DE KANT A PEIRCE, CIEN AÑOS DESPUÉS (A través de Karl Otto Apel)

Carlos Ortiz de Landázuri



Karl-Otto Apel reconstructs the "linguistic turn" of contemporary philosophy as the passage from Kant to Peirce a hundred years before. First he recovers the transcendental pragmatic of his youth, cleary distinguished from subsequent less trusthworthy translations. Later, Toward a Transformation of Philosophy shows the Kantian root of Peirce’s thought. Apel’s proposals are very controversial.


1. Presentación.

A partir de la década de los sesenta la influencia de Charles Sanders Peirce (1839-1914) en el pensamiento contemporáneo se ha ido incrementando sin interrupción. Probablemente ha sido Karl Otto Apel (Düsseldorf, 1922) uno de los filósofos que ha protagonizado este proceso de transformación que se ha producido en la cultura contemporánea desde hace ya cien años entre dos modos opuestos de entender el transcendentalismo, similares a los defendidos por Kant y Peirce respectivamente. Por su parte ha propiciado el giro lingüístico que ha tenido lugar en el pensamiento comtemporáneo durante estos últimos cincuenta años, heredando las dificultades y paradojas que Peirce ya detectó dentro del pragmatismo.

"Asombrosamente el programa que acabamos de esbozar desde una perspectiva actual (transformar semióticamente la filosofía transcendental) ha sido desarrollado hasta el detalle por un contemporáneo americano del neokantismo alemán. Este fue el programa de C. S. Peirce —el Kant de la filosofía americana, como nuy bien podríamos denominarle—" 1.

2. La década de la transformación de la filosofía (1962-1973).

El período concreto de recepción de Peirce en el caso de Apel abarca de 1962 a 1973, entre los 40 y 51 años. Primero fue profesor ordinario en Kiel, entre 1962 y 1969, y después en Saarbrücken, entre 1969 y 1972, cuando obtiene el nombramiento como Profesor Ordinario y se traslada definitivamente a Frankfurt. Este período viene marcado por el impacto que ejerció Verdad y método de Gadamer, publicado en 1960, en el debate que la joven generación de la teoría crítica mantenía sobre la crisis metodológica del marxismo, coincidiendo con los acontecimientos de Mayo del 68. También fue determinante la así llamada positivismusstreit, o el debate metodológico que en aquellos mismos años enfrentó autores tan significativos como Popper y Albert, por un lado, y Habermas y Apel por otro 2.

Según Apel, ambos debates son expresión de la situación de "autoenajenación" en que Wittgenstein y Heidegger habían dejado sus respectivas tradiciones de pensamiento analítico y hermenéutico respectivamente. Por distintos motivos sus respectivas críticas del sentido se volvieron paradójicas al localizar unas diferencias radicales últimas, entre lo que "se dice" y lo que "sólo se muestra", o entre los entes y el ser respectivamente, cuando este tipo de presuposiciones constituía justamente un sinsentido, o la añozanza de una plenitud de sentido en sí misma inaccesible 3. Nadie quedó libre de críticas y ambas tradiciones tuvieron que evitar el déficit reflexivo de fundamentación que fue característico de la antropología del conocimiento de la posguerra 4. Llevaron a cabo un giro semiótico similar al propuesto inicialmente por Peirce y que a partir de 1938 popularizó Morris, al distinguir la triple dimensión sintáctica, semántica y pragmática del lenguaje 5. Esta actitud de apertura provocó numerosos malentendidos, como éste en Kiev:

"Cuando en 1962 acepté por primera vez una cátedra de filosofía y mostré mi inclinación a ocuparme de L. Wittgenstein y Ch. S. Peirce en las clases y seminarios, se me advirtió el riesgo de la empresa, indicándome, entre otras cosas que no podía contarse a tales filósofos entre los "grandes pensadores"" 6.

Por su parte Apel tuvo que cambiar de interlocutores y incluso tuvo que proponer la elaboración de un nuevo sistema filosófico personal, similar al de Peirce, que evitara la crisis que en parte él mismo había provocado. El protagonismo que antes tuvieron Wittgenstein y Heidegger ahora lo tendrá el joven Peirce, a pesar de que en aquella época se le consideraba como un autor marginal y poco original. En 1967 le dedicará una Antología seleccionada de textos 7. En 1970 le dedicará tambien el artículo titulado, De Kant a Peirce, así como otros recogidos en la cuarta y última parte de La transformacion de la filosofía 8 de 1973, que definitivamente le consagró como filósofo de talla internacional. En 1988 así lo reconoció explícitamente con visión retrospectiva, en Discurso y responsabilidad 9, al menos por la parte que le correspondía.

