En consecuencia, para pensar bien es preciso distinguir la realidad de su expresión. Y aunque esto parezca un consejo banal, Vaz Ferreira muestra cómo el error de confundirlas se comete muy a menudo. Las cosas son como son, pero cuando intentamos explicar cómo son mediante el lenguaje, la naturaleza de esta herramienta nos impide hacerlo de manera perfectamente ajustada: lo que obtenemos siempre, independientemente de que tratemos de hacerlo con mayor o menor generalidad, es una representación esquemática, y por tanto inadecuada por naturaleza. De ahí el peligro de lo que Vaz Ferreira llama "trascendentalización", que consiste en trasladar al plano ontológico lo que pertenece al plano lingüístico (atribuir, por ejemplo, a la realidad la contradicción con la que a veces nos resulta útil pensarla).8

El olvido de la distinción entre nuestras clasificaciones y la realidad se convirtió en un peligro especialmente cercano en la época que a Vaz Ferreira le tocó vivir. El siglo XIX había sido el del triunfo arrollador de las ciencias sobre cualquier otro intento de explicar la realidad. El positivismo proclamaba la superación de la metafísica y establecía el método científico como el camino seguro de acceso al mundo que nos rodea. Pero para Vaz Ferreira las ciencias, con todo su éxito y sus posibilidades de aplicación práctica, no son sino sofisticadas herramientas para manejar la realidad. Y también aquí resulta falaz trascendentalizar, trasladar al plano real lo que sólo pertenece al ámbito de nuestra sistematización. Por ejemplo, respecto a la ciencia matemática (el caso más claro) advierte Vaz Ferreira:

Las matemáticas no son representación ni descripción de realidades, sino, diremos, medios de hacer presa sobre las realidades; medios, por una parte, de servirse de realidades, y por otra, de preverlas y descubrirlas. No son descripciones -en el verdadero sentido- de la misma realidad, sino (importantísimo comprenderlo) son como un instrumento que se aplica a la realidad para la maîtriser.9

Una vez más, pensar bien exige reconocer el carácter instrumental de las ciencias, es decir, exige darse cuenta de que lo que ellas nos ofrecen no es la realidad y no es toda la realidad. Un reconocimiento que, por otra parte, no equivale a negar a las ciencias la índole de auténtico conocimiento (incluso las matemáticas, dice, "muerden en la realidad",10 y en cuanto a las ciencias experimentales, su método es el de observar la realidad para "adaptar a ella el pensamiento"11). Lo que Vaz Ferreira pretende es subrayar el hecho de que este conocimiento siempre será parcial y aspectual, al estar mediado por una herramienta simplificadora.

Queda establecido así un primer acercamiento a la concepción vazferreriana de las ciencias: las ciencias son sistemas que los seres humanos usamos para conocer el mundo. Su carácter esquemático proporciona claras ventajas sobre otros modos de conocimiento (exactitud, reducción a leyes, capacidad de predicción). Pero ese mismo carácter esquemático es la causa de una insuficiencia que es importantísimo no olvidar. Y aquí es donde se puede presentar también un primer acercamiento a la concepción vazferreriana de la filosofía: una de las ventajas del pensamiento filosófico sobre el científico es que, al estar menos mediado por esquemas previos (como se verá a continuación), es capaz de reconocer la diferencia entre las sistematizaciones y la realidad. La filosofía adquiere así, por añadidura, un papel clarificador respecto a las ciencias. En su esfuerzo por pensar más directamente la realidad, el filósofo cae en la cuenta del carácter instrumental de toda sistematización y es así más capaz de situar a la ciencia en su lugar, reconociendo su valor pero también sus limitaciones. Pero para entender mejor cómo se acercan a la realidad ciencia y filosofía, es preciso examinar con más detalle la idea vazferreriana del conocimiento humano.


