Analogía Filosófica, México
12/1 (1998), pp. 87-96

WALKER PERCY Y CHARLES S. PEIRCE: ABDUCCIÓN Y LENGUAJE

Jaime Nubiola

Universidad de Navarra, España



Permitidme en esta ocasión una presentación un tanto personal1. El origen remoto de la comunicación que hoy presento se encuentra en la deslumbrante experiencia que supuso para mí la lectura de la maravillosa Jefferson Lecture del novelista norteamericano Walker Percy (1916-90). Me encontraba yo en verano de 1992 como Visiting Scholar en la Universidad de Harvard tratando de escribir una introducción a la filosofía del lenguaje contemporánea que mostrara cómo una comprensión histórica de la filosofía analítica permitía augurar una renovación de marcado carácter pragmatista de aquella tradición filosófica. Al mismo tiempo, como me encontraba en la tierra natal del fundador de la semiótica, Charles S. Peirce (1839-1914), aspiraba a lograr cierta familiarización con su pensamiento, sus escritos y con la scholarship desarrollada en los últimos años alrededor de su figura. Pues bien, un día un abogado amigo me sugirió que leyera la conferencia de Walker Percy The Fateful Rift: The San Andreas Fault in the Modern Mind compilada en el volumen póstumo de sus ensayos publicado en 1991 bajo el título general Signposts in a Strange Land2. Aquella lectura tuvo para mí un efecto muy semejante a la decisiva experiencia de Hellen Keller con el agua de la fuente tantas veces recordada por Percy (Percy 1976: 34-36 y muchos otros lugares).

En la lectura de aquel texto –que viene a ser el testamento intelectual de Percy ya entonces gravemente enfermo– descubrí la unificación de mis diversos intereses intelectuales proseguidos separadamente durante años (Ketner 1996). Desde hacía tiempo me había interesado por segmentos de nuestra cultura aparentemente tan dispares como la filosofía del lenguaje, la semiótica y la teoría de la comunicación, la discusión acerca del alcance de la inteligencia artificial, las posibilidades y limitaciones para procesar mecánicamente el lenguaje humano, los intentos de enseñar lenguaje a primates, los niños salvajes y sus capacidades lingüísticas, el lenguaje de los sordomudos, la creatividad del lenguaje o incluso la revolución en lingüística suscitada por la gramática generativa de Chomsky. Pues bien, la lectura de aquel texto de Walker Percy, médico y literato, me deslumbró al mostrar con claridad meridiana tanto el diagnóstico de la enfermedad más grave de nuestra cultura actual como su terapia.

Sugería Percy que el elemento unificador de todos aquellos temas que tanto me habían atraído se encontraba en la insuficiencia del relato cientista que, permeado de un darwinismo simplón, ha dominado el ámbito académico angloamericano durante la segunda mitad de nuestro siglo con la pretensión de explicar las conductas más características de los seres humanos como son el lenguaje y la comunicación. La terapia –a juicio de Percy también– debía buscarse en Charles Peirce y en su descubrimiento del carácter irreductiblemente triádico que caracteriza al comportamiento lingüístico: el remedio para superar la Falla de San Andrés, la brecha que divide nuestra cultura entre ciencias naturales y humanidades, imposibilitando una comprensión integrada de los seres humanos y de su actividad se encontraba en "el trabajo de un científico americano, que hace ya cien años sentó las bases para una ciencia coherente del hombre" (Percy 1996: 1143).

El cientismo, propugnado por el Círculo de Viena y sus herederos positivistas, se convirtió desde los años cincuenta en la cultura hegemónica, en el realismo materialista que pretendía explicarlo todo ya o que confiaba ciegamente en el progreso de la razón humana para explicar de modo definitivo y en un futuro próximo inmediato todos los problemas. En contraste con el optimismo cientista, el pensamiento postmoderno, difundido ampliamente en la última década, ha oscilado entre una presentación de la ciencia como mera estructura de poder o como una forma más de literatura. Esta actitud escéptica puede ser entendida también como una forma escarmentada de aquel dogmatismo cientista del Círculo de Viena. La presencia de ambos enfoques se detecta con claridad en estratos muy amplios de nuestra cultura, que presentan una curiosa amalgama de pragmatismo vulgar, fundacionalismo cientista y escepticismo literario.

