EDUCACIÓN SUPERIOR PARA LAS MUJERES


Christine Ladd-Franklin (1896-97)

Traducción castellana de Paloma Pérez-Ilzarbe (2020)



En los años ochenta del siglo XIX, el psicólogo canadiense George Romanes (1848-1894) publica el ensayo "Mental Differences between Men and Women" (1887), donde defiende —siguiendo a Darwin— la inferioridad mental de las mujeres respecto de los varones, basándose en un estudio comparativo del peso del cerebro. Quien cree que los datos empíricos y las teorías científicas basadas en ellos sustentan la tesis de que las mujeres tienen por naturaleza menor capacidad intelectual que los varones considera el hecho de que alguna mujer destaque intelectualmente como una monstruosidad.

En este breve texto publicado en la sección "Open Letters" de The Century Magazine de 1896, Christine Ladd-Franklin defiende en cambio que no hay nada monstruoso en que las mujeres tengan una mente fuerte, ni nada peligroso en que se les permita desarrollarla. Con educada ironía, Ladd aprovecha su réplica a Romanes para dar visibilidad a algunas de las mujeres científicas que, como ella misma, supieron sacar partido de sus capacidades intelectuales: la matemática escocesa Mary Somerville (1780-1872), la matemática rusa Sofia Kowalevskaia (1850-1891), la matemática francesa Sophie Germain (1776-1831) y la astrónoma estadounidense Maria Mitchell (1818-1889), de quien Ladd había sido alumna en Vassar College. Tras una respuesta teórica a la tesis de Romanes, la moraleja práctica es una rotunda petición: que no se impida a las mujeres el desarrollo de sus capacidades y que se les dé facilidades para ejercitarlas con toda la intensidad de que cada una sea capaz. Ladd considera que la educación superior es el mejor medio del que pueden disponer para este fin, pero también sabe —por experiencia propia— que hacen falta recursos económicos para sostenerla y para ayudar a quienes no pueden permitírsela. De ahí que la preocupación que subyace a este texto sea, en el fondo, la búsqueda de financiación. De hecho, en la época en que lo escribe y durante varios años, ella misma participará activamente en la promoción de la formación universitaria de las mujeres y en la organización de distintos programas de becas para investigadoras.



El Sr. Romanes ha dado voz recientemente a la teoría de que las mujeres con capacidades mentales inusuales merecen una sincera compasión; que están destinadas a ser ellas mismas muy infelices y a ser sumamente ofensivas para todas aquellas personas de cualquier sexo que pudieran tener la desgracia de conocerlas. En realidad, yo no veo que aquellas mujeres que de hecho se han distinguido por sus capacidades mentales hayan contribuido en nada a confirmar esta teoría. Todas ellas han tenido la perversidad de llevar unas vidas notablemente felices y de haber estrechado los más fuertes lazos de amistad con los mayores y mejores entre sus contemporáneos. La señorita Somerville tuvo capacidades sociales extraordinarias y saboreó un grado de éxito social extraordinario. La señora Kovalévsky, la famosa matemática rusa, es descrita como ejerciendo una notable fascinación en todos los que la rodeaban, y los niños, en particular, se dice que eran muy sensibles a sus encantos. Sophie Germain tuvo un amplio círculo de amigos, todos los cuales hablaban con entusiasmo del encanto y gracia de su conversación, de la abnegación y la modestia de su carácter. Maria Mitchell contó con el amor y la reverencia de sucesivas promociones de jovencitas entusiastas y quienquiera que hubiera sido alguna vez su discípula quedaba siendo su amiga fiel durante toda la vida.


Mary Somerville

Sofia Kowalevskaia

Sophie Germain

Maria Mitchell


Pero esta del Sr. Romanes es una teoría que no necesita ser confirmada por los hechos. Es una de esas teorías tales que las fuertes capacidades intuitivas de su sexo pueden percibir su verdad de un vistazo y respecto de las cuales lo que diga la experiencia es absolutamente irrelevante. Las más lentas capacidades de razonar de las mujeres, al no ver esta hipótesis confirmada por los hechos, no pueden evitar preguntar por los argumentos teóricos que la apoyan; pero en este punto el Sr. Romanes no ofrece ninguna ayuda. No logra darnos ninguna razón de por qué los hábitos de pensamiento claros y directos, que se admite que son un factor de simpatía en un varón, deberían ser de naturaleza contraria en una mujer. Admito que hay algo en cierto modo atractivo en las capacidades mentales de los niños. Admito que la frivolidad y la inconsecuencia tienen un cierto encanto en una chica joven; es tan encantadora que todo en ella se ve bajo una luz de embeleso. Pero ¿debe suponerse que, si se añadiera un entendimiento bueno y claro a sus otros atractivos, sería menos dueña de todos los corazones de lo que es ahora? No creo que la inteligencia sea una mancha en una mujer, más de lo que creo que la gentileza y la virtud son manchas en los varones. No debe suponerse que un buen intelecto vaya a asegurar siempre que una mujer es adorable; y al mismo tiempo, no debe olvidarse que hay mujeres odiosas incluso entre las más tontas. Es verdad que una cantidad pequeña de inteligencia, un grado de instrucción que no supere la pedantería, pueden hacer que una persona de cualquier sexo no sea apta para dar encanto a las relaciones humanas; pero que unas capacidades mentales amplias, cultivadas generosamente por los mejores medios a nuestro alcance, no tengan el efecto de hacer tanto a varones como a mujeres más valiosos para la amistad y más encantadores para el amor, es una proposición tan carente de sentido que no parecería posible que una persona imparcial la mantuviera. Es una opinión que solo puede ser tenida en cuenta cuando es contemplada por aquellos hombres cuya arrogante vanidad hace que sea imposible para ellos encontrar felicidad excepto en una atmósfera de adulación femenina.

