LAS ENERGÍAS DE LOS HOMBRES1


William James (1906)

Traducción castellana de Izaskun Martínez (2005)



Este ensayo, "Las energías de los hombres" ["The Energies of Men"], fue publicado por William James en enero de 1907 en la revista The Philosophical Review (16, pp. 1-20), aunque originalmente fue el discurso que pronunció James en calidad de presidente ante la Asociación Americana de Psicología en la Universidad de Columbia, el 28 de diciembre de 1906. Un año más tarde, este ensayo fue publicado de nuevo, después de omitir algunas cosas y añadir otras, bajo el título de "Los poderes del hombre" ["The Powers of Men"]. Las energías, los poderes y las posibilidades son centrales en la antropología filosófica de William James. Ambos ensayos están recogidos en sus obras completas: "The Energies of Men" (1906) en Burkhardt, F., Bowers, F. y Skrupskelis, I. (eds.), The Works of William James, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1982, IX, pp. 129-146 y "The Powers of Men" (1908), IX, pp. 147-161.




Hoy en día oímos hablar mucho de la diferencia entre psicología estructural y psicología funcional. No estoy seguro de entender la diferencia, pero probablemente tiene algo que ver con lo que en privado estoy acostumbrado a distinguir como el punto de vista analítico y el punto de vista clínico en la observación psicológica. El profesor Sanford en un "Proyecto de un curso introductorio de psicología", publicado recientemente, recomendaba en este tema "la actitud médica" como la que el profesor, antes de todo, debería tratar de inculcar al discípulo. Imagino que pocos de ustedes pueden haber leído los trabajos magistrales sobre patología mental del profesor Pierre Janet sin quedar impresionados por el poco uso que hace de la maquinaria sobre la que generalmente se basan los psicólogos, y por su apoyo sobre concepciones que no oímos, en absoluto, ni en los laboratorios ni en las publicaciones científicas. Diferenciaciones y asociaciones, la elevación y la caída de los umbrales, impulsos e inhibiciones, fatiga: estos son los términos con los que nuestra vida interior es analizada por los psicólogos que no son médicos y con los que, se quiera o no, deben ser expresadas sus anomalías desde la normalidad. En efecto, pueden ser descritas, después del hecho, en tales términos, pero siempre débilmente y todos deben sentir cuánto queda inexplicado y cuánto se deja fuera.

Cuando volvemos a las páginas de Janet encontramos otras formas de pensamiento utilizadas. Oscilaciones del nivel de energía mental, diferencias de tensión, desdoblamientos de conciencia, sentimientos de insuficiencia y de irrealidad, sustituciones, agitaciones y ansiedades, despersonalizaciones: estos son los conceptos elementales que impone a este observador clínico la completa consideración de la vida de su paciente. Tienen nada o poco que ver con las categorías habituales de laboratorio. Pidan a un psicólogo científico que prediga qué síntomas debe tener un paciente cuando su "dosis de energía mental" disminuye, y sólo podrá pronunciar la palabra fatiga. No podría predecir nunca estas consecuencias que Janet agrupa bajo el término "psicastenia", a saber, las más extravagantes obsesiones y agitaciones, las más completas distorsiones de las relaciones entre el yo y el mundo.

Yo no garantizo que los conceptos de Janet sean válidos, y tampoco digo que los dos modos de considerar la mente se contradigan el uno al otro o se excluyan recíprocamente: sólo digo que no están, por así decir, en el mismo plano. Cada uno cubre una pequeña parte de toda nuestra vida mental en la que incluso no interfiere ni entran en conflicto. Mientras que los conceptos clínicos, aunque puedan ser más vagos que los analíticos, son ciertamente más adecuados, proporcionan una imagen más concreta del modo como trabaja la mente y tienen una importancia práctica más inmediata. Así, "la actitud médica", "la psicología funcional" hoy en día es sin ninguna duda la cosa más digna de un estudio general.

Deseo dedicar esta hora a un concepto de psicología funcional, un concepto que nunca antes he mencionado u oído en los círculos de laboratorio, pero que quizá ha sido utilizado, más que ningún otro, prácticamente por el público: me refiero al concepto de la suma de energía disponible para poner en marcha las propias operaciones mentales y morales. Prácticamente cada uno reconoce en sí mismo la diferencia entre los días en los que el flujo de esta energía es alto y en los que es bajo, aunque ninguno sepa exactamente qué realidad abarca el término energía usado aquí, ni lo que sus flujos, tensiones y niveles son en sí mismos. Esta vaguedad es probablemente la razón por la que nuestros psicólogos científicos ignoran incluso este concepto. Indudablemente este concepto se conecta con las energías del sistema nervioso, pero presenta fluctuaciones que no pueden ser fácilmente traducidas en términos nerviosos. Se revela como una noción de cantidad, pero sus flujos y reflujos producen extraordinarios resultados cualitativos. Y aunque mantener elevado el mismo nivel es la cosa más importante que puede sucederle a un hombre, no he encontrado en ninguna de mis lecturas ni una sola página o parágrafo de un libro de psicología científica en los que se hable de ello: los psicólogos han dejado de tratar este tema, y son exclusivamente los moralistas, los mind-curers y los médicos exclusivamente los que lo tratan.

Todo el mundo está familiarizado con el fenómeno de sentirse más o menos vivo en diferentes días. Todo el mundo sabe que, dado cualquier día, hay energías inactivas en él que los estímulos de tal día no despiertan, pero que podrían desplegarse si fueran más fuertes. La mayor parte de nosotros siente como si viviera habitualmente bajo una especie de nube suspendida sobre él, manteniéndole bajo su más alto punto de claridad en el discernimiento, de seguridad en el razonamiento o de firmeza en la decisión. Comparado con el estado en el que deberíamos estar, solamente estamos medio despiertos. Nuestros fuegos son sofocados, nuestros impulsos son dominados. Hacemos uso solamente de una pequeña parte de nuestros posibles recursos mentales y físicos. En algunas personas este sentido de desconexión de sus verdaderos recursos es entonces extremo, y encontramos unas claras condiciones neurasténicas y psicasténicas, con la vida reducida en un tejido de imposibilidades como el que describen los libros de medicina.

