IV Jornadas "Peirce en Argentina"
26-27 de agosto del 2010

La abducción de Peirce y la 'antigua' evidencia


Sergio Hugo Menna
Universidade Federal de Sergipe/ Fapitec1


El estudio de la evidencia ayuda a iluminar
la naturaleza del método científico.
Peter Achinstein, 1983a:1

La ciencia depende de nuestro veredicto sobre
la relevancia de la evidencia para la teoría.
Peter Lipton, 2000:184

1. Consideraciones iniciales

Podemos caracterizar la abducción como un esquema evaluativo pre-testeo conformado por diversas razones o principios no-empíricos. La misma, a partir de la evidencia disponible, autoriza a inferir, tentativamente –es decir, como "plausible"–, la mejor explicación disponible de esa evidencia. En otras palabras, la abducción es un esquema inferencial en que los fenómenos a explicar operan como evidencia para la hipóte­sis que los explica.

Una más que adecuada introducción a los principios del razonamiento abductivo puede ser encontrada en la obra del filósofo pragmatista C.S. Peirce, el primer metodólogo contemporáneo en caracterizarlo adecuadamente y presentarlo como parte de un proceso metodológico.

Mi objetivo en este trabajo es analizar la inferencia abductiva desde el marco epistémico de la distinción ‘antigua’/ ‘nueva’ evidencia, es decir, teniendo en cuenta la distinción existente entre la evidencia que plantea un problema científico en el contexto de descubrimiento, y la evidencia contrastadora que se obtiene en el contexto de justificación. Este enfoqueevidencial, desde mi punto de vista, ayuda a destacar la importancia de la contribución de Charles Peirce para la metodología de la ciencia.

2. Una breve introducción histórica al razonamiento abductivo

Empiristas lógicos e hipotético-deductivistas de la primera mitad del siglo XX instituyeron la distinción "contexto de descubrimiento"/ "contexto de justificación". El contexto de descubrimiento designa el reino descriptivo del misterio de la creatividad; el de justificación, el reino evaluativo de la lógica y el experimento (y, por lo tanto, de la aceptación racional). Para estos autores, los procedimientos de justificación podían ser normativamente caracterizados –es decir, filosóficamente reconstruidos– a través de la aplicación de reglas formalmente válidas que pautaran adecuadamente la relación entre una hipótesis y las observaciones (y experimentaciones) derivadas de ella. Los filósofos que centraron sus metodologías en la confirmación o la corroboración utilizaron estos principios consecuencialistas, conocidos como principios empíricos, básicamente porque (idealmente) ofrecían patrones objetivos de aceptación.

Esta concepción se constituyó en una difícil herencia para los filósofos pos-positivistas que intentaron evitar los atajos del escepticismo y del relativismo. Para escapar de esta visión reduccionista de la racionalidad y de los procedimientos racionales de construcción de creencias, muchos de ellos recuperaron la obra de C.S. Peirce, en su momento oscurecida por las promesas formales del movimiento logicista. En particular, se interesaron en la formulación que Peirce hizo de la "lógica abductiva" –un esquema inferencial de inspiración aristotélica que Peirce, en la séptima de sus Lectures on Pragmatism, presentó a través de la siguiente estructura formal:

–Se observa un fenómeno sorprendente, F
–Si [la hipótesis explicativa] H fuese verdadera, F sería una cosa corriente (matter of course)
–Hay buenas razones para sospechar que H es verdadera2 .

Además de afirmar que la abducción tiene una forma lógica, Peirce defendió que la misma es parte de un procedimiento auto-correctivo de indagación y construcción de conocimiento (cf. 7.59). Este procedimiento metodológico, según este autor, comprende tres "estadios", caracterizado cada uno de ellos por las inferencias abductiva, deductiva e inductiva respectivamente (cf., por ejemplo, 2.775, 5.170 y 6.100).

