LA PRIMERA REGLA DE LA LÓGICA


Charles S. Peirce (1898)


Traducción castellana de Carmen Ruiz (2002)


MSS 422, 825. [Publicada en CP 5.574-89 y 7.135-40 (en parte), en RLT 165-80 y en EP 2, 42-56, de donde se tomó el texto inglés para esta traducción. Dictada el 21 de febrero de 1898, ésta es la cuarta de las Conferencias de Cambridge. William James, que la había leído un mes antes, le dijo a Peirce que era "un modelo de lo que debería ser una conferencia popular" y le suplicó "de rodillas que pronunciara ésta en primer lugar", pero en vez de eso Peirce reescribió la primera conferencia y mantuvo ésta, muy revisada, como la cuarta]. Peirce examina el papel de la observación en la deducción, la inducción y la retroducción, y compara los tres tipos de razonamiento con respecto a sus propiedades auto-correctoras y su utilidad para sostener la creencia. Propone la regla de que "para aprender se debe desear aprender", y contrasta, aunque sólo sea implícitamente, su "Deseo de Aprender" con el "Deseo de Creer" que había sido explicado por William James el año anterior. Peirce afirma que las universidades americanas han sido "tristemente insignificantes" porque han sido instituciones para la enseñanza, no para aprender. En esta conferencia, Peirce retorna a la distinción entre asuntos de vital importancia, que James alabó, y asuntos de importancia para la ciencia.




Ciertos métodos del cálculo matemático se corrigen por sí mismos; de tal modo que si se ha cometido un error, sólo es necesario continuar correctamente y finalmente se corregirá. Por ejemplo, quiero extraer la raíz cúbica de 2. La respuesta correcta es 1.25992105... . La regla es como sigue:

Fórmese una columna de números, que para mayor brevedad podemos llamar los A. Los tres primeros A son tres números cualquiera tomados a voluntad. Para formar un nuevo A, sumen los dos últimos A, tripliquen la suma, añadan a esta suma el último A menos dos, y coloquen el resultado como el siguiente A. Ahora, cualquier A, cuanto más abajo en la columna mejor, dividido por el siguiente A da como resultado una fracción que aumentada en 1 es aproximadamente la raíz cúbica de 2 [véase la tabla 1].

Verán que el error cometido en el segundo cálculo, aunque parecía multiplicarse mucho, llegó a corregirse considerablemente al final.

Si toman asiento con el propósito de resolver diez ecuaciones lineales corrientes entre diez cantidades desconocidas, recibirán material para un comentario sobre la infalibilidad de los procesos matemáticos. Pues ustedes obtendrán una solución errónea casi infaliblemente. Asumo automáticamente que ustedes no son un experto calculador profesional. Él procederá de acuerdo con un método que corregirá sus errores en el caso de que cometa alguno.



Tabla 1

Computación correcta

Computación errónea

 Suma de dosTriple
1  
0  
113
4515
151957
5873219
223281843
85810813243
3301415912477
12700  
 Suma de dosTriple
1  
0  
113
4515
Error! 162060
6177231
235296888
90411393417
3478438213146
13381  
1 x 3301/12700 = 1'25992131 x 3478/13381 = 1'2599208
Error = +'0000002+Error = - '0000002+


Esto me trae a la memoria uno de los rasgos más maravillosos del razonamiento y uno de los filosofemas [philosophemes]más importantes de la doctrina de la ciencia, del que sin embargo en vano buscarán ustedes alguna mención en cualquier libro que yo pueda recordar, a saber, que el razonamiento tiende a corregirse a sí mismo, y cuanto más lo hace, más sabiamente se extiende su plan. Más aún, no sólo corrige sus conclusiones, sino que corrige incluso sus premisas. La teoría de Aristóteles consiste en que una conclusión necesaria es exactamente igual de cierta que sus premisas, mientras que una conclusión probable de alguna manera lo es menos1. De ahí que esto le llevara a su extraña distinción entre lo que es mejor conocido para la Naturaleza y lo que es mejor conocido para nosotros. Pero aun en el caso de que toda inferencia probable fuera menos cierta que sus premisas, la ciencia, que acumula inferencia tras inferencia, a menudo con bastante profundidad, pronto marcharía mal. No obstante, todo astrónomo, está familiarizado con el hecho de que el lugar catalogado de una estrella fundamental, que es el resultado de un elaborado razonamiento, es mucho más preciso que cualquiera de las observaciones a partir de las cuales fue deducido.

Que la inducción tiende a corregirse a sí misma es bastante obvio. Cuando un hombre acomete la construcción de una tabla de mortalidad sobre la base del Censo, está comprometido en una investigación inductiva. Y ¡he aquí que la primera cosa que descubre en los datos, si no lo sabía antes, es que esas estadísticas están viciadas muy seriamente por su falsedad! Los jóvenes encuentran ventajoso para ellos que se les considere más viejos de lo que son, y los viejos que se les considere más jóvenes de lo que son. El número de hombres jóvenes que tienen justo veintiún años es en total superior a aquellos que tienen veinte, aunque en otros casos las edades expresadas en números redondos son muy superiores. Ahora, la operación de inferir una ley en una sucesión de números observados es, hablando en términos generales, inductiva; y, por tanto, vemos que una investigación inductiva dirigida correctamente corrige sus propias premisas.

Nuestro ejemplo aritmético ha demostrado que lo mismo puede ser cierto con una investigación deductiva. Teóricamente, les concedo, no hay posibilidad de error en el razonamiento necesario. Pero hablar así "teóricamente" es usar el lenguaje en un sentido pickwickiano2. En la práctica y de hecho, las matemáticas no constituyen una excepción a la propensión al error que afecta a todo lo que el hombre hace. Hablando estrictamente, no es cierto que dos veces dos sea cuatro. Si en un promedio de cada mil cifras obtenidas por adición por el hombre medio puede haber un error, y si mil millones de hombres han sumado cada uno 2 más 2 diez mil veces, todavía existe alguna posibilidad de que todos hayan cometido cada vez el mismo error de adición. Si se tomaran en cuenta todas las cosas equitativamente, yo no supondría que dos veces dos es cuatro sea más cierto que el hecho de que Edmund Gurney sostuviera la existencia de fantasmas reales de los que se morían o se iban a morir3. La investigación deductiva, entonces, tiene sus errores; y también los corrige. Pero ni mucho menos es tan seguro, o al menos tan rápido, que haga esto como la ciencia inductiva. Un famoso error en la Mécanique Céleste acerca de la suma de la aceleración teórica del promedio del movimiento de la luna mantuvo engañado al mundo entero de la astronomía durante más de medio siglo4. Los errores de razonamiento del primer libro de los Elementos de Euclides, cuya lógica fue durante dos mil años sometida a la crítica más cuidadosa de lo que ninguna otra pieza de razonamiento fue o vaya a ser sometida jamás, sólo llegaron a ser conocidos después de que se desarrollara la geometría no-euclidiana. Sin embargo, la certeza del razonamiento matemático descansa en esto, que una vez se tiene la sospecha de un error, el mundo entero está con la mayor prontitud de acuerdo en ello.

En cuanto a las investigaciones retroductivas, o las ciencias explicativas, como la geología, la evolución y similares, siempre han sido y siempre deben ser teatros de controversia. Estas controversias acaban calmándose, después de un tiempo, en las mentes de los investigadores cándidos; aunque no siempre sucede que los protagonistas mismos sean capaces de asentir a la justicia de la decisión. Tampoco el veredicto general es siempre lógico o justo.

