II Jornadas "Peirce en Argentina"
7-8 de septiembre del 2006

Metáfora, icono y abducción en C. S. Peirce


Sandra Visokolskis
sandrafi@satlink.com

 


1. Introducción

El presente trabajo se propone analizar la relación que es posible considerar entre la versión que Peirce establece acerca de la metáfora, su noción de abducción y el concepto de ícono de cuño también propio peirceano.

Es bien sabido que Aristóteles fue el primero en aportar un tratamiento sistemático de la metáfora, en un marco donde ésta fue restringida al dominio de lo lingüístico, y a pesar de lo cual lo mismo alcanzó un tratamiento cognitivo. Pero luego, de la mano de los retóricos latinos –como fuera el caso de Cicerón y Quintiliano, entre otros- fue despojada de todo aporte epistemológico, visualizándola como un mero recurso estilístico, y contribuyendo así a la distinción ya clásica entre lenguaje literal y lenguaje figurado. Esta actitud relegó a la metáfora casi exclusivamente al ámbito de lo poético, y con ello, de lo no referencial.

Sin embargo, autores posteriores supieron desviar tal concepción acotada y desprestigiada acerca de los procesos cognitivos involucrados en la metaforización, y permitieron su infiltración y expansión hacia áreas temáticas más diversas, en particular y de manera curiosa, en el campo científico. Así y todo, las teorías vigentes adolecen de severas críticas, generando una controversia centrada sobre todo en la noción de semejanza que Aristóteles había introducido y que paulatinamente fuera menoscabada, hasta permitir ir perdiendo todo rastro de realismo implícito en la misma.

Mientras que Peirce no parece indagar en profundidad las características inherentes a los procesos metafóricos, sin embargo los ubica de manera muy coherente dentro de los tipos de representaciones icónicas que es posible categorizar a través de su teoría de signos.

Es propósito de este trabajo proponer y presentar una teoría realista de la metáfora alternativa a las ya conocidas, que insista en esta visión peirceana, la cual se dará en llamar Teoría de la Complementariedad, y que a su vez se espera mostrar que presenta rasgos superadores a las críticas aquí expuestas.

A partir de esta versión alternativa, el trabajo se orienta metodológicamente a advertir y demostrar que nuestra propuesta presenta a los procesos metafóricos como un caso de inferencias abductivas, en el sentido peirceano, una consecuencia en principio no esperada, que autorizaría a vincular ícono, abducción y metaforización de una manera aparentemente insospechada.

2. Una Distinción Preliminar: La Noción de Ícono

Del conjunto total de conceptos semióticos que Peirce desarrolló, la noción de ícono es especialmente importante a la hora de caracterizar los procesos sustitucionales que encara la tarea sígnica, y más aún lo es en la interpretación de los lenguajes figurados, por contraposición con los de tipo literal.

Dado un objeto, un ícono para dicho objeto es aquel cuya relación con éste "es una mera comunidad de cierta cualidad"1. Pero así como hay un rasgo común que vincula signo con objeto, del mismo modo hay diferencias, lo que implica que el tipo de contacto entre el representamen y el objeto es de semejanza y no de entera equivalencia o igualdad, y así es como Peirce lo entendió y por ello en 1867 fue el primer nombre que él asignó al ícono2:

una cosa cualquiera (...) es ícono de algo, en la medida en que es semejante3 a esa cosa y es usada como signo de la misma" (CP, 2.247).

Así, lo central en un ícono es que comparte algo de sí con algo del objeto, y la clase de semejanza puede variar: se dan tres situaciones, ya sea que tengan en común una cualidad simple del objeto (y en ese caso es una imagen del mismo); ya sea que ciertas relaciones entre partes del objeto se asemejan a relaciones similares del ícono, convirtiéndose entonces en un diagrama del objeto en cuestión; ya sea por último que coincidan por semejanza referentes o contenidos entre una expresión del objeto y una del ícono, transformándose este último en una metáfora del objeto en juego.

