Peirce y Ortega

Gregory F. Pappas



There are remarkable similarities in the philosophical starting points and conclusions of Peirce and Ortega, in spite of the fact that they belong to different intellectual and cultural traditions. In this paper a common topic, central to their pragmatic view, is studied: the distinction between indubitable and doubtable beliefs, between "creencias" and "ideas".


José Ortega y Gasset y Charles Sanders Peirce son dos filósofos distinguidos e influyentes que pertenecieron a tradiciones intelectuales y culturales distintas. A pesar de estas diferencias es posible encontrar notables semejanzas tanto en sus puntos de partida filosóficos como en sus conclusiones. Vale la pena explorar estas semejanzas. Por ejemplo, en el centro de ambas filosofías hay una concepción prometedora y novedosa de la naturaleza de las creencias. Esta concepción puede denominarse concepción pragmática. En este artículo estudiaré la distinción entre creencias que considero básica en tal concepción. En primer lugar, esclareceré esta distinción tal como la encuentro esbozada en los trabajos de Peirce y Ortega. Después consideraré cuales son las consecuencias más relevantes que se siguen de esta distinción filosófica entre nuestras creencias, tanto para la propia filosofía como para el estudio de la sociedad y la cultura.

I

Cuando Peirce desarrolló su "commonsensismo crítico" distinguió lo que denominó "creencias originales" de los otros tipos de creencia. Según Peirce, estas creencias son "indubitables", "invariables" y "vagas". "Indubitable" no significa para Peirce "absolutamente cierto" o "auto-evidente". Significa simplemente que no podemos albergar dudas genuinas acerca de ellas o, en palabras del propio Peirce, que "sólo podemos dudar de ellas sobre el papel" (CP 5.376). Una duda genuina, en oposición a una duda "sobre el papel", es "una duda que realmente interfiere en el funcionamiento normal de un hábito-de-creencia" (CP 5.510). Para comprender estas observaciones debemos recordar que Peirce mantenía la doctrina de la credulidad primitiva 1, según la cual los hombres somos primera y principalmente criaturas creyentes, y llegamos a ser escépticos por la experiencia. Una creencia es un hábito que proporciona al organismo un estado de equilibrio, mientras que la duda surge cuando la experiencia desbarata este equilibrio. Así, una duda viva y real consiste en la experiencia de un desequilibrio orgánico, no en un estado "subjetivo" de la mente al que yo pueda acceder metodológicamente siempre que me venga en gana (por ejemplo, una "duda cartesiana"). Como señala Peirce:

"Una proposición que pudiera ponerse en duda a voluntad, ciertamente no la creeríamos. Porque la creencia, mientras dura, es un hábito fuerte y, como tal, fuerza al hombre a creer hasta que alguna sorpresa quiebra el hábito. Sólo puede romperse una creencia por medio de una experiencia novedosa" (CP 5.524).

Para esclarecer las creencias originales las distinguiré de las "creencias dubitables", es decir, de las creencias abiertas a la duda razonable o genuina. Es importante señalar que puede no ser una creencia dubitable efectivamente dudosa si, por ejemplo, no ha habido todavía ocasión para la duda. Lo único que se requiere es la apertura hacia la duda genuina. A veces somos conscientes de esta apertura porque nos resulta fácil concebir, en las circunstancias actuales, que en cualquier momento pueden darse nuevas experiencias que introduzcan la duda en una creencia determinada. Por ejemplo, yo no tengo dudas de que en la Universidad de Texas haya 47.000 estudiantes, pero no necesitaría más que una pequeña evidencia para comenzar a dudar acerca de mi creencia. Por otra parte, una creencia original, además de no ser actualmente dudosa, es el tipo de creencia que no puede ser dudosa. Es importante perfilar el sentido de este "no puede". No se emplea en un sentido absoluto de "imposible". Peirce está dispuesto a conceder que cualquier creencia original (o, en este caso, cualquier creencia) en un futuro podría resultar falsa; sin embargo, han superado la prueba de la experiencia tantas veces que "para todos los propósitos prácticos podemos decir genuinamente que no podemos dudar de ellas" 2. Esta observación de Peirce sugiere que la diferencia que intentamos establecer entre una creencia original (que "no puede" ser dudada) y una creencia dubitable pero no actualmente dudosa es sólo un problema de grado o de fuerza relativa. Pero si es así, ¿en virtud de qué trazaremos la línea que separe las creencias originales de las creencias dubitables, dentro del continuo de las creencias que pueden, en mayor o menor medida, ser quebrantadas por la experiencia? Una mera resistencia a la duda no es suficiente para establecer una distinción clara y con sentido entre las creencias originales y el resto de nuestras creencias. Por tanto, debemos mirar más de cerca las razones por las que, para Peirce, las creencias originales son las más indubitables.

