II Jornadas "Peirce en Argentina"
7-8 de septiembre del 2006

La Terceridad en la experiencia psicoanalítica


Christian Roy Birch
roybirch@sinectis.com.ar
María Griselda Gaiada
griseldagaiada@yahoo.com.ar

En 1974 Jacques Lacan dijo: "A partir de lo que acabo de enunciar hoy, ¿qué es la relación Saber? Hay una cosa muy astuta apuntada en Peirce; como ven, sé rendir homenaje a mis autores cuando encuentro en ellos un hallazgo, se los atribuyo; se los atribuyo así, y también podría no hacerlo (...) En fin, que recuerdo, hay que decirlo si lo que les digo hoy está fundado, el saber no tiene sujeto si no es puesto por la conexión de dos significantes1. No tiene sujeto, sino suponiendo que uno no sirve más que como representante del sujeto ante el otro. No obstante, hay algo bien curioso aquí, que si escriben la relación xRy, en este orden, de ello resulta que x está relacionado con y. De la relación, podemos soportar lo que se expresa en la voz activa o pasiva del verbo. Pero esto no cae de su peso (...) La esencia de la relación, si en verdad algún efecto vuelve al punto de partida, quiere decir sencillamente que cuando se ama, se está atrapado, enamorado. Y cuando el primer término es el saber, aquí tenemos una sorpresa el saber es perfectamente idéntico, en el nivel del saber inconsciente, al hecho de que el sujeto es sabido. A nivel del sentido en todo caso, esto resulta absolutamente claro"2.

Es preciso contextualizar esta frase de acuerdo a la dirección que sigue Lacan en esta clase del 11 de junio de 1974. En primer lugar, realiza como ejercicio analítico una dicotomía radical entre el mundo y el viviente, conmoviendo la posibilidad de una adaptación entre ambos. Con respecto al viviente, diferencia el cuerpo del aparato psíquico; y en referencia al aparato psíquico, sigue a Freud cuando señala que el Yo es una instancia diferenciada del Ello. La característica de éste último es su aspecto silencioso en los lindes de la lengua. Lacan señala que la descripción freudiana resulta confusa justamente por la dificultad que existe al momento de diferenciar, por un lado, el viviente (la máquina) y, por otro, el cuerpo como resultado del funcionamiento del inconsciente. Tal funcionamiento se interpone entre el viviente y el mundo. De ahí que en la experiencia psicoanalítica, el mundo ha de ser en mayor medida efecto del inconsciente que de aquello que aparece como dado.

Cabe recordar aquí que la orientación lacaniana considera que en el reino de los significantes hay alguno (llamado S1) que habita en el inconsciente y que "representaría al sujeto ante el conjunto de los significantes (S2), designado como saber"3. El S1, o significante amo, presenta un carácter imperativo en el discurso del analizante y funciona identificando al sujeto con un yo y dando sentido a su ser.

En cierto modo, se puede entender el funcionamiento del inconsciente como aquello que en el ser humano opera seccionando en lo real, mediante la producción de semas (señales, signos), significantes que son privilegiados porque organizan el discurso del analizante y, ante todo, por el afecto que les es solidario.

Los complejos emocionales (nucleares del pathos), tal como los describió Sigmund Freud, están constituidos por dos aspectos: uno representacional y otro afectivo4. El poder patógeno de la relación entre afectos y representaciones radica en el carácter inconsciente del complejo; nada más lejos de la idea de concebirlo como el producto reflexivo de la actividad racional del hombre. Todo complejo se constituye y modifica en virtud de las leyes del inconsciente: sustitución y desplazamiento, según Freud; metáfora y metonimia, según Lacan.