Veremos que no sólo entabla una relación de semejanza con el objeto sino que además permitirá eventualmente extraer consecuencias imprevisibles a primera vista por la simple inspección de esta similaridad encontrada entre el objeto y su ícono.

Pero tal propósito ampliatorio se manifiesta a través del establecimiento de una distinción preliminar subyacente en textos peirceanos, que pondrá en evidencia ciertos aspectos estáticos contraponiéndose con la perspectiva dinámica del proceso sígnico. Así, la comprensión de esta noción clave requiere considerar, para su interpretación cabal, la siguiente delimitación que servirá de base para el análisis posterior del concepto de metáfora. Diferenciaremos entre "un signo que es un ícono" y la noción peirceana de "signo icónico".

En efecto, al designar a un representamen con el rótulo de "ícono" estamos enfatizando su carácter peculiar estático de cualidad o primeridad, atribuible eventualmente a objetos. En este sentido, un ícono es considerado tal como es, sin referencia a ninguna otra cosa e independiente de cualquier realización existencial, dado que es una pura posibilidad antes de estar manifestada en objeto alguno.

Ahora bien, un ícono para un objeto lo representa de esta manera estática en la medida que pone en evidencia los aspectos estructurales y/o funcionales inherentes del objeto en cuestión que constituyen su naturaleza intrínseca.

En cambio, percibir a un objeto qua ícono implica conferirle cierta dinamicidad producto del otorgamiento de una investidura o ropaje intelectual atribuido por semejanza con el objeto en cuestión. Un signo puede ser icónico si representa a su objeto principalmente por su similaridad sin importar su tipo de ser, posible o real. (Cfr. CP 2.276). Y esta representación es consecuencia de asociarle una idea en el sentido de una posibilidad, mostrando así una dependencia relacional con dicho objeto que, eventualmente puede ser dejada de lado y sustituida por otra interpretación de dicho representamen.

Cuando decimos que un determinado signo en relación con un objeto dado es "icónico", planteamos que el mismo rescata del objeto ciertas características que coinciden en forma con las que posee dicho representamen. Del mismo modo podemos decir que el signo será indicio si captura del objeto una relación existencial compartida por ambos, y será simbólico si se concentra en los aspectos convencionales, habituales o legaliformes de dicho objeto. Así, que un signo sea icónico para un dado objeto quiere decir que alberga una forma, estructura, cualidad o posibilidad que es idéntica con la forma exhibida o presente o encarnada en el objeto al que representa. Visto así el signo, es más dinámico en tanto que opera funcionalmente de distintas maneras según la faceta que querramos destacar de dicho objeto. A este respecto es interesante observar el paralelismo que Beuchot expresa en (Beuchot, 2004) entre la tríada formada por ícono, índice y símbolo, y la terna compuesta por analogía, univocidad y equivocidad respectivamente4. Más concretamente, Beuchot plantea que el ícono se da cuando el signo tiene cierta semejanza con su objeto y que esta similitud es analógica, mientras que el índice se da cuando el signo es idéntico a su objeto, es decir cuando es unívoco a él. Por último, el símbolo se da cuando el representamen se relaciona con su objeto de manera totalmente arbitraria y en ese caso es equívoco respecto de él. De este modo, la univocidad, la equivocidad y la analogía se dan en la significación, y puesto que son maneras de significar, constituyen los tres tipos de signo.

Por todo ello, veremos a continuación, siguiendo en esto a Beuchot en esta parte y por otra parte presionando más aún sobre el aspecto dinámico que implica cierta evolución desde la captación de una metáfora, pasando por la generación de hipótesis que implican la postulación de inferencias analógicas, hasta llegar a una posible abstracción o generalización que permitirá emerger un desarrollo conceptual.