2. Filosofía y ciencias como niveles de conocimiento: el conocimiento humano como un mar

Vaz Ferreira entiende los distintos modos de acceso a la realidad como constituyendo un continuo: las diferencias entre los saberes no son esenciales, sino de grado. El conocimiento humano es para Vaz Ferreira el despliegue de una única manera de abrirse al mundo, pero que avanza al profundizar en sucesivos niveles de análisis. Por ejemplo, un cierto nivel de conocimiento sería el de un científico que estudia el movimiento sirviéndose de la noción de fuerza; pero es posible pasar a un nivel más profundo, en el que el científico analiza esta noción de fuerza, aunque dando por supuestos (sin analizarlos) los datos de la percepción; y es posible, todavía, un tercer nivel más profundo en el que se empiezan a analizar esos datos antes presupuestos; de este modo se va pasando, insensiblemente, a la filosofía, y, según Vaz Ferreira, un análisis filosófico de determinado nivel puede progresar con nuevos análisis en niveles cada vez más profundos…

Ahora bien, para Vaz Ferreira cada nuevo nivel significa un distinto grado de generalidad y abstracción, por un lado, y de claridad y precisión, por otro. Es célebre la imagen vazferreriana del conocimiento humano como un mar, en el que la profundidad va emparejada con la pérdida de claridad:

Podemos representarnos el conocimiento humano como un mar, cuya superficie es muy fácil ver y describir. Debajo de esa superficie, la visión se va haciendo, naturalmente, cada vez menos clara; hasta que, en una región profunda, ya no se ve: se entrevé solamente (y, en otra región más profunda, dejará de verse del todo).12

Al profundizar en el conocimiento, se va pasando de lo concreto a lo abstracto, de lo menos general a lo más general, y por ello de lo diáfano a lo opaco. Todos estos niveles de profundidad son conocimiento, pero no en todos el conocimiento se deja apresar de igual modo o, utilizando otra imagen vazferreriana, no es en todos los niveles igualmente sólido.

El mayor grado de solidez corresponde a las ciencias: hemos creado unas herramientas con las que encerramos (o tratamos de encerrar) la realidad en moldes precisos, y por eso "es muy fácil ver y describir", es decir, es fácil pensar la realidad lingüísticamente y comunicarlo a otros. Apresado por un lenguaje con significados precisos, el conocimiento se solidifica, lo podemos agarrar con las manos y apoyarnos en él. La sistematización, los esquemas rígidos de las ciencias, son como un esqueleto que lo sostiene en pie. El inconveniente, como se ha visto, es que para Vaz Ferreira la realidad es mucho más que este esqueleto, nuestras sistematizaciones siempre se quedan cortas comparadas con la riqueza de lo que queremos conocer.

Ahora bien, para Vaz Ferreira el conocimiento no acaba con el conocimiento científico: es posible (e inevitable) pasar a niveles más profundos. Pero a medida que profundizamos, es decir, a medida que pensamos filosóficamente, dejamos atrás aquellas herramientas precisas y tratamos de entrar en contacto con la realidad de manera más directa, o lo que es lo mismo, menos delimitada por esquemas fijos. Sin el esqueleto de los sistemas rígidos, el conocimiento se vuelve entonces fluido: las palabras ya no tienen un contorno tan definido y, en consecuencia, es más difícil comunicarse y ponerse de acuerdo. El no dejarse agarrar es el precio pagado por un conocimiento plástico, que se adapta mejor a los claroscuros de la realidad.

