ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL METODO SUBJETIVO


William James (1878)

Traducción castellana de Oihana Robador (2004)


INTRODUCCIÓN

William James publicó este ensayo en 1878 bajo el título original en francés "Quelques considérations sur la méthode subjective" en la revista Critique Philosophique (6 nº 2, pp. 407-413). Este es el mismo año en el que apareció también su primera obra filosófica importante titulada "Remarks on Spencer’s Definition of Mind as Correspondence" (Journal of Speculative Philosophy, 12, pp. 1-18), en el que arremete contra Spencer y la definición de la actividad de la mente como un mero ajuste con los hechos del mundo. Las tesis fundamentales de la filosofía y la psicología jamesianas comienzan a vislumbrarse en estos dos artículos. De hecho, el ensayo "Algunas consideraciones sobre el método subjetivo" es un claro esbozo de lo que más tarde será su controvertida doctrina de "La voluntad de creer" ("The Will to Believe") que puede sintetizarse con las siguientes palabras: "La ciencia es un juego con la naturaleza, y la vida, en conjunto, un juego en el que arriesgamos nuestra propia persona. Así que tenemos derecho a arriesgarnos en lo que respecta a las creencias que puedan favorecer nuestros propósitos" (R. del Castillo, "Prólogo" en W. James, Pragmatismo , Madrid, Alianza, 2000, p. 22).

En este artículo James reconoce la importancia del método científico pero también niega que cualquier acción pueda ser una regla invariable del método. El problema surge con la clase de "hechos" que no están probados antes de una acción. James pone como ejemplo el tener que saltar un abismo en una ascensión alpina. Como mi capacidad para hacerlo es un hecho que no está probado científicamente debería confiar en mi capacidad y mi fortaleza para lograrlo, y esta confianza puede hacer posible lo que de otro modo no hubiera sido capaz de hacer. Por otro lado, la duda sobre mi capacidad para llevar a cabo este salto con éxito bien puede ser un elemento decisivo que me haga fracasar. La creencia o la no creencia -y esto es lo esencial del caso- en la capacidad constituye, para William James, una condición previa de la propia acción.

Pero William James no era un fideísta. La fe no es la creencia en algo de lo que tenemos certeza. Sino que la creencia, según James, es una energía, una exploración, una salida hacia delante con un reconocido riesgo. Y así se expresa epistemológicamente en este artículo respecto al método subjetivo: "Fe e hipótesis provisional (Working hypothesis) son aquí la misma cosa". En resumen, puede decirse que para James la dirección de la propia vida humana es profundamente hipotética, y está inevitablemente sujeta a la novedad y al cambio (Cf. J. J. McDermott, "Introducción" en Burkhardt, Bowers y Skrupkelis (eds.), WWJ, Cambridge, MA, Harvard U.P., 1978, V, pp. xv-xvi)

Este artículo está recogido en sus obras completas: William James. "Quelques considérations sur la méthode subjective" (1878) en Burkhardt F., Bowers F. y Skrupskelis I. (eds.), The Works of William James, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1978, V, pp. 23-31.

Izaskun Martínez





A los redactores de Crítica filosófica

Señores:

Hace ya algún tiempo que cuando ideas oscuras, pesimismo, fatalismo, etc., me vienen a obsesionar, tengo por costumbre deshacerme de ellas mediante un razonamiento muy simple y de tal forma acorde con los principios de la filosofía a la que su revista está consagrada, que casi me extraña no haberlo encontrado totidem verbis en alguno de sus cuadernos hebdomadarios. Me atrevo a remitírsela.

Se trata de saber si tenemos derecho en rechazar una teoría confirmada en apariencia por un número considerable de hechos objetivos, únicamente porque no responda a nuestras preferencias interiores.

No tenemos ese derecho, nos dicen los hombres que cultivan hoy las ciencias, o al menos casi todos, y todos los positivistas. Rechazar una conclusión por el único motivo de que ésta sea contraria a nuestros sentimientos íntimos y a nuestros deseos, es hacer uso del método subjetivo; y el método subjetivo, si les creemos, es el pecado original de la ciencia, la raíz de todos los errores científicos. Si se les sigue [a los hombres de ciencia], lejos de ir a donde le llevan sus inclinaciones, el hombre que busca la verdad debe reducirse a la simple condición de instrumento registrador, hacer de su conciencia de sabio una especie de hoja en blanco y de superficie muerta, sobre la que la realidad exterior vendría a grabarse sin alteración ni curvatura.