En suma, éstas serán las etapas que conllevará la producción cognitiva en caso de descartar generalizaciones inductivas o especializaciones deductivas, y orientarnos hacia la búsqueda de solución de la anomalía que surgirá por confrontación metafórica con un contexto teórico literal vía el camino abductivo. Pasemos pues a aclarar este itinerario en apariencia confuso, entremezclando nociones como abducción, metaforización y signo icónico, entre otros.

La distinción llevada a cabo en relación con el término " ícono" persigue como objetivo fundamental mostrar que el concepto de metáfora como caso particular de un ícono, en el sentido peirceano, debe también ser entendido en los dos modos dados, i.e., el estático y el dinámico. Desde esta perspectiva dual importa destacar la metáfora como un proceso dinámico que conduce eventualmente a la conformación de conceptos. Así entendida, hablaremos entonces de metaforización del lenguaje como una estrategia discursiva que puede permitir el ingreso de un signo icónico vía una transformación conveniente del mismo en el terreno simbólico legaliforme y productor de conocimiento. La indagación de las características que posee todo proceso de conformación conceptual que no resulta por generalización inductiva ni por especificación deductiva nos llevará a excavar las profundidades del razonamiento abductivo y su especial conexión con la metaforización, lo cual se esboza a continuación.

3. El Factor Sorpresa: La Anomalía Implícita

Un elemento central aunque no evidente en la caracterización que daremos de las metáforas es el papel que desempeña la abducción en la constitución de las mismas. En efecto, recordemos que para Peirce la abducción se refiere a la formación de hipótesis, y por cierto tal proceso abductivo es en cada caso virtualmente plausible en la medida que para dicho autor siempre existirá "in the long run" una comunidad histórica de pensadores quienes podrán formularse "un número finito de preguntas que llevarán a iluminar la hipótesis correcta" (CP 5.172).

Pero ligado a esto, lo más interesante radica en que la conformación de hipótesis se orienta a ofrecer nuevas alternativas sorpresivas que eventualmente podrían ampliar el campo cognitivo, en caso de confirmarse éstas. Es así que entonces plantean meras posibilidades y no necesariamente realidades, aunque se espera que lo sean o que en su defecto sean suplantadas en un esfuerzo posterior por otras que sí den en el blanco, convirtiendo así la sospecha inicial en un aporte de verdades que contribuyan de este modo a generar conocimiento.

El punto clave en este proceso de búsqueda epistemológica yace en este factor sorpresa que lo constituye la detección de una anomalía en el curso regular de un razonamiento. La anomalía enciende así el motor de la abducción. En un contexto de total armonía inferencial se produce un resquebrajamiento en el orden racional instaurado. Surge inmediatamente la pregunta por los motivos o causas del hecho insólito y una necesidad teórica de reestablecer el orden perdido, el cual se logra mediante la generación de una hipótesis alternativa a la que naturalmente guiaba el curso del razonamiento seguido hasta el momento. La nueva hipótesis redireccionará el rumbo de la investigación, en caso de confirmarse, pero lo importante no es tanto el resultado que eventualmente se obtendrá como fruto de esta reorientación estratégica, sino por sobre todas las cosas, el hecho que haya "alguna justificación para creer" esta nueva hipótesis. En efecto, Peirce lo expresa muy claramente:

Hay algún suceso o hecho sorprendente o anómalo. Este hecho no sería sorprendente bajo otra hipótesis, H. En consecuencia, hay alguna justificación para creer en H, siendo el caso, por ejemplo, H es posible (CP 5.189).

Tal justificación para creer constituye el combustible suficiente para traer a colación una nueva hipótesis y reconducir el proceso de resolución del problema, a fin de adquirir conocimiento.