Así parece que esta maravillosa propiedad auto-correctora de la Razón, a la que Hegel dio mucha importancia, pertenece a cualquier clase de ciencia, aunque aparece como esencial, intrínseca e inevitable sólo en el tipo más alto de razonamiento, que es la inducción. Pero la lógica de relativos muestra que los otros tipos de razonamiento, deducción y retroducción, no son tan profundamente distintos de la inducción como podría pensarse. Stuart Mill, único entre los lógicos más antiguos, en su análisis del Pons Asinorum se acercó mucho al punto de vista que la lógica de relativos nos obliga a adoptar5. Concretamente, en la lógica de relativos, tratada digamos con el fin de fijar nuestras ideas, por medio de aquellos gráficos existenciales de los que tracé un ligero esbozo en la conferencia pasada, comenzamos una deducción escribiendo todas las premisas6. Aquellas premisas diferentes se introducen después en una hoja de aserción, esto es, están coligadas, como Whewell diría7, o unidas en una proposición copulativa. Acto seguido, procedemos a observar atentamente el gráfico. Es una operación tan de observación como la observación de las abejas8. Esta observación nos conduce a realizar un experimento sobre el gráfico. Concretamente, en primer lugar duplicamos porciones de él; y después borramos porciones de él, esto es, apartamos de la vista parte de la aserción con el fin de ver cuál es el resto. Observamos el resultado de este experimento, y esa es nuestra conclusión deductiva. Precisamente aquellas tres cosas son todas las que entran en el experimento de cualquier deducción, - coligación, iteración, borramiento. El resto del proceso consiste en observar el resultado. No obstante, sucede que en todas las deducciones no tienen lugar todos los tres elementos posibles del experimento. En particular, puede decirse que la iteración está ausente en el silogismo ordinario. Y esa es la razón por la que el silogismo ordinario puede ser trabajado por una máquina9. No existe sino una conclusión que pueda extraerse por medio del silogismo ordinario a partir de las premisas dadas. De ahí que caigamos en el hábito de hablar de la conclusión. Pero en la lógica de relativos hay conclusiones de órdenes diferentes, dependiendo de cuánta iteración se produzca. ¿Cuál es la conclusión deducible de los mismos simples primeros principios del número? Es ridículo hablar de la conclusión. La conclusión no es sino el agregado de todos los teoremas de la aritmética más alta que haya sido o pueda ser descubierta. Volvamos ahora a la inducción. Este modo de razonamiento también comienza con una coligación. De hecho fue precisamente la coligación la que dio a la inducción su nombre, epanagwgh con Sócrates, sunagwgh con Platón, epagwgh con Aristóteles10. Debe ser por la regla de la predesignación un experimento deliberado. En la inducción ordinaria procedemos a observar algo sobre cada caso. La inducción relativa se ilustra mediante el proceso de comprender la ley por la que se ordenan las escamas de una piña. Es necesario marcar una escama tomada como ejemplo, y contar en determinadas direcciones para volver a la escama marcada. Esta doble observación del mismo caso corresponde a la iteración en la deducción. Finalmente, borramos los casos particulares y dejamos la clase o el sistema del que se ha tomado una muestra conectado directamente con los caracteres, relativos o de cualquier otra forma, que han sido encontrados en la muestra.

Vemos, entonces, que la inducción y la deducción no son después de todo tan diferentes. Es cierto que en la inducción normalmente hacemos muchos experimentos y en la deducción sólo uno. Con todo, éste no es siempre el caso. El químico se contenta con un solo experimento para establecer un hecho cualitativo. Cierto, hace esto porque sabe que hay tal uniformidad en el comportamiento de los cuerpos químicos que otro experimento sería una mera repetición del primero en todos los aspectos. Pero es precisamente tal conocimiento de la uniformidad lo que lleva al matemático al contentarse sólo con un experimento. El estudiante inexperto de matemáticas realizará mentalmente un número de experimentos geométricos que el veterano consideraría superfluos, antes de permitirse llegar a una conclusión general. Por ejemplo, si la cuestión es, cuántos rayos pueden cortar cuatro rayos fijos en el espacio, el matemático experimentado se contentará con imaginar que dos de los de los rayos fijos se cortan y que los otros dos se cortan igualmente. Verá, entonces, que hay un rayo a través de dos intersecciones y otro a lo largo de la intersección de los planos de pares de los rayos fijos que se cortan, y sin vacilar declarará acto seguido que sólo dos rayos pueden cortar cuatro rayos fijos, a no ser que los rayos fijos están situados de tal modo que una multitud infinita de rayos los corte a todos. Pero me atrevo a decir que muchos de ustedes querrían experimentar con otras disposiciones de los cuatro rayos fijos, antes de hacer cualquier pronunciamiento con seguridad. A una amiga mía que parecía tener dificultades al sumar sus cuentas se le aconsejó una vez que sumara cada columna cinco veces y adoptara el promedio de los diferentes resultados. Es evidente que cuando recorremos hacia abajo una columna de datos al igual que hacia arriba, como una comprobación, o cuando revisamos una demostración con el fin de buscar cualquier error posible en el razonamiento, estamos actuando exactamente como cuando en una inducción aumentamos nuestra muestra con el fin de ese efecto auto-corrector de la inducción.

En cuanto a la retroducción, ella misma es un experimento. Una investigación retroductiva es una investigación experimental; y cuando consideramos la inducción y la deducción desde el punto de vista del experimento y la observación, simplemente estamos rastreando en aquellos tipos de razonamiento su afinidad con la retroducción. Por supuesto, siempre se empieza con una coligación de una variedad de hechos observados separadamente respecto al tema de la hipótesis. Es tan extraordinario, por cierto, que el ejército entero de lógicos desde Zenón hasta Whately debería haber dejado a este mineralogista la tarea de señalar la coligación como un paso generalmente esencial en el razonamiento. Pero, entonces, Whewell, fue un razonador muy admirable, que está subestimado simplemente porque permanece separado tanto de la corriente principal de la filosofía como de la de la ciencia. Merece la pena el camino hasta Rheingau, simplemente por la lección sobre el razonamiento que uno aprende al leer sobre el lugar en el que ese extraordinario trabajo ha sido puesto modestamente en la forma de Notes on German Churches11. En cuanto a la History of Inductive Sciences12, llega a estar tan cerca de lo que el Dr. Carus llama kthma eiz dei13 como pudiera estarlo algo de filosofía. La Lógica de Mill fue escrita para refutar este libro. Ciertamente yo no consideraría perdida la Lógica de Mill, falsa como es para la teoría del razonamiento inductivo; sin embargo, el contraste entre el profundo conocimiento de Whewell de los resortes de la ciencia y el estudio externo de Mill está bien mostrado por la circunstancia de que cualesquiera que sean los razonamientos que Whewell haya elogiado se han visto cada vez más confirmados por el tiempo, mientras que cada uno de los ejemplos que Mill eligió en su primera edición como muestras escogidas de inducciones exitosas han sido refutadas totalmente14. Volviendo a la retroducción, entonces, comienza con la coligación. Algo correspondiente a la iteración puede o no tener lugar. Y después viene la observación. Sin embargo, ninguna observación externa de los objetos como en la inducción, tampoco una observación realizada sobre las partes de un diagrama, como en la deducción; pero por todo eso justamente una observación. Porque, ¿qué es una observación? ¿Qué es la experiencia? Es el elemento impuesto en la historia de nuestras vidas. Es aquello de lo que estamos constreñidos a estar conscientes por una fuerza oculta que reside en un objeto que contemplamos. El acto de la observación es la entrega deliberada de nosotros mismos a la force majeure, - una primera rendición a la discreción, debido a que prevemos que, hagamos lo que hagamos, debemos ser derrotados por ese poder, al final. Ahora bien, la rendición que realizamos en la retroducción es una rendición a la insistencia de una idea. La hipótesis, como dice el francés, c'est plus fort que moi. Es irresistible; es imperativa. Debemos abrir nuestras puertas y admitirla, al menos por ahora. He estado leyendo el encantador libro de Alejandro Dumas, Impressions de voyage15. Está lleno de lapsus. Dice Pisa cuando quiere decir Florencia, Lorenzo cuando quiere decir el Viejo Cósimo, el siglo dieciocho en lugar del trece, seiscientos años en lugar de quinientos. La palabra nueva me viene y es sustituida justo como si la hubiera visto. Porque tiene sentido; y lo que veo impreso no lo tiene. Finalmente, la retroducción deja que escapen a nuestra atención características especiales envueltas en sus premisas, porque están contenidas virtualmente en la hipótesis que nos ha llevado a suponer. Pero a medida que nuestro estudio del tema de la hipótesis crece más profundamente, esa hipótesis tendrá con seguridad otro color, poco a poco recibirá modificaciones, correcciones, ampliaciones, incluso en el caso de que ninguna catástrofe le acontezca16.