"El intervalo entre 1950 y los años sesenta fue para mí la época de la orientación metodológica […] en la discusión con la filosofía analítica del lenguaje y con la teoría de la ciencia de Popper y Peirce de la forma más clara posible" 10.

3. El joven Peirce (1868-1878): el giro semiótico hacia el pragmatismo.

En 1967 Apel dedicó una Antología a Peirce, cuyas Introducciones después se publicaron en 1976 separadamente en forma de una monografía, con el título: La trayectoria intelectual de C. S. Peirce. Una introducción al pragmatismo americano 11. Reconstruyó al detalle el programa de transformación semiótica del transcendentalismo kantiano llevado a cabo por Peirce, sin admitir las interpretaciones habituales de J. von Kempski y M. Murphey en 1952 y 1961 respectivamente. Le consideraron un mal intérprete y un mal seguidor de Kant por pretender alcanzar un "punto aún más alto" de reflexión transcendental sin repetir miméticamente los mismos pasos que él dio 12.

Apel reivindica la figura del joven Peirce como precursor del giro semiótico de la filosofía analítica y hermenéutica contemporánea. Influyó en todas las corrientes de pensamiento por igual. Su mérito principal fue introducir una transformación pragmático-transcendental en el modo de entender a Kant, con unos planteamientos muy originales que el paso del tiempo no han hecho más que confirmar. Apel distinge dos períodos en su pensamiento, cada uno subdividido a su vez en otros dos. En el primero es cuando hizo sus aportaciones más interesantes, dedicando el último a rectificar los posibles malentendidos que su obra generó en sus propios seguidores, como fueron William James o Dewey. Esta ambivalencia explica en gran parte los usos tan opuestos que después se han hecho del pragmatismo.

La primera etapa del joven Peirce abarca entre 1868 y 1878, entre los 29 y los 39 años. Corresponde a las primeras formulaciónes explícitas de la pragmática transcendental con la que Apel se identifica plenamente. El resto de su pensamiento lo considera menos original, sin situarlo al mismo nivel que su primera época. Incluso el nombre pragmatismo no se lo puso Peirce en 1872, como habitualmente se piensa, sino William James en 1898, siguiendo sin duda sus ideas, pero dándole un sesgo diferente 13. Para mostrar su disconformidad y marcar distancias Peirce buscó un nombre más raro para su propio sistema, pragmaticismo, nacido intencionadamente para hacer desistir a sus posibles imitadores.

En 1969, en el artículo de Cientifismo o hermenéutica transcendental 14 Apel justificó estas ambigüedades y malentendidos que rodearon la aparición del pragmatismo. Ya desde la recensión sobre Berkeley de 1871 y sobre todo a partir de los escritos de 1878, Peirce fue el inductor de un doble uso del pragmatismo. En ambos casos el significado del lenguaje se hizo depender de una máxima pragmática que los define en razón de los "habitos de acción" que originan. Sin embargo en un primer momento esta máxima se tomó como una simple norma práctica de acción, que William James popularizó desde un planteamiento unilateral meramente nominalista, para el logro de convicciones o creencias fuertes para la vida, a partir de las propuestas del joven Peirce. Posteriormente en cambio el propio Peirce interpretó esta misma máxima como una metanorma procesal de fundamentación última metodológica, que requiere la búsqueda de un consensus y de una verdad plena, que fue la interpretación que acabó prevaleciendo, aunque sólo en su última época logró hacerla compatible con una justificación realista crítica de este mismo proceso 15.

4. La pragmática transcendental del joven Peirce.

El punto de partida del joven Peirce fue la crítica que formuló al noumeno kantiano en su teoría de la realidad de 1868. Para Kant el conocimiento es una relación diádica entre sujeto-objeto referida a un noumeno incognoscible mediante unos juicios sintéticos "a priori" propios de la física y las matemáticas. Estos juicios consiguen una evidencia ficticia por mediación de un sujeto transcendental cerrado a la comunicación humana. En su lugar el joven Peirce criticó el solipsismo y el psicologismo de las categorías kantianas y las reinterpretó desde una original teoría falibilista del conocimiento concebido como un proceso semiótico triádico, en donde siempre se da una relación entre tres polos complementarios: el yo, el tu y el ello16.