La anomalía proveerá la consecuencia de advertir la aparición de una representación aparentemente "extraña" de un objeto y no la mera descripción literal del mismo, siendo esta última la que nos acercaría más inmediatamente al objeto, si contáramos con ella. Pero si ese no es el caso, la mediatización dada por la presencia del signo representacional revelará una nueva faceta de la situación bajo análisis, en la medida que permitirá vislumbrar aspectos insospechados del contexto, en esta primera aproximación al objeto. Y es aquí donde el signo icónico en su subdivisión triádica como imagen, diagrama y metáfora cumple un rol principal a través de la transmisión de "ideas". Al respecto, Peirce afirma:

La única manera de comunicar directamente una idea es por medio de un ícono; y todo método indirecto para comunicar una idea debe depender para su establecimiento del uso de un ícono (CP 2.274-302).

Pero de todos los tipos de íconos propuestos por Peirce, es la metáfora quien hace especial uso de la anomalía por su peculiar duplicidad significacional. En este sentido diremos que la anomalía evoca al ícono metafórico. En efecto, la tal representación mencionada emerge vía las semejanzas con el objeto en cuestión, a partir de la correlación signo-objeto, vinculación que manifiesta un paralelismo entre el carácter representativo del signo o representamen y la cosa. Y tal paralelo esboza –aunque no por ello descubre totalmente– la presencia de una similaridad entre ciertas cualidades sígnicas y sendas propiedades de la cosa tratada. En síntesis, lo que la metáfora evoca es esa capacidad representativa del representamen más que la semejanza, que puede permanecer oculta pero que debe existir. Será necesario un trabajo posterior de elucidación de los rasgos comunes compartidos por el signo y el objeto, a fin de captar plenamente la relación analógica que llevará eventualmente a la formación de un concepto, trayendo luz a las cualidades oculta de la cosa bajo estudio.

Es importante aclarar que tal proceso de evocación, a la par de la presencia icónica, conlleva el carácter indicial de este mismo signo, en tanto que contribuye a exhibir o mostrar las nuevas propiedades emergentes, y más aún, se convertirá en símbolo cuando ofrezca afirmaciones verdaderas respecto del objeto que representa.

Consecuentemente, desde este punto de vista dinámico, el proceso metafórico, en un sentido amplio, culmina en la construcción conceptual, y engloba en carácter de estadios que recorrerá el mismo signo, interpretado en tres instancias secuenciadas diferentes, pasando de la primera etapa icónico-metafórica - en donde se conformará la hipótesis de ciertas propiedades plausibles respecto del objeto bajo tratamiento - , ahora por un segundo momento analógico en donde se extraerán consecuencias adicionales a las ya obtenidas en la primera evocación, y por último el estadio confirmatorio de la formulación legaliforme que tipificará el proceso de extracción de propiedades particulares consolidándolo en un signo general. De este modo, el proceso de conocimiento se completa, surgiendo el concepto innovador. Cabe mencionar que no siempre el recorrido gnoseológico debe comenzar por una evocación metafórico-icónica y proseguir con razonamientos analógicos, pues cabe también la posibilidad que un concepto emerja por la mera aplicación deductiva, la vía más directa e inmediata de razonamiento necesario para transformar situaciones generalizadas en casos menos abstractos, dando lugar a conceptos específicos; y también logramos conocimiento mediante generalizaciones inductivas confirmadas a posteriori. Lo que entonces se intenta afirmar es el hecho que de las tres vías de conocimiento que Peirce presenta –a saber, la deductiva, la inductiva y la abductiva-, esta última queda ahora descripta en términos que Peirce no formuló, i.e., a través de razonamientos metafóricos y analógicos, pero que resultan coherentes con su posición, y de algún modo apoyan la afirmación peirceana respecto a la importancia del ícono, dado que

(...) una gran propiedad distintiva del ícono es que por la observación directa de él, otras verdades concernientes al objeto pueden ser descubiertas además de aquéllas que son suficientes para determinar su construcción (CP 2.274-302)

A su vez, conviene hacer notar que todo lo dicho cobra especial importancia para dicho autor en el ámbito de la matemática, por la natural afinidad de esta disciplina con la construcción teórica a partir de semejanzas. En efecto,