Las razones de nuestra imperfecta vitalidad, por la que avanzamos con dificultad, pueden ser explicadas por la psicología científica. Este es el resultado de la inhibición ejercida por una parte de nuestras ideas sobre otras partes. La conciencia nos hace a todos cobardes. Las convenciones sociales nos impiden decir la verdad a la manera de los héroes y las heroínas de Bernard Shaw. Nuestra respetabilidad científica nos contiene a la hora de ejercitar libremente las partes místicas de nuestra naturaleza. Si somos médicos nuestras simpatías por la cura psíquica son impedidas y si somos mind-curist son impedidas nuestras simpatías por la medicina. Todos nosotros conocemos personas que son modelos de excelencia pero que pertenecen al tipo mental filisteo extremo. Es tan mortífera su respetabilidad intelectual que hace que, de ninguna manera, podamos conversar con ellas sobre ciertos temas, no permite que ejercitemos nuestras mentes con ellas, o que no podamos ni siquiera mencionarlos en su presencia. Yo cuento, entre mis más queridos amigos, con personas que sufren similares inhibiciones intelectuales, con las que habría sido capaz gustosamente de hablar libremente sobre ciertos temas interesantes para mí, o sobre ciertos autores como Bernard Shaw, Chesterton, Edward Carpenter, H. G. Wells, pero no ha sido posible porque les hacía sentirse demasiado incómodos; no se prestaban a ello y yo debía callarme. Un intelecto así, sometido a la literalidad y al decoro produce sobre las personas el mismo efecto que produciría en un hombre físicamente sano el hecho de habituarse a realizar su trabajo con un solo dedo, dejando inmovilizado el resto de su organismo sin utilizarlo.

En pocos de nosotros hay funciones que no sean paralizadas por el ejercicio de otras funciones. G. T. Fechner es una extraordinaria excepción que confirma la regla. Fechner podía usar sus facultades místicas siendo científico. Podía ser, al mismo tiempo, críticamente agudo y devoto. Imagino que pocos hombres de ciencia pueden rezar, pocos pueden mantener una viva comunión con Dios. Sin embargo, muchos de nosotros sabemos muy bien cuánto más libres en muchas direcciones y cuánto más hábiles serían nuestras vidas si no fueran selladas tales formas importantes de ganar energía. En todas las personas existen formas potenciales de actividad que, en la práctica, no son usadas.

La existencia de reservas de energía a las que habitualmente usamos nos es muy familiar en el fenómeno de "segunda aura". Generalmente nos paramos cuando encontramos el primer estrato efectivo, por así llamarlo, de fatiga. En este punto hemos caminado, jugado o trabajado "lo suficiente" y desistimos. Esta suma de fatiga es un impedimento eficaz que señala el límite de nuestra vida ordinaria. Pero si una necesidad inusual nos obliga a continuar sucede una cosa sorprendente. El cansancio aumenta hasta un cierto punto crítico en el que gradual o súbitamente desaparece y nos encontramos más frescos que al principio. Evidentemente nos encontramos de repente en un nivel de nueva energía, oculto hasta entonces por el obstáculo del cansancio que habitualmente obedecemos, y estrato tras estrato de esta experiencia, puede sobrevenir una tercera y una cuarta aura. La actividad mental muestra este fenómeno como si fuera físico y en casos excepcionales podemos encontrar, al otro lado del punto más extremo de fatiga, un gran alivio y una capacidad que nosotros mismos nunca habríamos soñado tener, fuentes de fortaleza que habitualmente no usamos en absoluto en un esfuerzo excesivo porque habitualmente no avanzamos tras el obstáculo, no pasamos nunca esos primeros puntos críticos.

Cuando atravesamos este obstáculo, ¿qué nos empuja a hacerlo? O un estímulo inusual que nos llena de excitación emocional, o alguna idea inusual de necesidad nos inducen a realizar un esfuerzo extraordinario de voluntad. Excitaciones, ideas y esfuerzos, en una palabra, son lo que nos lleva al otro lado de la barrera.

En estas condiciones hiperasténicas que la invalidez crónica lleva a menudo consigo, la barrera ha cambiado su sitio normal. El umbral del dolor está anormalmente cercano. El mínimo ejercicio funcional provoca una angustia mental que somete y detiene al paciente. En tales casos de "neurosis habitual" a menudo aparece un nuevo y mayor grado de capacidad como consecuencia de la cura a base de imposiciones y de esfuerzos que el médico obliga al paciente a llevar a cabo contra su voluntad. Primero aparece el verdadero extremo de la angustia, después le sigue un alivio inesperado. No cabe duda de que cada uno de nosotros, somos víctimas de "neurosis habitual". Debemos admitir el límite potencial más extenso y su uso limitado actual. Estamos sujetos a inhibiciones debidas a grados de fatiga que hemos llegado a obedecer solo por hábito. Muchos de nosotros podemos aprender a empujar más allá la barrera y a vivir en un perfecto bienestar en unos niveles de capacidad mucho más altos.

La gente de campo y la gente de ciudad, como clase, ilustran esta diferencia. El rápido ritmo de la vida, el número de decisiones en una hora, el gran número de cosas que se deben tener en cuenta en la ocupada vida de un hombre o de una mujer de ciudad, le parecen monstruoso a una persona de campo. No entiende, en absoluto, cómo vivimos. Pero trasládenlo a la ciudad y, en un año o dos, si no es muy mayor, aprenderá él mismo a mantener el ritmo como cualquiera de nosotros, obteniendo más de sí mismo en una semana que lo que habría hecho en su casa en diez semanas. Los fisiólogos muestran cómo uno puede mantenerse equilibradamente nutrido, sin perder o ganar peso, con cantidades increíblemente diferentes de comida. Así, uno puede estar en lo que podría llamar "equilibrio eficiente" (sin ganar ni perder capacidad, una vez alcanzado el equilibrio), con cantidades de trabajo increíblemente diferentes, sin tener en cuenta en qué dimensión el trabajo puede ser clasificado, ya que puede ser trabajo físico, intelectual, moral o espiritual.

