LA MORALIDAD Y EL CREDO DE LA IGLESIA


Charles S. Peirce (1891)

Traducción castellana de Hedy Boero (2011)



Este texto ha sido traducido a partir de la transcripción que puede encontrarse en W 8.240-241. Es la respuesta que Peirce escribió a un editorial sin firma titulado “Una cuestión moral clara”, publicado en The Nation, vol. 53, n. 1358, p. 23-24, el 9 de julio de 1891. La tesis defendida por el editorial es que un ministro no puede permanecer con honor en el servicio de la iglesia, mientras repudie los artículos principales de su credo. Peirce se manifiesta en franco desacuerdo con este postulado, por lo que defiende una posición falibilista. La carta de Peirce no fue publicada y es muy probable que no fuera enviada.

Para el editor de The Nation

Señor:

Permítame decir algo a modo de respuesta a su editorial titulado: "Una cuestión moral clara"1. Este título que acompaña a una discusión de un punto de la conducta en el que hombres serios difieren es, no necesito decirlo, sumamente ofensivo. Tiene razón en insultar así a los que han llegado a una conclusión contraria a la suya, siempre y cuando pueda sostener su posición de que todo sentido moral sólido está en contra de aquellas personas; de lo contrario, usted está haciendo una apelación malintencionada al odium theologicum.

Su propuesta es que "un ministro no puede permanecer con honor en el servicio de una iglesia, mientras repudie los artículos principales de su credo". Pero creo que, por lo general, debe. Yo personalmente soy un laico que he roto mi conexión visible con la Iglesia, y puesto, así, mi alma en peligro, porque no puedo creer un determinado artículo de fe en el sentido en que se entiende comúnmente. Teniendo en cuenta mis circunstancias especiales, llegué a la conclusión de que era mi deber. Pero en la mayoría de las circunstancias y especialmente para un ordenado en el ministerio, tengo claro que el camino opuesto sería el de la lealtad a Dios y Su Iglesia.

Confiesa: "todas nuestras simpatías están con los hombres de las diversas confesiones que tienen la suficiente mente abierta para ver cómo el vino nuevo de la investigación moderna está rompiendo completamente los viejos odres eclesiásticos". Y, sin embargo, intenta obstaculizar a los que están tratando de conferir a esos cueros la elasticidad que les hace falta. Que el vino es la sangre de Cristo, de la que depende la redención del mundo. Dice que la investigación moderna está destinada a hacer pedazos el credo, y con el credo, la Iglesia. Pero cuando la Iglesia trata de corregir sus errores de la única forma posible, a saber, por aquellos de su clero de los que son conocidos, diciendo que son errores mientras permanecen en sus puestos, entonces usted les dirá que un camino tal sería deshonroso. Este es claramente el consejo de un enemigo de la Iglesia. Siendo, por lo tanto, hostil, naturalmente deriva las nociones de lo correcto e incorrecto de una fuente diferente de la de ella.

Si es cierto incluso de un partido político que cuando un hombre ha entrado una vez en él, no tiene derecho a tratar de modificar la plataforma, le dejo que me informe. Pero ciertamente la Iglesia no está constituida como un partido o un club político con el credo como su plataforma. Esto puede ser cierto, lo admito, de algunas "confesiones"; pero no lo es, por ejemplo, de la Iglesia Episcopal Protestante, que acepta la condición de ser simplemente una provincia o una rama nacional de la Santa Iglesia Católica, el cuerpo entero de los bautizados. Se supone que tienen una vida orgánica propia, como la novia mística de Cristo. El objeto principal del credo es que la gente tenga en mente los artículos de la fe; y demasiado se ha hecho de su función segregativa. Después de todo, no hay más que un artículo esencial, que Cristo es el Dios vivo, y a esto se le debe dar el sentido más elevado que podemos alcanzar. Cuando los ojos están abiertos a esta luz, el creyente no puede ser separado de la Iglesia, ni por su propia voluntad ni por la de otros. Entendiéndose así el vínculo vital entre el hombre y la Iglesia, no puedo entender cómo alguien puede dudar de que si un sacerdote descubre que la creencia general en cualquier punto de la fe se ha equivocado, está obligado a arreglarlo; y si no lo hace es un traidor.