Este balance entre lo que se gana y lo que se pierde al profundizar en el conocimiento queda vivamente dibujado en otra metáfora vazferreriana: la que compara el análisis profundo con lo que ocurre cuando pasamos de mirar el cielo a simple vista a observarlo con instrumentos cada vez más potentes. Sin instrumentos, somos capaces de ver unas pocas estrellas, pero sabemos bien dónde está cada una e incluso podemos describir lo que vemos, dar forma a las constelaciones e identificarlas con nombres familiares.13 Con instrumentos, cada vez vemos más puntos de luz hasta que "al fin, todo es una especie de confusión luminosa". Es decir, al profundizar se abandona un conocimiento muy preciso de un trozo pequeño de realidad, para ir pasando a conocimientos cada vez más confusos de ámbitos cada vez más amplios de realidad. En el nivel de las ciencias la realidad esquematizada es fácil de describir, y el lenguaje de significación fija pone a cada cosa en su sitio, aunque lo que vemos de este modo sea sólo un dibujo muy pobre de lo que teníamos delante. Con el análisis profundo, se ensancha el ámbito de realidad conocida, pero en confusión: "mientras más luz más confusión", es decir, cuanto más nos empapamos de realidad, menos sistematizable es. Y nos damos cuenta, entonces, del carácter artificial de aquellas herramientas, que en los niveles profundos no juegan ningún papel: "hace ya tiempo que han perdido sus sentidos los sistemas, que, como las hidras, los dragones y demás mitos del cielo, no eran más que construcciones imaginativas ficticias que pasaban por los puntos más visibles".14

La actitud buena ante las herramientas es la de tomarlas como lo que son y usarlas para lo que están diseñadas. Las ciencias nos dan un conocimiento de la realidad que tiene la ventaja de la claridad y precisión: con herramientas afiladas es mucho más fácil manejar la realidad (convertirla en datos comprensibles, hacer predicciones, descubrir datos nuevos...) Pero sería tan absurdo creer que con eso se conoce todo, como pretender para la filosofía la misma precisión de las ciencias. En contraste con la solidez de las ciencias, la ventaja de la filosofía es que se ocupa, en planos más generales y abstractos, de problemas vitales (como la libertad, Dios, la inmortalidad), aunque deba pagar el precio de contentarse con un saber menos sólido.

Lo que queda por ver es cuál es la verdadera naturaleza de esa aparente solidez de las ciencias. Frente a una tajante división en sólido/fluido (¡esquema!) y la consiguiente oposición entre ciencia y filosofía, Vaz Ferreira propone, como podía esperarse, un hermanamiento entre ambas, y un paso gradual e insensible de unos a otros niveles de análisis.


3. La continuidad de ciencia y filosofía: la ciencia como un témpano flotante

La oposición entre ciencia y filosofía, desde que el progreso de las ciencias comenzó a deslumbrar a la humanidad, ha sido entendida a menudo como un contraste entre el verdadero conocimiento y la ilusión. Según la famosa imagen kantiana, el conocimiento científico se nos presenta como una isla de terreno bien medido y con cada cosa en su sitio, frente al océano ancho y borrascoso de la metafísica, que nos tienta con sus espejismos.15

Para Vaz Ferreira la ciencia es también un territorio sobre el que podemos asentar el pie, pero, en lugar de entender este terreno como un pedazo más o menos grande de tierra firme, lo ve como "un témpano flotante" en medio del océano.16 Por un lado, sí, es sólido, "y se afirma y se ensancha más cada día". Ante el "océano para el cual no hay barca ni velas",17 las ciencias son el territorio de la seguridad y del progreso. Pero, aunque dé la ilusión de tal, ese espacio no es tierra firme.

De entrada, no es firme: esa superficie en la que estamos confiadamente asentados está flotando en el agua. Por eso, "por todos sus lados se encuentra el agua; y si se ahonda bien en cualquier parte, se encuentra el agua". Vaz Ferreira nos habla aquí de la continuidad entre ciencia y filosofía, en dos sentidos: en el de ausencia de oposición y en el de ausencia de solución de continuidad. Por una parte, la ciencia está rodeada de filosofía: las dos "trabajan en continuidad, no opuestas sino unidas".18 Por otra parte, cualquier ciencia lleva insensiblemente al análisis filosófico ("si se ahonda bien"), sin que haya una línea divisoria, como se verá enseguida.

