LA ESENCIA CRISTALINA DEL HOMBRE


Charles S. Peirce (1892)


Traducción castellana de Carmen Ruiz (2003)


P: 480: The Monist 3 (Octubre de 1892): 1-22. [Publicado en CP 6.238-71 y en EP 1.334-351, de donde se ha tomado el texto para esta traducción]. En este artículo, Peirce aplica su filosofía sinequista al problema mente-cuerpo o "la relación entre los aspectos psíquicos y físicos de una sustancia". Para realizar su propósito de desarrollar una filosofía que represente adecuadamente el estado del conocimiento en el siglo diecinueve, discute largamente, y en detalle técnico elaborado, la constitución de la materia y la teoría molecular del protoplasma. Asocia las características físicas principales del protoplasma a los tres tipos principales de acción mental, y sugiere que -como "la materia es mente degenerada", como "los eventos físicos no son sino formas degradadas o subdesarrolladas de eventos psíquicos", y como "las leyes mecánicas no son nada sino hábitos adquiridos, como todas las regularidades de la mente"- "el idealista no tiene ninguna necesidad de temer una teoría mecánica de la vida". Peirce termina su artículo con una discusión acerca de la vida de las ideas y la auto-consciencia de grupos de individuos.




En el número de enero de 1891 de la revista The Monist, intenté mostrar qué concepciones debían conformar el ladrillo y el cemento de un sistema filosófico. La principal entre éstas era la de azar absoluto, a favor de la cual argumenté de nuevo en el número del pasado mes de abril1. En julio, apliqué otra idea fundamental, la de la continuidad, a la ley de la mente2. A continuación, tengo que aclarar, desde el punto de vista elegido, la relación entre los aspectos psíquicos y físicos de una sustancia.

El primer paso hacia esto debe ser, pienso yo, el formular una teoría molecular del protoplasma. Pero antes de hacer eso, parece imprescindible echar un vistazo a la constitución de la materia, en general. Así, daremos inevitablemente un largo rodeo; pero, después de todo, nuestras penas no serán en vano, pues los problemas de los artículos que han de seguir en la serie llamarán a consideración la misma cuestión.

Todos los físicos coinciden correctamente en que la evidencia es abrumadora para mostrar que toda la materia sensible está compuesta de moléculas en movimiento rápido que ejercen atracciones mutuas enormes, y quizá repulsiones también. Incluso Sir William Thomson, Lord Kelvin, que desea refutar la acción a distancia y retornar a la doctrina de un plenum, habla no sólo de moléculas, sino que se encarga de asignarles magnitudes definidas3. El brillante Juez Stallo, un hombre que no siempre estimó adecuadamente sus propias cualidades al aceptar conferencias para sí mismo, declaró la guerra a la teoría atómica en un libro que bien merece una lectura cuidadosa4. Fue capaz de realizar réplicas de una fuerza considerable, a los viejos argumentos a favor de los átomos que él encontró en la monografía de Fechner5, aunque no bastaron para destruir aquellos argumentos. Pero en contra de las pruebas modernas no avanzó en absoluto. Éstos precisaron de la teoría mecánica del calor. Los experimentos de Rumford mostraron que el calor no es una sustancia6. Joule demostró que era una forma de energía7. El calentamiento de gases bajo volumen constante, y otros hechos citados como ejemplo por Rankine, probaron que no podía ser una energía de presión8. Esto condujo a físicos a la conclusión de que era un modo de movimiento. Entonces se recordó que John Bernoulli había mostrado que la presión de un gas podía ser explicada si se asumía que sus moléculas se movían uniformemente en caminos rectilíneos9. La misma hipótesis era considerada ahora para explicar la ley de Avogadro de que en volúmenes iguales de diversas clases de gases expuestos a la misma presión y temperatura están contenidos números iguales de moléculas10. Poco después, se encontró que servía para la explicación de las leyes de la difusión y la viscosidad de los gases, y para la relación numérica entre estas propiedades. Finalmente, el radiómetro de Crookes proporcionó el último eslabón de la cadena más fuerte de la evidencia que apoya cualquier hipótesis física.

Siendo tal la constitución de los gases, los líquidos deben ser claramente cuerpos en los cuales las moléculas recorran caminos curvilíneos, mientras que en los sólidos se muevan en órbitas o cuasi-órbitas. (Véase mi definición de sólido II, 1, en el Century Dictionary11)

Vemos que la resistencia a la compresión y a la interpenetración entre los cuerpos sensibles es, por una de las principales proposiciones de la teoría molecular, debido en gran medida a la energía cinética de las partículas, que debe suponerse que están bastante alejadas unas de otras, en el promedio, incluso en los sólidos. Esta resistencia está sin duda influenciada por las atracciones y repulsiones finitas entre las moléculas. Toda la impenetrabilidad de los cuerpos que podemos observar es, por lo tanto, una impenetrabilidad limitada debida a la energía cinética y posicional. Siendo este el caso, no tenemos ningún derecho lógico para suponer que la impenetrabilidad absoluta, o la ocupación exclusiva del espacio, pertenezca a las moléculas o a los átomos. Es una hipótesis injustificable, no una vera causa12. A menos que debamos abandonar la teoría de la energía, las atracciones y las repulsiones posicionales finitas entre moléculas deben ser admitidas. La impenetrabilidad absoluta equivaldría a una repulsión infinita a una cierta distancia. No existe ninguna analogía de fenómenos conocidos para excusar una violación tan caprichosa del principio de continuidad como es tal hipótesis. En resumen, estamos obligados lógicamente a adoptar la idea boscovichiana de que un átomo es simplemente una distribución de la energía potencial componente a través del espacio (siendo esta distribución absolutamente rígida), combinada con la inercia13. La energía potencial pertenece a dos moléculas, y debe concebirse como diferente entre las moléculas A y B de lo que es entre las moléculas A y C. La distribución de la energía no es necesariamente esférica. Más aún, una molécula puede concebiblemente tener más de un centro; puede tener incluso una curva central, volviendo sobre sí misma. Pero no pienso que haya ningún hecho observado que señale hacia tales centros múltiples o lineales. Por otro lado, muchos hechos referentes a los cristales, especialmente aquellos observados por Voigt14, van a mostrar que la distribución de la energía es armónica pero no concéntrica. Podemos calcular fácilmente las fuerzas que tales átomos deben ejercer unos sobre otros considerando15 que son equivalentes a las agregaciones de pares de puntos eléctricamente positivos y negativos infinitamente cercanos unos de los otros. Alrededor de tal átomo habría regiones de potencial positivo y de potencial negativo, y el número y la distribución de tales regiones determinaría la valencia del átomo, un número que resulta fácil ver que en muchos casos sería algo indeterminado. No debo detenerme más en esta hipótesis, por el momento. En otro artículo, se considerarán sus consecuencias más a fondo.