    La inferencia abductiva, de acuerdo a Peirce, constituye el "primer estadio de investigación" (cf. 6.469). Su tarea es la de proponer respuestas potenciales al problema científico investigado. Es una instancia "preparatoria" (7.218) que permite la adopción "provisional" (1.68), "a prueba" (7.235), tentativa, etc., de una hipótesis. "Los físicos" –comenta Peirce (8.223)– "están muy influenciados por [consideraciones de] plausibilidad al seleccionar cual de varias hipótesis testearán en primer lugar". La abducción, según Peirce, provee diferentes "ponderaciones de plausibilidad". Éstas abarcan desde la "mera afirmación interrogativa" y la "opinión que merece atención" hasta la "incontrolable inclinación a creer" (cf. 6.469-525).

2.1. La abducción y las teorías científicas

A fin de delimitar claramente el estadio abductivo, Peirce introdujo una división dentro de las inferencias sintéticas o ampliativas. Él hizo una distinción entre una inferencia para generalizaciones empíricas –la "inducción" propiamente dicha– y una inferencia para teorías explicativas –la "abducción" o "retroducción". Las inferencias de la primera clase posibilitan afirmaciones respecto de observables. Es sobre este tipo de inferencia que surge el problema escéptico de la inducción de Hume. Las inferencias de la segunda clase posibilitan afirmaciones respecto de inobservables; es decir, de explicaciones con términos teóricos. Es sobre este tipo de inferencia que surge lo que podríamos denominar problema escéptico de la subdeterminación de Duhem.

Peirce consideraba que la ciencia fundamental es la ciencia teórica, la ciencia de los inobservables, y defendió que

cuando una inducción va más allá de los límites de nuestra observación, la inferencia participa de la naturaleza de la [abducción] (2.640; el subrayado es mío).

    La distinción de Peirce entre "lógica abductiva" y "lógica inductiva" es relevante para contrastar la metodología (abductiva) de la plausibilidad con cualquiera de las metodologías justificacionistas. "[La abducción]" –dice Peirce respecto a este tema– "comprende la preferencia de una hipótesis sobre otras que podrían explicar los datos igualmente bien, en tanto esta preferencia no esté basada [...] en el testeo de las hipótesis sometidas a prueba" (6.525; el subrayado es mío). Nada ha contribuido tanto al surgimiento de ideas erróneas en filosofía de la ciencia –agrega en otro lugar (cf. 7.218)– que el considerar la abducción y la inducción como un mismo argumento. Estas inferencias ocupan polos opuestos de la razón, dice; una el más ineficaz, la otra el más eficaz. La abducción es un paso "temerario y peligroso" que sólo puede "proponer" una proposición (cf. 2.619-44), en tanto que la inducción "es la única corte de apelación" (cf. 7.220).

    La abducción ha recibido diferentes nombres en la literatura filosófica: retroducción, inferencia hipotética, inferencia a la mejor explicación, inferencia aristocrática, inferencia vertical, etc. Estas últimas tres denominaciones son bastante expresivas de lo que la abducción es. Harman (1965), por ejemplo, alude a la idea de "mejor explicación" para destacar que la explicación inferida será aquella que es "mejor" dentro del conjunto de hipótesis rivales disponibles; específicamente, dentro de un conjunto finito de hipótesis alternativas3. Laudan (1981:VI) la ha denominado "aristocrática" distinguiéndola de la otra inferencia ampliativa, la "plebeya" inducción. Y Lipton (2000) la llamó "vertical", pues mientras que la inducción va de lo particular a lo general, extendiendo "horizontalmente" la misma información, la abducción va del efecto a la causa, ascendiendo verticalmente en el plano de descripción.

2.2. La abducción y los principios de investigación

La tarea de identificar y explicitar principios de investigación que no se reduzcan a los relacionados con la confrontación empírica no comienza con Peirce ni termina con Kuhn y McMullin, los filósofos contemporáneos que quizá más se han ocupado de los mismos. A lo largo de su extensa historia previa a la caza de brujas metafísicas, retóricas y heurísticas desplegada por el positivismo lógico, la mansión de la metodología siempre estuvo habitada por volátiles entidades de discutida (aunque difícilmente "discutible") carnadura epistémica. Paralelamente, siempre hubo filósofos que se interesaron en estos "fantasmas de la metodología" –tal la denominación de Hanson (1960:186). De hecho, una exhaustiva historia de la filosofía de la ciencia debería dedicar un capítulo importante al rol de los principios pre-testeo en la ciencia. Es posible (tal como defiende Peirce) encontrar ideas abductivistas en Aristóteles y, si rechazamos la radical oposición opinión/ certeza que la historiografía estándar atribuye a la filosofía moderna, incluso en autores como Descartes, Locke y Francis Bacon.