Pero, todavía más, la aparente tierra firme ni siquiera es tierra: "si se analiza cualquier trozo del témpano mismo, resulta hecho de la misma agua del océano para el cual no hay barcas ni velas. La ciencia es Metafísica solidificada." Esto quiere decir que esa petrificación del pensamiento es algo artificial, que el estado natural del conocimiento humano es el de "confusión luminosa", porque es el de buscar el contacto directo con la realidad, y que los conocimientos aparentemente sólidos son sólo el resultado de la decisión de sacrificar el ansia de realidad por la seguridad de los límites precisos.

La apariencia de tierra firme de las ciencias se debe a que se edifican sobre un punto de apoyo. Este apoyo se lo proporcionan, por una parte, un significado fijo de los términos y, por otra, un plano de abstracción determinado. A la filosofía le falta esa firmeza, porque, al analizar constantemente, no para de pasar de unos planos de abstracción a otros más profundos y, en consecuencia, las palabras no tienen un significado determinado de una vez por todas, sino que va cambiando al moverse de plano.19 Pero esta oposición entre ciencia y filosofía vuelve a ser más aparente que real. Por una parte, también la filosofía puede (y debe) precisar el significado de los términos que utiliza, y especificar el plano mental en que trabaja. Por otra parte, el punto de apoyo de las ciencias no es absoluto, sino decidido: convencionalmente, se ha fijado el significado de las palabras y se ha detenido el análisis en un plano, que se toma como los "datos" de partida.20 La metáfora del témpano flotante recuerda así a otro símil, más actual que los de Kant y Littré: la metáfora popperiana del edificio levantado sobre pilotes en terreno pantanoso.21 Popper, como Vaz Ferreira, apunta al carácter convencional de la supuesta base firme de las ciencias y denuncia con ello la pretensión de las ciencias de constituir un saber definitivo.

Ahora bien, pese al aire de familia, la metáfora vazferreriana no quiere ser una defensa del falibilismo, sino más bien una invitación a proseguir, profundizando, el pensamiento iniciado en el plano científico. Como se ha dicho, en Vaz Ferreira la ciencia nos lleva insensible e inevitablemente a la filosofía. En cuanto se empieza a pensar, es imposible no profundizar: "la ciencia emite filosofía".22 Quien piensa no puede detenerse ante la frontera entre ciencia y filosofía, porque no existe tal frontera: "los límites de la ciencia con la filosofía no son precisos".23 Es posible, sí, detener el movimiento natural del pensamiento por motivos prácticos, no analizar y simplemente usar las herramientas científicas.24 Pero seguir pensando es pasar gradualmente a los problemas filosóficos. Por eso, según Vaz Ferreira, los científicos que aparentemente reniegan de la filosofía lo que hacen, en el mejor de los casos, es reinventarla y, en el peor, construir una mala.25

En lugar de una frontera entre ciencia y filosofía, lo que existe es una región intermedia de conocimiento clarificador.26 Según Vaz Ferreira, entre "ciencia pura" y "filosofía pura" hay planos intermedios de conocimiento de la realidad. Mejor dicho, se trata de planos intermediarios, como una "zona de paso" para el intercambio fructífero entre ciencia y filosofía. Por ellos pasan los científicos que se atreven a llevar el análisis más allá de la pura ciencia (el matemático, el físico, el biólogo, el astrónomo… que quieren aclarar las nociones que manejan: infinito, fuerza, vida, limitación del universo…);27 por esos planos intermediarios pasan también los filósofos que acuden a buscar en la ciencia materiales nuevos para la reflexión (al filósofo le interesan esos problemas que empiezan a asomar, como el del tiempo en la teoría de la relatividad, o el del indeterminismo en la mecánica cuántica, y que merece la pena pensar más profundamente).28

Vaz Ferreira critica a los "ingenuos positivistas de primera hora" que pretendían hacer sólo ciencia. Entiende que esta pretensión se parece a la de querer igualar una tela desflecada cortándola por el borde: lo único que se consigue es que se vuelva a desflecar.29 No es posible esa opción por la ciencia frente a la filosofía, porque es la realidad misma la que se resiste finalmente a ser encerrada en moldes precisos, la que nos impone pensarla de maneras cada vez más plásticas. Y en este proceso no hay un límite, aunque sí un objetivo nunca completamente alcanzado: la verdad.