No puedo asumir que los estudiantes de filosofía que lean esta revista estén completamente versados en la física molecular moderna, y, por lo tanto, es apropiado mencionar que el principio que gobierna en esta rama de la ciencia es la ley del virial (o ecuación virial) de Clausius. En primer lugar, expondré la ley, y después explicaré los términos peculiares de la afirmación. Esta afirmación es que la energía cinética total de las partículas de un sistema en movimiento estacionario es igual al virial total. Por un sistema se entiende aquí un número de partículas que actúan unas sobre otras16. El movimiento estacionario es un movimiento cuasi-orbital entre un sistema de partículas de tal modo que ninguna de ellas sea llevada a distancias indefinidamente grandes ni adquiera ninguna de ellas velocidades indefinidamente grandes. La energía cinética de una partícula es el trabajo que sería requerido para ponerla en reposo a las demás, independientemente de cualquier fuerza que pueda estar actuando sobre ella. El virial de un par de partículas es la mitad del trabajo que la fuerza que opera realmente entre ellas haría si, siendo independiente de la distancia, hubiera de juntarlas. La ecuación del virial es

½ S mv2 = ½ SS Rr

Aquí m es la masa de una partícula, v su velocidad, R es la atracción entre dos partículas, y r es la distancia entre ellas. El signo S del lado izquierdo significa que los valores de mv2 deben sumarse para todas las partículas, y SS en el lado derecho significa que los valores de Rr deben sumarse para todos los pares de partículas. Si hay una presión externa P (como la de la atmósfera) sobre el sistema, y el volumen de espacio vacante dentro del límite de esa presión es V, entonces el virial debe entenderse como incluyendo el 3/2 PV, de modo que la ecuación sea

1/2 S mv2 = 3/2 PV + 1/2 SS Rr

Hay una razón de peso (si bien, no demostrativa) para pensar que la temperatura de cualquier cuerpo sobre el cero absoluto (-273° C.), es proporcional a la energía cinética media de sus moléculas, o digamos aq, donde a es una constante y q es la temperatura absoluta. De ahí que podamos escribir la ecuación

aq = 1/2 mv2 = 3/2 PV + 1/2 S Rr

donde las líneas gruesas sobre las diversas expresiones [subrayado] significan que deben tomarse los valores medios para las moléculas solas. En 1872, un estudiante de la Universidad de Leyden, Van der Waals, propuso en su tesis de doctorado una modificación de la ecuación del virial que desde entonces ha atraído una gran atención17. A saber, él lo escribe

aq = [P + c/v2] (V - b)

La cantidad b es el volumen de una molécula, que él supone que es un cuerpo impenetrable, y toda la virtud de la ecuación descansa en este término que hace a la ecuación un cúbico en V, que se requiere para explicar la dimensión de una variable de ciertas curvas isotérmicas18. Pero si la idea de un átomo impenetrable es ilógica, la de una molécula impenetrable es casi absurda. Pues la teoría cinética de la materia nos enseña que una molécula es como un sistema solar o una constelación de estrellas en miniatura. A menos que supongamos que en todo calentamiento de gases y de vapores el trabajo interno esté realizado sobre las moléculas, implicando que sus átomos estén a unas distancias considerables, toda la teoría cinética de gases se cae al suelo. En cuanto al término agregado a P, no hay nada más que una justificación parcial y más o menos aproximada para ello. A saber, imaginemos que dos esferas describieron alrededor de una partícula como su centro, siendo el radio de la mayor tan grande como para incluir todas las partículas cuya acción sobre el centro sea sensible, mientras que el radio de la más pequeña es tan grande que bastantes moléculas están incluidas dentro de él. La posibilidad de describir una esfera tal como la externa implica que la atracción de las partículas varía en algunas distancias inversamente como cierta potencia más alta de la distancia que el cubo, o, para hablar más claramente, que la atracción multiplicada por el cubo de la distancia disminuye mientras que la distancia aumenta; pues el número de partículas a una distancia dada de cualquier partícula es proporcional al cuadrado de esa distancia y cada una de éstas da un término del virial que es el producto de la atracción en la distancia. Por consiguiente, a menos que la atracción multiplicada por el cubo de la distancia disminuyera tan rápidamente con la distancia tan pronto como para llegar a ser insensible, ninguna esfera externa tal como se supone podría ser descrita. Sin embargo, la experiencia ordinaria muestra que tal esfera es posible; y, por lo tanto, debe haber distancias en las cuales la atracción disminuya así rápidamente mientras que la distancia aumenta. Las dos esferas, entonces, siendo así trazadas, consideran el virial de la partícula central debido a las partículas entre ellas. Déjese que la densidad de la sustancia aumente, digamos, N veces. Entonces, para cada término, Rr, del virial antes de la condensación, habrá N términos de la misma magnitud después de la condensación. Por lo tanto, el virial de cada partícula será proporcional a la densidad, y la ecuación del virial se convierte en

aq = PV + c/v

Esto omite el virial dentro de la esfera interna, el radio de la cual se toma de tal manera que dentro de esa distancia el número de partículas no es proporcional al número en una esfera grande. Para Van der Waals este radio es el diámetro de sus moléculas duras, cuya suposición proporciona su ecuación. Pero es evidente que la atracción entre las moléculas debe modificar hasta cierto punto su distribución, a menos que se satisfagan algunas condiciones peculiares. La ecuación de Van der Waals puede ser aproximadamente verdad solamente para un gas. En condiciones sólidas o líquidas, en las cuales el quitar una cantidad pequeña de presión tiene poco efecto sobre el volumen, y donde por consiguiente el virial debe ser mucho mayor que PV, el virial debe aumentar con el volumen. Pues supongamos que teníamos una sustancia en condiciones críticas en las cuales un aumento del volumen disminuiría el virial más de lo que aumentaría 3/2 PV. Si tuviéramos forzosamente que disminuir el volumen de una sustancia tal, cuando la temperatura se igualara, la presión que podría soportar sería menor que antes, y se condensaría aún más, y esto continuaría indefinidamente hasta que se alcanzara una condición en que un aumento de volumen aumentara 3/2 PV más de lo que disminuiría el virial. En el caso de los sólidos, por lo menos, P puede ser cero; de modo que el estado alcanzado sería uno en el que el virial aumentase con el volumen, o la atracción entre las partículas no aumenta así de rápido con una disminución de su distancia como si la atracción fuera inversamente proporcional a la distancia.

