II Jornadas "Peirce en Argentina"
7-8 de septiembre del 2006

Máxima pragmática y abducción


María Aurelia Di Berardino
aure.diberardino@gmail.com


Charles Peirce afirma en sus Lecciones sobre el Pragmatismo1 que "la cuestión del pragmatismo es la cuestión de la abducción…". En dicho texto, la idea de relacionar el pragmatismo con la abducción está en función de explicar el significado de la máxima pragmática. En términos generales la máxima es tanto un método para aclarar ideas como una cláusula restrictiva de las hipótesis que pueden postularse como explicativas de los fenómenos. Pero además, el pragmatismo se explica aquí como una "actitud satisfactoria hacia la terceridad".

Este trabajo pretende problematizar lo que a la luz de mi interpretación constituye una tensión en el pensamiento de Peirce entre lo que pragmáticamente requerimos para justificar nuestras adquisiciones cognoscitivas y la categoría de “terceridad”. Particularmente, intentaré mostrar cómo opera dicha categoría en la explicación de la abducción y su peso específico a la hora de evaluar nuestro trato epistémico con la experiencia.

Introducción

El pragmatismo, sostiene Peirce es la cuestión de la abducción. Dicho en otros términos, la máxima pragmática es, en primera instancia, un método para aclarar ideas y para restringir el surgimiento de hipótesis explicativas. Una definición de esta máxima que aparece en un texto posterior a las Lecciones expresa: "(...) el significado total de la predicación de un concepto intelectual consiste en afirmar que, bajo todas las circunstancias concebibles de una clase dada, el sujeto de la predicación se comportaría (o no) de una cierta manera, es decir, que sería o no verdadero que bajo circunstancias experienciales dadas (...) ciertos hechos existirían –tomo esta proposición como el núcleo del pragmatismo"2. Por su parte, la mejor manera de explicar la conexión entre máxima pragmática y abducción es decir que, si la máxima se acepta es todo lo que necesitamos para discriminar qué hipótesis deben ser conceptuadas como tales. Aquí debemos aclarar que por hipótesis se quiere hablar de "sugerencias esperanzadoras"3. ¿Pero sugerencias de qué tipo? Sugerencias que en última instancia tienen que ver con los efectos prácticos concebibles que se siguen de una determinada concepción, de acuerdo con otra de las formulaciones de la máxima pragmática.

En virtud de que la máxima pragmática hace las veces de un criterio restrictivo de hipótesis explicativas, necesitamos saber cuándo una hipótesis es una buena hipótesis y qué explica o debería explicar una determinada conjetura. Una hipótesis debe explicar los hechos y será una buena hipótesis en tanto cumpla con su fin que no es otra cosa que el establecimiento de un hábito, el punto final a un estado indeseado de duda. Para ello necesitará pasar por la prueba experimental.

Pero la función de esta máxima no se reduce a esclarecer ideas y a repeler todas aquellas consideraciones vagas o imprecisas que se nos ocurren: su rol fundamental tiene que ver con "adoptar una actitud satisfactoria hacia el elemento de terceridad"4.

El proceso abductivo, por su parte, es la clase de inferencia –la única por lo demás- que introduce novedades en el ámbito del conocimiento. Este proceso se caracteriza por su impronta conjetural: aquello que se postula como explicación fenoménica es nada más que una conjetura producto de la conexión novedosa entre elementos que ya poseíamos pero que no se nos había ocurrido relacionar. Lo interesante de este proceso es que la explicación de un hecho que desafía al hábito con su sorpresiva aparición no suele ser excéntrica, o sólo lo es en contadas oportunidades. La respuesta que daría un científico siguiendo el espíritu del ejemplo peirceano es "no es razonable pensar que la ocasión de tal fenómeno sea producto del estornudo de la emperatriz de China". ¿Qué hace que tal excentricidad no constituya una conjunción pensable para un científico cuando intenta explicarse un determinado fenómeno? La respuesta de Peirce es que la abducción además de llegar como un relámpago, de tener características que se parecen al instinto o a la intuición, revela, transparenta, manifiesta, la terceridad. Categoría de mediación, relación, representación pero fundamentalmente, continuidad, regularidad, ley de leyes: la uniformidad de la naturaleza. Categoría o elemento que, en sus Lecciones menciona como "directamente percibida"5. Puesto en otras palabras: la abducción no incorpora este elemento en el pensamiento, la terceridad ya está incorporada en la percepción. Sea cual fuera la explicación que podamos ofrecer acerca de por qué acertamos a través del proceso abductivo, es claro que ni siquiera hoy –dice el autor- podemos dar cuenta de nuestras mejores conjeturas. Si hemos adivinado los caminos de la naturaleza (de hecho lo hicimos en más de una oportunidad) no ha sido por un proceso lógico de autocontrol y crítica, sino más bien por una determinada intuición que el hombre posee de las terceridades, "de los elementos generales de la Naturaleza, que no es lo bastante fuerte como para ser más a menudo acertada que errónea, pero sí lo bastante fuerte para no ser con abrumadora frecuencia más errónea que acertada"6.