A pesar de estos lejanos precedentes, el estudio de los principios no-empíricos parece haber sido el interés central de los metodólogos del siglo XIX, tal como una rápida revisión de textos de Whewell, Mill, Hertz, Jevons –y del mencionado Peirce– revela de inmediato. En las primeras décadas del siglo pasado, pocos nombres surgen bajo las sombras del empirismo lógico: Schiller, Koyré, Polya, quizá Wertheimer. Ya a partir de la segunda mitad del siglo XX, Hanson, Salmon, Goudge, Holton o Laudan, entre otros, intentaron articular variantes de una ‘lógica’ o ‘metodología’ de la plausibilidad, las cuales, de una forma u otra, incluyen principios de razonamiento abdutivo.

En muchas partes de su obra Peirce menciona varios principios no-empíricos que, según su consideración, proporcionan plausibilidad a una hipótesis (cf., especialmente, 7.220). En la extensa literatura sobre el tema, estos principios pre-testeo reciben dife­rentes denominaciones: "máximas", "valores", "razones" o "virtudes de segundo orden" son los más conocidos. También conservan la antigua denominación "desiderata", porque exhiben características deseables en una hipóte­sis, o la expresión kantiana "principios regulativos", porque permiten "regular" (con los márgenes de imprecisión que este término contempla) nuestro asentimiento a diferentes hipótesis.

Existen tres grandes clases de principios no-empíricos. Una clase importante es la de los denominados "formales". Incluso los metodólogos justificacionistas admiten que las nuevas hipótesis no se introducen a la consideración científica en un vacío epistémico, y que deben guardar relaciones de "implicación", "coherencia", "consistencia", etc., con las hipótesis y la evidencia dada por el conocimiento básico disponible. La categoría de "aceptabilidad a priori" (de "falsabilidad" en el proyecto popperiano, de "examinabilidad" en el carnapiano) contempla a estos principios, aunque sólo como requisitos cuya violación es inadmisible, es decir, sin otorgarles capacidad inferencial.

Además de los principios formales –principios que suponen relaciones deductivas entre las hipótesis– existen otras clases de principios no-empíricos, los "materiales" y "pragmáticos". Entre estos principios podemos mencionar, entre otros, el poder explicativo, la analogía, la autoridad, la simplicidad, la simetría, la elegancia estética y la fertilidad exploratoria. Los principios de esta clase determinan relaciones ampliativas (no-consecuencialistas) entre las hipótesis y la evidencia. Principios como el de analogía, por ejemplo, transfieren valor experiencial de hipótesis empíricamente testeadas a nuevas hipótesis (análogas) aún no testeadas, o sugieren que procesos o relaciones que acontecen en el reino de lo observable pueden acontecer en modelos postulados en el reino de lo inobservable. Principios como el de simplicidad, por su parte, adquieren carácter empírico por su repetido éxito en la práctica científica4 . Con el propósito de subrayar su contraste con los principios empíricos, estos principios han sido adjetivados de modo diverso: "no-experimentales", "no-empíricos", "súper" o "supra-empíricos", etc. Quizá sería más apropiado denominarlos "principios no-directamente-empíricos", porque, aunque no de modo directo, están vinculados con la experiencia y fundamentados en la experiencia. Por brevedad, y para contraponerlos a los principios empíricos, los denominaré "no-empíricos".

Peirce menciona varios principios no-empíricos. Por ejemplo, hace consideraciones sobre principios tales como los de "precisión" y "parsimonia" (4.35), "ajuste" de la hipótesis con los datos (1.85) y "coherencia" de la hipótesis propuesta con hipótesis ya aceptadas (2.776). También, sobre el "poder explicativo" (1.89), la "testabilidad" (1.120), la "analogía" (7.443) y la "simplicidad" (5.60), a la cual considera "la máxima del procedimiento científico". Estas razones o principios heurísticos, indica este autor, pueden ser agrupados en una forma inferencial que él denomina "abducción".