Casi contemporáneamente con el trabajo de Van der Waals, otra tesis notable de doctorado fue presentada en París por Amagat19. Se refería a la elasticidad y la expansión de gases, el magnífico experimentador, su autor, ha dedicado a este tema toda su vida posterior. Son especialmente interesantes sus observaciones de los volúmenes del etileno y de ácido carbónico en las temperaturas de 20° a 100° y a presiones que se extienden desde una onza a 5000 libras por pulgada cuadrada. Tan pronto como Amagat obtuvo estos resultados, comentó que el "coeficiente de la expansión bajo un volumen constante", como absurdamente se llama, es decir, el índice de la variación de la presión con la temperatura, era casi completamente constante para cada volumen. Esto concuerda con la ecuación del virial, que da

dp / dq = a/v - dS Rr / dq

Ahora bien, el virial debe ser casi independiente de la temperatura y, por lo tanto, el último término casi desaparece. El virial no sería absolutamente independiente de la temperatura, porque si se baja la temperatura (es decir, el cuadrado de la velocidad de las moléculas), y la presión se baja correspondientemente, para hacer el volumen igual, las atracciones de las moléculas tendrán más tiempo para producir sus efectos, y, por consiguiente, cuanto más cerca se mantengan juntos los pares de moléculas, se mantendrán juntas más tiempo y más cerca; de modo que el virial será aumentado generalmente por un descenso de la temperatura. Ahora, los experimentos de Amagat muestran un efecto excesivamente minucioso de esta clase, por lo menos cuando los volúmenes no son demasiado pequeños. Sin embargo, las observaciones se cumplen bastante si se asume que el "coeficiente de expansión bajo un volumen constante" consiste enteramente del primer término, a / V, Así, los experimentos de Amagat nos permiten determinar los valores de a y por lo tanto calcular el virial; y esto que encontramos varía para el gas del ácido carbónico de un modo casi inverso a. Hay, así una aproximación tosca a satisfacer la ecuación de Van der Waals. Pero el resultado más interesante de los experimentos de Amagat, por lo menos para nuestro propósito, es que la cantidad a, aunque casi constante para cualquier volumen, difiere considerablemente del volumen, casi doblándolo cuando el volumen se reduce cinco veces. Esto puede indicar solamente que la energía cinética media de una masa dada del gas para una temperatura dada es mayor cuanto más se comprime el gas. Pero las leyes de la mecánica parecen prescribir que la energía cinética media de una partícula en movimiento deberá ser constante a cualquier temperatura dada. El único modo de escapar a la contradicción, entonces, es suponer que la masa media de una partícula en movimiento disminuye al condensarse el gas. En otras palabras, muchas de las moléculas se disocian, o se deshacen en átomos o sub-moléculas. La idea de que la disociación debería favorecerse disminuyendo el volumen será declarada por los físicos, a primera vista, como contraria a toda nuestra experiencia. Pero debe recordarse que las circunstancias de las que estamos hablando, las de un gas bajo cincuenta o más atmósferas de presión, es también inusual. Que el "coeficiente de expansión bajo un volumen constante" cuando es multiplicado por los volúmenes debería aumentar con una disminución del volumen es también algo bastante contrario a la experiencia ordinaria; con todo ocurre indudablemente en todos los gases bajo gran presión. Una vez más la doctrina de Arrhenius20 es ahora generalmente aceptada, que la conductividad molecular de un electrolito es proporcional a la disociación de iones. Ahora bien, la conductividad molecular de un electrolito fundido es generalmente superior a la de una solución. He aquí un caso, entonces, en el cual la disminución del volumen está acompañada por la disociación creciente.

La verdad es que tienen que distinguirse varias clases diferentes de disociación. En primer lugar, está la disociación de una molécula química para formar moléculas químicas bajo la acción regular de leyes químicas. Esto puede ser una descomposición doble, como cuando se disocia el ácido yodhídrico, según la fórmula

HI + HI = HH + II;

o, puede ser una descomposición simple, como cuando el pentachloride del fósforo se disocia según la fórmula

PCI5 = PCI3 + CICI

Todas estas disociaciones requieren, según las leyes de la termoquímica, una temperatura elevada. En segundo lugar, existe la disociación de una molécula físicamente polímera, es decir, de varias moléculas químicas unidas por atracciones físicas. Esto que me inclino a suponer es un fenómeno concomitante común al calentar sólidos y los líquidos, ya que en estos cuerpos no hay un aumento de compresibilidad con la temperatura en absoluto comparable con el aumento de la expansibilidad. Pero, en tercer lugar, está la disociación que ahora nos concierne, que debe suponerse que es una emisión de sub-moléculas o átomos no saturadas de la molécula. La molécula, como he dicho, puede compararse aproximadamente con un sistema solar. Como tal, las moléculas son capaces de producir perturbaciones en los movimientos internos de otras; y de este modo un planeta, esto es, una sub-molécula, saldrá y deambulará de vez en cuando por sí misma, hasta que ésta encuentre otra sub-molécula no saturada con la que pueda unirse. Tal disociación por perturbación será favorecida naturalmente por la proximidad de unas moléculas con otras.

Pasemos ahora a la consideración de esa sustancia especial, o más bien clase de sustancias, cuyas propiedades forman, la materia principal de la botánica y la zoología, tan verdaderamente como aquellas de los silicatos forman la materia principal de la mineralogía: me refiero a limos vitales, o protoplasma. Comencemos catalogando los caracteres generales de estos limos. Todos y cada uno existen en dos estados de agregación, un estado sólido o casi sólido y un estado líquido o casi líquido; pero no pasan del último al primero por medio de fusión ordinaria. Se descomponen rápidamente con el calor, especialmente en el estado líquido; tampoco soportarán cualquier grado considerable de frío. Todas sus acciones vitales tienen lugar a temperaturas muy poco por debajo del punto de descomposición. Esta inestabilidad extrema es uno de los numerosos factores que demuestran la complejidad química del protoplasma. Todo químico coincidirá en que son mucho más complicados que las albúminas. Ahora bien, se estima que la albúmina contiene en cada molécula alrededor de mil átomos; así que es natural suponer que los protoplasmas contengan varios miles. Sabemos que aunque están principalmente compuestos de oxígeno, hidrógeno, carbono y nitrógeno, un gran número de otros elementos entra en estos cuerpos vivos en pequeñas proporciones; y es probable que la mayoría de éstos entren en la composición de los protoplasmas. Ahora, ya que los números de variedades químicas aumentan en una proporción enorme con los números de átomos por molécula, de tal modo que hay ciertamente cientos de miles de sustancias cuyas moléculas contienen veinte átomos o menos, podemos suponer bien que el número de sustancias protoplásmicas alcanza billones o trillones. El profesor Cayley ha proporcionado una teoría matemática de "árboles", con vistas a arrojar una luz sobre tales cuestiones21; y bajo esa luz la estimación de trillones (en el sentido inglés) parece inmoderadamente moderado. Es cierto que una opinión ha sido emitida, y defendida entre los biólogos, de que no existe sino una clase de protoplasma; pero las observaciones de los biólogos, por si mismas, casi han refutado esa hipótesis, que desde un punto de vista químico aparece como totalmente increíble. La anticipación del químico sería decididamente que las sustancias químicas lo bastante diferentes que tienen características protoplasmáticas podrían estar formadas para explicar, no sólo las diferencia entre el limo nervioso y el limo muscular, entre el limo de ballena y el limo de león, sino también entre aquellas diminutas variaciones dominantes que caracterizan las diferentes razas y los individuos singulares.

El protoplasma, cuando está inactivo, es, hablando en términos generales, sólido; pero cuando se perturba del modo adecuado, o a veces incluso espontáneamente sin una alteración externa, se convierte, hablando en términos generales, en líquido. Se ve bajo el microscopio que una mónera en ese estado tiene corrientes dentro de su materia; un limo de moho fluye lentamente debido a la fuerza de la gravedad. La licuefacción comienza desde el punto de alteración y se extiende a toda la masa. Este expandirse, sin embargo, no es uniforme en todas las direcciones; por el contrario toma un curso en un momento tiempo, y en otro momento, otro, a través de la masa homogénea, de una manera que parece un poco misteriosa. Siendo eliminada la causa de la alteración, estos movimientos cesarán gradualmente (con las clases más elevadas de protoplasma, rápidamente) y el limo volverá a su condición sólida.