Tampoco se puede suponer que la posesión de un intelecto débil, o de uno al que solo se ha permitido crecer en un estado de completa naturaleza, es una garantía absolutamente segura de una casa bien ordenada y unos hijos bien educados. Hubo una vez una raza, cuyo nombre no ha preservado la historia, cuyas mujeres tenían músculos muy blandos y flojos. Un amante de las reformas propuso introducir entre ellas ejercicios corporales para desarrollar en ellas un grado mayor de fuerza. "No", dijo alguien; "esto la hará no apta para sus obligaciones como mujer y madre. Es solamente su debilidad lo que hace que ame a sus hijos. Hacedla fuerte y se empeñará en recolectar las coles y ordeñar las vacas, y nuestros niños morirán desatendidos en su primera infancia". De este modo, el cambio no se introdujo y las naciones vecinas, que tenían una situación igualmente favorable en otros aspectos pero tenían mujeres más fuertes, fueron acortando distancias respecto a esta raza miope, hasta que fue empujada fuera de la existencia. No hay duda de que la nación que antes añada las capacidades mentales bien preparadas de sus mujeres al monto total de su inteligencia aumentará enormemente su poder para lidiar con todos esos asuntos difíciles que necesitan solución urgente. Y no hay condición social tan carente de complicaciones que sus problemas no puedan afrontarse mejor, y por tanto que no pueda elevarse sensiblemente el nivel de inteligencia de la ciudadanía, equipando los cerebros con conocimiento y con la fuerza mental que se requiere para su aplicación. Hubo un tiempo en que vivir era un asunto más sencillo de lo que es ahora. Cada generación estaba satisfecha con preservar su vida tal como sus padres y madres lo habían hecho antes que ella y, una vez establecido el patrón, no hacía falta mucha cabeza para reproducirlo. Pero ahora el tipo más simple de vida no puede ser preservado por cerebros que sean débiles y flojos. Ninguna mujer que esté al cargo de su familia puede dormir bien por la noche a menos que tenga suficiente conocimiento como para supervisar al fontanero. No puede regular sus gastos con la conciencia tranquila a menos que pueda desembrollar muchas grandes cuestiones de economía política. Está obligada a elegir si dejará sentir su influencia en cuestiones de reforma pública y social, de sobriedad, de socialismo (en todas las rocas contra las que nuestra civilización está en peligro de hacerse añicos) o si se unirá a las filas de quienes son indiferentes al bienestar de su especie. Nadie puede formar opiniones fundadas en estos días, y apoyarlas de modo que tengan peso, a menos que sus capacidades mentales hayan sido endurecidas y templadas y refinadas mediante los mejores procesos que de momento se han inventado para este fin.

La moraleja de mi argumento es muy clara. Dejemos que las mujeres tengan la mejor educación que pueda dárseles. Permitamos que saquen el máximo partido de sus capacidades intelectuales, por muy humildes que puedan ser estas capacidades. Por el hecho de que las mujeres superen a los varones en virtud, no han establecido la regla de que no se deba animar a los varones a practicar las pocas pequeñas virtudes de las que son capaces. Los predicadores no instan a los varones a que eviten los buenos modales, por temor a que pierdan su masculinidad. ¿Por qué no dejar que cada mitad de la humanidad cultive las cualidades que tenga, sean cuales sean, en lugar de aplastarlas por completo, porque pudieran ser ya demasiado pequeñas? Las mujeres han ingresado ahora en los campos de las organizaciones benéficas, de la reforma de prisiones, de la dirección de escuelas. Si se han empeñado en ocuparse en asuntos tan serios como estos, ¿por qué no ayudar a que alcancen ese conocimiento científico sin el cual harán mucho más daño que bien? ¿Por qué no facilitar a cada chica que tenga la cantidad apropiada de habilidad para ello entrenar sus capacidades como considere mejor? No hay mucha gente de uno u otro sexo en la que merezca la pena gastar la educación superior. Para aquellas mujeres que lo merecen pedimos la mejor que se pueda tener. Abramos de par en par para ellas las ricas donaciones actuales que durante suficiente tiempo han sido prodigadas exclusivamente para los jóvenes varones. Organicemos algún método para elegir las chicas más listas entre las que no se pueden permitir ir a la universidad y démosles becas. No dejemos que los colleges reservados para mujeres se deterioren por falta de medios. Pero sobre todo, liberémoslos de esos cursos de posgrado que son lo mejor de nuestras grandes instituciones educativas. De vez en cuando aparecerá una mujer de capacidades excepcionales que habría sido una pena que el mundo se perdiera. Ninguna quedará dañada por un exceso de aprendizaje: todas quedarán fortalecidas y ennoblecidas, y las habremos preparado, en la medida en que depende de nosotros, para dejar tras ellas un mundo mejorado por el hecho de que ellas han vivido en él.




Fin de "Educación superior para las mujeres" (1896-97). Fuente textual en The Century 53/2 (vol 31 de la nueva serie) (1896-1897): 315-316.


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Fecha del documento: 8 de octubre 2020
Ultima actualización: 8 de octubre 2020

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