4. La búsqueda de la verdad: ciencia y filosofía como aspectos del saber humano

Cada uno de nuestros intentos por comprender la realidad (sea científico, filosófico, o de cualquier otro tipo) no nos da sino un aspecto de esa riquísima realidad. Son como "varias fotografías de un lugar, tomadas desde distintos puntos, en distintos momentos y por distintos operadores"30: el conjunto nos da una imagen más completa, no contradictoria, de ese paisaje. Vaz Ferreira quiere entender el conocimiento humano en toda su riqueza, sin caer en la trampa reduccionista de disyunciones tan comunes como las siguientes: "o ciencia o filosofía", "o razón o sentimiento", "o certeza o ignorancia". Para terminar de aclarar la imagen vazferreriana del conocimiento humano, me será útil presentar cómo define él mismo su postura respecto a algunos "ismos" con los que coincide en parte, pero que supera con una visión menos reductiva del conocimiento: positivismo, escepticismo y pragmatismo. Para los tres distingue una manera "buena" y una "mala" de entenderlos y vivirlos. La buena es la que le permite reconocer la contribución y el alcance de ciencia y filosofía en la búsqueda de la verdad.

En primer lugar, frente a la actitud cientificista proclamada por el "positivismo malo" ("la limitación sistemática del conocimiento humano a la sola ciencia"31), Vaz Ferreira propone lo que él llama un "positivismo bueno" ("sentir admiración y amor por la ciencia pura, sin hacer, en su nombre, exclusiones"32). Tanto la ciencia como la filosofía contribuyen al conocimiento de la realidad. Tan sin sentido sería rechazar la ciencia en nombre de la filosofía, como rechazar la filosofía en nombre de la ciencia. Por un lado, la ciencia aporta, como se ha visto, una solidez que resulta muy útil desde un punto de vista práctico: el témpano flotante es un lugar "habitable y grato", sobre el que se puede edificar, sembrar, cosechar… Pero, por otro lado, "esa morada perdería su dignidad si los que la habitan no se detuvieran a veces a contemplar el horizonte inabordable".33 La filosofía nos hace abandonar la seguridad, pero nos abre a la inmensidad de lo real.

Para Vaz Ferreira, "la metafísica es legítima; más que legítima: constituye y constituirá siempre la más elevada forma de la actividad del pensamiento humano, mientras no pretenda tener el aspecto de claridad y precisión de la ciencia".34 El análisis filosófico completa el conocimiento, no a pesar de, sino justamente por su falta de precisión. Se empieza a pensar con un esquema preliminar, y luego se sigue analizando para matizarlo, "estableciendo las relaciones, las transiciones, las penumbras y hasta las confusiones, porque para pensar bien hay que hacer como el dibujante que traza primero el contorno, y después, con el claroscuro, completa, y atenúa la rigidez falsamente precisa del esquema inicial".35 Vaz Ferreira contrasta la precisión del esquema con la profundidad del análisis, y reserva la primera herramienta para la ciencia y la segunda para la filosofía: ambas contribuyen a su modo al conocimiento de la realidad.

Ahora bien, si la filosofía nos lleva más allá de la ciencia, también hay un más allá del análisis filosófico. O, dicho de otro modo, si es verdad que ciencia y filosofía contribuyen al conocimiento de la realidad, también lo es que el conocimiento que ambas proporcionan es parcial, limitadísimo en comparación con la ignorancia que dejan sin cubrir. Las últimas líneas de la metáfora del témpano flotante pueden dar la impresión de un cierto pesimismo, cercano al escepticismo:

Pero esta morada perdería su dignidad si los que la habitan no se detuvieran a veces a contemplar el horizonte inabordable, soñando en una tierra definitiva; y hasta si continuamente algunos de ellos, un grupo selecto, como todo lo que se destina a sacrificios, no se arrojaran a nado, aunque se sepa de antemano que hasta ahora ninguno alcanzó la verdad firme, y que todos se ahogaron indefectiblemente en el océano para el cual no se tiene barca ni velas.36

Pero, si se entiende bien, lo que se encuentra en este pasaje es un realismo optimista. Nadie ha alcanzado la verdad firme, pero esto no quiere decir que la verdad sea puro sueño, pura ilusión: lo que ocurre es que la verdad no tiene por qué ser firme. Vaz Ferreira nos anima a lanzarnos a nado, sin barca ni velas, es decir, sin sistemas, a la búsqueda de la verdad: "la verdad se ha de buscar directamente".37

Vaz Ferreira defiende así un "buen escepticismo", que contiene, junto a un socrático reconocimiento de la propia ignorancia, una desconfianza respecto del lenguaje y, en general, respecto de toda sistematización.38 La realidad es siempre mucho más de lo que nuestros pobres esquemas logran capturar. Por eso, todavía más allá del pensamiento filosófico, Vaz Ferreira reconoce el valor del "psiqueo" asistemático: "esa realidad mental 'fluida', de que no es expresión adecuada el pensamiento lógico, esquema, ni el lenguaje, esquema de esquema".39 Lo que no es un pensamiento, o más bien es un pensamiento sin palabras y por tanto un auténtico pensar,40 lo que no tiene una forma definida y por ello es difícil plasmarlo en un escrito, también aporta su contribución a la búsqueda de la verdad. Una actitud abierta por parte de ciencia y filosofía les permitiría sacar provecho de la alianza con ese pensar no encerrado en sistemas.

Por otra parte, en esta búsqueda, en la que todos los esfuerzos se suman, también todos los grados de certeza son bienvenidos. Para Vaz Ferreira lo que se duda, e incluso lo que se ignora, puede jugar un papel importante en el conocimiento del mundo. Frente al racionalismo, que pretende seguridades a toda costa, pero también frente al pragmatismo "malo", que propone forzar la creencia por la voluntad, Vaz Ferreira defiende un pragmatismo "bueno", que gradúa la creencia y reconoce su ignorancia:

Saber qué es lo que sabemos, y en qué plano de abstracción lo sabemos; creer cuando se debe creer, en el grado en que se debe creer; dudar cuando se debe dudar, y graduar nuestro asentimiento con la justeza que esté a nuestro alcance; en cuanto a nuestra ignorancia, no procurar ni velarla, ni olvidarla jamás; y, en ese estado de espíritu, obrar en el sentido que creemos bueno, por seguridades o por probabilidades, según corresponda, sin violentar la inteligencia, para no deteriorar por nuestra culpa este ya tan imperfecto y frágil instrumento, -y sin forzar la creencia.41

El conocimiento de la realidad se despliega con toda esta riqueza de matices: saber, en distintos planos de abstracción; creer, en distintos grados; dudar unas veces y asentir otras, y no siempre con la misma convicción; reconocer la propia ignorancia y su alcance. Por eso insiste Vaz Ferreira en que enseñar a ignorar es tan importante como enseñar a saber,42 y por eso propone ese encantador "libro futuro" en el que quedaría reflejada la vida fluida del pensamiento: junto a las seguridades (que las hay, incluso en filosofía), también las dudas; y las rectificaciones, las aclaraciones, las anotaciones caóticas; y las opiniones que no se comparten, y las críticas recibidas; y también las incomprensiones, y los callejones sin salida, y la ignorancia.43 Con su propuesta, Vaz Ferreira quiere reconocer el valor, no sólo de las pequeñas verdades parciales conquistadas por el pensamiento sistemático (sea científico o filosófico), sino también de todo ese "fermento intelectual" que, precisamente por ser un pensamiento no cristalizado, no corre el peligro de ser tomado como "la verdad", cerrada y definitiva, y por tanto paralizante.