Según la Logic of Science de 1866-67, el proceso del conocimiento requiere una aplicación aún más estricta de un método falibilista de ensayo y error. A su vez este método viene hecho posible por otros tres: el inductivo, el deductivo y el propiamente abductivo. Este último localiza de un modo retroactivo los presupuestos y las hipótesis utilizadas a su vez por los otros dos métodos, siguiendo con este fin un proceso de creciente generalización ascendente o de aplicaciones descendentes cada vez más concretas, para tratar de confirmarlas o refutarlas según los casos 17.

Según los tres ensayos de teoría del conocimiento de 1868 y 1869, las representaciones así logradas también pueden ser objeto de la aplicación de una máxima pragmática para dilucidar el significado. En virtud de los hábitos de acción que generan pueden tener un triple referente intencional: el antecendente o interpretante inicial, ellas mismas en su propia función de mediación inevitablemente interpretada y el futuro consecuente que a su vez hace de intérprete lógico final de las otras dos fases del proceso 18.

En la New List of Categories de 1867 Peirce también propuso una crítica y transformación de la deducción transcendental de las categorías kantianas. Las categorías se afirman como tres condiciones "a priori" que hacen posible el proceso del conocimiento y determinan los distintos modos de presentarse el ser. La primeridad y la segundidad, es decir, la cualidad y la relación, son las dos categorías más básicas que hacen posible la estructura sujeto-objeto del conocimiento, o sujeto-predicado de la proposición, según se remitan a sí mismas o a un referente distinto. Pero además Peirce añadió una nueva categoria intersubjetiva, la terceridad, o la representación con vista a un co-sujeto o futuro intérprete lógico, que a su vez media entre las otras dos. Para justificar este paso se exige un seguimiento aún más estricto de una metanorma procesal del consensus que mediatiza el propio proceso de conocimiento desde su inicio y anticipa una futura comunidad ideal de comunicación según los principios del así llamado socialismo lógico 19.

El joven Peirce transformó la teoría kantiana y aristotélica de las categorías en una teoría semiótica de las metacategorías. Les atribuyó un caracter estrictamente transcendental, por ser una condición de posibilidad de cualquier forma de comunicación, con un papel semejante al que Kant había otorgado a la deducción de las categorías. Además, localizó un "punto más alto" de reflexión similar al kantiano. Peirce sin embargo introduce una profunda transformación semiótica en el modo de justificar el transcendentalismo que deja a Kant irreconocible 20.

5. El idealismo fenomenológico y las ambigüedades del pragmatismo.

En la segunda fase de este primer período se dastacan tres artículos de Peirce recogidos en la Illustration of Science de 1878. En primer lugar, The New Theory of Inquiry y The Fixation of Belief, ambos de 1877. A partir de las conclusiones alcanzadas en la nueva teoría de las categorías completa su anterior teoría del conocimiento como proceso. Su punto de partida es un empirismo radical, al modo del "esse est percipi" de Berkeley, al que paradójicamente se atribuye una postura realista, incluso ultrarrealista, respecto a la validez de las ideas universales, al modo de Duns Scoto, sin admitir la referencia kantiana a un noumeno incognoscible, aunque posponiendo su hallazgo pleno al final del proceso. Mientras se está a la espera de alcanzar este término final sólo se garantiza el logro de un consensus limitado, según los criterios de un idealismo fenomenológico cada vez más compartido, en virtud precisamente de una ética falibilista de la autorrenuncia basada a su vez en unos postulados éticos metaempíricos. Sin embargo algunas de sus propuestas se malinterpretaron y dieron pie al uso popular nominalista que William James hizo del pragmatismo. Pero para Apel el joven Peirce nunca buscó solamente el hallazgo de creencias efectivas o convicciones fuertes para la acción, según criterios de éxito meramente experimentales, aunque fuera su inductor 21.

Por otro lado, en How to Make Our Ideas Clear de 1878, Peirce transforma el noumeno incognoscible kantiano en un postulado de la razón práctica. Este postulado se anticipa mediante un simple experimento mental en cualquier proposición científica que tenga pretensión de sentido y de verdad. Evidentemente este modo de garantizar la objetividad compartida del conocimiento científico da lugar a un circulo hermenéutico. Pero en ningún caso se trata de un idealismo objetivo que genera círculos viciosos, como le atribuyeron Kempski y Murphey; o de un idealismo sobrevenido a la experiencia de un modo injustificado, por depender de una probabilidad apriorista, discontinua y abstracta, aunque lo haga de un modo innovador y no reduccionista, como recientemente le han atribuido Hookway y Pape. Según Apel, se trata más bien de un idealismo fenomenológico basado en postulados melioristas, que da lugar a un círculo hipotético en sí mismo virtuoso, en la misma medida que pospone su realización efectiva al final del proceso 22.