La licuefacción del protoplasma está acompañada de un fenómeno mecánico. A saber, ciertas clases exhiben una tendencia a ordenarse ellas mismas en una forma globular. Esto sucede particularmente con los contenidos de las células musculares. La opinión que prevalece, fundada en algunas de las investigaciones experimentales más exquisitas que la historia de la ciencia puede mostrar, es sin duda la de que la contracción de las células musculares es debida a la presión osmótica; y debe concederse que ese es un factor para producir ese efecto. Pero a mí no me parece que dé una explicación satisfactoria ni siquiera de los fenómenos de contracción muscular; y además, incluso los limos desnudos se ordenan a menudo de la misma manera. En este caso, parece que reconocemos un aumento de la tensión de la superficie. En algunos casos, también, tiene lugar la acción inversa, siendo puesta adelante una extraordinaria pseudopodia, como si la tensión de la superficie fuera reducida en algunos puntos. De hecho, un limo tal tiene siempre una cierta clase de piel, sin duda debida a la tensión de la superficie, y esto parece dar paso al punto en el que un pseudopodium se pone adelante.

La licuefacción de larga duración o repetida con frecuencia del protoplasma resulta en una retención obstinada del estado sólido, que podemos denominar fatiga. Por otro lado, el reposo en este estado, si no se prolonga mucho, restaura la licuefabilidad. Ambas son funciones importantes.

Los limos vitales tienen, además, la propiedad peculiar del crecimiento. Los cristales también crecen; su crecimiento, sin embargo, consiste meramente en atraer a materia como la suya procedente de un fluido circunambiental. Suponer que el crecimiento del protoplasma es de la misma naturaleza, sería suponer que esta sustancia se genera espontáneamente en copiosos suministros siempre que el alimento esté en una solución. Ciertamente, debe concederse que el protoplasma no es sino una sustancia química, y que no hay ninguna razón por la cual no debería formarse sintéticamente como cualquier otra sustancia química. De hecho, Clifford ha mostrado claramente que tenemos una evidencia abrumadora de que se forma así22. Pero decir que tal formación es tan regular y frecuente como la asimilación de la comida es una cuestión bastante diferente. Está más en consonancia con los hechos de la observación el suponer que el protoplasma asimilado se forma en el instante de la asimilación, bajo la influencia del protoplasma ya presente. Pues cada limo preserva en su crecimiento sus caracteres distintivos con una verdad asombrosa, el limo nervioso creciendo en limo nervioso y el limo muscular en limo muscular, el limo de león creciendo en limo de león, y todas las variedades de especies e incluso los caracteres individuales siendo preservados en el crecimiento. Ahora, es demasiado suponer que haya billones de clases diferentes de protoplasma, flotando alrededor de dondequiera que haya alimento.

La licuefacción frecuente del protoplasma aumenta su capacidad de asimilar el alimento; tanto es así, de hecho, que resulta cuestionable si en la forma sólida posee esa capacidad.

El limo vital se desperdicia a medida que crece; y esto también sucede principalmente, sino exclusivamente, en sus fases líquidas.

Estrechamente relacionada con el crecimiento está la reproducción; y aunque en las formas más superiores ésta es una función especializada, es universalmente verdadero que dondequiera que hay protoplasma, hay, habrá o ha habido una capacidad de reproducir esa misma clase de protoplasma en un organismo separado. La reproducción parece implicar la unión de dos sexos; aunque no es demostrable que esto sea siempre un requisito.

Otra propiedad física del protoplasma es la de adquirir hábitos. El curso que la expansión de la licuefacción ha tomado en el pasado se presta con mayor probabilidad a ser tomado en el futuro; aunque no hay una certeza absoluta de que se siga el mismo camino otra vez.

Todas estas son propiedades del protoplasma; son, ciertamente tan muy extraordinarias como indudables. Pero la que tiene que ser mencionada a continuación, si bien es igualmente innegable, es infinitamente más maravillosa. Consiste en que el protoplasma siente. No tenemos una evidencia directa de que esto sea cierto del protoplasma de un modo universal, y ciertamente algunas clases sienten mucho más que otras. Pero hay una inferencia analógica acertada de que todo protoplasma siente. No sólo siente, sino que también ejercita todas las funciones de la mente.

Tales son las propiedades del protoplasma. El problema es encontrar una hipótesis de la constitución molecular de este compuesto que explique estas propiedades, todas y cada una.

Algunas de ellas son resultados obvios de la constitución excesivamente complicada de la molécula protoplasmática. Todas las sustancias muy complicadas son inestables; y claramente una molécula de varios miles de átomos puede ser separada de muchas maneras en dos partes en cada una de las cuales las fuerzas polares químicas estén casi saturadas. En el protoplasma sólido, como en otros sólidos, debe suponerse que las moléculas están moviéndose como si fuera en órbitas, o, al menos, de modo que no deambulen indefinidamente. Pero este sólido no puede derretirse, por la misma razón que el almidón no puede ablandarse; porque una cantidad de calor insuficiente para hacer a todas las moléculas deambular es suficiente para romperlas por completo y hacer que formen moléculas nuevas y más simples. Pero cuando una de las moléculas es alterada, incluso aunque no sea arrojada lo bastante fuera de su órbita al principio, se lanzan fuera de ella sub-moléculas de quizás varios cientos de átomos cada una. Estas adquirirán pronto la misma energía cinética media que las otras, y, por lo tanto velocidades varias veces tan grandes. Naturalmente, empezarán a deambular, y al deambular perturbarán a muchas otras moléculas y causarán que éstas se comporten a su vez como la originariamente perturbada. Tantas moléculas serán así fragmentadas, que incluso aquellas que estén intactas no estarán encerradas ya en órbitas, sino que deambularán más o menos libremente. Esta es la condición usual de un líquido, tal como la entienden los químicos modernos; ya que en todos los líquidos electrolíticos existe una disociación considerable.

Pero este proceso enfría necesariamente la sustancia, no meramente a causa del calor de la combinación química, sino todavía más debido a que al ser incrementado en gran medida el número de partículas separadas la energía cinética media debe ser menor. Siendo la sustancia un mal conductor, este calor no se restaura inmediatamente. Ahora, si las partículas se mueven más lentamente, las atracciones entre ellas tienen tiempo para hacer efecto, y se aproximan a la condición de equilibro. Pero su equilibrio dinámico se encuentra en la restauración de la condición sólida, que, por consiguiente, tiene lugar si la perturbación no se mantiene.