Por supuesto hay límites: los árboles no crecen hasta el cielo. Pero queda el simple hecho de que los hombres poseen cantidades de recursos que solamente pocos individuos excepcionales usan hasta sus límites.

Las emociones que nos llevan al otro lado de la barrera efectiva, son, a menudo, las emociones más clásicas, como el amor, la cólera, la atracción de la masa, o la desesperación. Las vicisitudes de la vida nos las ofrecen en abundancia. Un nuevo cargo de responsabilidad, si no destruye al hombre, le mostrará a menudo, es más, le mostrará habitualmente que es una criatura mucho más fuerte de lo que él suponía. Incluso aquí somos testigos (algunos de nosotros admirando y otros deplorando; y yo debo incluirme entre los admiradores) de los efectos dinamogénicos de una elevadísima posición política sobre las energías de un individuo que ya ha manifestado una cantidad normal de energía antes de llegar al cargo.

El señor Sidney Olivier nos ha ofrecido una bella fábula sobre los efectos dinamogénicos del amor en un bello relato titulado "El constructor de imperios" publicado en Contemporary Review en mayo de 1905. Un joven oficial de marina se enamora a primera vista de la hija de un misionero en una isla recóndita a la que su barco llega accidentalmente. Desde entonces debía volver a verla y removió cielo y tierra en la oficina colonial y en el Almirantazgo para que le destinaran allí nuevamente. Finalmente la isla fue anexionada al imperio por los varios trámites que llevó a cabo el oficial. La gente debió quedarse estupefacta en San Francisco el encontrar las reservas de energía y de resistencia contenidas que poseían.

Por supuesto, las guerras y los naufragios son grandes reveladores de lo que los hombres y las mujeres son capaces de hacer y de soportar. Las carreras de Cromwell y de Grant son ejemplos de cómo la guerra puede despertar a un hombre. Debo agradecer la gentileza del prof. Norton por su permiso para leerles un extracto de una carta del Coronel Baird-Smith, escrito poco después del asedio de Delhi, que duró seis semanas en 1857, y cuyo éxito debe agradecerse principalmente a aquel excelente oficial que escribe lo siguiente:

"Mi pobre mujer tenía parte de razón al creer que la guerra y la enfermedad unidas habían dejado una pequeña parte de su marido para cuidar cuando lo tuvo de nuevo con ella. Un ataque de escorbuto me había llenado la boca de úlceras, hacía temblar todas las articulaciones de mi cuerpo y me lo había cubierto de heridas y de manchas moradas, lo que era absolutamente desagradable de ver. Un fuerte golpe en la espinilla producida por la metralla de un proyectil que me disparó a bocajarro, era en sí mismo una bagatela, pero necesariamente la descuidé por las continuas presiones y llamadas que me hacían y siguió empeorando cada vez más hasta que toda la parte de la pierna por debajo de la rodilla se convirtió en una masa negra y parecía amenazar con gangrenarse. Sin embargo, insistí para que me permitieran participar en el asedio hasta que la ciudad fuera tomada, con gangrena o sin ella, y aunque el dolor era a veces horrible, luché y resistí hasta el final. Al día siguiente del asalto tuve una desgraciada caída en un terreno malo y durante dos o tres días estuve dudando si me había roto el codo. Afortunadamente sólo fue una fortísima luxación pero aún me resiento de aquel desgarro que tuve. Para completar el maravilloso catálogo diré que padecía una constante diarrea y consumía tanto opio cuanto habría hecho honor a mi suegro2 . Sin embargo, gracias a Dios, tengo una parte de Tapleyism y me hago más fuerte en la adversidad. Creo que puedo asegurar que nadie me ha visto nunca abatido o me ha escuchado refunfuñar ni siquiera cuando nuestras expectativas eran más pesimistas. Fuimos fuertemente castigados por el cólera y fue asombroso para mí descubrir que de veintisiete oficiales presentes sólo pude reunir a quince para las operaciones de ataque. De todos modos se perpetró el ataque y cuando terminó sentí cómo desfallecía. No te horrorices cuando te digo que durante el asedio e, incluso durante algún tiempo antes, sobrevivía a base de aguardiente. No tenía apetito pero me esforzaba por comer solamente lo suficiente para sobrevivir y tenía un deseo incesante de aguardiente que era el estimulante más fuerte que podía procurarme. Es extraño decirlo pero no me daba ni cuenta de que me produjese el más mínimo efecto. La excitación del trabajo era tan grande que ningún otro pequeño estímulo parecía poder influir contra ella y yo ciertamente nunca tuve la mente tan clara o los nervios tan fuertes en toda mi vida. Sólo era mi miserable cuerpo que era débil y cuando el verdadero trabajo fue realizado y nos convertimos en dueños absolutos de Delhi, enseguida perdí la salud y descubrí que si quería vivir no debía continuar más con el modo de vida que me había mantenido durante la crisis. Con ello desaparecieron todos los deseos de estimulantes y se apoderó de mí un terrible horror debido a mi reciente modo de vida". Estas experiencias demuestran qué profunda es la alteración en el modo en el que, bajo la influencia de la excitación, nuestro organismo, en ocasiones, realiza su trabajo fisiológico. Los metabolismos se vuelven diferentes cuando deben ser usadas las reservas y tal uso tan profundo puede durar semanas y meses.