De este modo sucede que la investigación de cualquier tipo, llevada a cabo completamente, tiene la potencia vital de la auto-corrección y del crecimiento. Es una propiedad que satura tan profundamente su naturaleza interior que puede decirse con verdad que no hay sino una sola cosa necesaria para conocer la verdad, y que esa es un deseo activo y de corazón de conocer lo que es verdadero. Si realmente quieren conocer la verdad, por muy sinuoso que sea el camino, tendrán la seguridad de ser conducidos por el camino de la verdad, al fin. No importa lo erróneas que sean sus ideas sobre el método al principio, se verán forzados a la larga a corregirlas, con tal de que su actividad esté movida por ese deseo sincero. Más aún, no importa si al principio sólo lo medio desean, ese deseo conquistaría a la larga a los otros, si la experiencia continuara lo suficiente. Pero cuanto más verazmente la verdad sea deseada al principio, más corto será el camino a lo largo de los siglos.

Con el fin de demostrar que es así, es necesario observar lo que está incluido esencialmente en el Deseo de Aprender. La primera cosa que supone el Deseo de Aprender es la insatisfacción con el actual estado de opinión de uno. Allí descansa el secreto de por qué las universidades americanas son tan tristemente insignificantes. ¿Qué han hecho por el avance de la civilización? ¿Cuál es la gran idea o dónde está [el] único gran hombre del que se pueda decir que es producto de una universidad americana? Las universidades inglesas, pudriéndose de pereza como siempre han estado, con todo, han dado a luz en el pasado a Locke y a Newton, y en nuestro tiempo a Cayley, Sylvester y Clifford17. Las universidades alemanas han sido la luz del mundo entero. La universidad medieval de Bolonia proporcionó a Europa su sistema legal. La Universidad de París y ese despreciado escolasticismo tomó a Abelardo y lo convirtió en Descartes. La razón se hallaba en que eran instituciones de aprendizaje mientras que las nuestras son instituciones para la enseñanza. Para que el corazón entero de un hombre se centre en el enseñar debe estar completamente imbuido de la importancia vital de aquello que tiene que enseñar; mientras que para que pueda tener algún grado de éxito en el aprendizaje debe estar penetrado por un sentido de insatisfacción ante su condición actual de conocimiento. Las dos actitudes son casi irreconciliables. Pero precisamente al igual que no es el hombre farisaico quien lleva a las multitudes el sentido de pecado, sino el hombre que es más profundamente consciente de que él mismo es un pecador, y es sólo por un sentido de pecado que los hombres pueden escapar a su esclavitud; de este modo, no es el hombre que piensa que lo sabe todo el que puede llevar a otros hombres a sentir la necesidad de aprender, y es únicamente un profundo sentido de que uno es miserablemente ignorante lo que puede espolear a uno en el arduo camino del aprendizaje. Eso es por lo que, según mi muy humilde percepción, no puede sino parecer que aquellos admirables métodos pedagógicos por los que se distingue el profesor americano no tienen más consecuencia que el corte de su abrigo, que seguro que ellos son nada comparados con esa fiebre por aprender que debe consumir el alma de un hombre que va a infectar a otros con la misma enfermedad aparente. Permítanme decir que del estado actual de Harvard del que no sé nada excepto que los dirigentes del departamento de filosofía son auténticos estudiosos, particularmente marcados por un ansia de aprender y por la libertad frente al dogmatismo. Y en cada época, sólo puede ser la filosofía de esa época, tal y como sea, la que puede estimular a las ciencias especiales a cualquier trabajo que lleve realmente adelante a la mente humana hacia cierta verdad nueva y valiosa. Porque la verdad valiosa no es la separada, sino una que se dirige a la ampliación del sistema de lo que ya se conoce.

El método inductivo brota directamente de la insatisfacción ante el conocimiento existente. La gran regla de la predesignación que debe guiarlo es tanto como decir que para que una inducción sea válida debe ser provocada por una duda definida o al menos una interrogación; y lo que es tal interrogación no es sino en primer lugar, una sensación de que no sabemos algo, segundo, un deseo de saberlo y, tercero, un esfuerzo, -que implique una buena disposición para trabajar-, por ver cómo la verdad puede ser realmente. Si esa interrogación les inspira, seguro que examinarán los casos; mientras que si no lo hace, pasarán por ellos sin prestarles atención18.

Sobre esta primera, y en cierto modo única, regla de la razón, de que para aprender deben desear aprender y en ese desear no estar satisfechos con lo que ya se inclinan a pensar, se sigue un corolario que en sí mismo merece ser inscrito sobre cada muro de la ciudad de la filosofía,

No bloqueen el camino de la investigación.

Aunque es mejor ser metódicos en nuestras investigaciones, y tener en cuenta la Economía de la Investigación19, aun así, no hay ningún pecado positivo contra la lógica en probar cualquier teoría que pueda llegar a nuestras cabezas, con tal de que se adopte en un sentido tal que permita a la investigación continuar sin impedimentos y sin desanimarse. Por otro lado, establecer una filosofía que cierre con barricadas la carretera de un avance posterior hacia la verdad es la única ofensa imperdonable en el razonamiento, así como también es la única a la que los metafísicos de todas las épocas se han mostrado adictos.