(...) el razonamiento de los matemáticos se tornará central en la utilización de semejanzas (likelinesses), que son las verdaderas bisagras de las puertas de su ciencia (CP 2.274-302)

En especial, Peirce hace hincapié en el papel de las ecuaciones algebraicas como íconos que eventualmente aportan conocimiento "dado por las reglas conmutativa, asociativa y distributiva de los símbolos". Se da el caso de que "mediante dos fotografías un mapa puede ser dibujado (...) dado un signo convencional u otro de un objeto, para deducir toda otra verdad además de aquella con que significa explícitamente, es necesario en todos los casos, reemplazar ese signo por un ícono. Esta capacidad insospechada de revelar verdades es precisamente aquella en que consiste la utilidad de las fórmulas algebraicas, tal que el carácter icónico es el que prevalece". Y más adelante dice explícitamente que "toda ecuación algebraica es un ícono, en tanto que exhibe por medio de los signos algebraicos (que no son íconos ellos mismos), las relaciones de las cantidades involucradas" (CP 2.274-302).

En síntesis, la capacidad formadora de hipótesis que posee el razonamiento abductivo a partir de instancias anómalas nos ofrece la oportunidad para introducirnos en el reino de lo metafórico como vía innovadora para producir conocimiento. Vayamos entonces a la presentación de la teoría Complementarista de la metáfora, como la daré en llamar, aquella que mostrará de qué manera operan las anomalías como el factor sorpresa en la constitución y desarrollo de una metáfora.

4. La Propuesta: Teoría Complementarista de la Metáfora

4.1. Estamos en presencia de un problema planteado con toda la rigurosidad y el tecnicismo requeridos en el contexto teórico de que se trate, ya sea en la matemática o en la física o cualquier otra área del pensamiento científico o incluso filosófico. Diremos que tal problema está expresado en sentido "literal" o también que éste se desarrolla en un "dominio" literal, al cual denotaremos con la letra A.

4.2. La solución de tal problema no resulta viable en principio a través de los métodos tradicionales de deducción o de generalización inductiva. Es el caso en que no se avizora salidas al camino. Estamos frente a una aporía. Pero, en un intento por aclarar posibles resoluciones, una metáfora es evocada. Esta "representa" al problema, pero lo hace de un modo confuso, impreciso e inexacto. Diremos que ahora existe una versión "figurada" del mismo planteada en un dominio metafórico, llamémoslo B. Cabe aclarar que la presencia de la metáfora, de ningún modo implica estar ya en posesión de una respuesta cabal ante el problema original, sino que constituye tan sólo la apertura de una rendija de luz en la aparente oscuridad que reflejaba el problema desde la perspectiva literal. Entonces, habrá que procesar de alguna manera la información implícita en dicha metáfora a fin de acceder a una solución del problema original.

4.3. Así se genera una tensión u oposición o choque entre los dominios A y B, y ello a su vez produce una fisura o grieta en el discurso ya estabilizado del dominio literal A. El desconcierto producido manifiesta cierta incoherencia lógica y semántica que será necesario resolver. Se presenta así la anomalía de la que hablamos en un inciso anterior, la cual podría ponerse en términos aristotélicos como un enigma que expone una falsedad en el nivel literal y que debe ser subsanada. En efecto, en Retórica (III, XI, 14124 23-27) Aristóteles afirma que

(...) la mayor parte de las expresiones cultas y elegantes se logran por medio de la metáfora y provienen además de un engaño previo, pues resulta más evidente que uno ha comprendido a base de lo contrario y parece que el espíritu dice: '¡Qué cierto es! Y yo estaba equivocado'.

Así, primero se plantea un engaño, una ilusión que causa sorpresa o estupor pues hace pensar que es un absurdo, y en segundo lugar se aclara la situación pues ella esconde una realidad que vincula los polos contrarios u opuestos. Aristóteles parece elogiar esta virtud de la metáfora expresada como enigma, que mediante el choque o contraste o tensión inicial, pone en alerta al interlocutor, pero sin embargo éste no se pierde pues alcanza a comprender la verdadera afirmación que se pretendía con este recurso estilístico. Y con ello se logra un aprendizaje, una mayor comprensión que la obtenida originalmente, que por cierto no era del todo productiva en tanto que se caía en un absurdo.