De acuerdo con esto, la experiencia psicoanalítica presenta un carácter semiótico. Sin embargo, es menester señalar que el pivote sobre el que gira esta experiencia, permitiendo el despliegue de sus efectos, es la llamada relación transferencial, o sea, el lazo de amor entre el psicoanalista y el analizante. En el seminario 21, la forma (primeridad) que utiliza Lacan para abordar el estudio de esa particular relación es precisamente la de un predicado diádico: Rxy (xRy), del que pronto ha de explicitar que los lugares sintácticos señalados por esas variables indeterminadas no han de ser ocupados por sujetos -mucho menos por individuos de un dominio de interpretación-, sino por representámenes. El predicado R refiere al amor, más allá de que en la elaboración de un código (que ha de responder a las particularidades de la forma que la relación adquiera en casos concretos) pueda ser leído en términos de voz activa (x ama a y) o de voz pasiva (x es amado por y).

Esta sustitución de los lugares de las variables por significantes implica que la relación expresada por el predicado se produce en el campo de lo semiótico. He aquí el uso que Lacan hace de los desarrollos de Charles Sanders Peirce. En primer lugar, la primeridad (forma, posibilidad) de tal relación es expresada por Lacan en términos de forma lógica, abriendo paso a la segundidad cuando tal simbolización se vuelve operativa en el acto mismo de la relación transferencial, en el discurso efectivo del analizante. Así, xRy ha de cobrar significado cada vez que los casos particulares ameriten una sustitución "en escena".

En este plano de la segundidad, el psicoanalista francés señala que los lugares correspondientes a las variables han de ser significantes, representámenes –siguiendo la terminología peirceana-, que a la vez guardan una relación de sustitución respecto de algo. Este ground o fundamento del representamen reviste para Lacan ciertas peculiaridades. Si para Peirce un algo está en lugar de otro algo, en el sentido de que "estar en lugar de otro es estar en tal relación con otro que, para ciertos propósitos, sea tratado por ciertas mentes como si fuera ese otro"5; para Lacan nada es más cierto en la relación transferencial, sólo que el juego de sustituciones, en el que el analizante está cautivo, es de naturaleza inconsciente. De acuerdo con este enfoque, el psicoanalista es un representamen, está en lugar de algo, de un Otro privilegiado y es tratado por el analizante como si fuera ese otro. El paciente se dirige a ese otro, y una vez establecida la relación transferencial (tal como es abordada en los textos citados), la respuesta que reciba del otro tiene consecuencias, efectos de sentido en la experiencia subjetiva.

A diferencia de la semiótica peirceana, los representámenes, los términos de la relación transferencial, no refieren a un objeto en función de un poder representativo consciente, capaz de controlar la pluralidad de los efectos que de ello se derivan; sino que están en lugar de otros significantes de naturaleza inconsciente y, por lo tanto, queda excluida la posibilidad de la regulación consciente de sus efectos.

El discurso del analizante se dirige a alguien, un alguien que es lo que Lacan designa "sujeto-supuesto-saber". Según Peirce, algo que está para alguien supone que un signo siempre está dirigido a un Interpretante, entendido como el hábito lógico que da cuenta de la relación sustitutiva: “(=un signo o representamen) se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o, tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo el Interpretante del primer signo"6.

Dada la particular posición de escucha del analista, sus intervenciones permiten al analizante desplazar la sustitución con miras a la busca de la plenitud interpretativa; en términos de Lacan, "le permitimos advertir de dónde emergen sus pensamientos, su semiótica propia". Es necesario destacar aquí la distinción peirceana entre Interpretantes Inmediato, Dinámico y Final. Por un lado, el analista, en tanto representamen de un Otro privilegiado, realiza sus puntuaciones7 en el discurso del paciente, esto es, deviene en Interpretante Inmediato, "en la Cualidad de la Impresión que un signo es apto para producir"8. Ahora bien, las interpretaciones efectivas que promueve en el analizante, cuando reacciona al signo, constituyen el Interpretante Dinámico. Se trata, pues, de la acción de una mente particular (analizante) ante lo que las preguntas del analista son capaces de producir.