De los comentarios precedentes podemos inferir, entre otras cosas, que lo que hace que la ciencia no sea producto de un milagro o del azar tiene que ver con aquel elemento de terceridad que es de percepción directa, que se revela en los procesos abductivos (cuya línea divisoria con los juicios preceptuales es, a menudo, difícil de trazar) de forma tal que nuestros errores no parezcan significativos en el transcurso de la investigación humana, etc. De los trillones y trillones de explicaciones posibles, de las cuales sólo una es verdadera, en relativamente pocos ensayos un científico atina con la hipótesis o conjetura correcta. Nuevamente, el azar parece tener poco que ver con esta suerte de base instintiva humana.

En este punto podríamos concederle a Peirce que el elemento de terceridad explica efectivamente que la ciencia no sea un milagro y si queremos, que es la mejor explicación de por qué un científico tiene grandes posibilidades de acertar con sus conjeturas. Además, la aceptación del elemento de terceridad permitiría comprender por qué razón no se nos ocurre cualquier cosa para explicar la presentación de un hecho sorprendente: la abducción vendría restringida por la base instintiva de la que hablábamos. Pero la argumentación peirceana no se detiene en este punto, su máxima pragmática, entendida como lógica de la abducción, pretende justamente darle razonabilidad o logicidad a este proceso. Si queremos decirlo de otra forma, la máxima pragmática funciona como una restricción para controlar, volver manejables las partes –abrumadoramente mayoritarias- incontroladas de la mente humana. Sabemos, según Peirce, que toda inferencia parte de juicios receptúales y que éstos no admiten la negación, es decir, son involuntarios, sin control alguno de la razón. Por lo tanto, la máxima se propone como un método, método para garantizar el control creciente de nuestras conjeturas. ¿Pero qué queremos decir en este contexto cuando hablamos de que es posible controlar aquello que viene signado por el instinto y que hunde sus raíces en los constituyentes anárquicos de la mente? Entiendo que la respuesta de Peirce a esta cuestión es la siguiente:

-admitimos que por instinto, intuitivamente conjeturamos una explicación plausible de un hecho, llamémosle C.

-esta conjetura que ahora se nos ocurre establece una conexión entre partes no conectadas anteriormente y que esta mediación recupera de algún modo la continuidad natural dada en la percepción.

-que el producto final de toda buena hipótesis es conducir a su fin que sea cual fuera el pautado por una comunidad determinada, siempre tiene la forma de un hábito, de la generación de una expectativa que se cumple y que se establece en desmedro del estado de duda

-que por lo tanto, la forma final de toda conjetura reviste el carácter de una acción deliberada o de una línea de conducta esperable y sostenida en el tiempo

-si de hecho esta es la forma en la que nos conducimos como sujetos –al menos en la mejor manera que tenemos de fijar creencias- y probado su éxito en el ámbito de la experiencia, deberíamos "ayudar" al instinto de forma tal que su resultado sea siempre producto de un procedimiento cada vez más razonable. Corregir permanentemente el método produciría una ganancia relevante: perderíamos menos tiempo en intentar experimentar con hipótesis o conjeturas vagas, imprecisas, etc. De esta forma lo que tiene toda la apariencia de ser un producto del instinto ciego, revela ahora una razonabilidad creciente en la experiencia humana al hacer que este proceso se ajuste más y más a la razón. Dicho desde el lenguaje categorial, la reacción o segundidad y el sentimiento o primeridad son la nada pura en el caos original. Precisamente la tercera categoría es un ingrediente esencial de la realidad aunque no constituya realidad por sí misma. La realidad dirá Peirce en 1905 es una y trina7: la acción no existe sin el estado de sentimiento sobre el que actuar y el pensamiento, la mediación no puede tener un estado concreto sin acción.

Razonabilidad y terceridad

Hablar de máxima pragmática en términos de lógica de la abducción, implica aceptar que nuestras conjeturas son inferencias igual que lo son la inducción y la deducción, con el agregado fundamental de ser la única clase de inferencia que genera novedades. Que la abducción, en última instancia explica su éxito por el componente de terceridad que transparenta en su producción. Se ha dicho también que la función de la máxima es la de ejercer un control crítico sobre las ideas pero fundamentalmente, adoptar una actitud satisfactoria hacia la terceridad.

