III Jornadas "Peirce en Argentina"
11-12 de septiembre del 2008

Peirce y la creatividad como plasticidad del hábito


Sandra Visokolskis
sandraviso@gmail.com

1. Introducción

El presente trabajo se concentra en el concepto de creatividad y su inserción en la filosofía de Charles Sanders Peirce. Siguiendo el trabajo de Sara Fernández de Barrena —tesis doctoral: La Creatividad en Peirce: Abducción y Razonabilidad, Pamplona, 2003—, coincidimos con la autora en que Peirce no utilizó el término "creatividad", aún cuando "hay abundantes pistas en sus escritos para elaborar una teoría de la creatividad humana" (p. 51, op. cit.).

El problema central a indagar en este trabajo consiste en la caracterización peirceana de la noción de hábito, y la incidencia en su concepto subyacente de creatividad.

En efecto, Peirce dedica páginas de su obra a esclarecer la naturaleza del hábito y a concebirlo de una manera original en tanto que el mismo no ha de interpretarse en un sentido estático sino más bien admitir al hábito como guía controladora para la acción pragmaticista, inserto en la búsqueda más general de razonabilidad.

El problema precisamente se presenta en tanto que entendemos a Peirce caracterizando la creatividad como plasticidad del hábito, por un lado, pero asumiendo por el otro, que los hábitos tienden a poner barreras rutinarias en el sujeto que los posee.

Frente a la plasticidad creativa, que implica cierta espontaneidad y búsqueda indeterminada dentro de un mar oculto e incierto, los hábitos también y por sobre todo, contienen una faceta de restricción ante la novedad, de consolidación de esquemas repetitivos mecánicos, de cultivo del autoconocimiento. En ese entorno paradójico emergen las ideas creativas, rompiendo así las barreras antes adquiridas.

El concepto de plasticidad y su relación con la creatividad opera actualmente como eje de discusiones relevantes en el contexto de las ciencias neurocognitivas, y por ello resulta interesante plantearse el objetivo general de reflotar esta veta peirceana en toda su originalidad y su consecuente habilidad para entrelazar nociones que otrora parecía inverosímil tan sólo imaginarse en conexión.

En vistas a este planteo, se pretende concluir con una caracterización del modo a través del cual los hábitos ejercen una doble función sobre la creatividad: por un lado, su plasticidad, que contribuye a la acción humana libre, y por el otro, la posibilidad de configuración de un marco de autocontrol con la finalidad de procurar orientar la energía creadora hacia fines concretos preestablecidos.

2. Plasticidad y habitualidad, contracaras de una misma moneda

La noción de hábito —y la constitución de los mismos— ha sido asociada usualmente a la estimulación sensorial, —sobre todo desde posturas como el conductismo—, así como a la constancia de cualquier actividad física o mental, y a su consecuente repercusión en el aprendizaje.

Ya en la antigüedad, el ejercicio rutinario y sistemático de determinadas tareas fue receptado por ejemplo por Aristóteles en su obra Ética a Nicómaco como el modo más acertado para producir aprendizaje duradero. Más abajo plantearemos esta situación.

El vínculo entre la habituación y la actividad sensorial, y en particular la percepción visual, sin embargo, muestra matices que los distancian en la medida que se caractericen en términos de los tipos de cambio que representan en tanto actividades humanas, y no en función de sus procesos de adquisición.

En efecto, tendemos a creer que percibimos visualmente los objetos del mundo físico, de una manera rápida, i.e., tendemos a creer que percibimos los cambios ágilmente. Salvo que se nos presenten situaciones extremas y/o engañosas, como el caso de las figuras ambiguas dentro de las ilusiones visuales.

En realidad, Hermann von Helmholtz mostró en 1852 que el tiempo de percepción de los objetos del mundo exterior a través de las fibras nerviosas que salen de los ojos, no es inmediata, instantánea y rápida. Sino que por lo contrario, existen una serie de procesos inferenciales en el cerebro, previos a la aparición en la mente de una representación de objetos del mundo físico.

A diferencia de esta creencia compartida por muchos seres humanos respecto a la velocidad con que vemos objetos, tendemos a considerar que nuestros hábitos adquiridos son algo estable en nuestro bagaje vivencial, algo que raramente movilizaremos. La habituación es usualmente considerada un tipo de actividad rutinaria, y que a lo sumo experimenta variaciones muy de vez en cuando ante situaciones emotivamente violentas, o frente a deseos muy intensos movidos entonces por la fuerza de la voluntad.