Cuando un cuerpo está en la condición sólida, la mayoría de sus moléculas deben estar moviéndose a la misma velocidad o, al menos, a ciertos conjuntos regulares de velocidades; de otra manera el movimiento orbital no se conservaría. Las distancias de las moléculas vecinas deben mantenerse siempre entre un determinado valor máximo y uno mínimo. Pero si, sin la absorción de calor el cuerpo es arrojado a una condición líquida, las distancias de las moléculas vecinas estarán distribuidas de manera más desigual, y resultará un efecto sobre el virial. El enfriamiento del protoplasma sobre su licuefacción debe ser tomado también en cuenta. El efecto ordinario será sin duda aumentar la cohesión y con ello la tensión de la superficie, de tal modo que la masa tenderá a ordenarse a sí misma. Pero en casos especiales, el virial aumentará tanto que la tensión de la superficie disminuirá en los puntos donde la temperatura se restaure primero. En ese caso, la capa exterior cederá y la tensión en otros lugares ayudará a causar que el fluido general se derrame en aquellos puntos, formando pseudopodia.

Cuando el protoplasma se encuentra en un estado líquido, y sólo entonces, una solución de alimento es capaz de penetrar su masa por difusión. El protoplasma se disocia entonces considerablemente; y lo mismo sucede con el alimento, como con toda materia disuelta. Si entonces las sub-moléculas separadas y no saturadas del alimento resultan ser de la misma especie química que las sub-moléculas del protoplasma, pueden unirse a otras sub-moléculas del protoplasma para formar nuevas moléculas, de tal forma que cuando el estado sólido se reanude, puede que haya más moléculas de protoplasma que las que había al comienzo. Es como la navaja cuyo filo y mango, tras haber sido duramente perdidos y reemplazados, se encontraran y se juntaran para hacer un cuchillo nuevo.

Hemos visto que el protoplasma se enfría por licuefacción, y que esto le trae de vuelta al estado sólido, cuando se recupera el calor. Esta serie de operaciones debe ser muy rápida en el caso del limo nervioso e incluso en el del limo muscular, y pueden explicar el carácter inestable o vibratorio de su acción. Por supuesto, si la asimilación tiene lugar, el calor de la combinación, que probablemente sea insignificante, se gana. Por otra parte, si se hace el trabajo, ya sea por parte del nervio o por el músculo, debe tener lugar una pérdida de energía. En el caso del músculo, el modo en que la parte instantánea de fatiga se produce puede rastrearse fácilmente. Si cuando el músculo se contrae es bajo fuerza, se contraerá menos de lo que lo haría de otra manera, y habrá una pérdida de calor. Es como un motor que debería trabajar al disolver sal en agua y usar la contracción durante la solución para levantar un peso, siendo la sal recuperada después por destilación. Pero la mayor parte de esta fatiga no tiene nada que ver con la correlación de fuerzas. Un hombre debe trabajar duro para hacer en un cuarto de hora el trabajo que saque de él el calor suficiente para enfriar su cuerpo un solo grado. Entretanto, se irá calentando, derramará productos extra de combustión, transpiración, etc., y estará conduciendo la sangre a una velocidad acelerada a través de diminutos tubos mucho gasto. Con todo, todo esto tendrá poco que ver con su fatiga. Puede sentarse sosegadamente en su mesa de trabajo, sin hacer prácticamente ningún esfuerzo físico, y aún así al cabo de unas pocas horas estar terriblemente fatigado. Esto parece ser debido a las sub-moléculas desordenadas del limo nervioso que no han tenido tiempo de establecerse en sus combinaciones adecuadas. Cuando tales sub-moléculas son lanzadas hacia fuera, como deben ser de cuando en cuando, se desperdicia mucho material.

Con el fin de que una sub-molécula de alimento pueda ser completa y firmemente asimilada en una molécula rota de protoplasma, es necesario no sólo que tenga exactamente la composición química correcta, sino también que esté en el lugar correcto en el momento adecuado y que esté moviéndose precisamente en la dirección correcta con la velocidad correcta. Si no se cumplen todas estas condiciones, será retenida más libremente que la otras partes de la molécula; y cada vez que se acerque a la situación en la que se la introdujo, con relación a las otras partes de esa molécula y a otras tales que estuvieran lo bastante cerca como para ser factores en la acción, se colocará en una situación de especial peligro de ser lanzada otra vez. Así pues, cuando una licuefacción parcial del protoplasma tiene lugar muchas veces alrededor de la misma extensión, serán cada vez casi las mismas moléculas que fueron arrojadas la última vez hacia adentro las que ahora se lanzan fuera. Serán lanzadas hacia fuera, también, casi de la misma manera, en cuanto a la posición, dirección del movimiento y velocidad, en que fueron lanzadas hacia dentro; y esto será casi en el mismo curso que las que fueron expulsadas antes que ellas. No exactamente, sin embargo; pues la misma causa de su ser lanzadas tan fácilmente es su no haber cumplido precisamente las condiciones de una retención estable. Por consiguiente, la ley del hábito se explica, y con ella su característica peculiar de no actuar con exactitud.

Me parece que esta explicación del hábito, dejando aparte la cuestión de su verdad o su falsedad, tiene cierto valor como una adición a nuestro pequeño almacén de ejemplos mecánicos de acciones análogas al hábito. Todas las demás, hasta donde yo sé, son o bien estáticas o, si no, envuelven fuerzas que, tomados solo en consideración los movimientos sensibles, violan la ley de la energía. Es así como la corriente que arrastra su propio lecho. Aquí, la arena se lleva a su situación más estable y allí se deja. La ley de la energía prohíbe esto; pues cuando algo alcanza una posición de equilibro estable, su impulsión será al máximo, de tal modo que de acuerdo con esta ley sólo pueda ser dejada en reposo en una situación inestable. En todas las ilustraciones estáticas, también, las cosas se llevan a ciertos estados y se dejan allí. Un traje recibe pliegues y los conserva; esto es, se excede su límite de elasticidad. Este no saltar hacia atrás es de nuevo una violación aparente de la ley de la energía, pues la sustancia no sólo no saltará atrás por si misma (lo cual podría deberse a un equilibro inestable que está siendo alcanzado) sino que tampoco lo hará cuando un impulso se le aplique de esa manera. En efecto, el profesor James dice que "el fenómeno del hábito... es debido a la plasticidad de... los materiales"23. Ahora bien, plasticidad de los materiales quiere decir tener un límite bajo de elasticidad. (Véase el Century Dictionary, la voz sólido). Pero la constitución hipotética del protoplasma propuesta aquí no implica ninguna fuerza sino atracciones y repulsiones que siguen estrictamente la ley de la energía. La acción aquí, esto es, el lanzamiento de un átomo fuera de su órbita dentro de una molécula, y el que entre un nuevo átomo dentro de casi la misma órbita pero no la misma, es algo similar a las acciones moleculares que puede suponerse que tienen lugar en un sólido tensado más allá de su límite de elasticidad. A saber, en ese caso ciertas moléculas deben lanzarse fuera de sus órbitas, para asentarse otra vez poco después en nuevas órbitas. En resumen, los sólidos plásticos se asemejan al protoplasma en ser parcial y temporalmente licuados por una débil fuerza mecánica. Mas el establecerse por parte de un cuerpo sólido no tiene sino una semejanza moderada al adquirir un hábito, en la misma medida en que el rasgo característico de lo segundo, su inexactitud y su falta de completa determinación, no es tan marcado en el primero, si puede decirse que está presente allí en absoluto.