Según Peirce, el doble aspecto de la acción es: en su carácter pasivo, una resistencia; en su carácter activo, una fuerza. "Las agitaciones de la pasión y de la sorpresa son los verdaderos Interpretantes Dinámicos"9, escribe Peirce. Así, toda sorpresa conlleva una resistencia a aceptar el hecho y una fuerza cuando "lo que se percibe choca positivamente con la expectativa10.11". Los efectos de sorpresa, una vez que se han superado las resistencias, han sido descritos desde los primeros textos que abordaron la cuestión de la interpretación en el psicoanálisis.

De este modo, el analizante responde al signo con acciones: se sorprende, sufre, rechaza ideas, descubre "verdades"; estos son los "efectos reales"12 del Interpretante Dinámico. Cuando el Interpretante Dinámico, ligado a lo coyuntural del presente discursivo (S2), se pone en resonancia con la causa estructural (S1), se genera un saber al reconocer la determinación inconsciente. Por lo general, esto comporta nuevos hábitos, como añadidura al trastocamiento de la relación del sujeto con el deseo inconsciente que habita en toda conducta. Así, se promueve el Interpretante Final como "lugar de la plenitud (siempre provisional) del signo"13.

Sin embargo, en el psicoanálisis no se trata de un Interpretante Final como lugar de consenso o acuerdo comunitario, sino que la plenitud de sentido es entendida en términos de la enunciación de la "palabra plena". No se trata de aquella palabra que se dirige al analista desde el ego del analizante (para interesarlo), sino que rebasa la intencionalidad consciente (o preconsciente) del discurso, revelándole al sujeto su fundamento inconsciente. Esta palabra, según expresa Lacan en el Seminario 1, "hace acto; tras su emergencia, uno de los sujetos ya no es el que era antes"14. La revelación del fundamento inconsciente provoca una suerte de conmoción, introduciendo un corte significante en el enlace del sujeto con la verdad inconsciente. En este sentido, la palabra plena aproxima el lugar del Interpretante Final.

Según Peirce, el Interpretante Final encuentra su fuerza en la autonomía del signo para suscitar hábitos; de ahí que lo expresara mediante un enunciado condicional: "si a alguna mente le ocurriera tal y tal cosa, este signo decidiría tal y tal conducta en esa mente"15. Ya no se trata de la acción de una mente particular, sino del modo en que "toda mente actuaría"16. En la experiencia del diván, en cambio, no es posible reconocer un sema capaz de concitar conductas para cualquier mente; por el contrario, la palabra plena ha de comportar hábitos sólo atribuibles a esa mente particular.

Sin embargo, la condición de generalidad de la Terceridad (en el nivel del Interpretante) se cumple en la medida en que el analizante experimenta la determinación inconsciente de sus palabras. El ejercicio de la asociación libre (regla fundamental del método psicoanalítico) conduce a aprehender que las ocurrencias del paciente no son libres, sino que responden rigurosamente a la ley del determinismo inconsciente (S1).

He aquí la curiosa forma que la ley adquiere como generalidad, generalidad sólo hallable en el global condicionamiento de las significaciones de una mente particular. Sobre la Terceridad en su nivel de la generalidad, Peirce explica: "la Terceridad, tal como yo uso el término, es sólo un sinónimo de la Representación, pero prefiero este término porque sus evocaciones no son tan estrictas y especiales como las de la palabra Representación"17. Peirce liga la Terceridad con la generalidad, en el sentido de que un principio general (ley) que resulta operativo en el mundo real "tiene la naturaleza esencial de una representación y de un símbolo, ya que su modus operandi es el mismo que aquel por el que las palabras producen efectos físicos"18. Dado que una ley (verbigracia, la ley gravitatoria) encuentra su generalidad cada vez que se la predica de muchos, pero, como ya Peirce señaló, no hay una "multitud máxima"19; en realidad, la ley rescata el nivel de generalidad en el que los objetos pierden sus particularidades. Según Peirce, del mismo modo obra la representación, el símbolo (existencia de la ley20), en la medida en que convienen bajo una palabra o concepto los aspectos generales que permiten subsumirles determinados objetos. Aquellos signos que sustituyen en virtud de una convención o ley social son, precisamente, los símbolos (predominantemente lo verbal). Magariños de Morentín escribe al respecto: "se trata, pues, de un símbolo que toma del objeto algún nivel de generalidad en el cual puede ser conocido y entrega al Interpretante el valor de tal generalidad para que exista en el sistema correspondiente un lugar lógico que lo fije y lo tenga a disposición para cuando requiera ser utilizado"21.