2.3. La abducción y la inferencia plausible

De acuerdo a Peirce, en la actividad científica real una hipótesis no es sometida a un proceso de justificación a menos que previamente exhiba que es plausible; es decir, que da cuenta adecuadamente de los fenómenos para cuya explicación fue diseñada, y que merece que despleguemos sus consecuencias deductivas e intentemos probarla mediante un posterior testeo inductivo (cf. 2.511).

Denomino plausible –dice Peirce– a aquella teoría que podría explicar fenómenos más o menos sorprendentes si fuera verdadera, que todavía no ha sido sujeta a ninguna clase de testeo, y que se recomienda a sí misma para un examen posterior (2.662; el subrayado es mío).

De acuerdo a esta primera caracterización, Peirce, al tradicional estadio evaluativo de justificación, intenta anteponer otro estadio evaluativo: el de plausibilidad –el cual compartiría evidencia con el también tradicional contexto de descubrimiento. El contexto de plausibilidad se presenta, de este modo, como un estadio evaluativo previo, independiente, y en continuidad con el de justificación o aceptación.

2.4. La abducción y la ‘antigua’ evidencia

Es importante subrayar que la metodología abductiva busca dar cuenta de los fenómenos sorprendentes; es decir, de las "anomalías" kuhnianas o los "hechos recalcitrantes" quineanos5. Esto nos lleva a hacer algunas consideraciones sobre la distinción entre "antigua" y "nueva" evidencia, y entre los diferentes conceptos de explicación que las inferencias a partir de cada una de estas clases de evidencia implican.

Se conoce como "antigua" o "vieja" evidencia a la evidencia que plantea un problema en el contexto de descubrimiento, y como "nueva" evidencia a la evidencia contrastadora que se obtiene deductivamente en el contexto de justificación.

La capacidad de una hipótesis en dar cuenta de la "antigua" y/o de la "nueva" evidencia, pone en juego diferentes conceptos de explicación. Para muchos filósofos logicistas, por ejemplo, el término "explicación" abarca tanto a la "antigua" como a la "nueva" evidencia. Para Hempel (1965:279), dado que la deducción es una relación estrictamente lógica, explicación y predicción son inferencias (deductivas) simétricas. Predecir x es explicar x antes de que ocurra; explicar x es predecir x después de que haya acontecido. Para distinguir terminológicamente a ambas partes de la explicación, Hempel incorpora los conceptos de "acomodación" y "predicción". Por ejemplo, en su Philosophy of Natural Science, él afirma que

Una parte de la contrastación consiste en ver si la hipótesis está confirmada por cuantos datos relevantes se hayan obtenido antes de su formulación; una hipótesis aceptable tendrá que acomodar los datos relevantes ya conocidos. Otra parte de la contrastación consiste en [predecir] nuevas implicaciones contrastadoras, y en comprobarlas mediante oportunas observaciones o experiencias ([1966]: 36; las cursivas son mías).

Los filósofos que defienden a la abducción como un esquema inferencial adecuado para ofrecer una reconstrucción racional más amplia de los procesos de construcción de teorías, proponen algunas variantes a esta difundida concepción metodológica heredada. En primer lugar, juzgan que la "antigua" evidencia es la única evidencia que debe ser considerada en la inferencia abductiva. En segundo lugar, entienden que la capacidad de una hipótesis en dar cuenta de la "antigua" evidencia no necesariamente es parte de su capacidad explicativa de la "nueva" evidencia; en otras palabras, trazan una distinción conceptual entre los conceptos de "acomodación" y "predicción"6 . En tercer lugar, entienden –a diferencia de Hempel, quien sostiene que "una explicación [...] no es completa a menos que pueda funcionar como una predicción" (1942:38)–, que la capacidad de una hipótesis en dar cuenta de (en "acomodar") fenómenos sorprendentes es en sí misma una explicación. Por último, afirman que la capacidad de una hipótesis en "acomodar" evidencia antigua, más que contrastación, confiere plausibilidad a esa hipótesis explicativa.