La verdad es que aunque la explicación molecular del hábito es bastante vaga en el lado matemático, no puede haber duda alguna de que los sistemas de átomos que tengan fuerzas polares actuarían sustancialmente de esa manera, y la explicación es incluso demasiado satisfactoria para adecuarse a la conveniencia de un defensor del tijismo. Pues puede ser afirmado con justicia que ya que el fenómeno del hábito puede de este modo resultar de una disposición puramente mecánica, es innecesario suponer que la adquisición de un hábito sea un principio primordial del universo. Pero un hecho queda sin ser explicado mecánicamente, que concierne no sólo a los hechos del hábito, sino a todos los casos de acciones que en apariencia violan la ley de la energía; es el hecho de que todos estos fenómenos dependen de agregaciones de trillones de moléculas en una y la misma condición y vecindad; y no está de ninguna manera claro cómo podrían todas ser atraídas y dejadas en el mismo lugar y estado por cualquier fuerza conservadora. Pero dejemos que la explicación mecánica sea tan perfecta como pueda, el estado de cosas que supone presenta evidencia de una tendencia primordial a la adquisición de hábitos. Pues nos muestra como cosas que actúan actuaran de modos parecidos porque son parecidas. Ahora bien, aquellos que insisten en la doctrina de la necesidad insistirán en su mayoría en que el mundo físico es completamente individual (singular, único comprobar esto en otra parte). Con todo, la ley envuelve un elemento de generalidad. Ahora decir que la generalidad es primordial pero la generalización no, es como decir, que la diversidad es primordial pero la diversificación no. Pone la lógica patas arriba, En cualquier caso, está claro que nada sino un principio de hábito, él mismo debido al crecimiento por hábito de una tendencia hacia el adquirir hábitos es el único puente que puede ligar el vacío entre la mezcla casual del caos y el cosmos del orden y de la ley.

No intentaré una explicación molecular de los fenómenos de reproducción, porque eso requeriría una hipótesis subsidiaria, y me llevaría lejos de mi objeto principal. Tales fenómenos, tan universalmente difundidos como estén, parecen depender de condiciones especiales; y nosotros no encontramos que todo protoplasma tenga capacidades reproductoras.

¿Pero qué debe decirse de la propiedad de sentir? ¿Si la consciencia pertenece a todo protoplasma, por medio de qué constitución mecánica va a ser esto explicado? El limo no es sino un compuesto químico. No hay ninguna imposibilidad inherente en su ser formado sintéticamente en el laboratorio, a partir de sus elementos químicos; y si fuera hecho así, presentaría todas las características del protoplasma natural. Sin duda, entonces, sentiría. Dudar si admitir eso sería pueril y ultra-pueril. ¿Por medio de qué elemento de disposición molecular entonces, sería causado ese sentir? Esta cuestión no puede ser evadida o menospreciada. El protoplasma ciertamente sí siente; y a menos que tengamos que aceptar un débil dualismo, la propiedad debe mostrarse para que emerja de cierta peculiaridad del sistema mecánico. Con todo, el intento de deducirla de las tres leyes de la mecánica, aplicadas a una invención mecánica nunca tan ingeniosa, sería obviamente inútil. No puede nunca ser explicado a no ser que admitamos que los eventos físicos no son sino formas degradadas o subdesarrolladas de los eventos psíquicos. Pero una vez que se concede que los fenómenos de la materia no son sino el resultado del influjo sensiblemente completo de hábitos sobre la mente, sólo queda explicar por qué en el protoplasma estos hábitos tienen están rotos hasta cierto punto de tal modo que según la ley de la mente, en esa cláusula especial del a veces llamado principio de acomodación24, el sentimiento se intensifica. Ahora la manera en la que los hábitos generalmente se rompen es ésta. Las reacciones usualmente terminan en la retirada de un estímulo; pues la excitación continúa mientras el estímulo está presente. En efecto, los hábitos son modos generales de comportamiento que están asociados con la retirada de los estímulos. Pero cuando la retirada esperada del estímulo no sucede, la excitación continúa y aumenta, y tienen lugar reacciones no-habituales; y éstas tienden a debilitar el hábito. Si, entonces, suponemos que la materia nunca obedece sus leyes ideales con absoluta precisión, pero que hay desviaciones fortuitas casi insensibles de la regularidad, éstas producirán en general efectos igualmente diminutos. Pero el protoplasma se encuentra en una condición excesivamente inestable, y es la característica de un equilibrio inestable, que cercanos de punto las causas en exceso diminutas pueden producir efectos asombrosamente grandes. Aquí entonces, las desviaciones usuales de la regularidad serán seguidas por otras que son muy grandes; y las grandes desviaciones de la ley así producidas tenderán todavía más a romper las leyes, suponiendo que éstas son de la naturaleza de los hábitos. Ahora bien, esta ruptura de un hábito y la renovada espontaneidad fortuita estarán acompañadas, de acuerdo con la ley de la mente, de una intensificación del sentir. El protoplasma nervioso está, sin ninguna duda, en la condición más inestable de cualquier clase de materia; y, en consecuencia, el sentimiento resultante es allí el más manifiesto.

Por consiguiente, vemos que el idealista no necesita temer una teoría mecánica de la vida. Por el contrario, tal teoría, completamente desarrollada, está obligada a presentarse en un idealismo tijista como su adjunto indispensable. Dondequiera que se encuentra azar-espontaneidad, allí, en la misma proporción, el sentimiento existe. De hecho, el azar no es sino el aspecto exterior de aquello que dentro de sí mismo es sentimiento. Hace ya tiempo demostré que la existencia real, o facticidad [thing-ness], consiste en regularidades25. Por lo tanto, que el caos original en el que no había regularidad alguna era mera nada, en el aspecto físico. Con todo, no era un puro cero, puesto que allí había una intensidad de consciencia en comparación a la cual todo lo que alguna vez sentimos no es sino como la lucha de una molécula o dos para arrojar un poco de la fuerza de la ley hacia una diversidad innumerable e interminable de azar totalmente ilimitada.

Pero después de que algunos átomos del protoplasma han llegado así a emanciparse parcialmente de la ley, ¿qué es lo que sucede con ellos a continuación? Para entender esto, debemos recordar que ninguna tendencia mental resulta tan fácilmente fortalecida por la acción de hábito como lo es la tendencia a adquirir hábitos. Ahora bien, en las clases más elevadas de protoplasmas, especialmente, los átomos en cuestión no sólo han pertenecido durante largo tiempo a una molécula o a otra de la masa particular del limo del que son partes; sino que antes de eso, eran constituyentes del alimento de una constitución protoplásmica. Durante todo este tiempo, han estado expuestos a perder hábitos y a recuperarlos otra vez; de tal modo que ahora, cuando el estímulo es removido, y los hábitos abandonados, tienden a reafirmarse ellos mismos, en el caso de tales átomos lo hacen con la mayor prontitud. De hecho, el retorno es tan pronto que no hay nada que no sea el sentimiento para mostrar concluyentemente que los lazos de la ley nunca han sido aflojados.

