[LECCIONES SOBRE LOS LÓGICOS BRITÁNICOS]
LECCIÓN I: NOMINALISMO Y REALISMO TEMPRANOS


Charles S. Peirce (1869)


Traducción castellana de Luz Chapa (2003)


Este texto corresponde al MS 158 (noviembre-diciembre 1869) tal como figura en W 2.310-317. Una parte de este manuscrito fue publicada en CP 1.28-34.




El presidente me pidió que impartiera nueve lecciones sobre historia de la lógica. He limitado el tema a los lógicos británicos, pero incluso con esta limitación es un tema, que requeriría para ser tratado adecuadamente no menos de diez veces el número de lecciones que tengo que dar. Estoy obligado por tanto a tratarlo de una manera bastante fragmentaria y no debe sorprender que haya omitido algunos de los nombres más importantes.

Quiero dejar claro en primer lugar que no he venido aquí a exponer mis propias opiniones, ni siquiera a hablar de lógica, sino simple y sencillamente de una rama de la historia, la del pensamiento lógico en las Islas Británicas. Intentaré mostrar de una manera necesariamente imperfecta -la que el tiempo me permita-, cómo surgieron estas cuestiones en los principales pensadores de Inglaterra y reconstruir el estado de su mente. Dejaremos de lado la cuestión de si estaban en la verdad o en el error porque ésta sería una cuestión de filosofía y no de historia.

La historia de la lógica no carece de interés como rama de la historia. Pues en tanto que la lógica refleja adecuadamente los métodos de pensamiento de una época, su historia es la historia del pensamiento humano en su relación más esencial, es decir, en cuanto a su capacidad para investigar la verdad. Pero el principal valor del estudio de la filosofía histórica es que disciplina la mente para mirar las ideas filosóficas de manera fría y científica y no con pasión como si los filósofos fueran contrincantes.

La lógica británica reviste un interés particular ya que algunas líneas específicas de pensamiento han sido siempre predominantes en esas islas dando muy pronto a sus lógicos un aire familiar que ya empieza a aparecer en tiempos muy antiguos. La característica más notable de los pensadores británicos es su tendencia nominalista. Esto ha sido siempre y continúa siendo muy notable. Tanto que actualmente en Inglaterra, y sólo ahí, son más los pensadores considerados nominalistas que los defensores de cualquier otra doctrina. William Ockham u Oakum, inglés, es sin lugar a dudas el más grande nominalista que ha existido; aunque también es cierto que Duns Escoto, otro británico, es el más agudo defensor de la opinión contraria. Estos dos hombres, Duns Escoto y William Ockham, son definitivamente las mentes especulativas más grandes de la Edad Media y también dos de los más profundos metafísicos que han existido. Otra circunstancia que hace interesante la lógica de las Islas Británicas es que fue ahí más que en ningún otro sitio donde se realizaron estudios de lógica de las ciencias naturales. Encontramos ya una cierta evidencia del pensamiento inglés en esta línea en ese fenómeno singular que es Roger Bacon, un hombre que era científico antes de que la ciencia empezara. En el amanecer de la era científica, Francis Bacon escribió un tratado real y explícitamente lógico, el Novum Organum, una obra cuya celebridad quizás excede sus méritos reales. En nuestros días, los escritos de Whewell, Mill y Herschel nos proporcionan algunas de las mejores consideraciones del método de pensamiento en la ciencia. Otra línea en la que el pensamiento lógico llegó más lejos en Inglaterra que en cualquier otro sitio es la lógica matemático-formal, cuyos principales autores son Boole, De Morgan, y el escocés Sir Wm. Hamilton, pues aunque Hamilton era implacable con las matemáticas es indiscutible que su propia doctrina de los predicados cuantificados es esencialmente matemática. Esta inclinación hacia el aspecto formal de la lógica apareció ya en la Edad Media, cuando la escuela nominalista de Ockham -el más escolástico entre los escolásticos-, y la escuela de Escoto, llevaron al extremo las doctrinas de la Parva Logicalia que eran la contribución de aquellos años a esta rama de la ciencia. Y las mismas Parva Logicalia podrían haber tenido un origen inglés ya que el primer escritor conocido sobre el tema -a menos que la Sinopsis 'Aristotelooz' Organou se atribuya a Psellus-, es el inglés William de Sherwood.