A su vez, de estas escasas variaciones, tendemos a valorarlas como procesos lentos y dificultosos de cambio, como si fueran verdaderas revoluciones internas propulsadas por fuerzas atípicas, cuando se ven obligadas a producirse. Sin embargo, cabe aclarar que lo referente a la atipicidad de los impulsos propulsores de cambios de hábito es algo cierto y no meras creencias infundadas.

Pero las creencias referidas a los procesos de habituación resultan erróneas. Por contraposición a lo que ocurre a nivel perceptivo, i.e., que creemos que son procesos ultrarrápidos y no lo son, en el nivel de los hábitos, creemos que constituyen procesos de variación extremadamente lenta, pero sin embargo no lo son.

No tendemos a creer que los cambios de hábitos son frecuentes y rápidos, a menos claro que ellos sean llevados a cabo en circunstancias de creatividad.

Dos preguntas se plantean inmediatamente aquí: por un lado, ¿qué hace que los cambios en los hábitos sean poco frecuentes en procesos normales? Por el otro, ¿porqué ser creativo es algo ligado a la agilidad con que cambiemos de hábitos?

Esta segunda pregunta es la pregunta de Peirce, ya que este pensador define a la creatividad como plasticidad del hábito. De esto trata este trabajo.

A la primera pregunta, Eric Kandel, premio Nobel 2000 de Medicina (junto a Arvid Carlsson y Paul Greengard), responde:

Los cambios de hábito en procesos normales son poco frecuentes, pues toda variación implica algún tipo de asociación, que, en caso de la habituación rutinaria, no se da.

En efecto, ya Aristóteles, y luego John Locke plantearon que aprendemos mediante asociación de ideas. Más adelante, la psicología experimental comprobó empíricamente que el aprendizaje se lleva a cabo a través de la asociación de dos estímulos ahora, o mediante la asociación de un estímulo y una respuesta.

Sin embargo, la habituación, considerada también un tipo de aprendizaje, resulta no asociativa, ya que el sujeto, al aprender, se concentra en un único estímulo, y no en dos asociados entre sí.

Si la variación implica una asociación, en los procesos de habituación, esto no se da. Eso no quiere decir que no sea posible romper con hábitos establecidos, pero ello importa ya constituir nuevas conexiones.

Esto nos lleva naturalmente a la segunda pregunta: pareciera entonces que la creatividad tiene algo o todo que ver con los cambios de hábito. Pero, ¿de qué manera sucede esto? Más abajo desarrollamos sintéticamente una alternativa actual de respuesta.

3. Dos Antecedentes Históricos: Aristóteles y William James

3.1. El Hábito en Aristóteles

En su Ética a Nicómaco, Aristóteles expresa el significado del concepto de hábito (héxis), en relación con la adquisición de virtudes. Se refiere allí entonces a lo que él llama "hábitos prácticos". Afirma lo siguiente:

Las virtudes no se originan ni por naturaleza ni contra la naturaleza, sino que somos naturalmente aptos para recibirlas, y las completamos por medio de la costumbre.
Además, de todo lo que se da en nosotros por naturaleza, disponemos primero de la capacidad y sólo después ejercemos las actividades (eso es evidente en los sentidos; pues no llegamos a poseerlos por ver muchas veces o por oír muchas veces, sino que, a la inversa, los usamos porque los tenemos: no llegamos a tenerlos por haberlos usado). En cambio, adquirimos las virtudes después de ejercerlas primero, como es el caso también en las demás artes, pues las aprendemos haciendo lo mismo que se debe hacer después de haberlas aprendido; por ejemplo, se llega a ser constructor de casas construyendo casas, y citarista, tocando la cítara.
De ese modo, pues, también llegamos a ser justos realizando actos justos, moderados realizando actos de moderación, y valientes realizando actos de valentía.
[Lo] atestigua también lo que sucede en las ciudades, esto es, que los legisladores hacen buenos a los ciudadanos acostumbrándolos [a serlo]; esa es la voluntad de todo legislador; y los que no lo hacen bien, yerran, y por eso se distingue el sistema político bueno del malo.
Además, toda virtud nace y se destruye a partir y por medio de los mismos [actos], al igual que el arte; pues de la ejecución de la cítara se originan tanto los buenos citaristas cuanto los malos, y análogamente los constructores y todos los demás, pues del construir bien casas resultarán buenos constructores, y del construidas mal, malos. Si no fuera así, para nada se tendría necesidad de un maestro, sino que todos nacerían buenos o malos.
Así es, por tanto, también en el caso de las virtudes: es, en efecto, actuando en las transacciones con los [demás] hombres como llegamos a ser unos justos y otros injustos, y actuando en las situaciones de peligro, y acostumbrándonos a temer y a tener osadía, cómo [llegamos a ser] unos, valientes y otros, cobardes. Lo mismo en lo que concierne a las manifestaciones del deseo y de la ira; unos llegan a ser moderados y apacibles y otros intemperantes e irascibles, los unos por comportarse de una manera y los otros por hacerla de otra en las mismas [situaciones].
Dicho, pues, en una fórmula única, los hábitos nacen de las actividades [que les son] semejantes. Por eso se les debe dar a las actividades una cualidad determinada, pues los hábitos se corresponden con las diferencias entre aquellas. Adquirir ya desde la juventud esta o aquella costumbre tiene, pues, no poca importancia, sino una muy grande o, mejor dicho, lo es todo." (Aristóteles, EN, II, i, 1103a24-35, 1103b1-25)1.