Permítanme llamar su atención sobre cuatro formas familiares en las que este error venenoso ataca nuestro conocimiento:

La primera es la forma de la afirmación absoluta. Que no podemos estar seguros de nada en ciencia es una antigua verdad. La Academia lo enseñó20. Sin embargo, la ciencia ha estado infectada con la afirmación demasiado confiada, especialmente por parte de hombres de tercera y cuarta clase, que han estado más preocupados por enseñar que por aprender, en todas las épocas. Sin duda algunas de las geometrías enseñan todavía como una verdad evidente la proposición de que si dos líneas rectas se encuentran en un plano con una tercera línea recta de tal modo que la suma de los ángulos internos de un lado es menor que dos ángulos rectos, aquellas dos líneas se encontrarán en ese lado si se alargan lo suficiente. Euclides, [cuya] lógica fue más cuidadosa, consideró esta proposición sólo como un postulado, o hipótesis arbitraria. A pesar de todo, incluso coloca entre sus axiomas la proposición de que una parte es menor que el todo, y en consecuencia incurre en varios conflictos con nuestra geometría más moderna. Pero por qué necesitamos dejar de considerar casos donde se requiere cierta agudeza de pensamiento para ver que la afirmación no está garantizada, cuando todos los libros a los que apela la filosofía para la conducta de la vida se formulan como proposiciones de certeza positiva que es tan fácil de dudar como de creer.

El segundo obstáculo que los filósofos a menudo ponen atravesado la carretera de la investigación reside en mantener que esto, eso y aquello nunca pueden ser conocidos. Cuando Augusto Comte fue presionado para especificar cualquier contenido del hecho positivo cuyo conocimiento no pudiera ningún hombre posiblemente obtener, puso como ejemplo el conocimiento de la composición química de las estrellas fijas; y ustedes pueden ver que su respuesta fundó la Filosofía positiva21. Pero la tinta apenas estaba seca en la página impresa antes de que se descubriera el espectroscopio y que lo que él había juzgado absolutamente incognoscible estuviera también en camino de conseguir ser averiguado. Resulta bastante fácil mencionar una pregunta cuya respuesta hoy no sea conocida para mí. Pero asegurar que esa respuesta no será conocida mañana es un tanto arriesgado; pues a menudo es precisamente la verdad menos esperada la que aparece bajo el arado de la investigación. Y cuando se llega a la afirmación positiva de que la verdad nunca será encontrada, eso, a la luz de la historia de nuestro tiempo, me parece más peligroso que la aventura de Andrée22.

La tercera estratagema filosófica para cortar la investigación consiste en mantener que este, ese o aquel elemento de la ciencia es básico, fundamental, independiente de algo más, y completamente inexplicable, -no tanto por algún defecto en nuestro conocimiento como porque no hay nada debajo por conocer. El único tipo de razonamiento por el que posiblemente podría alcanzarse una conclusión semejante es la retroducción. Ahora bien, nada justifica una inferencia retroductiva salvo que permite una explicación de los hechos. No obstante, en absoluto es una explicación de un hecho declararlo inexplicable. Por lo tanto, esa es una conclusión que jamás ningún razonamiento puede justificar o excusar.

El último obstáculo filosófico en el avance del conocimiento que pretendo mencionar es el sostener que esta o esa ley o verdad ha encontrado su formulación última y perfecta, -y sobre todo que el curso ordinario y usual de la naturaleza nunca puede ser atravesado. "Las piedras no caen del cielo", dijo Laplace, aunque hayan estado cayendo sobre terreno habitado todos los días desde los primeros tiempos. Pero no existe ninguna clase de inferencia que pueda prestar la más mínima probabilidad a una negación absoluta semejante de un fenómeno inusual.

Repito que no sé nada del Harvard de hoy, pero una de las cosas que espero aprender durante mi estancia en Cambridge es la respuesta a esta cuestión: si la Commonwealth de Massachusetts ha fundado esta universidad con el propósito de que jóvenes tales como los que pueden venir aquí puedan recibir una excelente educación y puedan por tanto saber ganar unos ingresos cuantiosos, y tener un pato [canvasback]** y una botella de Clos de Vougeot para la cena, -si es esto lo que se propone-, o si es, que, sabiendo que América entera cuenta en gran medida con los hijos de Massachusetts para las soluciones de los problemas más urgentes de cada generación, confía en que en este lugar pueda estudiarse algo que sirva para las soluciones de aquellos problemas. En resumen, espero averiguar si Harvard es un establecimiento educativo o si es una institución para el aprendizaje de lo que todavía no se conoce completamente, si está para el beneficio individual de los estudiantes o si está para el bien del país y para elevar más rápidamente al hombre hacia ese animal racional del [que] es una forma embrionaria.

Hay una cosa de la que estoy seguro que una educación de Harvard no puede dejar de hacer, ya que hizo eso incluso en mi época y con un estudiante muy despreocupado, quiero decir que no puede fracasar en desengañar al estudiante de la noción popular de que la ciencia moderna es una cosa tan grande como para estar en proporción con la Naturaleza y para de hecho constituirse ella misma en cierta explicación del universo, y para mostrarle que es aún, lo que a Isaac Newton23 le pareció que era, una colección infantil de guijarros recogidos en una playa, -el vasto océano del Ser yace allí insondable.

No solamente es que en todos nuestros avances a tientas choquemos contra problemas que no podemos imaginar cómo atacar: [de] por qué el espacio debería tener sólo tres dimensiones, si realmente tiene sólo tres; [de] por qué los números de Listing24 que definen su forma deberían ser todos iguales a uno, si de verdad lo son, o por qué algunos de ellos deberían ser cero, como el mismo Listing y muchos geómetras piensan, si eso fuera la verdad; de por qué las fuerzas deberían determinar el segundo derivado del espacio en lugar del tercero o el cuarto; de por qué la materia debería constar de aproximadamente setenta clases distintas, y todas las de cada clase en apariencia exactamente iguales, y estas clases diferentes que tienen masas casi en progresión aritmética y con todo no exactamente así; de por qué los átomos deberían atraerse unos a otros a una distancia de modos particulares, si realmente lo hacen, o si no qué produjo semejantes vórtices, y qué proporcionó a los vórtices tales leyes particulares de atracción; de cómo o por medio de qué clase de influencia la materia llegó a tamizarse, de tal modo que las diferentes clases se encuentran en agregaciones considerables; de por qué ciertos movimientos de los átomos de ciertas clases de protoplasma van acompañados de sensación, y así sucesivamente toda la lista. Estas cosas nos muestran en realidad lo superficial que es aún nuestra ciencia; pero su pequeñez se hace todavía más manifiesta cuando consideramos dentro de qué estrecho rango se han extendido nuestras investigaciones hasta ahora. Los instintos conectados con la necesidad de nutrición han provisto a todos los animales de cierto conocimiento virtual del espacio y de la fuerza y les han hecho físicos aplicados. Los instintos conectados con la reproducción sexual han provisto a todos los animales en absoluto como nosotros con cierta comprensión virtual de las mentes de otros animales de su clase, de tal manera que son psicólogos aplicados. Ahora bien, no sólo nuestra ciencia lograda, sino también incluso nuestras preguntas científicas, ha estado bastante limitada exclusivamente al desarrollo de aquellas dos ramas del conocimiento natural. Puede haber, que nosotros sepamos, un millar de otros tipos de relación que tengan tanto que ver con conectar fenómenos y llevarlos de uno a otro, como las relaciones dinámicas y sociales. La astrología, la magia, los fantasmas, las profecías sirven como sugerencias de lo que tales relaciones podrían ser.