Podéis daros cuenta por tanto de qué íntimamente vinculados están en Inglaterra el pensamiento moderno y el medieval más que en Alemania o en Francia, y por lo tanto qué indispensable resulta empezar nuestra historia a partir de una época muy temprana. Pero aquí se presenta una extraordinaria dificultad: ni aún dedicando mis nueve lecciones a la filosofía medieval podría haceros capaces de leer y comprender a fondo una sola página de Escoto o de Ockham, ni tampoco daros una adecuada idea general de su posición histórica. Me contentaré por tanto con hacer algunas observaciones acerca de su nominalismo y de su realismo haciendo especial referencia a su relación con las doctrinas modernas concernientes a los generales. Como preámbulo a dichas observaciones en esta lección trazaré un boceto rápido de la gran discusión que tuvo lugar entre los nominalistas y los realistas en el siglo XII.

Todo conocimiento profundo del escolasticismo desapareció en el siglo XVII, y sólo más tarde fue retomado su estudio. Incluso ahora son poco comprendidos los últimos años, aunque las grandes controversias lógicas del siglo XII han sido estudiadas a fondo. Cousin inició la investigación sobre el tema publicando algunos trabajos lógicos de Abelardo, junto con otros que erróneamente atribuyó a éste, y escribiendo una introducción en la que expuso su concepción de la disputa. Estas contribuciones de Cousin están contenidas en sus Ouvrages Inédits d'Abélard, que forman uno de los volúmenes de los Documents relatifs à l’Histoire de France y en la segunda edición de sus Fragments Philosophiques: Philosophie Scholastique. Hauréau en su Histoire de la philosophie scholastique, de Rémusat en su Abélard, Jourdain en su Recherches critiques sur la connaissance d'Aristote dans le moyen âge, y Barach en su Nominalismus vor Roscellinus sacaron a la luz otros documentos importantes relativos a este tema. Contábamos ya con los trabajos de Anselmo, Juan de Salisbury y Alanus de Lille, el Liber sex principiorum de Gilbertus, el comentario del mismo autor a los tres libros De Trinitate, falsamente atribuidos a Boecio, y las cartas de Abelardo a Eloísa y su Introductio in Theologiam, que tienen una importante relación con esta parte de la historia lógica. El mejor informe acerca de la disputa está contenido en el capítulo 14 del gran Geschichte der Logik im Abendlande de Prantl.

La característica más notable del pensamiento medieval es la importancia atribuida a la autoridad. Se consideraba que la autoridad y la razón eran dos métodos coordinados para llegar a la verdad, y lejos de afirmar que la autoridad era secundaria respecto de la razón, los escolásticos llegaban a situarla incluso por encima de la razón. Cuando Berengario en su disputa con Lanfranco subrayó que una afirmación completa resultaba insostenible si una de sus partes era derrocada, su adversario replicó: "Habiendo abandonado las sagradas autoridades te refugias en la dialéctica, y cuando oigo y respondo sobre los misterios de la fe, prefiero oír y responder a las autoridades sagradas que se suponen relacionadas con el tema que con razones dialécticas". A esto Berengario replicó que San Agustín en su libro De doctrina christiana sostiene que lo que dijo respecto a una afirmación está unido indisolublemente con la misma eternidad de la verdad que es Dios. Pero añadía "Maximi plane cordis est, per omnia ad dialecticam confugere, quia confugere ad eam ad rationem est confugere, quo qui non confugit, cum secundum rationem sit factus ad imaginem Dei, suum honorem reliquit, nec potest renovari de die in diem ad imaginem Dei". Junto a las autoridades sagradas -la Biblia, la Iglesia y los Padres-, la de Aristóteles era indiscutiblemente la más alta. Podía ser negada pero la presunción en contra de que estuviera equivocado en algún punto concreto era inmensa.