Peirce caracterizó también las creencias originales como casi invariantes y como "intrínsecamente" vagas (CP 5.498, 5.508). Esta calificación de "intrínseca" es crucial para distinguir las creencias originales de las otras creencias. Creemos muchas cosas (a saber, creencias dubitables) que no han sido puestas en duda porque sencillamente no nos hemos tomado la molestia de reflexionar y poner en claro qué es lo que realmente creemos. De modo que permanecen siendo vagas. Pero "cuando son más precisadas pueden dejar de ser indubitables y transformarse en creencias dubitables" (CP 6.496). Por ejemplo, muchos estudiantes que creen que "todo el mundo actúa por el propio interés", se sumergen en la duda cuando un profesor de filosofía les fuerza a reflexionar sobre el sentido preciso de esta creencia dubitable. Sin embargo, una creencia original es "intrínsecamente" vaga en el sentido de que permanece vaga y, por tanto, indubitable, por mucho que la estudiemos y analicemos intelectualmente. En palabras de Peirce, las creencias originales son las creencias "que cuando pasan por una criba semejante dejan invariablemente, intacto, un cierto residuo de vaguedad" (CP 5.507). El ejemplo favorito de Peirce era la creencia en el orden de la naturaleza. Respecto de esta creencia original escribió que "definida con precisión, resultaría difícil decir que es absolutamente indubitable si pensamos cuántos pensadores no creen en ella. Pero, quién puede pensar que no hay un orden en la naturaleza" (CP 5. 508). Otro ejemplo de creencia original que usaba Peirce era la creencia de que la crueldad y el incesto están mal. Nosotros filósofos podemos escribir artículos, crear debates o simposios acerca de los posibles significados de esta creencia, pero una vez que se haya dicho y hecho todo, ¿quién no creerá que la crueldad y el incesto están mal?

¿Por qué las creencias originales son intrínsecamente vagas? ¿Por qué no les afecta ni la deliberación ni ninguna de nuestras actividades intelectuales? Quizás, porque, en primer lugar, no son las creencias que se forman en la mayor parte de nuestra vida intelectual consciente. Esto es lo que Peirce parece sugerir cuando a veces se refiere a ellas como aplicables a un "modo primitivo de vida" (CP 5.445). Esto sugiere que su particular indubitabilidad y vaguedad es el resultado de la función práctica que desempeñan en nuestras vidas. Por tanto, para comprender las creencias originales necesitamos considerar su origen y su función en relación con otras creencias (susceptibles de análisis intelectual) e investigaciones.