Como vemos aquí, Aristóteles también introduce el concepto de hábito en el ámbito artístico, caracterizándolo como "hábito productivo", i.e., poiético, el cual está "acompañado de razón verdadera", dado que este tipo de hábito requiere, para su constitución, de un proceso de deliberación.

Más en general, el hábito constituye un caso de potencia (dýnamis) en oposición a la acción (prâxis), que es un caso de acto (enérgeia). En este sentido, para Aristóteles, adquirir un hábito consiste en el pasaje de un estado o capacidad indeterminada y ambivalente, hacia una capacidad determinada, monovalente y estable. El hábito sólo puede ejercerse o actualizarse en un único sentido, tal como pasa con el movimiento de una piedra; a diferencia del saber de un médico por ejemplo, que lo habilita a éste tanto para producir la salud como la enfermedad (capacidad bivalente). Por eso, el hábito es comparable a la capacidad natural, y con ello pasa a caracterizarse como una "segunda naturaleza".

Es a su vez interesante el comentario que Eduardo Sinnott realiza en su introducción a la obra aristotélica arriba citada. Afirma que el ejercicio de un hábito no supone que al obrar, el agente se formule a sí mismo una prescripción explícita, sino que lo hace de manera espontánea, sin dudar de su repetición incesante.

Por otro lado, el hábito no es una capacidad, pues las capacidades se dan por naturaleza (EN, II,v 1106ª10-13). En cambio, el hábito es una forma de la cualidad (poiótes), y se caracteriza por su estabilidad, que, aunque se parezca a una disposición, en tanto que nos coloca de una cierta manera para receptar, no lo es, pues, según Aristóteles, no es transitorio.

Dos características del hábito que Peirce remarca en [CP 6.261] ya figuran en la descripción aristotélica, a saber: su inexactitud y su búsqueda de determinación completa.

Sin embargo, como veremos en el inciso cuarto, Peirce se aleja un tanto de la posición aristotélica. En particular, ello ocurre en relación a la idea de plasticidad.

3.2. El Hábito en William James

Para William James, el hábito tiene una base física, con lo cual debe someterse a las propiedades fundamentales de la materia. Es por ello, que, en un sentido amplio, el hábito se debe a la "plasticidad de los materiales hacia agentes externos" (James, 1890). Un hábito adquirido, dice James, desde el punto de vista fisiológico, es un nuevo camino de descarga formado en el cerebro, tesis central de esta temática.

Pero aquí en relación con el cerebro, lo que los hace plásticos a los hábitos, ya no es debido a influencias externas del tipo presiones mecánicas, ni cambios térmicos, ni ninguna de las fuerzas para los cuales los demás órganos del cuerpo humano están expuestos. Sino, que está afectado por impresiones circulando por la sangre, por un lado, y las raíces nerviosas sensoriales por el otro. La plasticidad contribuye entonces a profundizar dichos caminos o a hacer nuevos.

Actualmente no nos referimos a esta noción de profundización (deepening) sino a un tipo de actividad electroquímica.

James señala una serie de efectos prácticos de los hábitos, que permiten dar una cierta caracterización de los mismos. Los hábitos simplifican nuestros movimientos, los convierten en más seguros y también permiten disminuir la fatiga al repetirlos. Esto es crucial, porque las performances de los centros nerviosos humanos son mucho más complejas en cantidad que en el caso de los animales, y el automatismo implícito en la habituación permite economizar energías.