Cuando Peirce habla, por ejemplo, de la "capacidad explicativa" de una teoría, alude al requisito de acomodación; es decir, a la exigencia de que la hipótesis dé cuenta de "antigua" evidencia. De acuerdo a este autor, una vez detectada una hipótesis que acomoda los fenómenos problemáticos, "el investigador es llevado a considerar de modo favorable su conjetura o hipótesis. Tal como yo lo describo, él afirma provisoriamente que ésta es 'plausible'" (6.469). Un claro ejemplo de esta dinámica de la investigación puede ser encontrada en los trabajos de Francis Crick y James Watson sobre la estructura de la sal del ADN. Estos autores alegaron que su modelo explicativo, al que después de veinte años de acumulación de nuevas evidências favorables consideraban "prácticamente correcto", en su primera formulación, y dada su capacidad explicativa, fue adoptado por ellos como "plausible" (Crick [1988]: 89; el subrayado es mío).

Desde un punto de vista evidencial podemos decir, entonces, que la metodología de la plausibilidad se basa en la evidencia disponible al momento del descubrimiento y la metodología de confirmación/ corroboración en la nueva (y variada) evidencia que se acumula en el proceso de justificación.

Es importante señalar que Peirce subraya el carácter tentativo y provisorio de la hipótesis adoptada a partir de la aplicación de un o varios principios de plausibilidad. Para él, el hecho de que una hipótesis simple, abarcativa, testable, etc., explique (o "acomode") los fenómenos para los que fue propuesta, no es una condición suficiente para su aceptación. Más aún; la condición que autoriza a adoptar "a prueba" a una hipótesis es que luego ésta "se compruebe por comparación con la observación" (cf. 1.121; cf., también, 1.68 y 2.776). Como él mismo menciona, "la [abducción] no dá seguridad; la hipótesis debe ser testeada" (6.470).

Si bien Peirce se ocupó de la distinción metodológica plausibilidad/ justificación, la misma, tal como indiqué, no era extraña para otros metodólogos del siglo XIX. Whewell ([1857], II: 370), por ejemplo, sostuvo que una hipótesis adquiere alguna "plausibilidad […] por su completa explicación de lo que pretende explicar" –es decir, "acomodar2–, pero que sólo está adecuadamente "confirmada [...] por su explicación de lo que no pretendía explicar" –es decir, justificada por el testeo exitoso de sus predicciones.

Como podemos ver, metodólogos como Peirce y Whewell trazan una importante distinción entre la capacidad que revela una hipótesis de acomodar fenómenos conocidos (en el contexto de descubrimiento y de plausibilidad), y su capacidad de predecir fenómenos nuevos (en el contexto de justificación), pero conceden a los fenómenos problemáticos suficiente peso evidencial como para inferir hipótesis, aunque de modo provisorio. Sin embargo, los metodólogos posteriores fueron desplazando progresivamente el "peso evidencial" –y, consecuentemente, denotando con la denominación "principio empírico"– a los fenómenos nuevos; es decir, a los datos que se ponderan en el contexto de justificación. Popper ([1962/5]: 269-88), Worrall (1978) y Musgrave (1989), por ejemplo, afirman que al evaluar el apoyo evidencial de una hipótesis debemos prestar atención principalmente al éxito o fracaso de sus predicciones o, incluso, exclusivamente al éxito o fracaso de sus predicciones, ya que la fuerza epistémica de la evidencia previa es escasa o inexistente7.

Gardner (1982:1) resume esta predilección de los filósofos de la ciencia por los nuevos datos diciendo que

En filosofía de la ciencia existe una extensa tradición –por no decir consenso– de acuerdo a la cual una pieza de evidencia observacional provee de más apoyo a una teoría dada si ésta es "nueva". Aproximadamente, la idea es que, ceteris paribus, la verificación de una predicción apoya a una teoría más que la explicación de algo ya conocido, o de algo para lo cual la teoría fue diseñada (el subrayado es mío).