¿Hay una lista definida de creencias originales? Peirce afirmó que, a la luz de su concepción general, estaba inclinado a pensar que "no hay una colección definida y consolidada de opiniones indubitables, sino que el criticismo, a la vez que hace retroceder gradualmente cada unidad indubitable, modificando la lista, deja todavía creencias indubitables" (CP 5.509). Peirce confesó que después de años de investigar este problema sólo podía concluir que las variaciones en el conjunto de las creencias son tan débiles, que aunque sería ridículo decir que están consolidadas absolutamente, "están tan cerca de ello, que para nuestros propósitos ordinarios pueden entenderse del todo así" (CP 5.509). Pero aunque aceptáramos la posibilidad del cambio, ¿es que las creencias originales provienen de creencias que fueron, en su tiempo dubitables? También aquí Peirce es reacio a hacer una afirmación definitiva. Sin embargo, no veía razón para pensar que la proposición "las creencias dubitables llegan a ser indubitables" (CP 5.512) fuera una regla. Tal perspectiva parece presuponer, erróneamente, que una etapa de escepticismo precede a la creencia. Es más probable que en virtud de la "credulidad primitiva" la mayoría de los cambios en la índole de las creencias consistiera en la transformación de una creencia original en una creencia dubitable. Peirce, de nuevo, parece sugerir que ni siquiera esto ocurre con mucha frecuencia. Además, se requeriría algo más que la reflexión intelectual y la deliberación para que este cambio tuviera lugar, porque las creencias originales tienen que ver con "modos innatos de actuación", el "instintivo", por una parte, y el "natural" (CP 5.510) por otra. Para que la duda compareciera tendríamos que "rebasar su aplicabilidad" o cambiar nuestro "modo de vida" (CP 5.511).

Si las creencias originales son vagas y, además, no son objeto de estudio de nuestras actividades intelectuales, ni se ven afectadas por ellas ¿cuál es su importancia? ¿por qué constituyen para Peirce, el gran lógico, una preocupación filosófica? Las creencias originales son importantes porque constituyen el contexto tácito sobre el que se desarrolla toda investigación reflexiva posible; constituyen nuestro núcleo de creencias más estable. Ni siquiera la ciencia es posible sin la estabilidad que proporcionan las creencias originales. Para Peirce "toda ciencia, sin ser consciente de ello, supone de un modo virtual la verdad de los vagos resultados del pensamiento incontrolado (…), no puede evitarlo, y tendría que cerrar la tienda si pudiese arreglárselas para no tener que aceptarlas" (CP 5.522). A pesar de su falta de precisión intelectual, o de carecer de un apoyo sólido en alguna realidad al margen de la experiencia, las creencias originales tienen fuerza para resistir la experiencia, en el sentido amplio de "la experiencia total diaria de muchas generaciones de poblaciones multitudinarias" (CP 5.522). Son las suposiciones "compartidas" más generales que hemos heredado del pasado. Esta es la razón de que Peirce afirmara que pretender introducir la duda en los "resultados instintivos de las experiencias humanas", es decir, en las creencias originales, es como "añadir al océano una cucharada de sacarina para endulzarlo" (CP 5.522).

A pesar de los puntos oscuros de las investigaciones que Peirce realizó sobre las creencias originales, podemos acudir a ellas para construir un modelo que siga el proceso de desarrollo-de-la-creencia en los seres humanos. Entre las creencias que constituyen el telón de fondo de cualquier investigación, vamos a distinguir entre las creencias originales y las creencias dubitables. El primer plano de la conciencia lo ocupan las investigaciones sobre las creencias particulares que han sido afectadas por una duda. El proceso de investigación, esto es, el primer plano donde una creencia particular ha sido puesta en duda, tiene lugar en el contexto de otras creencias, tanto originales como dubitables, que no han sufrido variaciones. La investigación culmina con una nueva creencia. Debemos percatarnos de que entre los distintos niveles de nuestro cuerpo de creencias se da una efectiva continuidad y que, además, entre las creencias de una misma clase no se aprecian las diferencias concretas más sutiles. Por ejemplo, algunas creencias dubitables pueden proporcionar el telón de fondo de una investigación porque son hipótesis o premisas que se dan por sentadas sólo en ese tipo de investigación. Algunas de ellas son creencias dubitables que nunca han sido puestas en duda porque, sencillamente, todavía no ha surgido la ocasión que nos mueva a reflexionar sobre ellas.