Sin embargo, el reciente resurgimiento del pragmatismo (Bernstein 1992) permite advertir también el creciente desarrollo de una nueva sensibilidad, desengañada de las vanas promesas del progresismo cientista, pero deseosa al mismo tiempo con la mejor tradición filosófica de forjar un futuro que sea diferente del pasado (Rorty 1995: 198). La convocatoria de este Congreso de la IASS-AIS bajo el lema Semiotics Bridging Nature and Culture puede considerarse un hito significativo en ese proceso de transformación de nuestra cultura a finales del siglo XX. Efectivamente, un rasgo de esa nueva sensibilidad es la atención preferente a nuestras prácticas comunicativas, a la capacidad humana de construir puentes entre las diferencias individuales y entre las culturas. Walker Percy, que se consideró a sí mismo un "ladrón de Peirce" (Carta de W. Percy a K. Ketner, 27 febrero 1989; Samway 1995: 130), descubrió en el pensamiento del filósofo norteamericano algunas claves decisivas que –frente al reduccionismo cientista y al deconstructivismo literario contemporáneos– permiten comprender mejor la naturaleza peculiar de nuestra actividad lingüística.

Tras esta ya amplia introducción, mi comunicación aspira a dar cuenta de algo de lo que Percy encontró en Peirce en su intento de explicar razonablemente la conducta lingüística humana. Dividiré mi exposición en tres partes, que abordaré necesariamente de modo muy sumario: 1º) La abducción; 2º) La articulación de creatividad personal y tradición comunitaria; y finalmente, 3º) La naturaleza de los espacios comunicativos.

1. La abducción

"La teoría de la abducción de Charles Peirce –escribió Percy– es una estrategia valida y posiblemente útil para aproximarse al lenguaje como fenómeno" (Percy 1976: 320). Efectivamente, una de las aportaciones más originales de Peirce –ha destacado Gonzalo Génova (1996: 22)– fue la de desvelar que, además de los modos de inferencia tradicionales, deducción e inducción, hay un tercer modo, o mejor, un primer modo, al que llamó abducción o retroducción. La abducción es el proceso mediante el cual se engendran nuevas ideas, las hipótesis explicativas y las teorías, tanto en el ámbito científico como en la vida ordinaria. "La abducción –ha escrito Sara Barrena– es un razonamiento mediante hipótesis, es decir, mediante la explicación que surge de modo espontáneo al ponderar lo que en cada circunstancia nos ha sorprendido" (Barrena 1996: 33). La inferencia abductiva hace plausible un hecho sorprendente al considerarlo hipotéticamente como el resultado de aplicar una regla determinada a un caso concreto Castañares 1994: 146). La deducción explora las consecuencias lógicas de los enunciados, la inducción trata de establecer hechos, pero ambas –escribe Peirce – "no contribuyen con el más mínimo elemento positivo a la conclusión final de la investigación" (CP 6.475, 1908). Es la abducción la que introduce la novedad, la que amplía nuestro conocimiento por medio de teorías explicativas a partir de los hechos.

La abducción no es una mera 'operación lógica', sino que desde un punto de vista semiótico es más bien aquella actividad espontánea de nuestro entendimiento que nos hace familiar lo extraño dando razón de lo que nos ha sorprendido. De los diversos tipos de abducción, Percy tiene interés para explicar el fenómeno del lenguaje en la abducción que da cuenta de los hechos en virtud de la propia simplicidad y economía del modelo explicativo (Percy 1976: 321). Para Percy la conducta nominativa habitual tanto en niños como en adultos por medio de la que nos familiarizamos con las personas y con las cosas por complejas que sean es la conducta humana por antonomasia. Esta conducta puede ser entendida como una inferencia abductiva habitual por la que aunamos vivencialmente experiencias y significaciones en los nombres.

Otro rasgo llamativo de la abducción es su carácter creativo. "La abducción concede al sujeto un máximum de libertad para explicar verosímilmente lo inexplicable" (Castañares 1994: 153-154). Quizá esto se advierta mejor al prestar atención al musement, que es la experiencia peculiar en la que tiene su fuente la creatividad humana. Peirce caracteriza el musement como un puro juego desinteresado, que no tiene objetivos, que "no envuelve otro propósito fuera del de mantenerse apartado de todo propósito serio". Tampoco posee ninguna regla, "excepto la pura ley de la libertad" (CP 6.458, 1908). El musement es un dejar libre a la mente, que va de una cosa a otra:

"Sube al bote del musement, empújalo en el lago del pensamiento y deja que la brisa del cielo empuje tu navegación. Con tus ojos abiertos, despierta a lo que está a tu alrededor o dentro de ti y entabla conversación contigo mismo; para eso es toda meditación" (CP 6.461, 1908).