Pocos episcopalianos, imagino yo, podrían pensar que un clérigo que albergase dudas sobre el filioque2 esté obligado en todo caso a guardar silencio. Ahora, no se traza ninguna línea entre los artículos esenciales y no esenciales del credo.

Los hombres ilustrados no pueden sino esperar cambios considerables, quizás grandes, en las creencias religiosas en el curso del próximo siglo. Desear que estos cambios puedan hacer pedazos a las iglesias sería frívolo. Sin embargo, ese debe ser el efecto sobre toda confesión que sujete su existencia a un credo inflexible, en la forma en que usted dice que la moralidad lo exige.

 


Notas

1. "Una cuestión moral clara" apareció en The Nation, vol. 53, n. 1358, p. 23-24, el 9 de julio de 1891. El texto completo sigue a continuación:

Algunos aspectos de las controversias teológicas actuales se prestan a la mistificación profesional de los expertos que advierten al hombre ordinario como incompetente para discutir tales cuestiones técnicas. Una posición, sin embargo, asumida por algunos de los liberales avanzados que está tan despojada de tecnicismos y reducida a una cuestión tan simple de lo correcto e incorrecto, que el sentido moral de un hombre es tan competente como el de otro para emitir un juicio sobre esto. Nos referimos a la idea que la Christian Union sigue reiterando, con la aprobación de muchos, de que un ministro puede permanecer con honor en el servicio de una iglesia, aunque repudie los artículos principales de su credo. Se admite que la disensión es abierta, que es radical, y que tiene que ver con asuntos de fe que la confesión en general considera como vitales, y que los tribunales de la iglesia sostendrían que es esencial para el prestigio eclesiástico. Se reconoce que ningún hombre que rechace los artículos en cuestión podría obtener la admisión en el ministerio de la secta particular, en primera instancia. Sin embargo, una vez dentro, se sostiene, puede permanecer legítimamente; de hecho, es su deber quedarse y reformar el credo de acuerdo con sus ideas. Poner en entredicho la honestidad de este tipo de procedimiento es exponerse a sí mismo a ser presentado como un enemigo de la religión –una cosa que nos sorprende en la Christian Union, como si fuera a volver a la vieja práctica de las homilías de exponer “al hombre solamente moral” a la condena.

La defensa presentada por esta posición, que hemos declarado ser moralmente peligrosa, no resiste un examen. Consiste, en primer lugar, en la afirmación de que es escandalosamente absurdo para los creadores del credo de una época obligar a los pensadores de la siguiente. Esta es la peor forma de tiranía de la "mano muerta", se nos dice. Pero todo esto es aparte de la cuestión. El sistema de la "mano muerta" es un hecho en la organización eclesiástica, nos guste o no. Sus sanciones legales son incuestionables; esto es reconocido. Pero sus sanciones morales son incuestionables de la misma manera. Es el único modo que tiene una confesión para mantener su integridad. Es su instinto de conservación. Y ningún hombre está llamado a someterse a ella con los ojos cerrados. El ministro ha expuesto claramente la situación ante él en su ordenación, y la acepta. En la Iglesia Presbiteriana, por ejemplo, solemnemente ha “aprobado el gobierno y la disciplina de la Iglesia Presbiteriana", "ha prometido sujeción a sus hermanos en el Señor", y se ha comprometido a "mantener la pureza y la paz de la Iglesia". Así, después de haber aceptado deliberadamente el sistema de la "mano muerta", ¿qué clase de espectáculo presenta un hombre encarrilándose a las penurias de esta [railing at its hardships]? Él ha puesto el yugo sobre su propio cuello; si molesta, que se le permita quitárselo de encima, pero que no se le permita negar la existencia del yugo.