Niego absolutamente la legitimidad de tal postura por parte de aquellos que pretenden erigirla como regla universal del método. Esta regla es buena para aplicarla a un orden de búsquedas, pero carece de valor, es absurda, en otro orden de verdades a encontrar. Nada hay más sensato que rechazar rigurosamente el método subjetivo en todas partes donde la verdad exista al margen de mi acción y se determine con certeza independientemente de todo lo que pueda desear o temer. Así, los hechos acaecidos de la historia, los movimientos futuros de los astros están desde ahora determinados, tanto si me gusta o no como son o serán. Mis preferencias aquí son impotentes para producir o modificar las cosas y no podrían mas que oscurecer mi juicio. Debo resueltamente imponerles silencio.

Pero hay una clase de hechos en los que la materia no está así constituida o fijada con anterioridad, -hechos que no son dados-. Realizo una ascensión alpina. Me encuentro en un mal paso del que no puedo salir mas que mediante un salto osado y peligroso, y ese salto, me gustaría hacerlo, pero ignoro, por falta de experiencia, si tendré la fuerza. Supongamos que empleo el método subjetivo: creo lo que deseo; mi confianza me da las fuerzas y hace posible lo que, sin ella, quizá no lo hubiera sido. Franqueo por tanto el espacio y heme entonces fuera de peligro. Pero supongamos que esté dispuesto a negar mi capacidad, por el motivo de que ésta no me ha sido demostrada todavía por este género de hazañas: entonces examino, dudo tanto y tanto que al final, debilitado y temblando, reducido a tomar un impulso de plena desesperación, fallo el golpe y caigo en el abismo. En semejante caso, fuera lo que fuese lo que pudiera suceder no sería mas que un necio si no creo en lo que deseo ya que mi creencia viene a ser una condición preliminar indispensable para el cumplimiento del objeto que ella afirma. Creyendo en mis fuerzas me lanzo; el resultado da la razón a mi creencia, la verifica; es entonces solamente cuando se convierte en verdadera, entonces podemos decir también que era verdadera. Existen por tanto casos en los que una creencia crea su propia verificación. No crean, y tendrán razón; y en efecto, caerán en el abismo. Crean, y seguirán teniendo razón, ya que se salvarán. Toda la diferencia entre los dos casos, es que el segundo les es mucho más ventajoso.

Dado que admito que existe cierta alternativa, y que para mí la opción no es posible más que a condición de que yo quiera realizar una contribución personal; dado que reconozco que esta contribución personal depende de un cierto grado de energía subjetiva que en sí misma necesita para realizarse de un cierto grado de fe en el resultado y que de esta forma el futuro posible reposa sobre la creencia actual, debo ver en qué profundo absurdo caería queriendo desterrar el método subjetivo, es decir, la fe del espíritu. La posibilidad de futuro se funda sobre la existencia actual de esta fe. Esta fe puede confundir, es verdad. Los esfuerzos de los que me hace capaz puede que no lleguen a crear el orden de cosas que ella vislumbra y querría determinar: ya está dicho. ¡Y bien! Mi vida ha fracasado, es indudable; pero la vida del Sr. Huxley por ejemplo, -del Sr. Huxley que últimamente escribía: “Creer porque se querría creer sería dar muestra de la última inmoralidad”-, esta vida no sería tal fracaso, si se descubriese por casualidad, que la creencia que querría desterrar como desprovista de garantía objetiva ¡fuera en definitiva la verdad!

El caso es siempre posible. Hagamos lo que hagamos en este juego que llamamos la vida, que creamos, que dudemos, o que neguemos, estamos igualmente expuestos a perder. ¿Es esta razón para no jugar? No, evidentemente; pero ya que lo que perdemos es una cantidad fija (después de todo no hacemos sino pagar con nuestra persona), es una razón para asegurarse, por todos los medios legítimos de que disponemos, que en el caso de que se gane, la ganancia sea máxima. Si por ejemplo, creyendo, podemos aumentar el gran bien que perseguimos a toda costa; he aquí una razón para creer.

Sucede así precisamente en lo concerniente a muchas de las cuestiones universales, como son los problemas de la filosofía. Tomemos la cuestión del pesimismo. Sin haber llegado en todo caso al estado de dogma filosófico, como vemos en Alemania, el pesimismo plantea a todo pensador un serio problema: ¿Qué tiene de bueno la vida? Si tomamos partido por la respuesta pesimista, como decimos vulgarmente, ¿vale la pena el juego? Si tomamos partido por la respuesta pesimista ¿qué ganamos teniendo razón? No gran cosa, seguramente. Al contrario, ganamos el máximo en el caso de que tengamos razón decidiendo a favor de la opinión que sostiene que el mundo es bueno ¿Qué podemos hacer para que ese mundo sea bueno?, contribuir con nuestra parte; ¿y cómo una contribución mínima puede cambiar el valor de un total tan grande? En lo que en ella hay de una cualidad incomparablemente superior: tal es la cualidad de los hechos de la vida moral.