Casos morbosos, aquí y en cualquiera lugar, dejan al descubierto el mecanismo normal. En el primer número del Journal of Abnormal Psychology del doctor Morton Prince, el doctor Janet ha tratado sobre cinco casos de impulso nervioso con una explicación que resulta valiosa para el tema que estoy tratando ahora. El primero es el de una chica que come, come y come durante todo el día. Una segunda chica camina, camina y camina y recibe la comida desde un automóvil que la escolta. La tercera es dipsomaníaca. Una cuarta se arranca el cabello. Y la quinta se hiere la carne y se quema la piel. Hasta ahora, estos impulsos anormales han recibido nombres griegos (como bulimia, dromomanía, etc.) y han estado clasificados científicamente como "síndromes episódicos de degeneración hereditaria". Sin embargo, ocurre que los casos de Janet son todos aquellos que él llama psicasténicos y son víctimas de un sentido crónico de debilidad, torpeza, letargo, fatiga, insuficiencia, imposibilidad, irrealidad e impotencia de la voluntad y en cada uno de ellos la actividad particular seguida, aunque deletérea, tiene como resultado provisional el realzamiento del sentido vital y hace que el paciente se sienta nuevamente vivo. Estas cosas reaniman, nos reanimarían pero ocurre que en cada paciente la actividad anormal elegida es la única cosa que reanima y en lo que consiste el estado morboso. El modo de curar a estas personas es descubrirles los modos más usuales y útiles de poner en movimiento sus reservas de energía vital.

El coronel Baird-Smith habiendo necesitado usar sus reservas de energía extraordinariamente, se dio cuenta de que el aguardiente y el opio eran modos de mantenerle nuevamente activo.

Tales casos son típicamente humanos. Todos nosotros estamos, en cierta medida, oprimidos, sin libertad. No obtenemos todo lo que debemos, está ahí pero no llegamos a conseguirlo. En el umbral se debe encontrar un recurso. Entonces muchos de nosotros encontramos que una actividad excéntrica —por ejemplo una juerga— nos alivia. No hay duda de que para algunos hombres las juergas y los excesos de cualquier tipo son medicinales, en todos los casos temporalmente, a pesar de lo que dicen los moralistas y los médicos.

Pero cuando los deberes normales y los estimulantes de la vida no sacan a la luz los más profundos niveles de energía de un hombre, y éste requiere decisivamente de excitaciones deletéreas, su constitución se dirige a la anormalidad. El mayor descubridor de los más profundos niveles de energía es la voluntad. La dificultad está en usarla; en realizar el esfuerzo que implica la palabra volición. Pero si, efectivamente lo hacemos (o si un dios, aunque fuera el dios Oportunidad, lo hace a través de nosotros), actuará dinamogénicamente sobre nosotros por un mes. Es notorio que un exitoso esfuerzo de voluntad moral, como el decir no a una tentación habitual o el llevar a cabo un acto valiente, llevará al hombre a un nivel mayor de energía durante días y semanas y le dará una nueva extensión de su capacidad.

Las emociones y las excitaciones debidas a situaciones normales son incitadores usuales de la voluntad. Pero aquéllos actúan discontinuamente; y en los intervalos los más bajos niveles vitales tienden a rodearnos y a pararnos. Por eso, los mejores conocedores prácticos del alma humana han inventado algo conocido como disciplina ascética metódica para mantener siempre los niveles más altos. Comenzando con deberes fáciles, pasando a otros más difíciles, y ejercitándose día tras día es, creo, admitido que los discípulos del ascetismo pueden conseguir niveles muy altos de libertad y de fuerza de voluntad.

Los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola deben haber producido este resultado en innumerables devotos. Pero el más venerable sistema ascético, aquel cuyos resultados tienen la máxima corroboración experimental, es indudablemente el sistema Yoga en el Indostán. Desde tiempos inmemoriales, por medio del Hatha Yoga, Raja Yoga, Karma Yoga, o cualquier código de ejercicios, los aspirantes hindúes a la perfección se han entrenado, mes tras mes, durante años. El resultado alabado, en muchos casos de acuerdo a juicios imparciales, es la fuerza de carácter, el poder personal, y la inquebrantabilidad del alma. Pero no es fácil distinguir el hecho de la tradición en el caso hindú. Y por eso me alegra tener un amigo europeo que se ha sometido al sistema Hatha Yoga y que me permite contar los resultados de su experiencia. Creo que apreciaréis la luz que arroja este asunto sobre la cuestión de nuestras reservas de capacidad no usadas.

Mi amigo es un hombre extraordinariamente dotado, tanto moral como intelectualmente, pero tiene un sistema nervioso inestable y durante muchos años ha estado sumido en un proceso cíclico en el que se alternaban letargo y sobreanimación: algo así como tres semanas de actividad extrema y después una semana de postración en la cama. Esta poco prometedora condición, hacía que los mejores especialistas de Europa no fueran capaces de aliviarlo. Así que probó al Hatha Yoga, en parte por curiosidad, y en parte, por una especie de esperanza desesperada. Lo que sigue es un breve extracto de una larga carta de unas sesenta páginas que me envío hace un año.

“Así que decidí seguir el consejo de Vivekananda: ‘ejercitaros duramente: de este modo no importa si vivís o morís’. Mi improvisado chela y yo comenzamos por el ayuno. No sé si lo habéis probado alguna vez pero el ayuno voluntario es muy diferente del involuntario e implica más tentaciones. Primero redujimos nuestras comidas a dos al día, después a una. Las mejores autoridades están de acuerdo en que para controlar el cuerpo el ayuno es esencial y también en el Evangelio se dice que los peores espíritus obedecen solo a aquellos que ayunan y rezan. Redujimos mucho la cantidad de comida sin tener en cuenta la teoría clínica sobre la necesidad de albúmina, a veces, viviendo a base de aceite de oliva y pan o sólo de fruta, o de leche y arroz en pequeñísimas cantidades, mucho menos de lo que yo comía antes de una comida. Comenzamos a adelgazar más cada día y perdimos veinte libras en pocas semanas pero esto no me hizo renunciar a tal desesperada empresa... mejor morir de hambre que vivir como un esclavo. Además después practicamos las asana o posturas casi rompiendo nuestros miembros. Probad a sentaros en el suelo y a besar vuestras rodillas sin doblarlas o juntar vuestras manos sobre la parte superior generalmente inalcanzable de vuestra espalda o a llevar el pulgar de vuestro pie derecho a vuestra oreja izquierda sin doblar las rodillas. Estos son ejemplos fáciles de posturas para un Yogi.