De todos modos en esta última época ya aparece una tensión creciente entre dos posibles interpretaciones semióticas de la máxima pragmatista: la realista crítica, tomada en su caso de la tradición escotista, y la nominalista de la tradición empirista anglosajona, popularizada después por William James. Ambas representan el momento ideal y el real o práctico de su respectivas teorías del significado, sin lograr una articulación satisfactoria para el mismo23.

6. El tránsito hacia el pragmaticismo del último Peirce (1885-1914).

La útima etapa de Peirce, entre 1885 y 1914, entre los 46 y los 75 años, vino marcada por los desafortunados sucesos de 1884 que truncaron la prometedora vida académica de su juventud. Apel también subdivide este período en una tercera y cuarta fase que marcan el paso del pragmatismo al autodenominado pragmaticismo. En su opinión, Peirce mantiene una total coherencia con la pragmática transcendental de su período anterior, pero se ve obligado a entrar en polémica con el enfoque subjetivista que William James había dado al falibilismo, aunque sólo fuera para rebatirle. En efecto James enfocó la psicología, la sociología y en general las ciencias humanas con un punto de vista pragmatista vulgar que dio lugar a los mismos planteamientos psicologistas, naturalistas y nominalistas, que Peirce había criticado con tanto empeño en su etapa anterior. Por ello Peirce tuvo que proponer una nueva arquitectónica de las facultades de la razón que estuviera más estructurada y abierta a otro tipo de problemas, aunque, según Apel, sea tan discutible como la que propuso James, a quien por cierto Peirce minusvaloró 24.

A partir de entonces Peirce tuvo que ofrecer una fundamentación falibilista del rigor de la ciencia en general y de la matemática en especial, que evitara el subjetivismo. Con este fin hizo distintas propuestas sistemáticas que Apel tampoco discute, pero que en su opinión ya no se sitúan al mismo nivel transcendental de sus planteamientos iniciales. Al final, en 1902 Peirce propuso frente a James una nueva fundamentación de las ciencias normativas, como las matemáticas, a partir de una lógica de relaciones. En virtud de un principio de esperanza, de caridad o de plenitud se anticipa un ideal de sumo bien y suma verdad, sin el cual toda ciencia normativa se vuelve un sinsentido 25.

Con este fin ya 1885 Peirce revisó su anterior fundamentación semiótica de la lógica de la investigación frente a las objeciones formuladas por Royce desde un idealismo absoluto. Rechazó la prioridad que Royce daba a la terceridad y a la interpretación final del "intérprete lógico". En su lugar propuso un idealismo fenomenológico 26 que toma como punto de partida la primeridad, o la dimensión icónica de los signos o representaciones, otorgándoles un valor por sí mismos, sin dejarlos a merced de su posterior uso por parte de terceros. Buscó un equilibrio entre todas las categorías para otorgar a los fenómenos un valor específico propio, por ser un requisito para aceptar el propio radicalismo falibilista de su primera época. Con este fin defendió incluso una metafísica evolutiva, que le permitió justificar el caracter fenomenológico de las tres categorías cosmológicas básicas, las leyes, las causas y los efectos, haciendolas compatibles con un principio antrópico, como si fueran un requisito previo para la validez de los distintos métodos científicos 27.

Finalmente en 1902 otorgó a la fenomenología o phaneroscopia el rango de prima philosophia por el papel normativo que desempeña en la arquitectónica de las facultades de la razón. También otorgó una primacía fenomenológica a la primeridad, con independencia de que la semiótica se puede dejar guiar por otros criterios complementarios, ya sean de evidencia o simplemente constructivistas, con vista a descubrir otras posibles dimensiones intencionales de los signos, al modo como también ocurrió en Husserl y Hegel respectivamente 28. Por su parte la lógica de relaciones alcanzó el rango de ser considerada una condición formal del hallazgo de la primeridad, o dimensión icónica de los propios fenómenos de conciencia. La conclusión de todo ello fue que la matemática se situó en la cúspide de la jerarquía de las ciencias, con una función arquitectónica muy precisa.