Ahora bien, si como dice Peirce es innegable que las palabras presentan "este carácter de la ley general de la naturaleza"22, en tanto productoras de efectos físicos; tales efectos "no reaccionan directamente sobre la materia"23, sino que "la acción que ejercen es meramente lógica"24, en el sentido de que "un símbolo justificaría otro"25, de que un Interpretante ejerce su regularidad lógica toda vez que promueve otro signo. He aquí lo que sucede en la experiencia psicoanalítica: las palabras tienen "efectos físicos", esto es, se producen transformaciones en la experiencia misma de los actores.

¿Cuál es la transformación a la que aquí nos referimos? Se trata, pues, de un viraje en la posición subjetiva respecto de la organización de los Significantes Amo; de una genuina modificación de la "semiótica propia" del analizante. Una vez que se sabe (por obra del psicoanálisis) de dónde provienen los pensamientos, que tanto el mundo, como el yo y los otros, están determinados en gran medida por el inconsciente, surgen efectos en la más peculiar de las actividades humanas: la actividad simbólica. Durante la experiencia del diván, el analista introduce los semas (Interpretantes Inmediatos) que orientan al paciente hacia nuevos Interpretantes Dinámicos, los cuales acercan indefinidamente los Interpretantes Finales. El psicoanalista funciona como un acicate que ha de tender a completar el signo en torno a esos S1, los que, si bien inconmovibles, encuentran un nuevo lugar lógico en el sistema de interpretación del analizante. Y he aquí la coronación de la máxima pragmaticista26 peirceana: la experiencia psicoanalítica suscita efectos de sentido, dado que promueve el hallazgo de una "semiótica propia", a la vez que trastoca esta semiótica prístina del analizante, en aras de otra semiótica, igualmente propia, pero que ha de comportar apreciables consecuencias en el ámbito de la experiencia cotidiana.

En virtud del psicoanálisis, se originan nuevos Interpretantes lógicos que priman en la experiencia de los analizantes, propendiendo a “imponer una máxima práctica correspondiente"27. Estos son los "efectos físicos" de la innovación semiótica, a saber, de las palabras, en la medida en que estas permiten una construcción simbólica diferente que actúa realmente en el mundo de los sujetos. Peirce presentó su máxima pragmaticista en la Revue philosophique como sigue: "Nous atteignons ainsi le tangible et le practique comme base de toute différence de pensée, si subtile qu' elle puisse être28.29" Si nuestras concepciones del mundo importan fundamentalmente sobre la base de los efectos que resultan ser susceptibles de alcance práctico30; esto no es otra cosa que el interés del psicoanálisis: la relación transferencial no es reductible a un mero regodeo parlante de las partes implicadas, sino que es el momento de "un proceso que va de la rectificación de las relaciones del sujeto con lo real, hasta el desarrollo de la transferencia, y luego a la interpretación"31, cuyo producto es registrable en el nivel de las acciones y las palabras.