En resumen, la diversificación es el vestigio de azar-espontaneidad; y dondequiera que la diversidad va en aumento, allí el azar debe ser operativo. Por otro lado, dondequiera que la uniformidad va en aumento, el hábito debe ser operativo. Pero dondequiera que las acciones tienen lugar bajo una uniformidad establecida, ahí tanto sentimiento como pueda haber toma el modo de un sentido de reacción. Esta es la manera en la que soy llevado a definir la relación entre los elementos fundamentales de la consciencia y sus equivalentes físicos.

Queda por considerar las relaciones físicas de las ideas generales. Puede ser bueno en este punto reflexionar que si la materia no tiene ninguna existencia excepto como una especialización de la mente, se sigue que cualquier cosa que afecte a la materia de acuerdo con las leyes regulares es ella misma materia. Pero toda mente está directa o indirectamente conectada con toda materia, y actúa de una manera más o menos regular, de tal modo que toda mente participa en mayor o menor medida de la naturaleza de la materia. De ahí que sería un error concebir los aspectos psíquicos y físicos de la materia como dos aspectos absolutamente distintos. Observando una cosa desde fuera, considerando sus relaciones de acción y reacción con otras cosas, aparece como materia. Viéndola desde el interior, mirando su carácter inmediato como el sentimiento, aparece como consiente. Estas dos visiones se combinan cuando recordamos que las leyes mecánicas no son nada sino hábitos adquiridos, como todas las regularidades de la mente, incluyendo la tendencia a tomar hábitos; y que esta acción de hábito no es nada sino generalización, y la generalización no es nada más que la expansión de sentimientos. Pero la pregunta es, ¿cómo las ideas generales aparecen en la teoría molecular del protoplasma?

La consciencia de un hábito implica una idea general. En cada acción de aquel hábito ciertos átomos son lanzados de su órbita, y reemplazados por otros. En todas las ocasiones diferentes son átomos diferentes los que son tirados, pero son análogos desde un punto de vista físico, y hay un sentido interior de su ser análogos. Siempre que uno de los sentimientos asociados se repite, hay un sentido más o menos vago de que hay otros, de que tienen un carácter general, y de lo que este carácter general es. Nosotros no deberíamos, pienso yo, sostener que en el hábito del protoplasma nunca actúe de ningún otro modo más que de la manera particular sugerida arriba. Al contrario, si el hábito es una propiedad primaria de la mente, debe serlo igualmente de la materia, como una clase de mente. Apenas podemos rechazar el admitir que en cualquier parte donde los movimientos fortuitos tienen caracteres generales, hay una tendencia de esta generalidad a extenderse y perfeccionarse. En ese caso, una idea general es una cierta modificación de consciencia que acompaña cualquier regularidad o relación general entre las acciones fortuitas.

La consciencia de una idea general tiene cierta "unidad del ego" en ella, que es idéntica cuando pasa de una mente a otra. Es, por consiguiente, bastante análoga a una persona; y, de hecho, una persona es sólo una clase particular de idea general26. Hace tiempo, en el Journal of Speculative Philosophy (Vol. II, p. 156), señalé que una persona no es sino un símbolo que envuelve una idea general; pero mis opiniones eran, entonces, demasiado nominalistas para permitirme ver que toda idea general tiene el sentimiento vivo unificado de una persona.

Todo lo que es necesario, según esta teoría, para la existencia de una persona es que los sentimientos a partir de los cuales se construye deberían estar en conexión lo bastante cercana como para influenciarse unos a otros. Aquí podemos extraer una consecuencia que puede ser posible someter a prueba experimental. A saber, si fuera este el caso, debería existir algo parecido a la consciencia personal en los cuerpos de los hombres que están en una comunión íntima e intensamente comprensiva. Es cierto que cuando la generalización del sentimiento ha sido llevada tan lejos como para incluir todo dentro de una persona, un lugar para detenerse, en un cierto sentido ha sido alcanzado; y la posterior generalización tendrá un carácter menos vivo. Pero no debemos pensar que cesará. Esprit de corps, sentimiento nacional, simpatía, no son meras metáforas. Ninguno de nosotros puede darse cuenta completamente de lo que son las mentes de las corporaciones, más de lo que una de mis células cerebrales puede saber acerca de lo que el cerebro entero está pensando. Pero la ley de la mente claramente señala hacia la existencia de tales personalidades, y hay muchas observaciones ordinarias que, si fueran examinadas críticamente y complementadas con experimentos especiales, podrían, como prometen las apariencias primeras, ofrecer una evidencia de la influencia de tales grandes personas sobre los individuos. A menudo se señala que en un día media docena de personas, extrañas entre sí, tendrán en sus cabezas el cometer una y la misma acción, ya sea un experimento físico, un crimen o un acto de virtud. Cuando los treinta mil jóvenes de la Society for Christian Endeavor estuvieron en Nueva York, me parecía que había cierta difusión misteriosa de dulzura y de luz27. Si un hecho tal es capaz de realizarse en algún lugar, debería ser en la iglesia. Los cristianos han estado siempre dispuestos a arriesgar sus vidas para mantener oraciones en común, para reunirse y rezar simultáneamente con gran energía, y en especial por su cuerpo común, por "el estado entero de la iglesia militante de Cristo aquí en la tierra", como dice uno de los misales. Han estado manteniendo esta práctica en todas partes, semanalmente, durante muchos siglos. Seguramente, una personalidad debería haberse desarrollado en esa iglesia, en esa "esposa de Cristo", tal como la llaman, o de otro modo hay una extraña ruptura en la acción de la mente, y tendré que reconocer que mis opiniones están muy equivocadas. ¿No sería más probable que las sociedades para la investigación psíquica disiparan las nubes al buscar evidencias de tal personalidad corporativa, que al buscar evidencias de telepatía que, de acuerdo con la misma teoría, sería un fenómeno mucho más débil?



Traducción de Carmen Ruiz (2003)



Notas

1. Me alegra encontrar que, desde que se publicó mi último artículo, un filósofo tan agudo y profundo como el Dr. Edmund Montgomery lleva tiempo abogando por el mismo elemento del universo. Otros pensadores de renombre mundial, como M. Renouvier y M. Delboeuf, parecen compartir esta opinión* [Nota de CSP]

* Edmund Montgomery, "The Dependence of Quality on Specific Energies", Mind 5 (1880): 1-29; Charles Bernard Renouvier, Essais de critique générale (París, 1875), app. 9; Joseph R. L. Delboeuf, "Déterminisme et liberté", Revue Philosophique 13 (1882): 453-80, 608-38 y 14 (1882): 158-89. [Nota de EP]

2. Véanse los artículos "La arquitectura de las teorías", "La doctrina de la necesidad examinada" y "La ley de la mente". Los "artículos que han de seguir en la serie" mencionados en el párrafo siguiente ofrecen uno de las varias pequeñas evidencias de que Peirce había proyectado más de cinco artículos para la serie. [Nota del EP]

