EL SIGNIFICADO Y LAS TRES CONDICIONES ESENCIALES DEL SIGNO

James Jakób Liszka

Universidad de Anchorage, Alaska, USA



La complejidad no es necesaria solamente para explicar la evolución de los sistemas vivos, sino también la de los sistemas significativos, tales como el lenguaje. En este trabajo sostengo que la teoría peirceana del signo ofrece una solución original a ese problema bastante complejo, al sugerir que la complejidad y la formación de signos forman un conjunto. Formulada como una tesis, mi propuesta sería que las mismas condiciones requeridas para la complejidad son aquellas condiciones que Peirce expresa como constituyentes del signo.

Peirce expone con claridad cuáles son las condiciones esenciales del signo. Para que algo se considere un signo debe tener las siguientes tres condiciones (cf. Liszka 1996; 18ss): primera, un signo debe serlo de algo (CP 2.230, 1910; W 1: 287); segunda, un signo debe ser capaz de transmitir algo sobre la cosa de la que se trata (CP 2.228, c.1897; 3.361, 1885; W 1: 287) y, tercera, debe ser capaz de conducir a algo más, algo sobre lo que la cosa trata (CP 2.228, c.1897; CP 2.308, 1901; CP 5.253, 1868): Peirce afirma que "(...) una verdadera tríada en sentido estricto (...) existe en el universo de las representaciones. De hecho, la representación implica necesariamente una genuina tríada. Para ella implica un signo, o representamen, de algún tipo, externo o interno, que media entre un objeto y un pensamiento interpretante" (CP 1.480, 1896). Podemos formular estas tres condiciones de un modo algo diferente: para cualquier proceso o serie de procesos generadores de significado, el signo debe ser capaz de mediación, direccionalidad e interpretación. Aunque me gustaría elaborar una detallada explicación de los tres procesos y de sus interrelaciones, las limitaciones de espacio me obligan a centrarme principalmente en el primer proceso, la mediación, con alguna referencia a los otros dos.

Para avalar el argumento de mi tesis –el que la complejidad y la formación de signos forman un conjunto– emplearé unos experimentos mentales junto con algunos ejemplos tomados del mundo real. La tesis puede resumirse en las siguientes características esenciales: primera, la complejidad requiere procesos de mediación. Segunda, los procesos de mediación no consisten en la transmisión de algoritmos, sino que han de ser transformativos; el tipo especial de transformación expresado por esta mediación es captado por Peirce en su noción de inclusión o transitividad. Tercera, la mediación, entendida como inclusión, implica dos procesos: la esquematización y la representación; la esquematización es la capacidad del mediador para organizar la información de su fuente así como para hacerla interpretable para algún otro proceso; la representación permite al mediador servir de eficaz medio de relación entre la fuente y los algoritmos de interpretación. Cuarta, la esquematización y la representación implican una bi-direccionalidad inherente al proceso. Quinta, para que un mediador se convierta en un signo deben cumplirse las tres condiciones de un signo.

Supongamos una organización mínima: energía, materia, un proceso que se organiza por medio de ellas, algo que procesar, algo procesado, y el entorno en el que estos procesos tienen lugar. Este proceso tendrá alguna manera de aceptar (input) algo de su entorno, y sólo responderá a algunas características de este entorno. Habrá un algoritmo o regla que expresará el diseño de su procesamiento, y habrá alguna producción (output).

Supongamos que el algoritmo de este proceso elemental es meramente transcriptivo, es decir, sustituye una característica de entrada por otra, de tal forma que la salida es un producto del mismo tipo que la entrada. Sin embargo, suponiendo también que el algoritmo planifica la entrada sobre sí mismo, de tal forma que la salida es la misma que entró. Lógicamente esta es una función de identidad. El efecto es que la entrada sería simplemente transmitida mediante el algoritmo sin alteración. Esto sería la formalización de una pura transmisión. En ese caso, se advierte fácilmente que, independientemente de cuántos de estos procesos se reproduzcan o de qué complejidad de interconexiones se establezca entre ellos, el sistema nunca sobrepasará un nivel de significado mayor que el de ninguno de los procesos. Como mostró Shannon (1950), codificar el significado correctamente puede ayudar a evitar su entropía, pero unir puros procesos de transmisión no hará que el significado transmitido crezca. Si el algoritmo no genera significado, no es relevante entonces la complejidad del sistema del algoritmo, ya que no se generará significado en él; consecuentemente, si suponemos que el significado se genera desde un proceso no significativo, entonces, aquellos procesos no significativos que tienen esta clase de algoritmo no podrían generar significado. Si el algoritmo expresa pura transmisión, ningún sistema compuesto en su totalidad de puros transmisores, independientemente de su complejidad, será suficiente para generar significado.