Por otro lado, ofrecen una ventaja en que disminuyen la atención consciente, favoreciendo encadenamientos asociativos de eventos, que una vez activados, permiten recorrer series enteras de ellos sin necesidad de retener cada uno de los pasos involucrados en el proceso.

Una diferencia notable con Peirce es que no sólo los hábitos direccionados hacia la verdad cuentan, sino también aquellos erróneamente fijados.

A pesar de ello, considera que "el hábito es el enorme volante de la sociedad, su más preciado agente conservativo", y, en particular es vital en la formación de niños, que, hasta los veinte años, según sus estimaciones, logran fijar aquellos hábitos personales como la capacidad de vocalización, la pronunciación, los gestos y los movimientos. Más allá de esa edad, ya aparecen problemas propios del habla y la movilidad que afectan el normal desarrollo del individuo en un cúmulo de pequeños vicios. Seguidamente afirma que "la gran cosa, entonces, en la educación, consiste en hacer del sistema nervioso nuestro aliado y no un enemigo".

Y la ventaja estriba en lograr automatizar la mayor cantidad de detalles de nuestra vida cotidiana, para así ganar en espacios de libertad para nuestros actos mentales:

No hay ser humano más miserable, que aquel para el cual nada es habitual sino indecisión, y para el cual el encendido de todo cigarro, la bebida de toda copa, la hora de levantarse de la cama y acostarse cada día, y el comienzo de toda parte de trabajo, están sujetos a la deliberación volitiva expresa (Op. Cit., p. 80).

Por último, destaquemos un elemento que James señala sobre la insistencia en llevar a cabo acciones repetitivas: en el momento en que dejamos de actual habitualmente, cortamos la cadena de automatización, y esto puede destruir las acciones más asentadas en uno, mostrando así cuán plásticos somos tanto en la adquisición de hábitos, como en su aniquilación:

Es sorprendente cuán rápido un deseo puede morir de inanición si nunca más se lo alimenta…" (Op. Cit., p. 81).

4. Peirce y su Noción de Hábito

En un sentido semejante al que presenta William James, un hábito para Charles Sanders Peirce está asociado a células nerviosas. Peirce, similarmente a James, considera que las nociones psicológicas deberían estar conectadas con concepciones fisiológicas. De esta manera, estas nociones, y en particular la noción de hábito, podrán ser expresadas a través de terminales nerviosas. [CP 6.22] Además, se encarga de agregar, en otra parte de su obra, que "los nervios están particularmente preparados para adquirir y cambiar sus hábitos" [CP 6.281].

Explícitamente, Peirce cita a William James en relación a la noción de plasticidad en el parágrafo [CP 6.261], refiriéndose en este caso a la plasticidad de los materiales. Pero esta noción adquiere en Peirce un matiz diferente, como veremos.

Si bien para Peirce los hábitos están formados vía los sentimientos (feelings), en la medida en que estemos conscientes de la conexión entre éstos, es que los captaremos como una regla general, es decir, entenderemos que estamos "gobernados" por hábitos. [CP 6.20].

Por otro lado, si bien la regla general que expresa los hábitos, i.e. una "ley mental", se asemeja a una ley física en sus aspectos no conservativos —como es el caso de la noción de viscosidad, que se manifiesta debido a uniformidades estadísticas en el marco de trillones de moléculas—, no comparten con ellas su determinismo. Concretamente porque ello los llevaría instantáneamente a "cristalizar el pensamiento" y así eliminar la posibilidad de formar nuevos hábitos [CP 6.23].

Pero la cristalización o fosilización no es siempre considerada negativa para Peirce. En efecto, en el origen "infinitamente remoto" de la humanidad debió reinar cierto caos, con elementos sobreviviendo por puro azar que fue corrigiéndose en la medida que el universo evolucionara: es allí donde este proceso evolutivo ha de haber estado acompañado de regularidades, entre las cuales "la tendencia al hábito hubo de haberse iniciado", todo ello orientado hacia un mundo que se convertiría, en un futuro infinitamente distante, en "un sistema simétrico, racional y absolutamente perfecto", en el cual la mente conseguiría "al fin cristalizarse" [CP 6.32].

Entre caos y orden, Peirce termina por asentar la habituación como el factor aglutinante entre ambos:

En todo caso, está claro que nada salvo un principio de hábito, en sí mismo debido al desarrollo por hábito de una tendencia infinitesimal azarosa hacia la adquisición de hábitos, es el único puente que puede abarcar el abismo entre la combinación azarosa y el cosmos de orden y leyes [CP 6.262].