De tal peso atribuido a la autoridad, -que resultaría excesivo si en ese tiempo la mente humana no se encontrara en un estado de incultura tal que no podía hacer nada mejor que seguir a los maestros, ya que era totalmente incompetente para resolver los problemas metafísicos por sí misma-, se sigue de manera natural que la originalidad del pensamiento no sólo no era admirada sino que, por el contrario, la mente admirable era la de quien conseguía interpretar consistentemente los dicta de Aristóteles, Porfirio y Boecio. Por tanto la vanidad, la vanidad de la clarividencia, era un vicio del que los sabios estaban especialmente libres. Eran minuciosos y exhaustivos en su conocimiento de las autoridades que tenían, y eran también minuciosos y exhaustivos en el tratamiento de cada cuestión que abordaban.

Todas estas características nos recuerdan menos a los filósofos de nuestros días que a los hombres de ciencia. No dudo en afirmar que hoy los hombres de ciencia piensan mucho más en la autoridad que los metafísicos, ya que en la ciencia una cuestión no es considerada como establecida, o su solución como cierta, mientras no se haya despejado cualquier duda inteligente y documentada, y todas las personas competentes hayan llegado a un acuerdo católico, mientras que por el contrario, cincuenta metafísicos que sostengan cada uno una opinión que ninguno de los otros cuarenta y nueve pueda admitir, van a considerar sin embargo sus respectivas cincuenta opiniones opuestas como más ciertas que el que el sol saldrá mañana. Esto es tener lo que parece una minusvaloración absurda de las opiniones de los demás; el hombre de ciencia otorga un valor positivo a la opinión de cualquier hombre tan competente como él, de manera que no puede más que dudar de una conclusión que adoptará si no fuera porque un hombre competente se opone a ella; pero por otra parte, considerará cualquier divergencia respecto de las convicciones del gran cuerpo de científicos como suficiente por sí misma para alegar incompetencia, y generalmente dará poco peso a las opiniones de los hombres que han muerto hace mucho e ignoraban lo que ha sido descubierto desde entonces relacionado con la cuestión entre manos. Por el contrario, los sabios atribuían la más grande autoridad a los hombres mucho después de la muerte y tenían razón ya que en los años de oscurantismo no era cierto que el último estadio del conocimiento humano fuera el más perfecto sino todo lo contrario. Pienso que puede decirse entonces que los sabios no otorgaron demasiado peso a la autoridad a pesar de que le atribuyeron mucho más del que nosotros deberíamos atribuirle, o del que debiese o pudiese atribuírsele en cualquier época en que la ciencia experimente un desarrollo exitoso y progresivo, y por supuesto infinitamente mayor del que le atribuían aquellos nómadas intelectuales, los metafísicos modernos, incluyendo a los positivistas. Los sabios se parecen también a los científicos modernos, en la escasa importancia que suelen atribuir a una teoría brillante, que en este sentido no pueden ser comprendidos en absoluto por hombres no científicos. Los seguidores de Herbert Spencer, por ejemplo, no podían comprender por qué los científicos situaban a Darwin tan por encima de Spencer, si las teorías de este último eran mucho más amplias y más comprehensivas. No podían entender que no era la sublimidad de las teorías de Darwin lo que las hacía ser admiradas por los científicos, sino más bien su minuciosidad, su sistematicidad, su extensión y sus estrictas investigaciones científicas lo que hacía que tuviesen un recepción favorable, aunque se tratase de teorías que en sí mismas apenas merecían respeto