Para que se genere, pues, significado desde procesos no significativos, el algoritmo del proceso debe ser susceptible de una transcripción que transforme su entrada en una salida que sea en cierto sentido diferente de su propia salida. Sin embargo, teniendo en cuenta que el algoritmo transforma una entrada en una salida diferente de su entrada, independientemente de cuántos procesos iguales se reproduzcan en el mismo entorno, no habrá en principio interconexiones posibles. Para esta organización, también, el sistema no es más significativo que ninguna de sus partes; consecuentemente, si alguno de los procesos no es significativo, ninguno lo es.

Para evitar esta situación debe haber dos tipos distintos de algoritmos de transcripción: uno que tome la entrada de su entorno y la transforme en una salida diferente de su entrada, y otro que pueda leer la salida del otro; por ejemplo, el modo en que el ARN mensajero lee el ADN en forma de nucleótidos complementarios. La existencia de ambos algoritmos (incluso si se produce dentro de un único proceso) es necesaria para realizar una conexión entre dos procesos, y para complicar el sistema hasta un grado significativo. Llamemos a los procesos del segundo tipo lectores y a aquellos del primer tipo, textos. Como señala Peirce, "los signos requieren al menos dos quasi-mentes; una quasi-pronunciadora y otra quasi-intérprete (...) toda evolución lógica del pensamiento ha de ser dialógica" (CP 4.551, 1905).

Hay tres posibles escenarios a este respecto: (1) la salida de los lectores es la misma que su entrada; (2) la salida de los lectores es la misma que la entrada de los textos; (3) la salida de los lectores es algo diferente a la entrada o salida del texto. Si reflexionamos un poco, se verá que de los tres posibles escenarios a este respecto, el tercero es el que más posibilidades tiene de generar un nivel de complejidad suficiente para la producción de significado en un sistema.

El proceso del ADN ilustra esto, aunque con una intuición adicional. Los biólogos distinguen entre los procesos de transcripción que tienen lugar entre el ADN y el ARN mensajero, y la traducción de la información genética a una secuencia de aminoácidos. La traducción tiene lugar cuando el ARN mensajero "lee" el ADN, que está codificado como tripletes ordenados de cuatro nucleótidos. De la misma manera que cada nuevo hilo de ADN es una copia complementaria de un hilo existente, cada nueva molécula de ARN es copiada de una de las dos hilos de ADN por el mismo principio de emparejamiento de bases. El resultado es una transmisión de ADN por complementación. Es claro, sin embargo, que tal transmisión por complementación podría transmitir solamente el código sin ninguna complicación a la arquitectura genética del sistema. Como la igualdad, esta complementación es un proceso que preserva el código y el nivel. Para llevar a cabo alguna complicación en el sistema, se debe establecer una relación transitiva. Esto lo realiza el ARN transferente. El ARN transferente lleva consigo una transcripción complementaria del ADN que le permite leer el ARN mensajero, pero al mismo tiempo tiene la capacidad de leer los aminoácidos "seleccionando" al que está codificado para ello. Puesto que el ARN transmisor y el ARN mensajero son complementos del ADN, el ARN transmisor puede también leerlo. Como consecuencia de ello, el ARN transmisor sirve como mediador entre el ARN mensajero y los aminoácidos que formarán los componentes constructivos de las proteínas. Los ribosomas proporcionan el entorno en el que la mediación tiene lugar.