Durante todo este tiempo hacía también ejercicios de respiración, inspirando y respirando hasta dos minutos, respirando según diversos ritmos y diferentes posiciones. Muchas plegarias y prácticas religiosas católicas romanas también se combinan con el Yoga para no dejar nada por intentar y para ser protegidos de los engaños de los diablos hindúes! Después concentraba el pensamiento sobre varias partes del cuerpo y sobre procesos que suceden en su interior. Excluí todas las emociones y realicé lecturas áridas de lógica como régimen intelectual y resolví problemas de lógica. De hecho escribí un manual de lógica como un Nebenprodukt de todo el experimento3.

Después de pocas semanas no pude resistir y tuve que interrumpir todo al sobrevenirme el peor estado de postración en el que no había estado nunca... mi chela, que era más joven que yo, continuó, sin rendirse por mi mala suerte, y apenas me levanté de la cama lo intenté de nuevo, decidido a luchar hasta el final y sintiendo una especie de determinación que no había experimentado nunca antes, una cierta y absoluta voluntad de victoria a todo costa y de fe en ella. No puedo asegurar con certeza si fue mérito mío o una especie de gracia divina, pero prefiero suponer que fue ésta última. Estaba enfermo desde hacía siete años y muchos dicen que esto era la penitencia por tantos pecados. Quizá porque yo había sido un bajo y vil pecador estuviera en condiciones de ser perdonado y el Yoga era solo una ocasión exterior, un medio para la concentración de la voluntad. Todavía no pretendo explicar mucho de lo que he soportado pero el hecho es que desde que abandoné la cama el 20 de agosto no tuve ninguna crisis de postración más y ahora tengo la más fuerte convicción de que no la tendré jamás. Si consideráis que en los últimos años no he estado ni un solo mes en este letargo, coincidiréis en que también para un observador apasionado cuatro meses sucesivos de creciente salud son una prueba objetiva. Durante este tiempo he soportado penitencias severísimas disminuyendo el sueño y la comida y aumentando las tareas laborales y el ejercicio. Mi intuición se desarrolló con estas prácticas, he logrado un sentido de certeza que no había conocido antes sobre las cosas necesarias para el cuerpo y para la mente y mi cuerpo llegó a obedecer como un caballo salvaje domado. Mi mente también aprendió a obedecer y la corriente de pensamientos y sentimientos fue dirigida por mi voluntad. Dominé el sueño, el hambre y las distracciones del pensamiento, y llegué a conocer una paz nunca antes conocida, y un ritmo interno al unísono con un ritmo más profundo, más y más alto. Los deseos personales cesaron y se despertó una conciencia de ser un instrumento de un ser superior. Una cierta tranquilidad de indudable éxito en todas las empresas desempeñadas concede un poder grande y real. Adivinaba a menudo los pensamientos de mi compañero... generalmente observábamos una gran soledad y un gran silencio. Ambos sentíamos una alegría inexpresable por las impresiones más simples de la naturaleza, por la luz, por el aire, por el paseo, por cualquier comida de lo más simple y, sobre todo, por la respiración rítmica que produce un estado mental sin pensamiento o sentimiento, y que, sin embargo, es muy intenso e indescriptible.

Estos resultados comenzaron a hacerse más evidentes en el cuarto mes de práctica ininterrumpida. Nos sentíamos absolutamente felices y nunca estábamos cansados, durmiendo solo desde las ocho de la tarde hasta la media noche y despertándonos con alegría dispuestos para otro día de estudio y ejercicio.

Ahora estoy en Palermo y he tenido que dejar la práctica de los ejercicios durante los últimos días, pero me siento fresco como si estuviese en pleno ejercicio y veo el lado bello de todas las cosas. No tengo prisa por terminar...".

Y en este punto mi amigo alude a un cierto trabajo suyo particular del cual será mejor que yo no hable. Continúa analizando los ejercicios y sus efectos de un modo extremadamente práctico pero demasiado extensamente para poder entretenerme con la explicación. Las repeticiones, las alteraciones, la periodicidad, el paralelismo (o la asociación de ideas de cualquier efecto vital o espiritual deseado con cada movimiento), etc. son leyes que él considera altamente importantes. "Estoy seguro", continúa, "de que todo aquel que es capaz de concentrar el pensamiento y la voluntad y de eliminar las emociones superfluas, tarde o temprano, se convierte en dueño de su propio cuerpo y puede superar toda clase de enfermedad. Esta es la verdad que se encuentra en la base de todas las curas mentales. Nuestros pensamientos tienen un poder plástico sobre el cuerpo".

Sin duda se sentirán aliviados al escuchar a mi excéntrico corresponsal mencionar finalmente algo que de sobra conocen y es "la terapia sugestiva". Llamen a su actuación, si quieren, un experimento de autosugestión metódica que sólo lo hace más valioso como una ilustración de lo que deseo que retengan a toda cosa en la mente, lo que habitualmente vivimos dentro de nuestros límites de poder. La sugestión, especialmente bajo hipnosis, ahora se reconoce universalmente como un medio que puede tener un éxito excepcional en algunas personas para concentrar la conciencia y, en otras, para influir en sus estados corpóreos. Pone en juego energías de la imaginación, de la voluntad y de influencia mental sobre los procesos fisiológicos, que usualmente permanecen dormidos y que pueden solo ponerse en juego en algunos sujetos elegidos. Es, en una palabra, dinamogénico y el término más fácil de usar para referirse a la experiencia de nuestro Yogi amateur es el de auto-sugestión.