El proceso que acabamos de relatar puede interpretarse también como un proceso en el contexto de nuestras vidas. Nuestro cuerpo de creencias es un producto estable de nuestra relación con el entorno. Pero es posible que, mientras el proceso de la vida avanza, suframos un trastorno que nos lleve a dudar sobre alguna de nuestras creencias y, quizá, a que reajustemos nuestro cuerpo de creencias. Si Peirce está en lo cierto, la mayor parte de estas rectificaciones se llevan a cabo en el nivel de las creencias dubitables. Pero en cualquier ajuste particular realizado por una investigación todavía permanecen indubitables muchas de nuestras creencias. Por tanto, la idea cartesiana según la cual cualquiera puede someter a duda todas sus creencias es falsa. Además, la investigación descansa sobre creencias originales y no sobre las creencias fundacionales de la epistemología tradicional.

A Peirce le interesaban las creencias originales por su relevancia dentro del desarrollo de cualquier investigación. Lo que Peirce no explica, en cualquier caso, es cómo estas creencias (o las dudas sobre ellas) importan o afectan a la vida concreta de los individuos o de la sociedad. Esta es la razón que encuentro para afirmar que la filosofía de Ortega y Gasset complementa una explicación global de lo que, a mi parecer, es una distinción sostenible entre nuestras creencias.

La distinción entre creencias originales y dubitables está muy próxima a la que Ortega estableció entre creencias e ideas. Las ideas no son sino las creencias proposicionales que han ocupado la mayor parte de la filosofía. Bajo el término ideas caen tanto las ideas populares como las más rigurosas verdades de la ciencia. Para Ortega, la distancia que media entre nosotros y nuestras ideas es la que nos permite hacer tantas cosas con ellas. Las ideas no sólo las pensamos, también las tenemos, las buscamos, aceptamos, construimos, elaboramos, e, incluso, morimos por ellas. Los filósofos han descrito esta distancia mediante la distinción entre el que cree y la proposición que él o ella cree; o mediante una división del mundo entre el mundo de los creyentes y el mundo de las proposiciones.

Las creencias, por otra parte, son el tipo de creencias que habitamos, contamos con ellas, vivimos y somos. Lo que proporciona a las ideas su aparente margen de independencia respecto del creyente es que su ser depende del pensamiento, esto es, que son objetos de reflexión. Pero las creencias son esas cosas que damos absolutamente por sentadas en los momentos de vigilia de nuestra vida, por tanto, mientras están funcionando como creencias no pensamos acerca de ellas. Que contamos con ellas significa que funcionan en un nivel prerreflexivo incluso cuando pensamos ideas. Por ejemplo, si alguien que está en su casa decide salir a dar una vuelta, es posible que durante ese proceso de decisión sea consciente de muchas cosas (por ejemplo, de las cosas que probablemente verá ahí fuera) pero, normalmente, uno no piensa que "hay una calle" o que "va a haber suelo firme bajo mis pies". Contamos con esas creencias mientras andamos por el mundo y cuando reflexionamos sobre nuestros propios problemas. Otros ejemplos de creencias son, por ejemplo, "que los muros son impenetrables" o que "hay otras personas".

Ahora bien, ¿es realmente inteligible caracterizar ciertas creencias como prerreflexivas? Porque parece que cuando hablamos o escribimos sobre ellas ya estamos haciendo de ellas objetos de nuestra reflexión. Cierto, pero esto sólo significa que podemos tener una idea de muchas de las creencias con las que contamos. Pero estas ideas no son idénticas a su funcionamiento como creencias. En otras palabras, "cuando por un esfuerzo teórico logramos pensarlas, transformarlas de nuevo en meras ideas, siguen ellas operando automáticamente su papel de creencias" 3.