Como complemento de estas enseñanzas de la traducción genética, los algoritmos de Turing pueden servir como un ejemplo indirecto de por qué la mediación es necesaria en un sistema de generación de significado. El algoritmo de Turing funciona principalmente sobre la base de la identidad, la sustitución y la posición. Se expresa mediante una serie de complementos, "1" y "0". La sustitución simplemente significa, entonces, la sustitución de una unidad por el mismo tipo de unidad. En efecto, entonces, la sustitución en este caso configura una relación de igualdad. No existe una relación transitiva en los algoritmos de Turing (la posición es meramente un proceso secuencial aunque a veces se represente como si fuera una implicación). De igual manera que los sistemas de procesos formados únicamente por funciones de identidad e igualdad –sin tener en cuenta su grado de dificultad– sólo pueden ser una transmisión de procesos de transcripción, así son los procesos de Turing. Esto podría hacernos intuir que cualquier ordenador que emplee el algoritmo de Turing, independientemente de su complejidad, simplemente transmite transcripciones, y no puede ser considerado un sistema generador de significado en ningún sentido razonable del término.

El experimento mental de la Chinese Room de John Searle (1984: 28-42) ilustra de manera más intuitiva el mismo punto. Imaginemos a un observador mirando una habitación que tiene una ranura de entrada y una ranura de salida. Una cinta con caracteres chinos entra en la habitación por una ranura y sale por la otra. El observador puede leer y entender chino. Puede ver que van entrando enunciados coherentes en chino y, correspondientemente, van saliendo enunciados coherentes relevantes con la entrada. Se podría concluir que sea lo que sea lo que ocurre en esa habitación, el "lector" entiende chino.

Sin embargo, cuando la habitación se abre y queda revelado su mecanismo interior, descubrimos que la habitación está ocupada por un transcriptor profesional que toma un símbolo cualquiera que entra en la habitación, lo remite a un gráfico de sustituciones y después reemplaza el símbolo en la secuencia prescrita por el algoritmo. Emplea únicamente los algoritmos de Turing –identidad, sustitución y posición. El transcriptor no entiende chino, tampoco la habitación, y ninguna transcripción generará tal comprensión. Todo significado es externo al proceso (y se supone que reside en el inventor de la habitación), y es meramente transmitido por el proceso.

La reflexión acerca del proceso del ADN y las dificultades con los algoritmos de Turing muestran que para alcanzar un sistema que sea capaz de generar significado, debe haber al menos dos tipos básicos de procesos, uno que produce el texto y otro que puede leerlo, y la relación entre el lector y el texto debe establecer una relación transitiva o una relación que implique tanto a la entrada como a la salida del sistema. La relación transitiva es una relación mediativa, y si la transitividad es necesaria para la mediación, entonces todos los sistemas suficientemente poderosos para generar significado deben en ese sentido tener mediadores y ser transitivos. Para ilustrar cómo las relaciones transitivas son mediaciones, formalmente hablando, debe tenerse en cuenta el carácter formal de esa relación que Peirce denomina ilación (illation). Así, "si A, entonces B", "si B, entonces C", "si A, entonces C" (cf. CP 3.165, 1880). Literalmente, esto demuestra que A está en B y B está en C. La transitividad también dibuja una relación triádica primitiva: demuestra que un tercer elemento se conecta a uno primero por medio de un segundo. La existencia de transitividad en un sistema hace posible su desarrollo al incrementar los niveles de complejidad que están relacionados unos con otros por medio de una inclusión. Por ejemplo, considerar qué ocurre si la igualdad, en lugar de la transitividad es el único operador algorítmico en el sistema A=B significa que todo A está incluido en B y que todo B está incluido en A (CP 3.173n2, 1880). El sistema no se desarrolla más allá del límite de A o B, pero tampoco A o B definen el mismo universo.

Las relaciones transitivas no pueden definirse en términos de igualdad o sustitución. Ni B ni C pueden sustituirse por A, tampoco A es idéntico a B o a C. La relación transitiva es por ello una relación triádica primitiva, necesaria para que un sistema sea lo suficientemente complejo para generar significado. Precisamente por esta razón, considero que Peirce piensa en la ilación como "la relación semiótica primordial" (CP 2.444 n1, c.1897).