Para Kempski y Murphey esta conclusión contradice las tesis falibilistas del joven Peirce. Es más, en su opinión, es una muestra de su incapacidad para lograr una efectiva deducción transcendental de las categorías al modo de Kant 29. Para Apel en cambio, es una conclusión coherente con su período inicial, aunque en su opinión se le debe atribuir un valor de verdad muy distinto. Es sólo una muestra de cómo las relaciones lógicas y matemáticas se constituyeron como el principio básico del equilibrio arquitectónico que se establece entre las facultades, métodos y categorías. Es decir, como si se tratara de un presupuesto o condición de posibilidad del propio saber experimental o meramente técnico o laboral, según la terminología posterior de Scheler 30. A partir de aquí caracterizó su visión del universo con tres rasgos: "tijismo", por su dependencia extramental del azar; "sinejismo" por su referencia subjetiva a un continuo finitista; y "agapismo" por cuanto el amor y la simpatía posibilitan la efectiva armonización objetiva a través de un futuro "consensus catholicus" 31.

7. Realismo crítico e intuicionismo finitista del último Peirce.

Apel tambien distingue dos fases en el último Peirce. En la tercera fase Peirce se habría distanciado de la interpretación nominalista que el idealismo absoluto de Royce hizo del pragmatismo. En su lugar Peirce defendió a partir de 1885 un realismo crítico cada vez más intersubjetivo que hace posible el desarrollo de hábitos intelectuales cada vez más interactivos. En 1891 este mismo realismo tambien le exigió la aceptación de una metafísica evolutiva entendida como un marco teórico de dimensiones cosmogónicas muy generales, al modo como después sucederá en Popper. Se determina cómo debiera ser la realidad a partir de un principio antrópico, cómo puede ser el principio de regularidad, que a su vez explica cómo la mente puede llegar a conocer el mundo 32.

Por su parte Apel opina que Peirce nunca advirtió que estas aportaciones se mueven a un nivel semiótico muy distinto al de su primera época. Sus conclusiones se afirman como condiciones de posibilidad de la dimensión técnica, experimental o falibilista que se atribuye a la acción práctica, pero sus propuestas ya no tienen el valor incondicionado de su anterior teoría de las categorías. Se afirman solamente en nombre de una "Law of Mind" o de un simple postulado heurístico a favor de un continuo finitista cuyas aplicaciones prácticas exigen una comprobación experimental33.

La cuarta fase se sitúa a partir de 1898 y prosigue después de 1905. Su interés se centró en el modo como el intuicionismo de Brouwer y del último Cantor habían justificado la validez de las matemáticas, en contraposición al pragmatismo de James. Especialmente se cuestionó la validez de ciertos elementos matemáticos no representables que antes eran postergados, como por ejemplo ocurrió con los números irracionales, los distintos tipos de infinito o los números transfinitos. Antes se confiaba justificar estas nociones en virtud de una cuantificación y una operatividad práctica que estaban muy lejos de alcanzar 34. Peirce en cambio advirtió cómo esta valoración meramente instrumental de las matemáticas adolecía de un caracter subjetivista, psicologista y meramente humanista. En su lugar propuso compensar este aparente déficit pragmático con el posible hallazgo de una futura practicidad desconocida que, en su opinión, fundamenta la permanencia de muchos elementos válidos que aún hoy siguen teniendo las matemáticas platónicas. Las entidades matemáticas abstractas, al igual que el principio de tercero excluido, se pueden justificar en virtud de alguna intuición oculta o de una futura construcción aún más autocrítica que nos permita concebirlas desde planteamientos finitistas, como por otro lado también le ocurrió a Brouwer, el último Cantor, Poincaré y otros matemáticos de esta época35.

La pragmática transcendental tuvo que justificar el carácter finitista del proceso del conocimiento y adquirió un rango metacientífico hasta entonces desconocido. La expresión performativa o realizativa de los distintos sistemas de prueba exige una referencia realista a un continuo finitista basado en la repetición de experiencias. Por otro lado admitir una valoración simplemente nominalista de la máxima pragmática conduce a una sobrevaloración anticipada de la interpretación final lograda en la comunidad de los intérpretes, como por aquel entonces propuso Royce, a costa de las otras dimensiones del lenguaje. Por ello el último Peirce tuvo que iniciar una reflexión sobre las condiciones de posibilidad de los distintos métodos heurísticos, especialmente la inducción, sin aceptar el recurso a serie infinitas de frecuencias, como había sido habitual hasta entonces en los métodos inductivos empiristas. Tampoco cabe una simple refutación de una generalidad igualmente ilimitada a partir de un sólo caso como después propuso por ejemplo Popper. Por ello la inducción debe justificarse mediante un método probabilista de tipo finitista, a partir de una interpretación realista crítica de la máxima pragmática36.