4.4. Surge inmediatamente entonces la pregunta por las causas o motivos de la comparación entre los dominios literal y metafórico. Es evidente que algo le falta al dominio literal A, y de algún modo no precisado es provisto por el dominio metafórico B. Es por ello que A y B se vinculan por complementación. Ahora bien, dicho aporte sólo puede hacerse dado que entre ambos contextos emerge una semejanza que eventualmente autorizaría a trasladar ciertas cualidades del dominio figurado B hacia el literal A. Es necesario señalar que el dominio literal A no es considerado defectuoso sino limitado en aportar conocimiento sobre los objetos que él especifica. Por otra parte, el dominio metafórico B tampoco satisface las condiciones ideales de ofrecer soluciones nítidas, siendo así que ambos A y B por separado son insuficientes pero juntos se complementan y permiten algún modo de transmisión cognitiva desde B hacia A Claro está que será necesario llevar a cabo un proceso de depuración teórica tal que luego de realizado, facultaría una ganancia de conocimiento sobre el problema en cuestión.

Tanto el dominio literal A como el dominio metafórico B, aunque diferentes, se conectan entre sí debido a un factor aglutinante, a saber las semejanzas subyacentes entre ellas. Sin ellas, no sería posible la complementación, y el consiguiente traspaso de propiedades y/o relaciones de B a A. En resumen, se da una tensión y el modo es complementariamente. Y lo que provoca tal oposición es una semejanza entre ciertos aspectos de A y otros de B.

4.5. La detección de semejanzas entre A y B generarán hipótesis acerca de la plausibilidad de transposición analógica de elementos de B hacia el dominio A, a fin de intentar resolver el problema mediante la posesión de ellos. Tales hipótesis, de comprobarse que son ciertas, contribuirían a neutralizar el efecto provocado por la tensión, y así se restituiría el orden, reorganizando el planteo del problema y la solución del mismo, procediendo a una relectura que ahora será el nuevo estado literal, fosilizando la metáfora, volviéndola discurso standard.

En síntesis, se oponen dos ámbitos no idénticos del saber. Se detecta que tal oposición no es total pues los dos dominios son iguales en ciertos aspectos. En consecuencia, los dos contextos son semejantes. Se aclara la semejanza y con ello se logra el equilibrio entre ambos, ampliándose así el conocimiento en el dominio original bajo estudio.

5. Conclusiones

El camino recorrido en este trabajo, desde cierta precisión terminológica en relación con la noción de ícono, hasta una aclaración respecto del poder anómalo y ampliativo de la abducción, han sido elementos en la teoría general de la significación de Peirce que interesan por separado, pero combinados, producen un efecto capital en la descripción del proceso de metaforización, que tiende hacia el descubrimiento de nuevos conceptos.

Ello lleva entonces a afirmar que en el programa peirceano, tanto la abducción como su noción de ícono son caras de la misma moneda, una en el ámbito de lo representacional y el razonamiento diagramático, y la otra en el ámbito de la semiótica; mientras que la metaforización exhibe una tercer faceta de cumplir el rol de proveer el marco metafísico (estructural y funcional) que permite hacer emerger las semejanzas ocultas detrás de la vestidura lingüística literal.



BIBLIOGRAFÍA

Notas

1. Cfr. (Sebeok, 1994, pp. 44-47), y su referencia al texto peirceano, titulado "On a New List of Categories" de 1867.

2. Cfr. (Sebeok, 1994, p. 44).

3. Las cursivas son mías.

4. Cfr. (Beuchot, 2004, pp. 79-80).


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Fecha del documento: 23 de octubre 2006
Ultima actualización: 23 de octubre 2006

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