Para todos quienes me escucháis resulta quizá obvia la conexión entre la abducción científica y la creatividad literaria, que ha sido certeramente estudiada por Douglas Anderson (Anderson 1987). Pero lo que quiero destacar en esta ocasión es la conexión entre la abducción y la actividad lingüística ordinaria, con el hablar, el escribir y el comunicarnos. El hablar o el escribir más comunes y vulgares son casi siempre formas o procesos de abducción:

"Al mirar por mi ventana esta hermosa mañana de primavera –escribió Peirce en 1901– veo una azalea en plena floración. ¡No, no! No es eso lo que veo; aunque sea la única manera en que puedo describir lo que veo. Eso es una proposición, una frase, un hecho; pero lo que yo percibo no es una proposición, ni una frase, ni un hecho, sino sólo una imagen, que hago inteligible en parte mediante un enunciado de hecho. Este enunciado es abstracto, mientras que lo que veo es concreto. Realizo una abducción cada vez que expreso en una frase lo que veo. La verdad es que toda la fábrica de nuestro conocimiento es una tela entretejida de puras hipótesis confirmadas y refinadas por la inducción. No puede realizarse el menor avance en el conocimiento más allá de la mirada vacía, si no media una abducción en cada paso" (MS 692).

Es cierto que al hablar o al escribir no advertimos que abducimos, pero también lo es que "para hablar no es necesario comprender la teoría de la formación de las vocales" (CP 4.242, c.1903), y que de ordinario los usuarios del lenguaje desconocemos las leyes fisiológicas o lingüísticas trabajosamente descubiertas por los especialistas de los diversos campos. La inferencia abductiva nos resulta tan transparente, tan simple y connatural que no la advertimos.

2. La articulación en el lenguaje de creatividad personal y tradición comunitaria

Para Percy, una de las diferencias más características entre lo seres humanos y los demás animales es que un ser humano "no sólo tiene un medio ambiente, como tienen todas las criaturas. Tiene un mundo. Su mundo es la totalidad de aquello que nombra, y eso es diferente de un medio ambiente. Un medio ambiente tiene lagunas, mientras que en un mundo no hay lagunas. El néctar forma parte del medio ambiente de una abeja. Las berzas, los reyes y los Buicks no. No hay lagunas en el mundo de esta nueva criatura, porque a las lagunas las llama eso, lagunas, o lo desconocido, o más allá, o no se sabe" (Percy 1996: 1155). Para Percy es mediante nuestras palabras como conformamos el mundo, haciéndolo diferente de un ambiente (Umwelt). En un mundo hay espacio para significados, sobre los que podemos pensar, deliberar, hablar y discutir. En un medio ambiente hay solo sucesos diádicos, causas y efectos: así son las experiencias de los demás animales (Mills 1993: 3). Pero nombrar es una actividad del todo diferente de las actividades reductibles a causa y efecto: "nombrar es algo único en la historia natural porque por primera vez un ser en el universo se sitúa aparte del universo y afirma de otro ser que es lo que es" (Percy 1976: 155); "ninguna otra especie sobre la tierra nombra nada, ni mucho menos va dando nombres a todo bajo el sol o preguntando su nombre" (Percy 1976: 309; 1991: 131-138).

Los espacios que crea el nombrar son espacios comunes y no ámbitos de consumo privado de sensaciones reducibles a procesos diádicos. "La memorable revelación de Helen Keller fue la afirmación de que el agua es lo que es. Pero una afirmación requiere dos personas, quien nombra y quien escucha. 'Esto es agua' significa que esto es agua para ti y para mí. Sólo una persona puede decir que sí y sólo puede decírselo a otra persona" (Percy 1991: 133) Para Percy, la intersubjetividad es "aquel encuentro de las mentes por el que dos 'yos' toman mutuamente el significado con referencia a un mismo objeto contemplado en común" (Percy 1976: 265). Los seres humanos reconocemos a los demás como interlocutores, como seres capaces de compartir nuestra comprensión. "Todo enunciado se hace en una comunidad. La comunidad de discurso es un parámetro necesario y no trivial de la conducta triádica" (Percy 1976: 172). Quienes constituimos una comunidad compartimos unos hábitos abductivos, unos hábitos que nos posibilitan recrear abductivamente las reglas que permiten entender lo que nos decimos unos a otros (Castañares 1988: 146).