En 1903 Peirce analizó tres proposiciones angulares del tipo "nada hay en el intelecto que antes no haya estado en los sentidos" o "los juicos perceptivos contienen elementos generales, a fin de poder deducir a partir de aquí proposiciones universales". Con este fin propuso una valoración realista de los juicos sintéticos que se formulan mediante inducción y abducción, a partir de un empirismo aún más radicalizado, lo que motivó una gran extrañeza entre sus propios seguidores. En su opinión, la experiencia sensible da lugar a un doble proceso perceptivo inconsciente y a la vez consciente, que explica el carácter ambivalente, irrefutable y a la vez falible, que tienen estos juicios, según se remitan al pasado o al futuro. No es la interpretación final la única que tiene un valor efectivo ("cash value"), como pretendió Royce. Tambien la primeridad de las propias intuiciones tiene un caracter en sí mismo irrefutable en la medida que lo exige la posible falsación de otras proposiciones por parte de terceros. Según Peirce el propio falibilismo se justifica en virtud de un continuo finitista de tipo sinejista o intuicionista, a partir de un conocimiento inconsciente de ciertas creencias efectivas o convicciones fuertes ("belief"), como occurre con el principio de regularidad de la naturaleza, que a su vez pueden ser objeto de prueba experimental. Este requisito viene exigido por la posterior manifestación performativa o realizativa de este mismo método, dado que sin primeridad tampoco hay segundidad ni terceridad. De igual modo que sin cualidad tampoco hay relación ni representación o percepción. O sin continuidad tampoco hay finitismo ni inducción de una regularidad, como lo demostró la resolución de la aporía de Aquiles y la tortuga. Este modo de argumentar incluso se aplica cuando se refiere a los números irracionales, a series frecuenciales no-numerables, o infinitamente divisibles. Por ello el sinejismo ya no puede ser objeto de refutación y requiere admitir una interpretación realista del problema de los universales 37.

8. Las limitaciones teóricas y prácticas del último Peirce.

Las propuestas del último Peirce sorprenden por sus virtualidades innovadoras en el planteamiento de tópicos muy clásicos. Pero, según Apel, su validez está necesariamente condicionada por la aceptación de una teoría realista del significado. Por ello, siguiendo los criterios señalados por el joven Peirce, tampoco se les debe atribuir un valor estrictamente transcendental como antes se hizo con la teoría semiótica de las categorías. Sus últimas propuestas mantienen una dependencia respecto a determinadas entidades metafísicas, especialmente la aceptación de una ontología modal, que evita el subjetivismo en las interpretaciones nominalistas de la lógica del condicional, pero sin poderles atribuir un valor transcendental 38. Por ello, según Apel, solo hay que tomar estas propuestas como un complemento de sus anteriores presupuestos transcendentales con una validez simplemente derivada por depender de factores subjetivos inevitables, como indirectamente el propio Peirce reconoció frente a James 39.

De todos modos Apel opina que la pragmática transcendental de Peirce puede integrar dentro de sí a otros muchos planteamientos inicialmente ajenos o incluso contrarios, ya provengan de Marx, del psicologismo de James o del propio cientifismo de su última época. Sólo se requiere que abandonen su reduccionismo experimental y acepten el individualismo, el intuicionismo y el finitismo de su sinejismo metodológico. Por ello concluye al final de su monografía:

"En La voluntad de creer James defendió la clásica justificación de la mediación existencial entre teoría y praxis en ‘situaciones límites’, según la cual cada ser humano consciente y libre actua como un ‘individuo’ (al modo de Kierkegaard) en todos los tipos concebibles de orden social. Esta perspectiva existencial nos permite poner un límite pragmático a los objetivos del propio ‘socialismo lógico’ de Peirce, o de la propia teoría de Marx, por más lejos que se quiera ir al pretender integrar a los individuos con la sociedad mediante un compromiso existencial" 40.