Ya que la existencia de mediadores es crucial en los procesos de generación de significado, estudiemos entonces con más detalle la noción de mediador. El mediador forma una relación transitiva con aquello que media. Como hemos visto, la relación transitiva, según Peirce, se entiende mejor por medio de la noción de inclusión: A está de alguna forma incluido en B y B incluido en C; de hecho, entonces, A está también incluido en C. Esto sugiere que, en la mediación, A es llevado a través de B hasta C, de la misma manera que una intención se lleva a cabo a través de un conjunto de acciones. Así, la conexión entre A, B y C no puede reducirse a un conjunto de relaciones diádicas. La transitividad se parece más al acto de dar en el que algo se transfiere entre dos agentes de tal manera que no puede reducirse a una secuencia causal (CP 1.363, c.1890). En la transitividad A está incluido en B, pero también es desarrollado por B para ser así incluido en C que, a su vez, permite el desarrollo de B para una inclusión posterior. Lo que A proporciona para esta transitividad es, entonces, el anzuelo o el ancla sobre los que se establecen las sucesivas inclusiones. Me detendré un poco más en este aspecto.

Si A puede considerarse como la fuente de la transitividad –lo que Peirce llamaría un Objeto Dinámico (CP 8.314, 1897-1909; CP 8.343, 1908; CP 4.536, 1905)– entonces su papel es conferir una cierta determinación a los procesos que le siguen. Esta determinación se realiza por medio de una forma que es captada por el proceso, y que –convirtiéndose esos procesos en procesos de signos– servirá para lo que Peirce denomina el fundamento (ground)del proceso. El fundamento entendido como forma mantiene alguna característica de la fuente, sin embargo, permite que sea llevado a cabo mediante un proceso diferente al proceso que es su fuente. Para que tome parte en una relación transitiva, cualquiera que sean las otras cualidades que una cosa que incluya pueda tener, hay algunas que presentarán esa determinación; en otro caso la transitividad no podría tener lugar. En pocas palabras, si A no pudiera ser encajada en alguna ranura de B, B no podría transferir A para su inclusión en C. El mediador mostrará entonces esta forma o fundamento por medio de algunas cualidades, propiedades o relaciones que tiene, independientemente de si sirve o no como mediador. Cuando los mediadores se convierten en signos, las formas de esas cualidades, propiedades o relaciones son un aspecto de su fuerza como signo. Quienes estén familiarizados con la obra de Peirce conocerán bien estos aspectos. Cuando el mediador comparte cualidades con aquello que media, es un cualisigno (CP 2.244, 1903); cuando su hic et nunc realiza la forma de lo que media, entonces es un sinsigno (CP 2.245, 1903); y, finalmente, cuando su modelo –independientemente de que pueda ser realizado o no– realiza la forma de aquello que media, entonces es un legisigno (CP 2.246, 1903).

La compresión de aire en ondas sonoras de una determinada amplitud y frecuencia, que tienen una forma definida, son transmitidas por el tímpano y los huesecillos como pautas vibratorias y, finalmente, en el caracol, como ondas fluidas. En este punto, tales ondas se transcriben como un impulso nervioso, posible gracias al efecto de aquellas ondas fluidas sobre la membrana basilar, a la que están unidas células pilosas conectadas su vez a receptores nerviosos. Independientemente de cuál de las tres teorías dominantes sobre el tono consideremos –la teoría local de Helmholtz (1866), la teoría de la frecuencia de Rutherford (cf. Békésy 1957), o la teoría de la descarga de Weaver (1937)–, todos coinciden en afirmar que las pautas de impulsos nerviosos retienen de algún modo la forma expresada por la frecuencia de la onda sonora que alcanza el pabellón auricular; sin embargo, no están de acuerdo en cómo lo expresa la pauta nerviosa. Helmholtz afirmó que algunos puntos concretos en la membrana basilar vibran al máximo como respuesta a ondas sonoras de determinadas frecuencias. George Békésy (1957) mostró, concretamente, que mientras la frecuencia crece, el punto de máxima vibración producido por la onda en movimiento en la membrana basilar se acercaba a la ventana oval; y que cuando la frecuencia del estímulo descendía, el punto de vibración máxima se alejaba de la ventana oval. La teoría de la frecuencia sostiene que, especialmente para ondas por debajo de 1000 Hz, toda la membrana basilar vibra, pero en proporción directa a su frecuencia. Las neuronas lanzan impulsos, de tal forma que es tanto la frecuencia simultánea como la acumulativa de las impulsos nerviosos la que conserva la pauta de frecuencia de las ondas sonoras. Lo que se transfiere a otros procesos, comenzando por la captación de ondas sonoras por el pabellón, es una transferencia de forma, una cierta transitividad, que une los procesos; aunque cada proceso incluye esta forma, también se expande por el mismo acto de incluirlo en algo más.