Para Ortega, la importancia de las creencias reside en que constituyen la estabilidad característica de los modos irreflexivos en que nos conducimos por el mundo. Nos proporcionan la orientación más básica. Están fuera de control, no porque sean, en algún sentido, externas a nosotros, sino porque nos son demasiado próximas. Ahora bien, aquí, de nuevo, la experiencia puede sorprendernos y sumirnos en un estado de duda. Semejante duda, si es respecto de una creencia, no es un problema pequeño. Por el contrario, es de la misma índole que una creencia, en el sentido de que habitamos esa duda; supone un estado de ser que se caracteriza como inestable, desorientado y traicionero. Ortega mantiene que en este tipo de situaciones, nuestra capacidad para elaborar ideas constituye una de nuestras más valiosas herramientas. Las ideas nos pueden ayudar a reorientarnos en el mundo. Debido a esta función ortopédica de las ideas 4, se dice de la ciencia que es uno de nuestros mejores instrumentos para "caminar entre las cosas" 5. Nosotros examinamos las ideas y, normalmente, tenemos que elegir entre ellas para dirigir nuestra conducta. Las ideas implican que nos percatemos conscientemente de que tal o cual experimento es arriesgado. Por eso es tan importante que aprendamos de nuestros errores. "Esos errores, experimentados como tales, […] son lo único verdaderamente logrado y consolidado" 6. Además, es posible que con el tiempo nuestras ideas dejen de ser meras ideas y funcionen en el nivel de las creencias. En tanto que somos criaturas histórico-culturales, la mayoría de nuestras creencias son heredadas, aunque, alguna vez, pudieron ser ideas. "Hemos heredado todos aquellos esfuerzos humanos en forma de creencias que son el capital del que vivimos" 7.

Este breve recorrido por el pensamiento de Peirce y Ortega, debe bastar para demostrar que estos dos filósofos, aun usando nombres distintos y en un lenguaje diferente, señalaron la misma distinción entre las creencias. En cualquier caso, hay un énfasis distinto en cada uno de ellos, que dice muchos de sus diferentes personalidades y del horizonte de sus intereses filosóficos. Peirce es un filósofo preocupado por la naturaleza de la investigación experimental y reflexiva. Ortega tiene más de existencialista y es un filósofo de la historia y la cultura. Estas diferencias se patentizan en sus análisis de lo que consideran las creencias más fundamentales. Para Peirce, estas son las creencias que no pueden ponerse en duda, para Ortega son aquellas sin las cuales no podemos vivir; para Peirce, nos proporcionan el telón de fondo estable de la investigación científica, para Ortega nos proporcionan la orientación básica de nuestras vidas. Sin embargo, compartían un enfoque de las creencias que les convirtió en pensadores radicales de la historia de la filosofía. Este enfoque tiene implicaciones significativas para la filosofía y las ciencias sociales. Es de lo que ahora nos vamos a ocupar.

II

Una de las consecuencias de este pensamiento compartido por Ortega y Peirce, es que las creencias más importantes son aquellas que difícilmente ocupan la atención de la discusión filosófica. La lógica y la epistemología, en su mayor parte, han dado por supuesto que todas nuestras creencias tienen un contenido proposicional y son vehículos de conocimiento. Pero aunque los filósofos llegaron a preocuparse por esas creencias originales, deberíamos preguntarnos hasta qué punto nuestra reflexión tiene poder para modificar las creencias de este tipo. Los filósofos se jactan de ser los más críticos y escépticos de todos los intelectuales. En cualquier caso, su escepticismo académico puede resultar superficial si no es más que una "duda sobre el papel" (y no una "duda genuina") acerca de las creencias que han heredado.

La distinción entre creencias e ideas (o entre creencias originales y creencias dubitables) trae a colación un asunto filosófico importante; el papel y la función de todo aquello que es caracterizado como "intelectual", o "cognitivo", en el proceso de formación de una creencia. Desde la perspectiva de Peirce y Ortega, el error de muchas de las teorías filosóficas predominantes, en lo que respecta a las creencias, consiste en que reducen nuestra vida a nuestra "vida intelectual" o en que tienden a exagerar el valor de las ideas. Para Peirce y Ortega, son las creencias prerreflexivas, con las que contamos, lo que tiene más importancia en nuestro comportamiento. Esta opinión fue la que llevó a Ortega a la conclusión de que "toda nuestra "vida intelectual" es secundaria a nuestra vida real" 8, y que "la relación primaria del hombre con las cosas no es intelectual"9.