científico. Y este malentendido es propio de los metafísicos que imaginan ser hombres de ciencia en virtud de su metafísica. Este mismo espíritu científico fue malentendido también por los sabios, quienes se encontraron carentes de éste porque no escribían con un estilo literario y no "estudiaban con espíritu literario". El hombre que plantea esta objeción posiblemente no pueda comprender los méritos reales de la ciencia moderna. Si las palabras quidditas, entitas, y haecceitas nos producen disgusto, qué podemos decir del latín de los botánicos, y del estilo de cualquier trabajo técnicamente científico. En cuanto a esa frase "estudiar con espíritu literario" es imposible expresar qué nauseabunda le resulta a cualquier científico, incluso al lingüista científico. Pero por encima de todo está la búsqueda minuciosa del sabio que les asocia con los hombres de ciencia y les separa a lo largo del mundo, de los llamados filósofos modernos. La minuciosidad a la que me refiero consiste en que adoptando cualquier teoría, se meten por todas partes, dedican todas sus energías y toda su vida a comprobar la bona fide, no tal que meramente añada una nueva lentejuela al destello de sus pruebas sino tal que realmente se dirija a satisfacer su impulso insaciable e incansable de poner sus opiniones a prueba. Al tener una teoría deben aplicarla a cada materia y a cada rama de cada materia para ver si produce un resultado acorde con el único criterio que son capaces de aplicar, la verdad de la fe católica y las enseñanzas del Príncipe de los Filósofos. Me parece que Mr. George Henry Lewes en su obra sobre Aristóteles se ha acercado a la verdadera causa del éxito de la ciencia moderna cuando dice que era la Verificación. Voy a expresarlo de la siguiente manera: los estudiantes modernos de la ciencia han tenido éxito, porque han invertido sus vidas no en las bibliotecas y museos sino en los laboratorios y en el campo, y tanto en los laboratorios como en el campo no han contemplado la naturaleza con una mirada vacía, es decir con una percepción pasiva sin reflexión, sino que han estado observando, es decir percibiendo con ayuda del análisis, y comprobando las proposiciones de las teorías. La causa de su éxito fue que el motivo que les condujo al laboratorio y al campo fue el deseo de conocer cómo eran las cosas en realidad y el interés por encontrar si las proposiciones generales de hecho funcionan bien, lo cual derribó cualquier prejuicio, cualquier vanidad, y cualquier pasión. Hoy evidentemente no es una parte esencial de este método en general, que las pruebas se hagan mediante la observación de objetos naturales. Porque el gran desarrollo de las matemáticas modernas se explica también por el mismo gran interés en probar las proposiciones generales y los casos particulares, -sólo las pruebas eran aplicadas por medio de demostraciones particulares. Esto es observación, sin embargo, porque como afirmó el gran matemático Gauss, el álgebra es una ciencia de la vista, sólo que es observación de objetos artificiales y de un carácter altamente recóndito. Ahora este mismo interés incansable en probar las proposiciones generales es lo que produjo aquellas grandes pilas de folios de los sabios, y si la prueba que emplearon es sólo de una validez limitada de modo que no pudieron continuar indefinidamente sin trabas a ulteriores descubrimientos, sin embargo el espíritu, que es la cosa más esencial, el motivo, era prácticamente el mismo. Ningún hombre que sea impulsado por esto puede dejar de percibir qué diferente es este espíritu de aquel de la mayor parte, si bien no de todos, los filósofos modernos, aun de aquellos que se llaman a sí mismos empiristas.