Cuando el mediador es parte de un proceso semiótico, su capacidad de incluir algo más dentro de su propio proceso le permite servir como un representante de aquello que incluye; su capacidad de expandir lo que incluye, le permite ser interpretado por otros procesos que no puede leer A, pero que puede leer B. El objetivo de tal organización es obvio. Si un proceso fuera simplemente una secuencia de procesos, no sería posible ninguna transferencia de información sobre la fuente, ya que cada proceso leería únicamente el proceso que le precede; el proceso sería meramente diádico, y trataría de esta forma a su proceso precedente como si fuera la fuente. El resultado sería un sistema ciego, en el que A sigue a B, el cual sigue a C, el cual sigue a D.

Esto también muestra que la transitividad –entendida como mediación– permite direccionalidad en el sistema de procesos. El objetivo de abrir la ventana es una fuente que se esquematiza en un plan imaginario, que conlleva una secuencia de acontecimientos (girar la manilla, abrir la ventana), que se esquematizan en la corteza motora, que es después esquematizada en las interneuronas, y que es esquematizada después en el sistema motor.

Conseguir la transitividad sin la mediación sería completamente ineficaz, cuando no imposible, para un sistema suficientemente complicado como para generar significado. Para leer A, cada proceso que sigue a A tendría que tener una conexión directa con él. Los mediadores son mucho más eficaces ya que pueden transferir información desde procesos que están por debajo de ella sin incluirlo todo. En este caso el signo sirve como representate de su fuente exactamente igual que un legislador representa a quienes le han elegido: es una voz en lugar de varias. El mediador reduce un cierto número de procesos más primitivos, aunque conserva algo de su carácter en la expansión de estos. En cierto sentido, las ondas sonoras de una determinada amplitud y frecuencia no pueden alcanzar ciertas zonas del cerebro de la manera que un tono lo puede. El signo resume o reduce la salida de procesos de nivel más bajo y, consecuentemente, puede ser tratado por procesos de más alto nivel de manera más productiva y eficaz. Una oración es una suma de palabras, las palabras una suma de sílabas, las sílabas de fonemas, los fonemas de rasgos distintivos. Los signos, según Marvin Minsky, se pueden comparar al modo en que quienes juegan con un ordenador usan símbolos para invocar procesos dentro de sus complicadas máquinas de juego sin la menor comprensión de cómo funcionan. "Y si se piensa en ello, no podría ser de otra manera. ¿Qué ocurriría si ahora pudiéramos enfrentarnos a las redes de nuestro cerebro formadas por trillones de conexiones...? Afortunadamente, para los propósitos de la vida diaria, es suficiente que nuestras palabras o señales evoquen un acontecimiento útil en la mente" (1986: 57).