Por esta razón, la eficacia es inherente al psicoanálisis, pues si su aplicación no comportase efectos subjetivos (en referencia al malestar y sus consecuencias), la teoría psicoanalítica devendría en un palabrerío estil, sería pura "metafísica especulativa". En este sentido, en 1958 Lacan señaló: "el psicoanálisis, en sentido propio, sólo se aplica como tratamiento, y por lo tanto a un sujeto que habla y escucha; cualquier otra forma de aplicación sólo podría serlo en sentido figurado, es decir, imaginario, sobre la base de analogías, y como tal sin eficacia"32. Por tal causa, la producción de significaciones que origina la experiencia psicoanalítica tiene su correlato en los hábitos (Interpretantes Finales) que tal producción implica, del mismo modo que "pour développer le sens de une pensée, il faut donc simplement déterminer quelles habitudes elle produit, car le sens d’une chose consiste simplement dans les habitudes qu’ elle implique33.34 "



BIBLIOGRAFÍA



Notas

1. El resaltado es nuestro.

2. LACAN, J. El Seminario 21. Los no inacutos yerran. Inédito.

3. CHEMAMA, R. Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu, 1997.

4. Cfr. FREUD, S. Obras Completas. Cinco conferencias sobre psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu, 1986, Conferencias II y III.

5. PEIRCE, Ch. S. La ciencia de la semiótica. Buenos Aires: Nueva Visión, 1986, p. 43.

6. Ibid., p. 22.

7. Tales puntuaciones surgen de la llamada "atención flotante", la cual es definida por Freud del siguiente modo: "no querer fijarse [merken] en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma 'atención parejamente flotante' (...) De esta manera uno se ahorra un esfuerzo de atención que no podría sostener día tras día a lo largo de muchas horas, y evita un peligro que es inseparable de todo fijarse deliberado". Cfr. FREUD, S. Obras completas. Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Buenos Aires: Amorrortu, 1986.

8. PEIRCE, Ch. S. Collected Papers. Versión digital, 8.315.

9. CP 8.315.

10. CP 8.315.

11. Existe en este párrafo indicios suficientes para una posible relación fructífera con el tema del texto El chiste y su relación con lo inconsciente de S. Freud.

12. Cfr. CP 8.314.

13. MAGARIÑOS DE MORENTÍN, J.A. Hacia una semiótica indicial. Acerca de la interpretación de los objetos y los comportamientos. Coruña: Edicios do Castro, 2006, p.16.

14. LACAN, J. El Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud (1953 – 1954). Buenos Aires: Paidós, 1997. Clase Nº 9.

15. CP 8.315.

16. CP 8.315.

17. PEIRCE, Ch. S. Lecciones sobre pragmatismo. Buenos Aires: Aguilar, 1978, p.149.

18. Ibid., p. 149.

19. Ibid., p. 148.

20. Cfr. MAGARIÑOS DE MORENTÍN, J.A. El signo. Las fuentes teóricas de la semiología: Saussure, Peirce, Morris. Buenos Aires: Hachete, 1983. p. 91 y ss.

21. Ibid., p. 100.

22. PEIRCE, Ch. S. Lecciones sobre pragmatismo, p. 150.

23. Ibid., p. 150.

24. Ibid., p. 150.

25. Ibid., p. 150.

26. Utilizamos este término en un intento de rescatar la intención de Peirce de diferenciarse de las deformaciones en las que, a su entender, derivaron algunos de sus coetáneos, incluso su afán de separarse del pragmatismo de W. James.

27. PEIRCE, Ch. S. Lecciones sobre pragmatismo, p. 66.

28. "Alcanzamos así lo tangible y lo práctico como base de toda diferencia de pensamiento, por sutil que pueda ser".

29. PEIRCE, Ch. S. Lecciones sobre pragmatismo, p. 67.

30. Cfr. Ibid., p. 63 y ss.

31. LACAN, J. (1958) Escritos II. La dirección de la cura y los principios de su poder. Buenos Aires: Siglo XXI, 1997, p. 578.

32. ROUDINESCO, E. y PLON M. Diccionario de Psicoanálisis. Cfr. artículo sobre psicoanálisis aplicado.

33. "Para revelar el sentido de un pensamiento, hace falta entonces simplemente determinar qué hábitos produce, pues el sentido de una cosa consiste simplemente en los hábitos que ésta implica".

34. PEIRCE, Ch. S. Lecciones sobre pragmatismo, p. 66.

 


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Fecha del documento: 14 de octubre 2006
Ultima actualización: 14 de octubre 2006

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