Yo le escribí diciendo que no podía atribuir ningún valor sacramental a los procedimientos especiales del Yoga, es decir, que las posiciones, las respiraciones, el ayuno y cosas así, me parecían solo métodos útiles en su caso y en el de su compañero pero no para todos, para superar las barreras que la rutina de la vida ha construido alrededor en los estratos más profundos de la voluntad y para poner en acción gradualmente sus energías menos usadas.

El respondía lo siguiente: "Tienes mucha razón cuando dices que los ejercicios del Yoga no son otra cosa que una manera metódica de aumentar nuestra fuerza de voluntad. Como somos incapaces a la primera de querer las cosas más difíciles, debemos imaginar unas escaleras que nos conduzcan a ellas. La respiración, que es la más fácil de las actividades corporales, ofrece naturalmente campo libre para el ejercicio de la voluntad. El control del pensamiento podría obtenerse sin la disciplina de la respiración, pero es simplemente más fácil controlar el pensamiento junto con la respiración. Alguien que pueda pensar clara y persistentemente en una sola cosa no necesita ejercicios de respiración. Tienes mucha razón cuando dices que no usamos todo nuestro poder y que a menudo aprendemos cuanto podemos solamente cuando debemos... El poder que no usamos completamente puede ser usado siempre más de lo que aquello que llamamos fe. La fe es como el manómetro de la voluntad que registra su presión. Si pudiera creer que puedo levitar podría hacerlo. Pero como no lo puedo creer entonces me quedo torpemente pegado al suelo. Ahora esta fe, este poder de creer, puede ser educado mediante pequeños esfuerzos. Razonablemente yo puedo respirar, diremos, unas doce veces por minuto. Puedo fácilmente creer que puedo respirar diez veces por minuto. Cuando me he acostumbrado a respirar diez veces por minuto llego a creer que será fácil respirar seis veces por minuto. Así, yo he aprendido de verdad a respirar una vez por minuto. No sé hasta qué punto progresaré. El Yogi avanza en su actividad lentamente, sin pasos muy largos o muy cortos, y elimina la intranquilidad y las preocupaciones llegando al infinito mediante un entrenamiento regular, mediante pequeños progresos en las pruebas con las que se ha familiarizado. Tienes mucha razón al decir que las crisis religiosas, las crisis de amor y las crisis de indignación pueden despertar en un brevísimo margen de tiempo poderes similares a aquellos ganados con años de paciente ejercicio de Yoga: los mismos hindúes creen que el Samadhi puede ser alcanzado de muchas formas y también con la completa negligencia de toda ejercitación física".

Dejando a un lado la parte del entusiasmo y de la exageración, no pueden ustedes dudar de la regeneración de mi amigo, al menos relativamente. La segunda carta escrita seis meses después de la primera (esto es, diez meses después de haber comenzado los ejercicios de Yoga) dice que el progreso continua. Ha soportado incomodidades materiales con indiferencia, ha viajado en tercera clase en buques de vapor del Mediterráneo y en cuarta clase en trenes africanos, viviendo con los árabes más pobres y repartiendo su comida, y todo con tranquilidad. Su apego a ciertos intereses ha sido sometido a una dura prueba y nada es para mí más digno de observación que el nuevo tono moral con el que describe su estado. Confróntenla con algunas cartas anteriores y esta parece escrita por otro hombre, paciente y razonable, en lugar de vehemente; dominador de sí mismo, en lugar de imperioso. El nuevo tono persiste en una comunicación recibida hace solo quince días (catorce meses después de comenzar la educación) y no dudarán ustedes de que ha sufrido una profunda modificación en el engranaje de su mecanismo mental.

El movimiento ha cambiado y su voluntad es eficaz como no lo era antes —eficaces sin que ideas, creencias o emociones nuevas, hasta donde puedo saber, hayan sido implantadas en él—. Simplemente él está más equilibrado donde estaba más desequilibrado.

Recordarán que él habla de fe, llamándola el manómetro de la voluntad. Pero es más natural llamar a nuestra voluntad el manómetro de nuestra fe. Las ideas liberan creencias y las creencias liberan nuestras voluntades (uso estos términos sin ninguna pretensión de ser “psicológico”), por cuanto los actos volitivos registran dentro la presión de la fe. Por esto, habiendo considerado la liberación de nuestra energía en reserva por medio de excitaciones emocionales y de esfuerzos, sea o no metódicamente, debo ahora decir algo sobre las ideas como nuestro tercer gran agente dinamogénico. Algunas ideas contradicen a otras ideas y nos llevan a creerlas. Una idea que niega de este modo una primera idea puede ser ella misma negada por una tercera idea, y la primera idea puede así conservar su influencia sobre nuestra creencia y determinar nuestra conducta. Nuestro desarrollo filosófico y religioso procede así por creencias, negaciones y negaciones de negaciones.

Pero sea por crear o por destruir creencias, las ideas pueden no ser eficaces, precisamente como un cable puede conducir electricidad en un momento dado, y en otro momento no hacerlo. Aquí nuestra visión de las causas nos falla, y solo podemos advertir los resultados en términos generales. Generalmente, que una idea sea una idea vital depende más de la mente en la que está arraigada que de la idea misma. En este punto comienza toda la historia de la "sugestión".

¿Cuáles son las ideas sugestivas para una persona y cuáles para otra? Más allá de las susceptibilidades determinadas por la educación de uno y por sus peculiaridades originales del carácter, existen líneas a lo largo de las cuales los hombres, simplemente en cuanto hombres, tienden a ser inflamables por las ideas. Como ciertos objetos suscitan naturalmente amor, cólera o codicia, del mismo modo, ciertas ideas despiertan energías de lealtad, coraje, tolerancia o devoción. Cuando estas ideas son efectivas en la vida de un individuo, sus efectos son a menudo muy grandes. Pueden transfigurarla, generando innumerables poderes que sin aquella idea no serían nunca puestos en juego. "Patria", "La Unión", "La Santa Iglesia", "La doctrina de Monroe", "Verdad", "Ciencia", "Libertad", "la frase de Garibaldi ‘Roma o muerte’", etc. son otros tantos ejemplos de ideas abstractas suscitadoras de energías. La naturaleza social de todas estas frases es un factor esencial de su poder dinámico. Son fuerzas de arrebato en situaciones en las cuales ninguna otra fuerza produce efectos equivalentes, y cada una es una fuerza de arrebato solo en un grupo específico de hombres.