Peirce y Ortega insistieron en que para que nuestras creencias más fundamentales cambien, se necesita algo más que mera reflexión. Nuestras creencias son una función de nuestras condiciones sociales y económicas, y no sólo de nuestras habilidades cognitivas. De hecho, para llegar a modificar en serio ciertas creencias, es necesaria una crisis o una "desorientación radical", como diría Ortega, provocada por las situaciones que uno vive en la sociedad. Sirva de ejemplo un terremoto, la pérdida de un primer amor o una guerra civil. Estas crisis prerreflexivas brindan la oportunidad de cuestionar o cambiar lo que se daba por supuesto y funcionaba como el telón de fondo estable.

En la actualidad hay científicos sociales que piensan que las creencias sociales pueden desprenderse de los, a menudo estrechos, estudios behavioristas con tal de centrar su atención en las creencias, entendidas como el fondo cognitivo compartido por un grupo, sociedad o cultura 10. No es controvertido pensar que las creencias deben ser una preocupación importante en el estudio y comprensión de un grupo social particular. Lo que parece decisivo para este tipo de investigación son los supuestos teoréticos acerca de las creencias que los científicos sociales llevan a su investigación. Es en este punto donde los filósofos pueden ser de alguna ayuda. En particular, creo que Peirce y Dewey tienen, en esta área, teorías muy prometedoras acerca de las creencias.

¿Cuáles son para las creencias sociales las implicaciones de este enfoque general en torno a las ideas? La más obvia es que reafirma la idea de que una adecuada comprensión de la sociedad o de sus individuos requiere una investigación de sus creencias y no sólo de sus rituales y comportamientos. Pues las creencias no son meras representaciones, exteriorizaciones, efectos o productos mentales de la interacción social. Están en el corazón de cualquier modo de vida y en la mismísima estructura de una cultura o sociedad 11. Tanto Peirce como Ortega pensaban que algunas creencias descansan en el estrato fundamental de la vida y la experiencia y que, por tanto, los cambios más importantes en una sociedad son cambios de creencias. Además, si hay una diferencia entre creencias e ideas, una comprensión completa de una cultura o sociedad requiere algo más que una investigación acerca de lo que la gente de esa cultura o sociedad piensa, acepta, o incluso por lo que muere. Esto serían las ideas de esa cultura o sociedad. (La situación se complica por el hecho de que tampoco un científico social puede interpretar como significativo o indicador de una duda el que se discrepe de una proposición, porque puede que no sea más una "duda sobre el papel").

El tipo de creencias accesibles a la investigación empírica, ¿son creencias? ¿Cómo debe un científico proceder en tal investigación? Sólo puede evitar ser superficial si emprende una investigación "generosa" e indefinida en la cual considere los rituales, las ideas, el comportamiento y todos los ricos e interrelacionados rasgos que constituyen un determinado "modo de vida". El resultado de este tipo de investigación son hipótesis acerca de las creencias que funcionan en una cultura o sociedad particular. Pero las propias hipótesis son ideas. Es decir, el científico social es capaz de representar ciertas creencias en términos de ideas, puede provocar sistemáticamente la formulación proposicional de creencias. De hecho, los científicos sociales contemporáneos se han interesado en entender los "sistemas de creencias" como un grupo interrelacionado de creencias compartidas y presupuestas en una sociedad o cultura. En sus investigaciones, se dice que los sistemas de creencias "contienen proposiciones, de cualquiera de las cuales se puede decir que es "verdadera" 12. Peirce y Ortega no se hubieran opuesto a una investigación orientada a los sistemas de creencias, pero advertirían al científico social que, aunque tuviera éxito a la hora de explicitar las creencias de una determinada cultura, a la manera de un grupo de proposiciones, en sentido estricto, lo que posee es un sistema de ideas, que son representaciones, y no las creencias que actualmente vive esa sociedad o cultura. Esto puede salvar al científico de otros errores. Por ejemplo, confundir ideas y creencias puede llevar al científico social a juzgar la racionalidad de una cultura en términos de la cohesión de las proposiciones que ha obtenido como resultado de su investigación, es dcir, de sus ideas. Pero no hay razón para que la cohesión lógica que pedimos a nuestras proposiciones —ideas— sea siempre una exigencia aplicable al nivel de las creencias, porque, tal y como vimos, son diferentes tipos de creencias, en los que las creencias tienen una función diferente.