La transitividad en la relación entre A, B y C permite a A ser incluida tanto en B como en C, pero la inclusión de A en B hace que la transferencia sea posible. En efecto, B esquematiza a A para su inclusión en C. B, como el ARN transmisor, realiza una operación de tipo Jano ya que puede "recibir" algo de A, a la que conserva aunque transforma en algo que puede ser incluido en otra cosa. Podemos pensar en la esquematización en sentido kantiano: una forma de articular o formatear algo de tal modo que puede ser hecho inteligible para un proceso de nivel superior (cf. CP 1.35, c.1885; 2.385, 1901). Para usar el ejemplo de Kant, la causalidad puede ser esquematizada conceptualmente en un primer momento como una secuencia asimétrica de acontecimientos, que está preparada de este modo para el concepto. De manera similar, las pautas de los impulsos nerviosos auditivos son esquematizaciones de la amplitud y frecuencia de las ondas sonoras originales y, por supuesto, retienen la forma o base de aquella onda, aunque la transformen de tal manera que pueda dirigirse a otros procesos más elevados en el cerebro. Mediante las esquematizaciones, el mediador puede dirigirse a otros procesos en la cadena de procesos. Las esquematizaciones permiten a C leer a A pudiendo leer B. El esquema formatea C de tal forma que la información sobre A puede pasar a través de B. Dependiendo del tipo de esquematización, Peirce los llama semas, femas o delomas (CP 4.538, 1905).

Puede decirse que los semas están en el umbral del significado, o del más primitivo nivel del significado, ya que representan el momento del proceso en el que el mediador puede dirigirse a un interpretante, o puede hacer que el interpretante lo interprete, un proceso que es distinto de la pura mediación. Los dos ejemplos de mediación más claros propuestos por Peirce –perceptos y términos– ilustran esto con claridad. Cualquier cosa por debajo del umbral de un percepto es en general asignificativa para agentes humanos, lo mismo ocurre con las palabras.

Por otra parte, un mediador es un fema si está esquematizado de tal forma que puede proporcionar información para los interpretantes o lectores. Los femas son unidades mínimas de información. Para Peirce, entre los ejemplos de femas se incluyen los juicios perceptivos (la afirmación del contenido de lo visto), o las proposiciones ("Este coche es rojo"). Un mediador es, finalmente, un deloma cuando se esquematiza de tal forma cuando se convierte en una inferencia provocativa para los interpretantes o lectores.

La mediación es uno de los tres procesos necesarios para los signos y para la generación de significado dentro de un proceso determinado. El significado surge en el paso del proceso fuente-mediador-lector a una relación objeto-signo-interpretante. Esto tiene lugar cuando existen tres procesos disponibles para algún agente: mediación, direccionalidad e interpretación. La mediación es el medio no causal por el que una fuente puede afectar a un agente y, al mismo tiempo, representa algún tipo de información sobre esa fuente para el agente. Sería necesario un futuro análisis de los otros dos procesos. La direccionalidad establece el camino básico del sistema, y hace posible una posterior determinación por medio de signos ya determinados por su fuente. La determinación impartida por los signos puede ser dirigida hacia fuera del sistema de signos del cual ese signo es ahora una parte, en relación con el agente. Al mismo tiempo, puede ser dirigido hacia atrás, como algo acerca de su fuente. Finalmente, la interpretación es el medio por el cual el signo puede llegar a ser situado, colateralmente, entre los hábitos de significado, en el universo de discurso de ese agente.

(Traducción de Carmen Llamas)

James J. Liszka
Dept. Philosophy
University of Alaska Anchorage
3211 Providence Dr.
Anchorage, AK 99508, USA
e-mail: afjjl@uaa.alaska.edu


Referencias bibliográficas

Békésy, Georg (1957). The Ear. Scientific American 252 (4): 66-78.

Helmholtz, Hermann (1962). Treatise on Physiological Optics. New York: Dover.

Liszka, James (1996). A General Introduction to the Semeiotic of Charles S. Peirce. Bloomington, IN: Indiana University Press.

Minsky, Marvin (1985). The Society of Mind. New York: Touchstone.

Searle, John (1984). Minds, Brains and Science. Cambridge, MA: Harvard University Press.

Shannon, Claude. E. (1950). Recent Developments in Communication Theory. Electronics 23: 80-84.

Weaver, E. G. y C. W. Bray (1937). The Perception of Low Tones and the Resonance Volley Theory. Journal of Psychology 3: 101-114.