En resumen, frente al falso dilema "o cientificista o enemigo de la ciencia", Vaz Ferreira sitúa en su lugar las contribuciones de la ciencia y de la filosofía al conocimiento del mundo: la ciencia aporta solidez y control; la filosofía amplitud y profundidad. En ambos casos, la aportación es valiosa pero parcial (pues corresponde a un plano de abstracción determinado): por eso ciencia y filosofía no deben trabajar como enemigas, sino en cooperación, para sumar sus pequeñas verdades en ese camino hacia la verdad inagotable. En segundo lugar, frente al falso dilema "o escéptico o dogmático", Vaz Ferreira considera que la verdad será siempre algo que se busca, no algo en lo que uno se instala: por eso, del mismo modo que los pequeños logros de ciencia y filosofía no deben absolutizarse, sus fracasos o sus limitaciones tampoco deben ser vistos como frontera insalvable para el conocimiento humano. Por último, frente al falso dilema "o pragmatista o racionalista", Vaz Ferreira sugiere que la imagen del mundo que necesariamente hemos de formarnos para poder actuar no está compuesta sólo de conocimientos ciertos: por eso recomienda atreverse a apostar por una idea o teoría, aunque no se vean claramente sus resultados o beneficios inmediatos,44 y por eso considera legítimo que los científicos trabajen con hipótesis tentativas (incluso contradictorias entre sí),45 que los filósofos discutan los problemas teniendo en cuenta muchas ideas al mismo tiempo,46 y que ambos sepan sacar provecho de los errores.47 En definitiva, la cooperación de ciencia y filosofía que propone Vaz Ferreira sólo será efectiva si ambas reconocen su respectivo alcance y sus límites, y si lo hacen con una actitud no arrogante respecto a la verdad: la verdad para Vaz Ferreira no es ni un suelo firme sobre el que edificar, ni una cima para conquistar, sino un horizonte que invita a seguir avanzando.


Notas

1. La relación entre ciencia filosofía en Vaz Ferreira ya ha sido estudiada, especialmente en el artículo de Arturo Ardao "Ciencia y metafísica en Vaz Ferreira" y el libro de José M. Romero Baró Filosofía y ciencia en Carlos Vaz Ferreira.

2. Lógica viva, 169 (Obras, IV).

3. Tres filósofos de la vida, 53.

4. Lógica viva, 233.

5. Lógica viva, 234.

6. Lógica viva, 234.

7. Lógica viva, 237-240.

8. Vaz Ferreira ofrece un análisis detallado de esta insuficiencia de los esquemas lingüísticos para expresar la realidad (y nos enseña a estar prevenidos ante sus engaños) en "Un paralogismo de actualidad", Fermentario 144-172 (Obras, X).

9. "Trascendentalizaciones matemáticas ilegítimas y falacias correlacionadas", 74 (Obras, XI).

10. "Trascendentalizaciones matemáticas ilegítimas y falacias correlacionadas" 90.

11. "Enseñanza de las ciencias experimentales", 368 (Obras, XXI).

12. Lógica viva, 151.

13. Lógica viva, 134.

14. Fermentario, 153.

15. "No sólo hemos recorrido el territorio del entendimiento puro y examinado cuidadosamente cada parte del mismo, sino que, además, hemos comprobado su extensión y señalado la posición de cada cosa. Este territorio es una isla que ha sido encerrada por la misma naturaleza entre límites invariables. Es el territorio de la verdad -un nombre atractivo- y está rodeado por un océano ancho y borrascoso, verdadera patria de la ilusión, donde algunas nieblas y algunos hielos que se deshacen prontamente producen la apariencia de nuevas tierras y engañan una y otra vez con vanas esperanzas al navegante ansioso de descubrimientos, llevándolo a aventuras que nunca es capaz de abandonar, pero que tampoco puede concluir jamás. Antes de aventurarnos a ese mar para explorarlo en detalle y asegurarnos de que podemos esperar algo, será conveniente echar antes un vistazo al mapa del territorio que queremos abandonar e indagar primero si no podríamos acaso contentarnos con lo que contiene, o bien si no tendremos que hacerlo por no encontrar tierra en la que establecernos." (Crítica de la razón pura, 259: A235-236/B294-295)