A modo de conclusión, Apel también hace notar la paradójica contraposición que, a diferencia de Habermas, se establece entre el pragmatismo y el marxismo 41. Ambas tradiciones presumen de lo que carecen y a su vez minusvaloran sus grandes virtualidades innovadoras. Así el pragmatismo alardea de un gran interés por los problemas prácticos con desprecio de los problemas teóricos. Sin embargo propone soluciones que adolecen habitualmente de una gran falta de sensibilidad hacía los problemas humanos, a pesar de tener en su mano los medios heurísticos para solucionarlos. El marxismo, por el contrario, es muy cauto sobre sus posibles aportaciones a corto plazo y presume en cambio de haber logrado una interpretación definitiva de la filosofía de la historia a largo plazo. Sin embargo su punto más debil críticamente han sido estos pronósticos incondicionados de futuro, cuando en cambio ha desaprovechado con frecuencia la gran sensibilidad que ha demostrado hacía los problemas humanos más inmediatos. Por ello Apel cuestiona las supuesta complementariedad meramente superpuesta que Habermas había establecido entre ellos, y concluye:

"El pragmatismo debería aprender una cosa del marxismo, que la estructura de las mediaciones históricas entre teoría y praxis no se puede reducir a experimentos que fundamentalmente son repetibles en un sentido científico o técnico. Por otro lado, el marxismo solo tendrá la oportunidad de ser tomado seriamente en filosofía de la ciencia si de una vez por todas desiste de su objetivo de lograr una ciencia objetiva que, en contraste con la ciencia que Peirce analiza, pretende formular predicciones incondicionadas sobre el curso de la historia" 42.

9. La polémica de la década de los 60 sobre el final de la filosofía.

Las críticas a la monografía de Apel sobre Peirce fueron inmediatas. Sus tesis se contrapusieron a los planteamientos defendidos por la joven generación de la teoría crítica en la así llamada "positivismusstreit" respecto a la posible utilización de las tesis de Gadamer en Verdad y Método para la justificación de una alternativa al dogmatismo del marxismo tradicional. Por su parte Peirce se propuso como un contraejemplo del pretendido final de la filosofía defendido a la vez por Wittgenstein y Heidegger, en virtud del crédito del que aún gozaba su interpretación del pragmatismo incluso entre los analíticos más radicales. Sin embargo la interpretación que Apel proponía de Peirce volvía a reincidir en los mismos malentendidos que el transcendentalismo había originado en el pasado; es decir, Peirce seguía siendo un continuador de Kant por otros métodos. En este sentido Apel narra un suceso que refleja muy bien el escepticismo provocado por el cultivo de este tipo de filosofía al menos durante la revolución estudiantil de la Primavera de Praga o del Mayo francés de 1968.

"Hoy en día el título "transformación de la filosofía" podría contraponerse facilmente al título más atractivo —y más actual para muchos jóvenes— "La muerte de la filosofía" o al menos "La decadencia de la filosofía" […]. Recuerdo que un estudiante —representante de la nueva izquierda— recomendó en el XIV Congreso Internacional de Filosofía de Viena un cambio de función semejante para la "impotente" filosofía, poco después de la ocupación de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia. En aquel momento la institucionalización de la filosofía impotente […] se me apareció como necesaria y, en cierto sentido, como reconfortante" 43.

Este debate se materializó en dos publicaciones: La primera fue "La ‘positivismusstreit’ en la sociología alemana contemporánea" de 1969 44. Se cuestionó si se había llegado al final de la filosofía, como afirmaban Popper y Albert, en continuidad en este caso con la filosofía terapéutica de Wittgenstein. Según Hans Albert, Habermas y Apel habían instrumentalizado de un modo abusivo el pensamiento de Peirce, con pretensiones ideológicas desorbitadas, que contradecian el propio falibilismo que decían defender. Posteriormente en 1971 les reprochó el caracter fragmentario de su falibilismo y la dependencia que su teoría del triple interés cognoscitivo mantiene respecto de las tres formas de saber de Max Scheler 45. Pretenden dar una orientación técnica, formativa o estrictamente salvífica a la acción humana, mediante una arquitectónica de las facultades que está totalmente ideologizada. Por ello la referencia que ahora se hace a este "punto más alto" de reflexión es más una muestra del consabido mesianismo secularizado de la ilustración, por más que se pretenda disfrazar con falsas razones falibilistas 46. Posteriormente en 1976 las críticas de Albert fueron incluso más graves. Acusó en este caso a Apel de seguir fomentando los viejos "sueños transcendentalistas" de Kant o el hallazgo de un nuevo "dios hermenéutico" 47.