El recuerdo de un juramento o un voto que se ha hecho dará fuerza a uno para abstinencias y esfuerzos que de otro modo serían imposibles: así lo atestigua la "prueba" en la historia del movimiento por la templanza. Una simple promesa a su enamorada purificará toda la vida de un joven, al menos, por algún tiempo. Para tales efectos es necesaria una susceptibilidad ya educada. La idea del propio "honor", por ejemplo, despierta energía solo en aquellos que han tenido una educación de "gentleman", por así decir.

Aquel delicioso ser, el príncipe Pückler-Muskau, le escribe a su mujer desde Inglaterra contándole que ha inventado "una especie de solución artificial para las cosas que son difíciles de llevar a cabo". "Mi máxima es esta: me doy solamente a mi mismo mi más solemne palabra de honor de hacer o no hacer esto o lo otro. Por supuesto, soy extremadamente cauto en el uso de este recurso pero una vez que doy mi palabra, incluso si después creo que me he precipitado o me he confundido, la considero absolutamente irrevocable, cualquiera que sean los inconvenientes que preveo que puedan surgir. Si no fuese capaz de mantener mi palabra, después de tal madura reflexión, perdería todo respeto por mí mismo y ¿qué hombre de buen sentido no preferiría la muerte en tal situación? Cuando la misteriosa fórmula es pronunciada ningún cambio en mi propio modo de verlo —ni siquiera ninguna imposibilidad física— debe, por el bien de mi alma, alterar mi voluntad. Encuentro algo muy satisfactorio al pensar que el hombre tiene el poder de fabricar tales apoyos y armas a partir de la materia más trivial, incluso de la nada, simplemente con la fuerza de su voluntad que por eso merece de verdad el nombre de omnipotente"4.

Las conversiones, ya sean políticas, científicas, filosóficas o religiosas, son algunos de los otros modos mediante los que las energías prisioneras se liberan. Aquéllas unifican y ponen término a antiguas interferencias mentales. El resultado es la libertad y, a menudo, un gran aumento del poder. Una creencia penetra en el modo en el que un individuo actúa siempre como un desafío a su voluntad. Pero, para llevar a cabo este particular desafío, debe ser un desafío idóneo. En la conversiones religiosas encontramos un ajuste tan sutil que la idea puede encontrarse en la mente del que acepta el desafío durante años antes de causar efecto y porque así actúa es, a menudo, tan poco obvio que la conversión se produce por un milagro de gracia y no por un hecho natural. Cualquier cosa que sea, puede ser un alto signo de energía en el que de los "noes" imposibles una vez son fáciles, y en el que una nueva línea de "síes" se gana el derecho de paso.

Ahora justamente somos testigos —aunque nuestra educación científica nos ha hecho a la mayoría de nosotros incapaces de comprender el fenómeno— de una amplia apertura de energía por medio de ideas en aquellos neófitos del "Nuevo Pensamiento", "Ciencia Cristiana" y de la "Curación metafísica", u otras formas de filosofía experimental que son tan numerosas entre nosotros hoy en día. Aquí las ideas son sanas y optimistas, y está claro que una onda de actividad religiosa, análoga en algunos aspectos en la difusión del Cristianismo temprano, del Budismo, del Mahometismo está atravesando nuestro mundo americano. El rasgo común de estas formas optimistas de fe es que todas tienden a la supresión de lo que Horace Fletcher llama "pensamiento del temor" ["fear-thought"]. él define "el pensamiento del temor" como "autosugestión de inferioridad", así puede decirse que todos estos sistemas operan mediante la sugestión de la capacidad. Y la capacidad, sea grande o pequeña, le viene de varias formas al individuo, una capacidad, como él nos dirá, de no atender a cosas que antes le encolerizaban, la capacidad de concentrar su mente, su buen humor, su buen carácter, en una palabra por decirlo sencillamente, gozar de un tono moral más firme y más elástico. La persona más genuinamente santa que he conocido nunca es una amiga mía que ahora sufre de cáncer de mama. No pretendo aquí juzgar su acierto o desacierto al desobedecer a los médicos y la cito aquí solo como un ejemplo de lo que pueden hacer las ideas. Sus ideas la han mantenido prácticamente como una mujer sana durante meses después de haber tenido que ceder y mantenerse en cama. Han anulado todo dolor y debilidad y le han dado una vida alegre, activa e insólitamente beneficiosa a todos y cada uno de los que le han ayudado.

Hasta qué punto el movimiento de la cura mental [mind-cure] está destinado a extender su influencia y qué modificaciones intelectuales pueda todavía experimentar nadie puede preverlo. Siendo un movimiento religioso sobrepasará ciertamente las previsiones de sus críticos racionalistas, entre los cuales podemos ser incluidos también aquí nosotros. De este modo he aportado bastantes hechos que apoyan y sostienen bien mi tesis. El individuo humano habitualmente vive dentro de sus propios límites, posee poderes de varias especies que habitualmente no acierta a usar. Usa su energía por debajo de su máximo [maximum] y actúa por debajo de su "óptimo" [optimum]. En las facultades elementales, en la coordinación, en el poder de inhibición y control, en todas los sentidos concebibles, su vida se contrae como el campo de visión de un sujeto histérico —pero con menos excusa porque el pobre histérico está enfermo, mientras que en el resto de nosotros es sólo un hábito arraigado— el hábito arraigado de inferioridad en nuestro ser pleno, que es malo.