16. Fermentario, 137.

17. Ardao explica en su artículo sobre ciencia y metafísica que Vaz Ferreira toma esta imagen del positivista francés Emile Littré, que quería destacar ante todo la inaccesibilidad de lo que está más allá del saber positivo. Vaz Ferreira se apoya en esta metáfora para superarla con una personal visión de las relaciones entre ciencia y filosofía.

18. Fermentario, 222.

19. Los problemas de la libertad y los del determinismo, 19-20 (Obras, II).

20. Los problemas de la libertad y los del determinismo, 19-20.

21. "La base empírica de la ciencia objetiva, pues, no tiene nada de 'absoluta'; la ciencia no está cimentada sobre roca: por el contrario, podríamos decir que la atrevida estructura de sus teorías se eleva sobre un terreno pantanoso, es como un edificio levantado sobre pilotes. Estos se introducen desde arriba en la ciénaga, pero en modo alguno hasta alcanzar ningún basamento natural o 'dado'. Cuando interrumpimos nuestros intentos de introducirlos hasta un estrato más profundo, ello no se debe a que hayamos topado con terreno firme: paramos simplemente porque nos basta que tengan firmeza suficiente para soportar la estructura, al menos por el momento." (La lógica de la investigación científica, 106)

22. "Trascendentalizaciones matemáticas ilegítimas y falacias correlacionadas", 69.

23. "Sobre enseñanza de la filosofía", 73 (Obras, XV).

24. "Sobre enseñanza de la filosofía", 90.

25. "Sobre enseñanza de la filosofía", 73-75.

26. Aunque Vaz Ferreira habla también de una región intermedia "mala": una región turbia que han creado los científicos que no saben filosofía, una zona de "mala metafísica" que no es en realidad sino un conjunto de generalizaciones confusas que corresponde al filósofo clarificar (Fermentario, 135).

27. "Sobre enseñanza de la filosofía", 74, 89-90.

28. Se puede ver cómo los piensa Vaz Ferreira en "Trascendentalizaciones matemáticas ilegítimas y falacias correlacionadas", 71-74 y 75-94.

29. Fermentario, 136.

30. Fermentario, 184.

31. "Sobre enseñanza de la filosofía", 73.

32. "Sobre enseñanza de la filosofía", 72.

33. Fermentario, 137.

34. Lógica viva, 152. Según Vaz Ferreira, cuando alguien nos ofrece una metafísica que trata de imitar a la ciencia en claridad y precisión, "nos da el error, en vez de la verdad parcial de que somos capaces": Lógica viva, 168-169.

35. Los problemas de la libertad y los del determinismo, 68.

36. Fermentario, 137.

37. Fermentario, 99; Lógica viva, 272.

38. Fermentario, 163-167.

39. Fermentario, 200.

40. Ver Fermentario, 186.

41. Conocimiento y acción, 23 (Obras, VIII).

42. "Sobre enseñanza de la filosofía", 76.

43. "Un libro futuro", Fermentario, 138-140. También incluido en Lógica viva, 169-171, donde a continuación Vaz Ferreira explica lo que quiso sugerir.

44. Fermentario, 35; Conocimiento y acción, 138.

45. "Trascendentalizaciones matemáticas ilegítimas y falacias correlacionadas", 100-101.

46. "Pensar por sistemas y pensar por ideas para tener en cuenta", Lógica viva, 154-185. "Valor y uso del razonamiento", Lógica viva, 243-270.

47. Conocimiento y acción, 87; Fermentario, 130.




Bibliografía



Fecha del documento: 21 junio 2001
Ultima actualización: 14 junio 2004

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