Estoy de acuerdo con esta síntesis; la historia de la ciencia ofrece importante apoyo a esta concepción de la dinámica científica: la justificación requiere de evidencia predicha, de nueva evidencia más que de antigua evidencia esto es, más que de evidencia explicada o acomodada. De hecho, en la mayoría de los casos históricos la necesidad de testeo consecuencialista ha sido la regla más que la excepción. La experimentación confirmadora, por ejemplo, es uno de los principales principios ponderados para la concesión de los premios Nobel en ciencia. El Comité Nobel de Física concedió a Einstein su premio por su explicación del efecto fotoeléctrico, presentada en 1905. Pero esto sólo aconteció diecisiete años más tarde, luego que la misma fuera "rigurosamente testeada" por Millikan, y "superara el test de modo brillante" (Nobel Lectures 1967:480). Es más, el Comité consignó explícitamente que fue debido a la confirmación experimental que la ley pudo ser valorada (cf. Nobel Lectures 1965:53). Incluso, en 1923 Millikan recibió un premio por su trabajo experimental (op. cit. :49). Igualmente, Semmelweis necesitó someter a prueba a su hipótesis sobre la causa de la fiebre post-parto. Adams y Leverrier necesitaron que su hipótesis del planeta oculto sea verificada. Torricelli necesitó confrontar su hipótesis sobre la presión atmosférica; bien sabemos que Pascal y Périer se esmeraron en testear a la misma en las más diferentes condiciones.

3. Consideraciones finales

La "nueva evidencia" es fundamental para realizar juicios de aceptación. ¿Pero qué sucede en las situaciones en que para ponderar las hipótesis sólo disponemos de la "antigua evidencia", es decir, de la evidencia que plantea un problema? ¿Las hipótesis propuestas como solución serían consideradas meramente ad hoc, como dice Popper, y por lo tanto no tendríamos que tenerlas en cuenta? ¿Deberíamos suspender nuestros juicios epistémicos y detener la actividad racional hasta que se obtenga nueva y variada evidencia?

Antes de responder a estas preguntas debemos partir de un dato fáctico: en la mayoría de los casos científicos se da la situación mencionada. O porque la naturaleza no ofrece resultados contrastadores (la teoría general de la relatividad de Einstein, por ejemplo, tuvo que esperar varios años un eclipse que confirmara que "la naturaleza se comporta tal como [su] hipótesis predecía")8. O porque el experimento crucial es muy costoso (la construcción del acelerador de partículas, por ejemplo, requirió de muchos años de búsqueda de financiación y mucho tiempo de construcción). O, simplemente, porque la tarea de extraer predicciones adecuadas de una teoría no es un trabajo inmediato y automático, sino que requiere tiempo, recursos, y considerable "talento creativo". En síntesis: al menos al comienzo de la investigación científica, por lo general tenemos hipótesis que sólo acomodan la antigua evidencia existente.

La confirmación de nuevos datos, efectivamente, conforma una base más firme para la inferencia (concibiendo siempre la connotación de la expresión "base firme" dentro de un marco falibilista). Pero este hecho no tiene por qué excluir que los datos problemáticos sean base de algún tipo más débil de inferencia; específicamente, de inferencia abductiva o plausible.

    A mi entender, una evidencia a favor de que los científicos hacen inferencias a partir de datos problemáticos es, sencillamente, el hecho de que hay ciencia. Una dimensión pragmática avala la existencia del contexto de plausibilidad y la existencia de juicios abductivos en el contexto de plausibilidad: si todas y cada una de las ideas explicativas posibles fuesen sometidas al lento y costoso proceso de primero deducir y luego testar sus predicciones, no podría haber habido progreso, o el ritmo del progreso hubiese sido mucho menor, ya que se hubieran requerido tantas instancias de justificación (es decir, de deducción y experimentación o testeo) como hipótesis sean posibles imaginar.

La "antigua evidencia", así como los criterios no-empíricos que posibilitan la inferencia abductiva, tiene, por lo tanto, valor epistémico además de tener valor heurístico. De este modo, el "carácter ad hoc" de las hipótesis no tiene por qué tener la connotación negativa que le confieren Popper y popperianos. De hecho, la función de los principios no-empíricos que conforman la metodología de la plausibilidad es la de seleccionar las hipótesis legítimamente ad hoc, es decir, de separar las hipótesis plausibles de las hipótesis implausibles y las hipótesis triviales.