Sea M la masa de los hechos independientes de mí, y sea r mi propia reacción, el contingente de los hechos que derivan de mi actividad personal. M contiene, lo sabemos, una suma inmensa de fenómenos de pobreza, miseria, vileza, dolor y de cosas hechas para inspirar repugnancia y espanto. Sería posible que r se produjera como una reacción de desesperación, que fuera un acto de suicidio, por ejemplo, M + r, la totalidad de lo que me concierne, representaría por tanto un estado de cosas malas en todo punto. Nulo destello en esta noche. El pesimismo, en esta hipótesis, se encuentra concluido por mi propio acto, deriva de mi creencia. Ya está hecho y yo tenía razón al afirmarlo.

Supongamos, por el contrario, que el sentimiento del mal contenido en M, en lugar de desanimarme, no hace sino acrecentar mi resistencia interior. Esta vez mi reacción será la opuesta a la desesperación; r contendrá paciencia, coraje, abnegación, fe en lo invisible, todas las virtudes heroicas y las alegrías que derivan de esas virtudes. Por tanto, es un hecho de experiencia, y el empirismo no lo puede rebatir, que tales alegrías son de un valor incomparable ante los goces puramente pasivos que se encuentran excluidos por el hecho de la constitución de M tal como es. Si por tanto es verdad que la dicha moral es la dicha más grande actualmente conocida; si por otra parte, la constitución de M, por el mal que contiene y la reacción que provoca, es la condición de esa dicha, ¿no está claro que M es al menos susceptible de pertenecer al mejor de los mundos? Digo solamente susceptible, porque todo depende del carácter de r. M en sí es ambiguo, capaz, según el complemento que reciba, de figurar en un pesimismo o en un optimismo moral.

Difícilmente formará parte del optimismo, si perdemos nuestra energía moral; podrá; formar parte, si la conservamos. Pero cómo conservarla, a menos que se crea en la posibilidad de una victoria, a menos que se cuente con el futuro y se diga: Este mundo es bueno, ya que, desde el punto de vista moral, él es lo que yo le hago, y ¿por qué no lo haré bueno? En una palabra, ¿cómo excluir del conocimiento del hecho el método subjetivo, cuando este método es el instrumento propio de la producción del hecho?

En toda proposición en la que el alcance es universal, es necesario que los actos del sujeto y sus consecuencias sean encerradas con anterioridad en la fórmula. Tal debe ser la expresión de la fórmula M + r, puesto que la tomamos para representar el mundo. Planteado esto, siendo nuestros votos, nuestros deseos, coeficientes reales del término r, sea en sí mismos, sea por las creencias que nos inspiran o, si queremos, por las hipótesis que nos sugieren, debemos confesar que estas creencias engendran al menos una parte de la verdad que afirman. Tales creencias, tales hechos; otras creencias, otros hechos. Y notemos bien que todo esto es independiente de la cuestión de la libertad absoluta o del determinismo absoluto. Si nuestros hechos están determinados, es que nuestras creencias también lo están, pero estén o no determinadas, éstas últimas son de una condición fenomenal necesariamente previa a los hechos, necesariamente constitutiva, en consecuencia, de la verdad que buscamos conocer.

He aquí por tanto el método subjetivo justificado lógicamente, estableciendo que limitemos convenientemente el empleo. No sería mas que pernicioso, e incluso hay que decir que inmoral, aplicado a casos en los que los hechos a formular no encerrarían como factor el término subjetivo r. Pero allí donde entra tal factor, la aplicación es legítima. Tomemos entonces este problema como ejemplo:

La naturaleza íntima del mundo ¿es moral, o el mundo no es más que un puro hecho, una simple existencia actual? Esta es en el fondo la cuestión del materialismo. Los positivistas objetarían que una cuestión semejante es irresoluble, o incluso irracional, teniendo en cuenta que la naturaleza íntima del mundo, existiendo, no es un fenómeno y no puede en consecuencia ser verificado. Yo respondo que toda cuestión tiene un sentido y se plantea netamente, de la cual resulta una clara alternativa práctica, de tal manera que, según cómo contestemos a ésta de una manera u otra, debemos adoptar una conducta u otra. Por tanto, este es el caso: el materialismo y aquel que afirma una naturaleza moral del mundo deberán actuar de forma diferente uno y otro en numerosas circunstancias. El materialismo, cuando los hechos no concuerdan con los sentimientos morales, es siempre maestro en sacrificar estos últimos. El juicio que aporta sobre un hecho, en tanto que bueno o malo, es relativo a su constitución física y depende de ésta; pero esta constitución, no siendo ella misma mas que un hecho y un dato, no es en sí ni buena ni mala. Está por tanto permitido modificarla, -entorpecer por ejemplo, el sentimiento moral con la ayuda de todo tipo de medios- y cambiar así el juicio, transformando el dato de la que deriva. Al contrario, aquel que cree en la naturaleza moral íntima del mundo, estima que los atributos de bien y de mal convienen a todos los fenómenos y se aplican a los datos físicos igual que a los hechos relativos a estos datos. No sabría por tanto pensar, como si fuera cosa simple, en falsear sus sentimientos. Sus sentimientos mismos deben, según él, ser de una manera y no de otra.

De un lado por tanto, resistencia al mal, pobreza aceptada, martirio si es necesario, la vida trágica, en una palabra; por el otro, las concesiones, las componendas, las capitulaciones de conciencia y la vida epicúrea; tal es la división entre las dos creencias. Observemos solamente que sus divergencias no se marcan con fuerza más que en los momentos decisivos y críticos de la vida, cuando la insuficiencia de las máximas cotidianas obliga a recurrir a los grandes principios. Ahí la contradicción estalla. Uno dice: el mundo es cosa seria, en todas partes y siempre, y existen fundamentos para el juicio moral. El otro, el materialista, responde: ¿Qué importa cómo juzgo, si vanitas vanitatum está en el fondo de todo? La última palabra de la sabiduría de los acosados, para éste, es anestesia: para aquel, energía.

Vemos que el problema tiene un sentido, ya que comporta dos soluciones contradictorias en la vida práctica. ¿Cómo saber ahora cuál es la solución buena? Pero ¿cómo sabe un sabio si su hipótesis es la buena? Él la toma por buena y procede a sus deducciones, se trata en consecuencia de lo que ha propuesto. Tarde o temprano las consecuencias de su actividad le desengañarán, si su punto de partida está equivocado. ¿No se trata aquí de lo mismo? Seguimos considerando la cuestión de M + r. Si M, en su naturaleza íntima, es moral y r está provista por un materialista, estos dos elementos se encuentran en desacuerdo y se irán separando más y más el uno del otro. La misma divergencia deberá acusarse en el caso de que el sujeto regle su conducta sobre la creencia de que el mundo es un hecho moral, y que el mundo, en realidad, no sea mas que un hecho bruto, una suma de fenómenos materiales. Por las dos partes existe una espera equivocada; de ahí la necesidad de hipótesis subsidiarias, y cada vez más complicadas, como aquellas de las que la historia de la astronomía nos proporciona un ejemplo en la multiplicidad de los epiciclos que debemos imaginar para hacer encajar los hechos cada vez mejor observados, con el sistema de Ptolomeo. Si el partidario del mundo moral, en su creencia, ha optado por la hipótesis falsa, experimentará una serie de desengaños y no llegará definitivamente a la paz de corazón; permanecerá inconsolado en sus penas; su elección trágica no estará justificada.

En el caso contrario, M + r forman una armonía y no ya una unión de elementos dispares, el tiempo iría confirmando la hipótesis y el sujeto que la habría abrazado tendría siempre más razones para felicitarse de su elección: navegaría por así decir a toda vela en el destino que se habría hecho.

El medio es por tanto aquí el mismo que en las ciencias, probar que una opinión está fundada y que no conocemos otra. Observemos solamente que, según las cuestiones, el tiempo requerido para la verificación varía. Tal hipótesis, en física, será verificada al cabo de media hora. Una hipótesis como la del transformismo exigiría más de una generación para establecerse sólidamente; e hipótesis de orden universal, tales como aquellas de las que hablamos podrían permanecer sometidas a la duda durante muchos siglos aún. Pero mientras esperamos es necesario actuar y para actuar hay que elegir hipótesis. La misma duda equivale a menudo a una elección activa. Desde el momento en el que estamos obligados a optar, no hay nada más racional que dar preferencia a aquella de opciones por la que uno se siente más atraído, impide a continuación verse desmentido y condenado por la naturaleza de las cosas si hemos juzgado mal. En resumen fe e hipótesis provisional (working hypothesis) son aquí la misma cosa. Con el tiempo la verdad se desvelará.