En este aspecto de la cuestión, se convierte en un asunto aún más serio que el simple rechazo de los artículos del credo. Es un rechazo directo de la autoridad de la Iglesia. Es una negación del derecho elemental de la Iglesia a defenderse a sí misma. La Christian Union dice que el ministro no debería ocultar su herejía; debería "confesarlo con franqueza y sin temor". Pero debería hacer más que eso: debería declarar su renuencia a someterse a cualquier forma de creencia organizada. Él rechaza la autoridad de cualquier credo oficial. Una iglesia sería indescriptiblemente estúpida por "reformar" su credo, a instancias de un grupo de hombres que anuncian de antemano su desprecio por todo el sistema de creencias oficiales, reformado o no.

Pero más a fondo se sostiene que la lealtad de un ministro no está realmente comprometida con un credo, sino con "Cristo y la verdad". Esto es confundir lo que puede ser el sentimiento privado de un hombre y la actitud con lo que es su posición pública y oficial. Y puesto que toda la cuestión es en cuanto a la moralidad de su posición pública y oficial, esta forma de defensa una vez más parece irrelevante. Tal como una súplica no sería escuchada ni por un momento en un tribunal civil o eclesiástico. Se insiste en la fidelidad al lenguaje expreso del credo, no a cualquier punto de vista privado asumido. Y ¿cómo se distingue en el foro de la conciencia? ¿Cómo puede allí un hombre sustituir un punto de vista privado por aquel que se ha comprometido pública y oficialmente a sostener o caer? Hay que recordar que ahora no es una cuestión de estar dentro de la libertad generalmente reconocida de la interpretación y la suscripción. El punto mismo del caso radica en que la herejía es innegable y está bastante más allá de los límites de la tolerancia confesional. En tales circunstancias, para uno recurrir a la sinceridad de su devoción a "Cristo y la verdad" nos parece tan injustificable moralmente como legalmente absurdo.

No hace falta decir que todas nuestras simpatías están con los hombres de las diversas confesiones que tienen la suficiente mente abierta para ver cómo el vino nuevo de la investigación moderna está rompiendo completamente los viejos odres eclesiásticos. Si pueden leer a conciencia los nuevos significados en las doctrinas [shibboleths] anticuadas, muy bien. Si pertenecen a una iglesia que ha declarado oficial y públicamente que los símbolos históricos no son considerados seriamente por más tiempo, a pesar de que se conserven nominalmente, debemos absolver a los ministros al tiempo que condenar a la iglesia. Pero si han aceptado seriamente el credo de una confesión que sigue tomando en serio su credo, y entonces piensan que pueden despreciarlo abiertamente al mismo tiempo que sirven bajo este, sólo podemos decir que el conjunto de los hombres lo considerará como una cosa inmoral de hacer.

2. El tercer Concilio de la Iglesia en Toledo, España, en el año 589, agregó la cláusula filioque en el Credo Niceno, profesando de este modo que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo ("Et in Spiritum Sanctum… qui ex Patre… Filioque procedit"). Una gran disputa se produjo acerca de si el Espíritu Santo procede del Hijo, y hacia el cambio del primer milenio, la Iglesia de Oriente rechazó el dogma, que fue uno de los eventos que llevaron al Gran Cisma (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 246-248). La Iglesia Católica Romana, y la mayoría de las iglesias protestantes, afirman el filioque, aunque algunas iglesias de Estados Unidos, tales como la Episcopaliana y la Evangélica Luterana, han acordado recientemente eliminar esta cláusula del Credo, como un gesto ecuménico hacia la Iglesia Ortodoxa.

 



Fin de "La moralidad y el credo de la Iglesia" (1891). Fuente textual en W8.240-241.


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Fecha del documento: 23 de abril 2012
Ultima actualización: 23 de abril 2012

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