Una consecuencia de la dependencia del pensamiento lógico en la Edad Media de Aristóteles es que el estado de desarrollo de la lógica en cualquier tiempo puede ser medido por la cantidad de escritos de Aristóteles conocidos en el mundo occidental. En el momento del gran debate entre los nominalistas y los realistas en el siglo XII los únicos trabajos de Aristóteles que eran bien conocidos eran las Categorías y el Peri Hermeneias, dos pequeños tratados que suponían menos de la sexagésima parte de sus trabajos según los conocemos ahora y por supuesto una proporción mucho menor de los que originalmente existieron. Había también cierto conocimiento de los Primeros analíticos pero no demasiado. La introducción de Porfirio a las categorías era bien conocida y su autoridad era casi igual a la de Aristóteles. Este tratado concierne a la naturaleza lógica de los géneros, especies, diferencias, propiedades y accidentes, y es un trabajo de gran valor e interés. Una frase de este libro, según Cousin, creó la filosofía escolástica, que es tan verdadera como lo eran habitualmente aquellas eminentes proposiciones francesas. Sin embargo es cierto que en gran medida fue el estudio de este libro lo que dio lugar con el correr del tiempo a la discusión sobre el nominalismo y el realismo; pero confundir esta discusión con toda la filosofía escolástica demuestra gran ignorancia del tema, una ignorancia excusable cuando Cousin escribió, pero no ahora.

Antes de abordar esta discusión será conveniente echar un vistazo al estado de las opiniones previo a la disputa, y en vista de que estas opiniones estaban muy influenciadas por Escoto Erigena voy a decir una o dos palabras sobre este hombre.

Escoto Erigena era un irlandés que vivió en el siglo IX, cuando Irlanda estaba muy por delante del resto de la Europa Occidental en cultura intelectual, cuando de hecho sólo Irlanda tenía algún conocimiento, y estaba enviando misioneros a Francia, a Inglaterra y a Alemania e hizo salir a estos países de la barbarie más completa. Ha despertado gran interés en nuestros días y se han escrito muchos libros sobre él. Se han publicado varias ediciones de sus diversos trabajos, entre las cuales la más importante es su De Divisione Naturae. Hauréau tenía publicados, en el volumen XXI de las Noticias de manuscritos de la academia francesa, algunos extractos de una glosa sobre Porfirio supuestamente escrita por Escoto. Se han publicado diversas obras sobre su vida y escritos por Hjort, Staudenmaier, Taillandier, Möller, Christlieb y Huber. A pesar de que no es principalmente un lógico sus escritos son de gran interés para la historia de la lógica, y dedicaría gustosamente algunas lecciones a su consideración. Sin embargo he de prescindir de este placer y hablaré de Escoto Erigena sin explicar su posición sino sólo arrojando alguna luz sobre los que vivieron después de él y fueron influidos por él. Habitualmente es reconocido, con razón, como un realista extremo e incluso algunos nominalistas extremos como Roscelino fueron considerados seguidores suyos. ¿Cómo pudo ocurrir esto?

Nos damos cuenta de que Erigena atribuye gran importancia a las palabras. En consecuencia parece suponer que las no-existencias son tan reales como las existencias. Comienza su obra De divisione naturae dividiendo todas las cosas en las que son y las que no son. En otro lugar declara que ningún filósofo niega que los posibles y los imposibles han de ser reconocidos entre el número de las cosas. En sus escritos se encuentran constantemente expresiones de este tipo. No parece advertir que, como dice el antiguo filósofo, "El ser es y el no ser no es". Por tanto dice que el nombre Nada significa la inefable, incomprehensible e inaccesible claridad de la naturaleza divina que es desconocida para cualquier entendimiento humano o angélico que "dum per se ipsam cogitatur" ni es ni fue ni será. Describe la creación como la producción de las negaciones de las cosas que son y que no son, las afirmaciones de todas las cosas que son y que no son. Llega a decir que "la oscuridad no es nada sino algo", ya que de lo contrario la Escritura no diría 'y Dios llamó luz al día y a la oscuridad noche'. De esta manera os daréis cuenta de que Escoto Erigena tenía la idea de que el objeto inmaterial inmediato de un nombre es algo.





Fin de: "Lección I: Nominalismo y realismo tempranos". Traducción castellana de Luz Chapa, 2003. "Lecture I. Early nominalism and realism" corresponde a MS 158, noviembre-diciembre 1869, en W 2, 310-317.

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Fecha del documento: 4 de febrero 2003
Última actualización: 24 de febrero 2011


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