Sin embargo, el enfoque considerado proporciona algo más que unas sugerencias. Aunque, como parece que ocurre, hay algo inabordable acerca de las creencias, la función que se ha sugerido y su relación con las ideas pueden servir como claves importantes para un científico social. Por ejemplo, puede que no haya un método preciso e infalible mediante el que el científico social pueda determinar si un cambio en el sistema de creencias de una sociedad determinada es simplemente un pequeño ajuste en el nivel de las "ideas-creencias dubitables" o, en cambio, indica el cambio de una "creencia-creencia original". Pero puede, quizás, llegar a la hipótesis de que los cambios en el nivel de las creencias son más cruciales. Esto es, cuando ocurren hay una mayor desestabilización de la orientación básica de la vida diaria de una cultura. Además, dada la relación entre ideas y creencias, el científico social puede entender el extraordinario esfuerzo de una sociedad por validar una idea concreta, como signo de que puede estar desarrollando una "función ortopédica" respecto de una creencia más profunda que ha sido amenazada. Ciertamente, se debe evitar caer en reglas simplistas en torno a la relación entre los cambios de ideas y los cambios de creencias. Los cambios en las ideas pueden indicar un cambio en las creencias, pero puede que no sea así. Del mismo modo, la estabilidad de las ideas puede indicar la estabilidad de las creencias, pero puede que no sea así. Es posible que una cultura, incluso en medio de un profundo cambio, en apariencia, tienda a conservar su sistema superficial de creencias. Ocurre, simplemente, que el sistema particular de ideas tradicionales pasa ahora a tener un nuevo significado, porque se enraíza en nuevas creencias. Dicho brevemente, la relación entre ideas y creencias es compleja, pero debe estudiarse si queremos avanzar en la comprensión de los cambios que tienen lugar en la historia y la cultura humanas. El enfoque que Peirce y Ortega han dado al problema de las creencias a propósito de las creencias puede servirnos hoy para recordar que la filosofía y las creencias sociales no deben desatender las creencias o confundirlas con las ideas.



(Traducción de Eduardo Lostao)


Gregory F. Pappas
Dept. of Philosophy
Texas A & M University
College Station, Texas 77843-4237 USA
e-mail: pappas@tam2000.tamu.edu

Notas

1. Para una excelente exposición de la influencia que en el pragmatismo ha tenido la noción de "credulidad primitiva" acuñada por Alexander Bain, vease M. Fisch, Alexander Bain and the Genealogy of Pragmatism, Indiana University Press, Bloomington, Indiana, 1986.

2. En la misma página dice, "Mientras que es posible que proposiciones realmente indubitables puedan ser falsas, en tanto que de hecho no dudamos de una proposición no podemos sino verla como perfectamente cierta y verdadera" (CP 5. 498).

3. J. Ortega y Gasset, Sobre la razón histórica, Alianza, Madrid, 1983, 22 (cit. Sobre la razón).

4. J. Ortega y Gasset, Sobre la razón, 22.

5. J. Ortega y Gasset, Ideas y creencias, Espasa-Calpe, Madrid, 1964, 53 (cit. Ideas).

6. J. Ortega y Gasset, Ideas, 54.

7. J. Ortega y Gasset, Ideas, 45.

8. J. Ortega y Gasset, Ideas, 25.

9. J. Ortega y Gasset, Sobre la razón, 54.

10. Ver, por ejemplo, A. Harris (ed.), Rationality and Collective Belief, Ablex, New Jersey, 1986.

11. Como ha dicho Harold C. Raley, "no creamos o suscitamos las creencias mediante nuestra vida; más bien al contrario: somos nosotros los que vivimos a través de nuestras creencias"; H.C. Raley, José Ortega y Gasset: Philosopher of the European Unity, University of Alabama Press, Alabama, 1971, 49.

12. R. Saltz, Rationality and Collective Belief. No era de A. Harris (ed.)???