No sólo está nuestro conocimiento limitado en su alcance de este modo, sino que es incluso más importante que nosotros deberíamos darnos cuenta plenamente de que lo absolutamente mejor de lo que, humanamente hablando, conocemos, [lo conocemos] sólo de una manera incierta e inexacta25. A favor de la matemática pura debemos, en realidad, hacer una excepción. Es cierto que incluso ella no alcanza la certeza con exactitud matemática. Pero entonces tomen los teoremas de la matemática pura como lo haría el Capitán Cuttle26, en una dirección y en otra [by and large], sin duda son verdaderos con toda exactitud y certeza, para todos los propósitos excepto para el de la teoría lógica. La matemática pura, sin embargo, no es una ciencia de las cosas existentes. Es una mera ciencia de hipótesis. Es coherente consigo misma; y si no hay nada más a lo que pretenda ajustarse, cumple su promesa y su propósito a la perfección. Ciertamente, no encontrarán en ningún libro moderno de matemática pura ninguna declaración más allá de eso. Pero los matemáticos no tienen el hábito de establecer afirmaciones que no están preparados para probar; y podría muy bien ser que ellos generalmente abriguen una idea algo diferente de su ciencia. Todos los grandes matemáticos a quienes resulta que conozco muy bien eran platónicos, y tengo pocas dudas de que si se realizara una encuesta entre los colaboradores de las revistas matemáticas más importantes, se encontraría que había entre ellos una mayor proporción de platónicos que entre cualquier otra clase de científicos. Creo que la gran mayoría de ellos consideraría la formación de concepciones tales como la de la cantidad imaginaria y la de las superficies de Riemann como logros matemáticos, y eso, considerando esas hipótesis no como meros instrumentos para investigar la cantidad real, sino en sí mismas. Las clasificarían como de un valor más alto que cualquier cosa de las Noches de Arabia, por ejemplo. Sin embargo, ¿por qué deberían hacerlo, si esas hipótesis son puras ficciones? Existe ciertamente algo a lo que las concepciones matemáticas modernas luchan por ajustarse, aunque eso no sea más que un ideal artístico. Y la verdadera pregunta es si realizan su esfuerzo con un éxito mayor que otras obras humanas. Si fuera sólo la belleza a lo que se aspira, entonces las hipótesis matemáticas deberían clasificarse como algo similar pero inferior a las decoraciones de la Alhambra, -como hermosas pero sin alma. Si, por otro lado, son ensayos de la representación del mundo platónico, entonces sólo podemos decir que son tan sumamente débiles y fragmentarias que apenas nos capacitan para entender su significado y en absoluto para encontrar sitio para alguna aplicación de la concepción de exactitud.

Todo eso sobre la certeza de la ciencia deductiva. En cuanto a la inducción es, a simple vista, meramente probable y aproximada, y sólo cuando está confinada a colecciones finitas y enumerables [denumeral], alcanza incluso ese grado de perfección. Sólo infiere el valor de una proporción y, por tanto, cuando se aplica a cualquier clase natural que se concibe que es más que enumerables [denumeral], ninguna cantidad de evidencia inductiva puede jamás darnos el más mínimo motivo, -no, no justificaría la más ligera inclinación a creer-, que una ley inductiva fuera sin excepción. En efecto, toda mente sana admitirá lo bastante rápido que esto es así tan pronto como una ley se hace aparecer claramente como una pura inducción y nada más. Nadie soñaría con afirmar que puesto que el sol ha salido y se ha puesto todos los días hasta ahora, eso proporcionaría alguna razón en absoluto para suponer que seguiría haciéndolo toda la eternidad. Pero cuando digo que no existe la más mínima razón para pensar que ningún átomo material dejara jamás la existencia o llegara a existir, allí no consigo llevarme al hombre medio conmigo; y supongo que la razón consiste en que él concibe confusamente que hay alguna razón distinta de la inducción pura y simple para sostener que la materia es ingenerable e indestructible. Porque es obvio que si fuera una simple cuestión sobre nuestros pesos u otras experiencias, todo lo que aparece no es más que un átomo entre un millón o diez millones que llega a ser aniquilado antes de que la deficiencia de masa sea bastante cierta como para ser equilibrada por otro átomo que se está creando. Ahora bien, cuando estamos hablando de átomos, un millón o diez millones es una cantidad excesivamente diminuta. Así que hasta donde concierne la evidencia puramente inductiva estamos muy lejos de estar autorizados a pensar que la materia es absolutamente permanente. Si ustedes plantean la cuestión a un físico, su respuesta probablemente sería, como ciertamente debería ser, que los físicos sólo tratan con fenómenos tales que puedan observar directa o indirectamente, o que puedan con probabilidad llegar a ser capaces de ser observados hasta que exista alguna gran revolución en la ciencia, y a eso él probablemente añadiría que cualquier limitación sobre la permanencia de la materia sería una hipótesis puramente gratuita sin nada en absoluto que la sostenga. Ahora, esta última parte de la respuesta del físico es, con respecto al orden de las consideraciones que tiene en mente, de excelente buen sentido. Pero desde un punto de vista absoluto, creo que no toma algo en consideración. ¿Creen ustedes que la fortuna de los Rothchild durará siempre? Ciertamente no; porque aunque puedan estar lo bastante a salvo hasta donde van las causas ordinarias que hunden las fortunas, con todo existe siempre la posibilidad de alguna revolución o catástrofe que pueda destruir toda propiedad. Y no importa lo pequeña que pueda ser esa posibilidad hasta donde alcanza esta década o esta generación, es sin embargo bastante seguro que en décadas y generaciones ilimitadas el lanzador se desviará, por fin. No existe ningún peligro, por muy ligero que sea, que en una multitud indefinida de ocasiones [no] llegue tan cerca de la certeza absoluta como puede llegar la probabilidad. La existencia de la raza humana, por más buenos que seamos podemos estar seguros, llegará a un final por fin. Por no hablar de la operación gradual de las causas que conocemos, la acción de las mareas, la resistencia al medio, la disipación de la energía, existe todo el tiempo un cierto peligro de que un meteoro o una estrella errante puedan chocar con la tierra con tanta fuerza como para destruirla, o por algún gas venenoso. Que una hipótesis puramente gratuita resultara cierta es, de hecho, algo tan excesivamente improbable que no podemos equivocarnos apreciablemente al denominarla cero. Aun así, la posibilidad de que de una multitud infinita de hipótesis gratuitas, una proporción infinitesimal, que puede ser ella misma una multitud infinita, resultara ser cierta, es cero multiplicado por infinito, lo cual es absolutamente indeterminado. Eso es decir que nosotros simplemente no conocemos nada en absoluto sobre ello. Ahora, que un solo átomo podría ser aniquilado es una hipótesis gratuita. Pero hay, podemos suponer, una multitud infinita de átomos y una hipótesis similar puede hacerse de cada uno. Y por tanto volvemos a mi afirmación del principio de que si algún número finito o incluso un número infinito de átomos es aniquilado por año, eso es algo acerca de lo cual estamos simplemente en un estado de completa ignorancia, a no ser que descubramos cierto método de razonamiento totalmente superior a la inducción. Si, en consecuencia, debiésemos detectar cualquier fenómeno general de la naturaleza que pudiera explicarse muy bien, no por medio de la suposición de cualquier violación definida de las leyes de la naturaleza, porque eso no sería una explicación en absoluto, sino, suponiendo que una continua violación de todas las leyes de la naturaleza, cada día y cada segundo, fuera en sí misma una de las leyes o hábitos de la naturaleza, no habría ningún poder en la inducción para ofrecer la más mínima objeción lógica a esa teoría. Pero mientras no [tengamos] noticia de tales fenómenos generales que tiendan a mostrar semejante inexactitud constante según la ley, debemos entonces permanecer absolutamente sin ninguna opinión racional sobre el asunto a favor o en contra.