La razón humana, según Peirce, más que nada en el mundo, está sujeta a errores, lo cual constituye una tendencia, que, "puesta en el microscopio de la reflexión, consiste en variaciones fortuitas de nuestras acciones en el tiempo". Pero curiosamente, según este pensador, nuestro intelecto se nutre y crece, mostrando que la formación de hábitos está estrictamente emparentada con dichas variaciones azarosas, y que el intelecto así enriquecido, "consiste en una plasticidad del hábito" [CP 6.87].

Notemos entonces que la idea de plasticidad opera aquí asociada a la noción de intelecto en crecimiento, logrado este plus a partir de hábitos, en la medida que su adquisición se vea agilizada. Por ello, Peirce concluirá en [CP 6.20] que "la capacidad intelectual no es nada más que facilidad en adquirir hábitos".

Más aún, jugando Peirce con la idea de una mente pura, un espíritu incorpóreo, con existencia más allá del tiempo, dado que todo lo que está destinada a pensar ya lo tiene asimilado en sí, afirma que, dicha mente pura, como creativa del pensamiento, debe tener rasgos relacionados con la capacidad de adquirir hábitos [CP 6.490].

5. Posicionamiento Actual

Nos preguntábamos antes de qué manera los hábitos están relacionados con los procesos creativos. Y Peirce ya plantea un camino posible que tenderá hacia el ámbito donde se plantea la cuestión hoy: a través de los actuales desarrollos neurocognitivos.

Hoy avanzamos un tanto en este respecto gracias al desarrollo de la noción de plasticidad neuronal que se iniciara de modo experimental en laboratorios de la mano de Per Andersen, quien trabajara en 1973 en la rama de la neurobiología aplicada a vertebrados.

Cuando se habla hoy de plasticidad neuronal, el fenómeno se entiende de dos maneras distintas: por un lado expresa el modo cómo ciertos circuitos cerebrales son modelados por el medio ambiente. Por el otro, plantea una independencia de los procesos de plasticidad con respecto a estímulos exteriores.

La plasticidad entonces está relacionada con los procesos de génesis y desarrollo de conexiones neuronales que no poseen determinación genética directa, e interesa aquellos que ocurren como consecuencia del aprendizaje.

Roger Bartra sostiene que las investigaciones presentan la probable existencia de una hormona, el cortisol, como la responsable de la plasticidad cerebral.

Aunque todavía no hay unicidad en el tipo de respuestas sobre los mecanismos de plasticidad, podemos entender que ya no valen los análisis introspectivos aislados del mundo experimental, así como tampoco un análisis empírico que rescate sólo el universo comportamental. Y menos aún es posible delinear qué ingredientes internos y externos intervienen en la descripción de los procesos creativos ligados a la habituación, entendiendo que la creatividad no se limita sólo a la agilidad dada por cambios neuronales.

Pero algo parece cierto en torno al conocimiento y los mecanismos cerebrales y emocionales involucrados en ello, que como bien lo señala Kandel en torno a estudios originados por etólogos: "el aprendizaje se conserva a lo largo de la evolución porque es fundamental para la supervivencia. Todos los animales tienen que aprender a distinguir las presas de los predadores, el alimento nutritivo del tóxico, los lugares aptos y seguros para descansar, de los que están atestados y son peligrosos".

6. Conclusión

Algunos de nuestros hábitos son nucleares en nosotros. Tenemos la idea que ellos permanecerán en nosotros por siempre; y precisamente por esta valoración consciente o inconsciente de ellos, puede que no cambien a lo largo de toda nuestra vida.

Otros hábitos, no obstante, sí "sufrirán" cambios, y en la medida que esto ocurra, se verán afectados otros elementos que nos constituyen, como por ejemplo nuestras habilidades y destrezas, nuestras conductas, el modo cómo nos percibimos y su efecto en los demás, nuestras motivaciones así como también nuestras valoraciones. Pero por sobre todas las cosas, cambiará nuestra capacidad cognitiva.

Y es aquí donde mayormente el hábito se vuelve plástico, y por ende creativo. La creatividad pensada entonces desde la perspectiva de la habituación, termina describiendo, ya sea internamente a través de la plasticidad neuronal, como externamente mediante la práctica de la plasticidad de hábitos (el hábito de deshabituarse), dos caras de la misma moneda.




Notas

1. Las cursivas son mías.


Referencias bibliográficas




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Fecha del documento: 10 de diciembre 2008
Ultima actualización: 10 de diciembre 2008

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