La intersubjetividad es el espacio comunicativo en el que se produce esa peculiar articulación de creatividad personal y tradición. Por una parte, la intersubjetividad abona la objetividad de la verdad. Si se acepta que el lenguaje es vehículo del pensamiento y se está de acuerdo con Wittgenstein en que no puede haber lenguaje privado y en que sólo la comunicación con los demás nos proporciona el uso correcto de las palabras (Davidson 1991: 159-160), entonces, de la misma manera y con la misma rotundidad, ha de afirmarse, frente al cartesianismo individualista todavía en boga, que es la comunicación interpersonal la que proporciona la pauta de objetividad en el ámbito cognoscitivo. Pero, por otra parte, las palabras aprendidas comunitariamente son las que nos permiten colonizar nuestra experiencia biográfica y ejercer mediante ellas nuestra creatividad personal: lo hacemos mediante inferencias abductivas que obtienen brillos inesperados de palabras viejas, confiriéndoles nuevos usos y nuevas acepciones, o mediante nuestras aserciones, con las afirmaciones mediante las que expresamos nuestras historias y nuestros argumentos.

3. La naturaleza de los espacios comunicativos.

El legado más importante de Walker Percy es la afirmación de que una teoría adecuada del lenguaje a lo largo de las líneas esbozadas por Peirce es capaz de suturar la brecha existente entre biología y gramática, entre los estudios científicos y los estudios literarios, para poder ganar una comprensión unitaria e integrada del ser humano. La clave se encuentra en la cabal comprensión de la articulación de pensamiento y mundo que acontece genuinamente en el lenguaje, pues los tres elementos –pensamiento, lenguaje y mundo– se confieren sentido respectivamente en su interrelación. Cuando el niño de dos años mira una flor y vuelve los ojos a su madre y balbucea "a flo", está aunando en su conducta la flor, el sonido, a su madre como destinataria de la expresión y a él mismo como artífice de la unión (Percy 1996: 1152). Todo ese habitual proceso comunicativo no puede ser explicado diádicamente, o si es explicado diádicamente se lo desnaturaliza por completo tornando imposible su cabal comprensión.

En el lenguaje se articulan la creatividad personal y las tradiciones comunitarias, la espontaneidad emotiva y la enciclopedia cultural de significaciones. El ejemplo de la interacción del niño con su madre sugiere además que en el empeño personal por aunar afectivamente creatividad y tradición en las relaciones con los demás logramos crear espacios genuinamente comunicativos. Por eso la verdad es lo más comunicable, por eso la verdad es liberadora, por eso la verdad es lo que los seres humanos nos entregamos unos a otros para forjar relaciones significativas entre nosotros.

A quienes se dedican a la semiótica corresponde en especial tender nuevos puentes entre las tradiciones, las culturas, los saberes y las personas que regeneren los espacios comunes para que sean verdaderamente comunicativos. En aquella lección solemne que recordaba al principio de mi comunicación Walker Percy afirmaba de Charles S. Peirce: "La mayoría de la gente nunca ha oído hablar de él. Pero lo oirán" (Percy 1996: 1143). Me gustaría que después de haberme escuchado esta tarde entendieran un poco mejor el porqué de aquella profética declaración y porqué algunos creemos que el pensamiento de Peirce puede ayudarnos a establecer esos anhelados puentes.

Jaime Nubiola
Dept. Filosofía
Universidad de Navarra
E-31080 Pamplona, España
e-mail: jnubiola@unav.es

Notas

1. Debo gratitud a las sugerencias y ayudas de Itziar Aragüés y Wenceslao Castañares en la preparación de este texto y a la financiación del Proyecto de Investigación "Claves del pensamiento de Peirce para la filosofía, la ciencia y la cultura del siglo XXI" (PIUNA 1995-97) para poder acudir al VI Congreso Internacional de Semiótica en Guadalajara, México.

2. Aquella conferencia fue impartida por Percy el 3 de mayo de 1989 como 18th Jefferson Lecture en la National Endowment for the Humanities (Washington, D.C.). Fue publicada con el título "The Divided Creature" en The Wilson Quarterly 13 (1989) 77-87, e incluida por Patrick Samway en el libro póstumo Signposts in a Strange Land en el que compilaba los ensayos filosóficos y literarios de Percy no incluidos en sus libros publicados en vida, así como otros textos suyos de carácter biográfico. La conferencia ha sido traducida al castellano en Anuario Filosófico 29 (1996) 1135-1157.



Referencias bibliográficas

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