Existen varias maneras en las que el engreimiento y la presunción natural del hombre luchan por escapar a semejante confesión de total ignorancia. Pero parecen ser todas bastante vanas. Una de las más comunes y al mismo tiempo la más tonta es el argumento de [que] Dios por esta o aquella excelente razón nunca actuaría de una manera tan irregular. Pienso que todos los hombres que hablan así deben ser cortos de vista. Pues suponer que cualquier hombre que pudiera ver las nubes moviéndose y contemplar una gran extensión de paisaje y notar su maravillosa complejidad, y considerar cuán inimaginablemente pequeño era todo eso en comparación con la superficie entera del globo, por no hablar de los millones de orbes en el espacio, y no presumiera predecir qué movimiento Morphy o Steinitz podrían realizar en una cosa tan sencilla como un juego de ajedrez27, se comprometiera a decir que Dios lo haría, parecería poner en tela de juicio su cordura. Pero si en lugar de su ser un Dios, a cuya imagen somos hechos, y a quien podemos, por tanto, empezar a entender, fuera algún principio metafísico del Ser, incluso más incomprensible, cuya acción el hombre pretendiera calcular, eso parecería estar en el extremo de lo absurdo un grado más alto aún.

Pasando a la retroducción, este tipo de razonamiento no puede justificar lógicamente ninguna creencia en absoluto, si por creencia entendemos el sostener una proposición como una conclusión definitiva. Debe señalarse aquí que la palabra hipótesis se extiende a menudo a casos en los que no tiene una aplicación adecuada28. Las personas hablan de una hipótesis donde existe una vera causa. Pero en tales casos la inferencia no es hipotética sino inductiva. Una vera causa es un estado de cosas conocidas para ser presentadas y conocidas parcialmente al menos para explicar los fenómenos, pero no conocidas para explicarlos con precisión cuantitativa. Así pues, cuando al ver cuerpos normales rondándonos acelerados hacia el centro de la tierra y al ver también la luna, que se parece a la piedra tanto en su apariencia blanquecina como volcánica, asimismo acelerada hacia la tierra, y cuando al descubrir que estas dos aceleraciones están en proporciones inversas duplicadas de sus distancias a ese centro, concluimos que su naturaleza, cualquiera que sea, es la misma, estamos infiriendo una analogía, que es un tipo de inferencia que tiene toda la fuerza de una inducción y más, además. Por motivos de simplicidad, no he dicho nada sobre ello en estas conferencias; pero me veo obligado a hacer aquí ese comentario. Más aún, cuando consideramos que todo lo que inferimos sobre la gravitación de la Luna es una continuidad entre los fenómenos terrestres y los lunares, una continuidad que se encuentra por toda la física, y cuando a eso añadimos las analogías de las atracciones eléctrica y magnética, de las que ambas varían inversamente como el cuadrado de la distancia, obviamente reconocemos aquí uno de los argumentos más fuertes de los que la ciencia puede ofrecer algún ejemplo. Newton estaba completamente en lo cierto cuando dijo, Hypotheses non fingo29. Son aquellos que han criticado este sentencia cuya lógica no está bien. Están atribuyendo una oscura significación psicológica a fuerza, o vis insita, que en física sólo connota una regularidad entre aceleraciones. De modo que las inferencias relacionadas con las verae causae son inducciones no retroducciones, y por supuesto tienen sólo tal incertidumbre e inexactitud como las que pertenecen a la inducción.

Cuando digo que una inferencia retroductiva no es materia de creencia en absoluto, encuentro la dificultad de que existen ciertas inferencias que científicamente consideradas son sin duda hipótesis y que sin embargo en la práctica son totalmente ciertas. Tal es por ejemplo la inferencia de que Napoleón Bonaparte de verdad vivió alrededor de principios de este siglo, una hipótesis que adoptamos con el propósito de explicar el testimonio concordante de un centenar de memorias, testimonios públicos de la historia, la tradición y los innumerables monumentos y reliquias. Con seguridad sería una locura manifiesta albergar alguna duda sobre la existencia de Napoleón. Un ejemplo todavía mejor es aquel de las traducciones de las inscripciones cuneiformes que empezaron con meras conjeturas, en las que sus autores no podían haber tenido ninguna confianza auténtica. Pero apilando nuevas conjeturas sobre conjeturas anteriores aparentemente verificadas, esta ciencia ha continuado produciendo ante nuestros propios ojos un resultado tan estrechamente relacionado, por el acuerdo de las lecturas entre sí, con otra historia y con datos conocidos de la lingüística, que no estamos dispuestos por más tiempo a aplicarle la palabra teoría. Ustedes me preguntarán cómo puedo reconciliar hechos tales como éstos con mi sentencia de que la hipótesis no es materia de creencia. Con el fin de contestar a esta pregunta, debo examinar en primer lugar tales inferencias en su aspecto científico y después en su aspecto práctico. El único fin de la ciencia, como tal, es aprender la lección que el universo tiene que enseñarle. En la inducción se rinde simplemente a la fuerza de los hechos. Pero descubre, inmediatamente, -estoy invirtiendo parcialmente el orden histórico, con el fin de exponer el proceso en su orden lógico-, descubre, digo, que esto no es suficiente. Es llevada por la desesperación a apelar a su afinidad interior con la naturaleza, su instinto de ayuda, precisamente como encontramos a Galileo en los albores de la ciencia moderna haciendo su llamada a il lume naturale. Pero en la medida en que [la ciencia] hace esto, el sólido terreno del hecho le falla. Siente desde ese momento que su posición es sólo provisional. Debe entonces encontrar confirmaciones o, si no, cambiar su asidero. Incluso si realmente encuentra confirmaciones, son sólo parciales. Todavía no se mantiene firme sobre la base del hecho. Está caminando sobre un pantano, y sólo puede decir, este terreno parece aguantar de momento. Aquí me quedaré hasta que empiece a hundirse30. Es más, en todo su progreso, la ciencia vagamente siente que está sólo aprendiendo una lección. El valor de los hechos para ella, descansa sólo en esto, en que pertenecen a la Naturaleza; y la Naturaleza es algo grande, y hermoso, y sagrado, y eterno, y real, -el objeto de su adoración y su aspiración. En esto se requiere una actitud completamente diferente hacia los hechos que la que requiere la Práctica. Para la Práctica, los hechos son las fuerzas arbitrarias con las que tiene que contar y luchar. La Ciencia, si tiene que entenderse a sí misma, considera los hechos simplemente como el vehículo de la verdad eterna, mientras que para la Práctica siguen siendo los obstáculos a los que tiene que dar la vuelta, el enemigo del que está decidida a sacar lo mejor. La Ciencia, sintiendo que hay un elemento arbitrario en sus teorías, aún continua sus estudios segura de que así llegará a estar más y más purificada de la escoria de la subjetividad; pero la Práctica requiere algo sobre lo que actuar, y no es ningún consuelo para ella el que esté en el camino de la verdad objetiva, -debe tener la verdad exacta, o cuando no puede alcanzar la certeza debe al menos tener elevada probabilidad, esto es, debe saber que aunque unas pocas de sus empresas pueden fracasar, la mayoría de ellas tendrá éxito. Por lo tanto, la hipótesis que responde al propósito de la teoría puede que sea perfectamente de ningún valor para el Arte. Al cabo de un tiempo, a medida que la Ciencia progresa, llega a estar sobre un terreno más sólido. Tiene ahora derecho a reflexionar, este terreno ha permanecido mucho tiempo sin mostrar signos de que cede. Puedo esperar que continuará manteniéndose por un gran periodo de tiempo muy largo. Esta reflexión, sin embargo, se aparta bastante del propósito de la Ciencia. No modifica su procedimiento lo más mínimo. Es extra-científica. Para la Práctica, sin embargo, es vitalmente importante alterar bastante la situación. A medida que la Práctica la aprehende, la conclusión ya no descansa más en la mera retroducción, está respaldada inductivamente. Pues una larga muestra ha sido ahora sacada de la colección entera de ocasiones en las que la teoría entra en comparación con el hecho, y se ha encontrado que una proporción abrumadora, de hecho todos los casos que se han presentado, confirman la teoría. Y por tanto, dice la Práctica, puedo presumir sin ningún problema que así será con la gran mayoría de casos en los que vaya sobre la teoría, especialmente en la medida en que ellos se parezcan mucho a aquellos que han sido bien probados. En otras palabras, existe ahora una razón para creer en la teoría, pues la creencia es la buena disposición a arriesgar mucho en una proposición. Pero esta creencia no concierne a la ciencia que no apuesta nada en una empresa temporal, sino que está a la búsqueda de las verdades eternas, no de apariencias de verdad, y considera esta búsqueda, no como el trabajo de la vida de un hombre, sino como el de generación tras generación, indefinidamente. De este modo, aquellas inferencias retroductivas que adquieren a la larga semejantes grados elevados de certeza, en la medida en que son tan probables no son retroducciones puras y no pertenecen a la ciencia, como tales, mientras que en la medida que son científicas y son retroducciones puras no tienen verdadera probabilidad y no son materias de creencia. En ciencia las llamamos verdades establecidas, es decir, son proposiciones en las que la economía del esfuerzo prescribe que se mantengan la investigación posterior cesará31.