Expresado de este modo vago, todos deben admitir la verdad de mi tesis. Los términos deben permanecer vagos porque cualquier hombre nacido de mujer sabe qué significan cada una de las siguientes frases: tener un buen tono vital, un alto flujo de espíritu, un temperamento elástico, vivir enérgicamente, trabajar fácilmente, decidir firmemente y frases similares; y estaríamos en aprietos si se nos pidiera que explicáramos en términos de psicología científica el significado preciso de cada una de estas expresiones. Podríamos dibujar algunos infantiles diagramas psicofisiológicos y nada más. En física el concepto de energía está perfectamente definido, está en correlación con el concepto de "trabajo". Pero el trabajo mental y el trabajo moral, aunque no podamos vivir sin hablar de ellos, apenas han sido analizados hasta ahora e indudablemente significan varias cosas elementales y heterogéneas. Nuestro trabajo muscular es una cantidad física voluminosa, pero nuestras ideas y voliciones son diminutas fuerzas de liberación y aquí por "trabajo" entendemos la sustitución de las mas altas especies de arrebatos por las más bajas. "Más alto" y "más bajo" son aquí términos cualitativos, no inmediatamente traducibles cuantitativamente, a menos que no se constate que significan formas más nuevas o más viejas de organización cerebral y a menos que no se pruebe que nuevas significa que son más superficiales corticalmente, y viejas que son más profundas corticalmente. Algunos anatomistas, como saben, lo han pretendido pero es obvio que la idea intuitiva y popular de trabajo mental, por cuanto es fundamental y absolutamente indispensable en nuestras vidas, no posee hoy en día ningún grado de claridad científica. Esto es, por lo tanto, el primer problema que surge de nuestro estudio. ¿Alguno de nosotros puede reflexionar sobre conceptos de trabajo mental y energía mental de modo tal que pueda arrojarse alguna luz definitivamente analítica sobre los que nosotros entendemos por "tener un tono moral más elástico" o por "usar niveles más altos de poder y voluntad"? Me imagino que deberemos esperar mucho, antes de que se haga algún progreso en esta dirección. El problema es demasiado familiar; no se ve cómo las llaves eléctricas y los interruptores van a hacer científica la psicología de hoy.

Mi compañero pragmatista en Florencia, G. Papini ha adoptado un nuevo concepto de la filosofía. Él la llama doctrina de la acción en sentido amplio, esto es, el estudio de todos los poderes y medios humanos (entre estos últimos figuran naturalmente en primera línea la verdades de cualquier género). Desde este punto de vista la filosofía es una pragmática que comprende como departamentos tributarios de sí misma las antiguas disciplinas de la lógica, la metafísica, la física y la ética.

Y aquí, después de nuestro primera problema, nos aparecen otros dos problemas. Creo que estos dos problemas forman un programa de trabajo digno de la atención de una reunión tan dotada y seria como esta que me escucha, lo que, de hecho, me ha decidido a elegir este argumento y conducirles a través de tantos hechos bien conocidos durante la hora que ha transcurrido.

El primero de los dos problemas es el de nuestros poderes y el segundo el de nuestros medios. Deberíamos de cualquier modo llevar a cabo una inspección topográfica de los límites del poder humano en todos las direcciones concebibles, algo parecido al gráfico que hace un oftalmólogo de los límites del campo de visión humana y, entonces, deberíamos construir un inventario metódico de los caminos de acceso, o claves, diferenciando según los diversos tipos de individuos, a los diferentes tipos de poder. Este sería un estudio absolutamente concreto que se utilizaría principalmente material biográfico e histórico. Los límites de poder deben ser límites que hayan sido verdaderamente logrados por personas concretas, y las diferentes maneras de liberar las reservas de poder deben haber sido ejemplificadas en la vida de individuos concretos. La experimentación de laboratorio puede llevarlo a cabo pero en una pequeña parte. Su Versuchsthier de psicólogo, fuera de la hipnosis, no puede ser nunca requerido para poner a prueba sus energías en modos tan extremos como los que será forzado por las emergencias de la vida.

De este modo tenemos aquí un programa de psicología concreta individual en el, en cierta medida, cualquiera puede trabajar. Está lleno de hechos interesantes y señala soluciones prácticas de importancia superior a todo lo que conocemos. Por esto lo recomiendo insistentemente a su consideración. De algún modo todos habíamos trabajado con estos hechos de un modo más o menos ciego o fragmentario; pero antes de que Papini hubiera hecho mención yo no había reflexionado nunca sobre ellos ni había oído hablar de ninguna de ellos de forma general como un programa como el que yo sugiero ahora, un programa que con el cuidado necesario se podría extender para cubrir el campo entero de la psicología y podría mostrarnos algunas de sus partes bajo una nueva luz.

Precisamente es la generalización del problema lo que me parece nos interpela tan fuertemente. Espero que en alguno de ustedes esta concepción pueda abrir inutilizadas reservas de poder de investigación.

Traducción castellana de Izaskun Martínez (2005)



Notas

1. Esta conferencia fue pronunciada por William James en calidad de presidente ante la Asociación Americana de Psicología en la Universidad de Columbia, el 28 de diciembre de 1906.

2. Thomas De Quincey.

3. Este manual fue publicado el pasado marzo.

4. Tour in England, Ireland and France. Philadelphia, 1833, p. 435.


Fin de: "Las energías de los hombres", William James (1906). Fuente textual en William James, "The Energies of Men" (1906) en Burkhardt F., Bowers F. y Skrupskelis I. (eds.), The Works of William James, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1982, IX, pp. 129-146.

Una de las ventajas de los textos en formato electrónico respecto de los textos impresos es que pueden corregirse con gran facilidad mediante la colaboración activa de los lectores que adviertan erratas, errores o simplemente mejores traducciones. En este sentido agradeceríamos que se enviaran todas las sugerencias y correcciones a sbarrena@unav.es


Fecha del documento: 10 octubre 2005
Ultima actualización: 28 de noviembre 2011

[Página Principal] [Sugerencias]