Por otra parte hemos indicado que la máxima pragmática se reduce a la lógica de la abducción y la pretensión en definitiva es otorgarle razonabilidad al proceso de generación de inferencias conjeturales o abductivas. En otras palabras, ejercer autocontrol y crítica de las posibles explicaciones de los hechos. La existencia de una maldad o una bondad lógicas descansa en la confianza de la existencia misma de una razonabilidad en la experiencia. En sus palabras: "Pero la verdad salvadora es que hay una Terceridad en la experiencia, un elemento de razonabilidad respecto al cual podemos adiestrar a nuestra propia razón a que se conforme a él cada vez más. Si esto no ocurriera, no habría una cosa tal como la bondad o la maldad lógicas, por consiguiente, no necesitamos aguardar hasta que se pruebe que hay una razón operativa en la experiencia a la cual pueda aproximarse la nuestra. Debemos confiar en que sí la hay, puesto que en esta esperanza reside la posibilidad de cualquier conocimiento"8. Este argumento de Peirce puede avalar la necesidad de corregir y establecer métodos cada vez más ajustados para obtener genuinas abducciones, pero el peso de esta garantía no es un elemento lógico, es una cuestión de confianza. Enfatizo esta característica porque a lo largo de sus Lecciones y en muchos otros escritos, Peirce apela a la confianza, a la actitud satisfactoria, a la idea de esperanza, para dar cuenta de la existencia de la terceridad o de una ley operativa en la naturaleza que explicaría mejor que cualquier otra cosa que el conocimiento es posible. Pero la justificación de que efectivamente obtenemos conocimiento no se basa en una confianza que, tal como lo interpreto, descansa en un postulado metafísico: tiene por tribunal a la expectativa no frustrada de ciertas conductas o de determinados hábitos.

Una vuelta más en la argumentación tal vez nos permita comprender mejor en qué sentido podría hablarse aquí de "postulado metafísico". Cuando Peirce analiza detenidamente las definiciones de pragmatismo que propone Ferdinand Schiller, en particular una de ellas que sostiene que el pragmatismo es la doctrina de que las verdades son valores lógicos, interpreta lo siguiente: la objetividad de la verdad consiste en una suerte de compulsión por la cual todo investigador sincero debería rendirse a ella y si no fuera lo suficientemente honesto, tarde o temprano la investigación lo conduciría a ello. Esta clase de compulsión, por llamarla de algún modo, recibe en Peirce la denominación de "idealismo condicional": "sostengo que la independencia de la verdad de las opiniones individuales es debida (hasta donde hay alguna verdad) a que es el resultado predestinado al que una investigación suficiente finalmente conduciría. Mi única objeción es que…no hay la menor chispa de justificación lógica para ninguna afirmación de que una clase dada de resultado, de hecho, llegará a pasar siempre o no pasará nunca, y en consecuencia, no podemos saber si hay alguna verdad relativa a una cuestión dada"9. Pero Peirce cree que independientemente de este idealismo, hay algo que se nos revela con toda seguridad y que resulta suficiente práctica y pragmáticamente, a saber: las cuestiones llegan a establecerse cuando se las investiga científicamente. El establecimiento de una cuestión no es otra cosa que la acción deliberada que, como ya mencionamos, justifica la razonabilidad del proceso cognoscitivo porque la acción está en conformidad con las intenciones generales que ya están presentes en la percepción: "(...) los elementos de todo concepto entran en el pensamiento lógico por la puerta de la percepción y salen por la puerta de la acción deliberada; y todo lo que no pueda mostrar su pasaporte en ambas puertas ha de ser detenido como no autorizado por la razón"10.

Conclusión

La aceptación del elemento de terceridad como parte esencial de la realidad aunque no suficiente para construirla, es una aceptación que apela, en última instancia, a la confianza en la mente instintiva que explica a) la no ocurrencia de explicaciones excéntricas para un fenómeno determinado, y b) el carácter no milagroso de lo que llamamos ciencia. Este elemento aparece dado en la percepción misma, y toda inferencia contiene juicios perceptuales cuya característica principal es la de no ser controlables. Pero la inferencia misma, el proceso de gestación de una inferencia sí es controlable por lo cual se propone a la máxima pragmática como la lógica de la abducción o, si queremos, como un método para auditar nuestras hipótesis. Este método, entonces, permite el autocontrol creciente de la razonabilidad de los procesos inferenciales, porque deberíamos confiar en que hay algo así como una razonabilidad o un elemento de terceridad que opera en la experiencia y al que nuestra razón debería ajustarse. Pero además, la razonabilidad del proceso quedaría garantizada por una determinada acción que responde genuinamente a los fines de una investigación determinada en tanto que promueve y establece un hábito esperable y no frustrado. Y una nota más: la garantía de que la acción es exitosa no es otra que la existencia de intenciones generales también palpables en la experiencia.