Puedo ir más lejos. Pregunto ¿por qué el materialismo y la creencia en un mundo moral no serían tanto una como el otro verificables en la forma en la que acabo de decir? En otros términos, ¿qué impide que M no sea esencialmente ambiguo y no espere de su complemento r la determinación última que le hará o entrar en un sistema moral, o reducirse a un sistema de hechos brutos?

El caso es concebible. Tal línea puede formar parte de un número infinito de curvas, tal palabra puede entrar en un número infinito de frases diferentes. Si nos las tuviéramos que ver con un caso de este tipo, podría depender de r inclinar la balanza en un sentido o en el otro. Supongamos que actuemos inspirándonos en la creencia en el universo moral: para empezar, esa verdad de que el mundo es cosa muy seria estallará a cada momento. Al contrario, actuemos como materialistas y la continuación de los tiempos mostrará más y más que el mundo es cosa frívola y que vanitas vanitatum está en el fondo de todo. Así el mundo será lo que nosotros hagamos de él.

Y que no me digan que una cosa tan inestable como r no podría cambiar por completo el carácter de M, esa inmensa masa. ¡Una simple partícula negativa trastorna por completo el sentido de las frases más largas! Si tuviéramos que definir el universo desde el punto de vista de la sensibilidad, no habría mas que observar el reino animal, tan pobre sin embargo como hecho cuantitativo. La definición moral del mundo podría depender de fenómenos más restringidos todavía. Creamos en este mundo: los frutos de nuestra creencia remediarán los defectos que le impedían ser. Creamos que no es más que una idea vana y de hecho, será vana. El método subjetivo es así legítimo en la práctica y en teoría.

Ya he subrayado que en los ejemplos que he tomado no se trataba de cuestiones de libertad absoluta. Esta libertad puede ser o no ser realmente. Pero si los actos libres son posibles, pueden producirse y convertirse en más frecuentes, gracias al método subjetivo. En efecto, la fe en su posibilidad aumenta la energía moral que los suscita. Pero hablar de libertad en Crítica filosófica, es como llevar oro a California. Me gustaría por tanto acabar y resumir diciendo que creo haber mostrado en el método subjetivo una cosa diferente que el procedimiento calificado como vergonzoso por un extraño abuso del llamado espíritu científico. Es necesario ir más allá de esta especie de proscripción, de ese veto ridículo que, si quisiéramos conformarnos con él, paralizaría dos de nuestras más esenciales facultades: la de proponernos, en virtud de un acto de creencia, un fin que no puede ser alcanzado por nuestros propios esfuerzos, y el de impulsarnos valientemente a la acción en los casos en los que el éxito no nos está asegurado con anterioridad.

Crean, señores, en el particular afecto con el que soy, su más devoto.

Wm. JAMES

Harvard College, Cambridge (Mass.). Estados Unidos de América, 20 nov. 1877.

Nota de la revista: El autor de este destacable artículo que acabamos de leer hace a Crítica filosófica un gran honor pareciendo sorprenderse por no haber encontrado todavía la expresión de sus propios pensamientos totidem verbis en nuestras páginas. Es cierto que éstas están completamente de acuerdo con el método criticista y nos sentiríamos afortunados de poder firmarlas. Sin embargo la manera en la que nos han sido presentadas, la forma original del razonamiento y la sabiduría a la vez delicada y potente de las lecciones ofrecidas a la falsa ciencia por un hombre que está al tanto de la verdadera ciencia, imprimen un sello auténtico de personalidad a esta justificación del "método subjetivo". Estamos completamente seguros de que nuestros lectores serán de nuestra misma opinión, aunque tengan sus reservas sobre un punto u otro, o más bien reclamen aclaraciones que a veces no estarían de más. En cuanto a nosotros, no dejaremos de retomar este gran tema y tratar de añadir a las ingeniosas demostraciones del Sr. William James, algunos de los numerosos comentarios que sugieren.


Traducción de Oihana Robador (2004)




Fin de "Algunas consideraciones sobre el método subjetivo"(1878). Traducción castellana de Oihana Robador e introducción de Izaskun Martínez. Fuente textual en Burkhardt F., Bowers F. y Skrupskelis I. (eds.), The Works of William James, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1978, V, pp. 23-31.

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Fecha del documento: 29 de septiembre de 2004
Ultima actualización: 29 de septiembre de2004

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