Un eminente profesor religioso, el Dr. Carus, parece pensar que no considero con el horror suficiente la doctrina de que la concepción de la verdad es ambigua. Pues en un artículo en el que él muestra otras de mis diversas faltas morales para reprobación pública32, corona la cima diciendo que yo admiro a Duns Scoto, que era un hombre que sostuvo que una proposición podría ser falsa en filosofía aunque verdadera en religión, y nombra los volúmenes y las páginas de dos pasajes de las obras de Duns Scoto, que el lector infiere enunciarían esa posición. Una de las páginas está sustancialmente vacía y la otra no contiene nada que pueda confirmar remotamente el asunto. Duns Scoto pudo posiblemente haber dicho algo de esa clase; pero si lo hizo, no puedo imaginar dónde puede esconderse. No obstante, sí sé esto, que esa doctrina fue el principio distintivo de los seguidores de Averroes. Ahora bien, no conozco sino un único lugar de todo lo que he leído de Duns en el que habla mal de un oponente, y ese es uno donde se refiere a Averroes como "Iste damnatus Averroes"33. Esto difícilmente parece como si él le hubiera seguido en su proposición principal. Pero ya tenga la palabra verdad dos significados o no, yo ciertamente sí pienso que el sostener la verdad es de dos tipos; uno es ese sostenimiento práctico de la verdad que sólo tiene derecho al nombre de Creencia, mientras que el otro es esa aceptación de una proposición que en la intención de la ciencia pura permanece siempre provisional. Adherirse a una proposición de una manera absolutamente definitiva, suponiendo que con esto se quiere decir solamente que el creyente ha unido personalmente su destino a ella, es algo que en asuntos prácticos, digamos por ejemplo en asuntos de bondad o maldad, nosotros a veces no podemos y no debemos evitar; pero hacer eso en ciencia equivale simplemente a no desear aprender. Ahora bien, aquél que no desea aprender se aísla de la ciencia por completo.



Traducción de Carmen Ruiz (2002)



Notas

1. No se ha encontrado una referencia exacta, pero pueden encontrarse algunas afirmaciones de Aristóteles que se aproximan a esta idea en los Analíticos primeros, libro 1, capítulos 12-14, libro 2, capítulo 27, y en los Analíticos segundos, libro 1, capítulos 13, 10, 13-14, 24 y 33.

2. Por la expresión "en un sentido pickwickiano" Peirce generalmente entiende "en un sentido que no tiene consecuencias" (CP. 8.277). La frase tiene su origen en el libro de Dickens The Pickwick Papers.

3. Peirce reseñó el libro Phantasms of the Living de Edmund Gurney, Frederic William Henry Myers y Frank Podmore (London: Society for Psychical Research, 1886) en el Proceedings of the American Society for Psychical Research 1 (diciembre de 1887): 150-56.

4. Véase J. L. Adams, "On the Secular Variation of the Moon's Mean Motion", Philosophical Transactions of the Royal Society of London, 143 (1853): 397-406.

5. El pons asinorum (el puente de los asnos) es la quinta proposición del primer libro de Euclides, llamado así por su figura, que se asemeja a un puente, y por la dificultad que muchos experimentan para atravesarlo. John Stuart Mill, A System of Logic, Ratiocinative and Inductive (London: Longmans, Green, and Co., 1865), libro 2, cap. 4 §4, pp. 247-51. Véase el artículo de Peirce "The 'Pons Asinorum' Again" publicado en el New York Daily Tribune (6 de enero de 1891), y HP 1: 568-69.

6. Véase la tercera conferencia titulada "The Logic of Relatives" en RLT 151-56, donde Peirce proporciona un ejemplo de cómo la construcción de diagramas según las reglas de sus Gráficos Existenciales ilustra la inferencia lógica de una manera sugerida por su teoría de las categorías. Para una completa discusión de los Gráficos Existenciales véase Don. D. Roberts, The Existencial Graphs of Charles S. Peirce (The Hague and Paris: Mouton, 1973).

7. William Whewell, Novum Organum Renovatum, 3ª ed. (London: John W. Parker & Son, 1858), II, iv.

8. Este pasaje está seguido en el manuscrito por la frase suprimida: "Me satisface encontrar que este punto recibe una valiosa confirmación por parte de un pensador completamente independiente, cuyo cuidado y rigurosidad da peso a todo lo que dice, el Dr. Francis Ellingwood Abbot".

9. Véase el artículo de Peirce titulado "Logical Machines" en The American Journal of Psychology 1 (Noviembre de 1887): 165-70, reimpreso en Modern Logic 7 (1997): 71-77.

10. República, VII. 532c (epanagwgh); República, VII. 526d (sunagwgh); Analíticos primeros, libro 2, cap. 23, 68b15 (epagwgh).

11. William Whewell (1794-1866), Architectural Notes on German Churches (Cambridge: J. and J.J. Deighton, 1835).

12. William Whewell, History of the Inductive Sciences: From the Earliest to the Present Time (London: J.W. Parker, 1837).

13. Esta expresión griega (que se encuentra en Tucídides, La guerra del Peloponeso, 1-22) significa "posesión para siempre", y es usada por Carus en su Fundamental Problems (Chicago, Open Court, 1891), 22.

14. Con el fin de abreviar el tiempo de lectura, Peirce suprimió el pasaje que acababa aquí en el manuscrito, desde "Pero, entonces, Whewell" hasta "refutadas totalmente".