Bibliografía

Notas

1. La participación en este evento es posible gracias al apoyo de FAPITEC/ SE/ FUNTEC.

2. Cf. (5.189). Las referencias en la forma (x.y) entre paréntesis remiten a volumen (x) y parágrafo (y) de (Peirce 1931-58). Peirce utilizó como sinónimos los termos "presunción", "retroducción", "teorización", "hipótesis" y "abducción". Para simplificar, sólo usaré este último término.

3. Harman (1965) interpreta que la "abducción" de Peirce es "una misma inferencia con otro nombre" respecto de la "inferencia a la mejor explicación" que él propone. Sin embargo, de acuerdo a mi interpreta­ción, la "abducción" (en la versión de Peirce) y la "inferencia a la mejor explicación" (en la versión de Harman) presen­tan, además del nombre, una diferen­cia fundamental. Aun­que en ambos casos el esquema inferen­cial es el mismo –esto es, de evidencia a hipótesis–, existe una distinción en la base evidencial –y, en consecuencia, en las decisiones metodológicas que cada una de ellas autoriza. En tanto la "inferencia a la mejor explicación" incluye como criterio central de explica­ción el apoyo inducti­vo consecuencial (nuevas observaciones, experimen­tos falsadores), la "abduc­ción" excluye el criterio de éxito empírico de su estructura inferen­cial. En otras palabras, "abducción" e "inferencia a la mejor explicación" son, respectivamente, una forma débil y una forma fuerte del mismo esquema inferencial, pero aplicables en diferentes contextos de indagación.

4. Este éxito, evidentemente, no les otorga seguridad ni infalibilidad. Por eso es más que apropiada la máxima de Whitehead respecto del principio de simplicidad: "busca la simplicidad y desconfía de ella" (citado en Kaplan 1968:318). Dicho en los términos de Kuhn ([1973]:355) que hicieron historia: los principios no-empíricos no proveen "algoritmos de elección", ya que funcionan más como valores que "influyen" en las decisiones científicas que como reglas que "determinan" esas decisiones.

5. Para Peirce, un sistema de creencias supone un estado cognitivo de equilibrio; los hechos sorprendentes hacen surgir dudas, es decir, un desequilibrio en el sistema, y esto da inicio a una "lucha" –o "indagación"– para obtener un estado renovado de creencias estables (cf. 5.370-4).

6. A fin de evitar la ambigüedad temporal del término "explicación", adopto el término "acomodación" para referirme a la capacidad que tiene una hipótesis para dar cuenta de la "antigua" evidencia, la evidencia problemática, preservando el término "predicción" para aludir a la capacidad que tiene una hipótesis para permitir que se deduzcan de ella enunciados que describan "nueva" evidencia relevante.

7. Popper, por ejemplo, afirma: "la nueva teoría, además de explicar los explicanda que debe explicar, debe tener también nuevas consecuencias testables (preferiblemente de un nuevo tipo); debe conducir a la predicción de fenómenos hasta ahora no observados. [...] Este requisito me parece indispensable, porque sin él nuestra nueva teoría sería ad hoc; pues siempre es posible elaborar una teoría que se adapte a cualquier conjunto dado de explicanda" ([1962/5]:280). Por su vez, Lakatos sostiene que " la única evidencia relevante es la evidencia anticipada por una teoría; el carácter empírico (o carácter científico) y el progreso teórico están inseparablemente relacionados" ([1978a]:54; el subrayado es mío).

8. Con relación a este ejemplo, es pertinente indicar algunas observaciones de Brush (1989), quien analizó casos de la historia de la ciencia en que los científicos adoptaron teorías sobre la base de la antigua evidencia. En el caso de la teoría general de la relatividad, Brush defiende que los científicos valoraron más la explicación (acomodación) del ya conocido problema del avance del perihelio de Mercurio, que la predicción de que la luz proveniente de estrellas lejanas se curvaría al pasar cerca del campo gravitacional ejercido por el Sol.



Fecha del documento: 10 de noviembre 2010
Ultima actualización: 26 de noviembre 2010

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