El punto que particularmente me resulta problemático es detectar, al menos, dos tipos de justificaciones o razones que bien podrían ser independientes una de la otra:

1) Peirce pretende que el elemento de terceridad justifique, por el hecho mismo de captar la continuidad operante en la experiencia, nuestras adquisiciones cognoscitivas. Si no todo el proceso, al menos aquel por el cual introducimos explicaciones plausibles para los hechos: la abducción

2) El autor reconoce que pragmáticamente basta con que la conjetura nos lleve tarde o temprano al punto final de cualquier investigación, es decir, a la promoción de una acción que instituya un hábito, una creencia que no se vea revocada fácilmente o que quede lo más alejada del asedio de la duda. Por supuesto que para Peirce, que la acción retorne a las partes más incontroladas de la mente humana, implica la existencia de una intención general que se transparenta en la acción misma. En este caso, la justificación de la acción se asienta sobre 1).

La cuestión es la siguiente: a los fines de la justificación de nuestras creencias y si seguimos aquello de "pragmáticamente suficiente", sólo necesitaríamos apelar a que el hábito ha sido instituido y se estabiliza progresivamente de forma tal que la duda parece alejarse del horizonte de la investigación puntual que condujo a un hábito semejante. Por lo que podríamos preguntar: ¿la terceridad como garantía de la existencia efectiva de continuidades es coherente en esta descripción peirceana del pragmatismo como abducción?, o en otras palabras, ¿hay una pretensión de Peirce de que su "confianza" o "disposición satisfactoria" hacia la terceridad pueda ser justificado pragmáticamente?

Si uno aplicase el criterio pragmático para terminar con las disputas metafísicas, uno podría decir que implica un cambio importante para la práctica creer o tener la expectativa de la existencia real de una legalidad que garantiza nuestras representaciones. Pero probablemente aquí no estemos acercándonos ni al espíritu ni a la letra de Peirce; estaríamos a un paso de ser pragmatistas prescindiendo de esta aceptación taxativa de la tesis de la continuidad.

Podríamos pensar que tal vez, esta tesis no es más que una conjetura abductiva entre otras, y así la máxima pragmática no sólo es la explicación de la abducción sino que es una abducción en sí misma. Pero en ese caso, se podría pensar que la explicación de Peirce es una explicación circular y además, que la lógica descansa –en último análisis- en una fundamentación no lógica, sino de corte metafísico.

Cualquiera sea la interpretación que elijamos de estas que he mencionado, me inclino a pensar que al menos, existe una tensión a la que no encuentro una respuesta satisfactoria en la obra de Peirce, en especial, en los escritos que se han puesto en juego en esta presentación. Considero que, mal que le pese a Peirce, James (como también sería aplicable a Ferdinand Schiller) no ha equivocado el rastro del pragmatismo cuando afirma que, en definitiva, todo lo que hacemos es proyectar hacia adelante lo que se ha probado exitoso en el pasado. En algún sentido, sostendrá James en El significado de la verdad, no hay ningún inconveniente en postular inductivamente que si hasta hoy ciertas creencias se han estabilizado, seguirán estabilizándose a futuro. Y por qué no pensar que las creencias de hoy constituirán algún día parte de la verdad absoluta. Pero la aceptación de esta hipótesis se justifica porque de hecho, ha funcionado satisfactoriamente como un motor para la investigación. Aquí Peirce podrá intervenir diciendo que es justamente por esta razón que ya no es pragmatista, sino pragmaticista. En dicho caso, James podría argumentar, que al final ha triunfado en Peirce un temperamento por sobre el otro. Y podría insistir en que se puede ser un buen pragmatista sin pronunciarse abiertamente por una tesis que, pragmáticamente, no cuenta a la hora de explicar por qué aceptamos ciertas creencias y no otras.



Notas

1. Charles Sanders Peirce, Lecciones sobre el Pragmatismo. Buenos Aires: Aguilar. Traducción de Dalmacio Negro Pavón, p. 231.

2. Charles Sanders Peirce (1907), "Pragmatismo". Traducción de Sara Barrena (2005)

3. op.cit.1, p. 232.

4. Ibid., p. 241.

5. Ibid., p. 243.

6. Ibid. p. 210.

7. Charles Sanders Peirce, "Lo que es el Pragmatismo" en The Monist 15:2 (abril 1905), pp. 161-181. Traducción de Norman Ahumada Gallardo (2004).

8. op.cit.1, p. 197.

9. op.cit. 2.

10. op.cit.1, p. 246.


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Fecha del documento: 15 de octubre 2006
Ultima actualización: 15 de octubre 2006

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