15. Alejandro Dumas (1802-1870), Impressions du voyage (París: Revue des deux Mondes, 1834).

16. Peirce suprimió el final de este párrafo para ahorrar tiempo, desde "he estado leyendo a Alejandro Dumas" hasta "le acontezca".

17. Peirce cita a los tres matemáticos más destacados de su época. Arthur Cayley (1821-1895) desarrolló la teoría de las invariantes algebraicas junto con James Joseph Sylvester (1814-1897), quien dio clase en la Johns Hopkins en la misma época en que Peirce enseñaba lógica. Peirce tenía en gran consideración a Sylvester, el primer editor del American Journal of Mathematics, aunque Peirce afirmó que Sylvester no alcanzó a reconocer adecuadamente la prioridad de Peirce de ciertos resultados matemáticos. William Kingdon Clifford (1845-1879), también matemático y filósofo inglés, conocido por la teoría de los bicuaterniones y por su trabajo sobre el espacio no-euclidiano y la topología; para la reseña de Peirce de la obra más conocida de Clifford, véase W 5: 254-56.

18. Este pasaje aparece en el manuscrito seguido del siguiente párrafo suprimido:

Ya que yo mismo no soy en ningún sentido un profesor, sino tan sólo uno que aprende, y a la cola de mi clase en eso, ya que el reproche que se ha hecho contra mí es precisamente que estoy todo el tiempo corrigiendo mis doctrinas, es sólo para complacerles a ustedes y de ninguna manera a mí por lo que he elegido dirigirme a ustedes sobre temas de vital importancia. Para mí ningún asunto podría ser posiblemente más ingrato. Pues no sé nada sobre asuntos de vital importancia. Todo lo que creo que sé concierne a cosas que espero poder probar que son de importancia secundaria. En cuanto a temas de vital importancia no tengo nada que inculcar salvo sentimientos. Cierto, soy un sentimental en teoría. Creo que el sentimiento es mucho más profundamente importante que la ciencia. Pero por mi formación no soy sino un científico y estoy bastante fuera de mi elemento hablando sobre cosas vitalmente importantes. Mi única excusa para intentarlo es mi deseo de conformarme a sus deseos. Pero encuentro esa lucha es un quiero y no puedo, no puedo dejar por completo fuera de mis conferencias detalles aburridos. Ya que si lo hiciera no tendría nada que decir.

Es probable que Peirce decidiera introducir, en el lugar exacto de este párrafo suprimido que se extiende entre dos páginas en el manuscrito, tres hojas adicionales escritas posteriormente (situadas en MS 825); contienen los siete párrafos que empiezan por "Sobre esta primera, y en cierto modo única, regla de la razón" y terminan con "a una negación absoluta semejante de un fenómeno inusual". Otros editores, sin embargo, han concluido de modo distinto.

19. El marcado interés de Peirce en la economía de la investigación se manifiesta en su artículo de 1879 "Nota sobre la Teoría de la economía de la investigación" (W4: 72-78).

20. Esta es la Academia fundada por Platón alrededor del 387 a. C., que duró hasta el 529 d. C.

21. Cours de philosophie positive, lección 19.

22. En 1897 Salomon August Andrée (n. 1854), un ingeniero sueco, murió en el intento de volar en globo hacia el Polo Norte desde Spitzbergen.

* Canvasback (n.) [1782]: pato salvaje norteamericano (Aythya valisineria), cuyo macho tiene una cabeza marrón rojizo, pecho negro y cuerpo blanquecino y se caracteriza especialmente por el perfil inclinado alargado de la cabeza y del pico [N. del T.].

23. Contado en el libro de Sir David Brewster Memoirs of the Life, Writings, and Discoveries of Sir Isaac Newton (Edimburgo: T. Constable and Co. , 1855), vol. 2, cap. 27.

24. El teorema de Listing, formulado en 1847, da, para una configuración geométrica, una relación entre los números de sus puntos, líneas, superficies y espacios. Aunque está considerado como un fundador de la topología (el nombre acuñado por él), la obra de Listing en este campo ha sido reemplazada en gran medida por otros planteamientos. Peirce concibió más "números Listing" generales que aplicó a una mayor variedad de configuraciones, incluyendo unas que no estaban confinadas a las tres dimensiones como estaban las de Listing. Véase el capítulo 9 del libro de Murray Murphey The Development of Peirce’s Philosophy (1961) y el comentario de Hilary Putnam en RLT 99-101 y 279n.70-271n.75.

25. El resto de este párrafo (que empieza por "A favor") y el comienzo del siguiente (hasta la frase que acaba con "y nada más ") fue tachado por Peirce en el manuscrito con el fin de ahorrar tiempo.

26. La referencia de Peirce al Capitán Edward Cuttle (un viejo marinero retirado "de buen corazón y de aspecto de sal" que aparece en el libro de Dickens Dombey and Son) alude a los orígenes náuticos de la frase, que significa "en una dirección y en otra".

27. Paul Charles Morphy (1837-1884), jugador de ajedrez americano, maestro mundial de ajedrez (1857-1859). Wilhelm Steinitz (1836-1900), nacido en Praga, naturalizado americano en 1884; campeón del mundo de ajedrez desde 1866 a 1894.

28. El comienzo de este párrafo, desde "Pasando a" hasta "aplicación adecuada", fue suprimido por Peirce para ahorrar tiempo.

29. Philosophiae naturalis principia mathematica, libro 3, scholium general. "No formulo ninguna hipótesis".

30. Hilary Putnam ha denominado a estas tres últimas frases "la primera metáfora realmente anti-fundacionalista", en The American Philosopher de Giovanna Borradori (University of Chicago Press, 1994, p. 62). Añadió, en RLT 73, que "la idea de que el conocimiento no necesita empezar con una fundación en el sentido epistemológico tradicional rara vez ha sido expresada más bellamente". La metáfora de Peirce se puede comparar con la famosa "metáfora del barco" de Otto Neurath (en su Anti-Spengler de 1921).

31. Peirce tachó en el manuscrito el último párrafo entero (aquí restablecido), ya fuera por ahorrar tiempo, o, como H. William Davenport ha sugerido, por el posible deseo de William James, que podría haber aconsejado a Peirce no criticar a Paul Carus públicamente. (James recomendó las conferencias de Peirce a Carus para que las publicase, pero Carus no hizo caso).

32. Peirce se refiere al artículo de Paul Carus titulado "The Founder of Tychism, His Methods, Philosophy, and Criticisms: In Reply to Mr. Charles S. Peirce" publicado en The Monist 3 (Julio de 1893): 571-622. El pasaje aludido se encuentra en las páginas 592-93.

33. Peirce puede estar citando a Duns Scoto incorrectamente (escribió la misma frase en la hoja intercalada 395 de su copia del Century Dictionary). En lugar de eso, las fuentes consultadas tienen "ille maledictus Averroes". Véase John Duns Scotus, Philosophical Writings, traducido al inglés por Allan Wolter (Indianapolis & Cambridge: Hackett Pub. Co., 1987), 138 (Opus oxoniense, IV, dist. XLIII, q. ii).


Fin de "La primera regla de la lógica", C. S. Peirce (1898). Traducción castellana de Carmen Ruiz (2002). "The First Rule of Logic" corresponde a CP 5.574-89.

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Fecha del documento: 6 febrero 2002
Ultima actualización: 30 de enero 2011

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