3. William Thomson, "The Size of Atoms", en su Popular Lectures and Addresses (London, 1889), p. 218. [Nota del EP]

4. John Bernard Stallo, The Concepts and Theories of Modern Physics (New York, 1882), cap. 7. [Nota del EP]

5. Gustav Theodor Fechner, Über die physikalische und philosophische Atomenlehre (Leipzig, 1864). [Nota del EP]

6. Benjamin Thompson Rumford, Complete Works (Boston, 1870-75), 1:471-93; 2:1-22, 166-87, 208-21. [Nota del EP]

7. James Prescott Joule, Scientific Papers (London, 1884-87), 1:149ff. [Nota del EP]

8. William J. M. Rankine, Transactions of the Royal Society of Edinburg 20 (1850): 192. [Nota del EP]

9. Véase Daniel Bernoulli, Hydrodynamica (1738), sec. 10. [Nota del EP]

10. Así denominado por Amadeo Avogadro (1776-1856), químico y físico italiano. [Nota del EP]

11. Un cuerpo que a través de su masa (y no simplemente en su superficie) resiste por un tiempo indefinido una fuerza suficientemente pequeña que tienda para alterar su figura del equilibrio, volviendo siempre a su forma después de que se la fuerza desaparezca; un cuerpo que posee elasticidad de figura, todo cuerpo tal tiene límites de elasticidad, y, si está sujeto a una tensión que excede estos límites, toma una estructura y no vuelve a su dimensión original. Esta característica se llama plasticidad. La energía mínima requerida para dar a un cuerpo de forma y de talla definidas mide su resistencia. Cuando la resistencia de un cuerpo es pequeña y enmascara su elasticidad, el cuerpo se llama blando. Incluso los líquidos transmiten fuerzas que cortan si se da un plazo de tiempo, y muchas substancias se rendirán indefinidamente a las fuerzas muy pequeñas (pero no indefinidamente pequeñas) aplicadas durante grandes longitudes del tiempo. Los sólidos que han recibido un conjunto pequeño recuperarán a veces parcialmente sus figuras después de un rato largo. Esta característica en líquidos se llama viscosidad, en los sólidos repercusión (nachwirkung alemán). El fenómeno está conectado con una reagrupación de las moléculas, e indica la diferencia esencial entre un sólido y un líquido. En líquidos la difusión es continuamente activa, y en gases produce fenómenos de viscosidad. En líquidos no es bastante rápida para dar lugar a viscosidad sensible, sino que le libre movimiento de las moléculas hace al cuerpo líquido, mientras que la tendencia de conjuntos de moléculas a continuar por un rato asociados hace la fluidez imperfecta. En sólidos, por otra parte en el otro han (por lo menos cuando no están bajo tensión), no hay difusión, y las moléculas están por lo tanto en movimiento estacionario o describiendo cuasi-órbitas. Así se agrupan en el modo en el que tienen menos energía posicional consistente con su energía cinética. Cuando este agruparse se disturba levemente, tiende a restablecerse a sí mismo; pero cuando la perturbación es mayor, algunas de las moléculas tenderán a volver a sus viejos lugares y otras a seguir moviéndose a nuevas situaciones, y esto puede dar lugar a una nueva agrupación permanente, y exhibir el fenómeno de la plasticidad. Pero si no es absolutamente suficiente para esto, las perturbaciones de los movimientos moleculares resultaran algo similares a las perturbaciones seculares de los planetas, de los cuales no habrá restauración por un tiempo muy largo. Los cuerpos sólidos son muy fuertemente cohesivos, mostrando que las moléculas se atraen una a otra en el conjunto; y son generalmente capaces de la cristalización, mostrando que las atracciones de las moléculas son diferentes en diferentes direcciones". [Nota del EP]

12. Por una vera causa, en la lógica de la ciencia, se quiere decir un estado de cosas cuya existencia es conocida en algunos casos y que se supone que existe en otros casos, porque daría una explicación de los fenómenos observados. [Nota de CSP]

13. Véase R. J. Boscovich, Theoria philosophiae naturalis (Venecia, 1763), secciones 8, 81, 132. [Nota del EP]

14. Wiedemann, Annalen, 1887-1889 [30:190; 31:141, 544; 32:526; 34:981; 35:76, 370; 36:743; 38:573] [Nota de CSP]

15. Véase la teoría de Maxwell sobre los armónicos esféricos en su Electricity and Magnetism [2:179] [Nota de CSP]

16. La palabra sistema tiene tres significados peculiares en matemáticas. (A.) Significa una exposición ordenada de las verdades de la astronomía, y por lo tanto de una teoría de los movimientos de las estrellas; como el sistema de Ptolomeo; el sistema copernicano. Esto es como el sentido en el que hablamos del sistema calvinista de la teología, del sistema de kantiano de la filosofía, etc. (B.) Significa el agregado de los planetas considerados como un todo moviéndose de algún modo de la misma manera, como el Sistema Solar; y, por lo tanto, cualquier agregado de partículas que se mueven bajo fuerzas mutuas. (C.) Significa un número de fuerzas que actúan simultáneamente sobre un número de partículas. [Nota de CSP]

17. "Over de continuitet van den gas en vloeistof-toestand", Academisch Proefschrift (Leinden, 1873) [Nota del EP]

18. Pero, de hecho, una inspección de estas curvas es suficiente para mostrar que ellas son de un grado más elevado que la tercera. Puesto que ellas tienen la línea V = o, o alguna línea V una constante para una asíntota, mientras que para los valores pequeños de P, los valores de d2 P /(dV)2 son positivos. [Nota de CSP]

19. Emile Hilaire Amagat, "Mémoire sur la compressibilité des gaz à des pressions élevées", Annales de Chimie et de Physique 19 (1880): 345-85. [Nota del EP]

20. Anticipada por Clausius al menos desde 1857; y por Williamson en 1851*. [Nota de CSP]

* Svante August Arrhenius, "Über die Diffusion der in Wasser gelösten Stoffe", Zeitschrift für physikalische Chemie 1 (1887):631-48; Rudolf J. E. Clausius, "Über die Elektricitätsleitung in Elektrolyten", Poggendorff's Annalen 101 (1857):338-60; Alexander W. Williamson, "Über die Theorie der Aetherbildung", Annalen der Chemie und Pharmacie 77 (1851): 37-49. [Nota del EP]

21. Arthur Cayley, "On the Theory of the Analytical Forms called Trees", American Journal of Mathematics 4 (1881): 266-68 [Nota del EP]

22. William Kingdon Clifford, Lectures and Essays (London, 1879), 2:311-16. [Nota del EP]

23. William James, Principles of Psychology (1890), 1:105. [Nota del EP]

24. "Psicológicamente, (...) acomodación significa la ruptura de un hábito (...) Psicológicamente, quiere decir reviviendo la consciencia". Baldwin, Psychology, parte III, cap. I, §5. [Nota de CSP]

25. Véase "Algunas consecuencias de cuatro incapacidades". [Nota del EP]

26. Véase "Algunas consecuencias de cuatro incapacidades". (En el original, el número del volumen es 'III') [Nota del EP]

27. La sesión inaugural de este evento tuvo lugar en el Madison Square Garden el 7 de julio de 1892. [Nota del EP]


Fin de: "La esencia cristalina del hombre". Traducción castellana de Carmen Ruiz, 2003. Original en: EP 1, pp. 334-351.

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Fecha del documento: 11 de junio 2003
Última actualización: 23 de abril 2013


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