La segunda publicación fue Hermenéutica y crítica de las ideologías 48 de 1971 donde colaboraron Gadamer, Habermas, Bubner, Giegel, entre otros. A este respecto Habermas, en su reseña sobre Verdad y método hizo causa común con Gadamer. En su opinión, la filosofía práctica logra evitar la tesis del final del pensar de Heidegger sin necesidad de recurrir a planteamientos transcendentalistas como los kantianos 49. La legitimación práctica del saber logra este mismo fin, a partir de algunos planteamientos similares a los de Aristóteles, Kant, o incluso un pragmatismo similar al de Peirce, sin tampoco renunciar a sus ideales últimos, en gran parte coincidentes con los de Marx, con tal de evitar su reduccionismo cientifista 50. En todo el saber se debe legitimar en nombre de los postulados de la filosofía práctica, sin dar lugar a nuevos dogmatismos teóricos, al modo como proponía por entonces de una forma romántica la "nueva izquierda", confiando todavía en una inversión final donde se superen las condiciones actuales de la historia 51. Pero nunca se debe recurrir a una filosofía transcendental de aspiraciones desfasadas, máxime si fomenta un reduccionismo experimentalista como el de Peirce

10. La revisión del reduccionismo cientifista del joven Peirce.

La respuesta a estas críticas fue gradual. En el artículo de 1966, Cientística, hermenéutica y crítica de las ideologías, Apel aceptó algunas tesis defendidas por Habermas en Conocimiento e interés de 1963 52. Por ejemplo acepta la dependencia de su antropología respecto del triple conocimiento técnico, comunicativo y ético, en la forma propuesta a su vez por Max Scheler. Sin embargo puso reparos al modo como Habermas criticó el pretendido reduccionismo cientifista de Peirce. A pesar de su científismo, Peirce fue "el primero" en localizar los niveles semióticos implícitos que a su vez hacen posible la interacción exigida por las demás formas del saber.

A este respecto en 1969, en ¿Cientifismo o hermenéutica transcendental? 53, Apel separó con claridad el doble uso que Peirce y W. James habían hecho de la máxima pragmática desde plateamientos realistas críticos y nominalistas totalmente contrapuestos. Las críticas formuladas al behaviorismo operacionalista de Bridgman, carecen de validez cuando se dirigen al joven Peirce. Máxime cuando Perice fomentó la aplicación de una ética de la ciencia, basada en acuerdos, que expresamente se distanció de este pregmatismo vulgar, sin siguir criterios estrictamente experimentales, ni cientifista54.

Por estas mismas razones en un artículo de l971, La teoría del lenguaje de Noam Chonsky 55, Apel también minimizó las diferencias que por aquel entonces mantuvo con Habermas. Aceptó una ampliación de las propuestas de Peirce, de un modo similar a como había sido sugerido por Chomsky, Wunderlich, o Habermas, en este caso con una intencionalidad claramente neomarxista, con la que Apel discrepó 56.

"J. Habermas ha adoptado el enfoque lingüístico de Wunderlich sistemantizándolo y radicalizando […] y (su propuesta) se corresponde, a mi parecer, con mi concepción de una ‘pragmática transcendental’ dentro del marco de una transformación semiótica de la filosofía transcendental" 57.

Finalmente, en la "Introducción" 58 de 1972 a La transformación de la Filosofía, reconoció explicitamente el reduccionismo cientifista de los planteamientos de Peirce. Sin embargo se reafirmó aún más en su proyecto pragmático-transcendental dado que sin sus criterios metodológicos normativos tampoco se hubiera podido formular esa denuncia.

"Ciertamente Peirce […] enfocaba desde una perspectiva cientifista el problema […]. [Pero] él mismo descubrió más tarde que tenía que […] presuponer una lógica normativa de la ciencia" 59.

11. La raíz kantiana de la pragmática transcendental del joven Peirce.

La postura de Apel fue mucho más beligerante a favor de Peirce respecto al problema de la fundamentación última del saber. En su trabajo de 1970, De Kant a Peirce, Apel rechazó el pretendido "final de la filosofía", compartido por Habermas y Albert, al menos en el caso de la pragmática transcendental del joven Peirce. En su opinión, siguiendo a Peirce se puede justificar el recurso a un "punto más alto" de reflexión similar al propuesto por el transcendentalismo kantiano, identificándolo incluso con el ideal de una comunidad de investigadores que se pospone al final del proceso.

En el artículo de 1972, El concepto hermenéutico-transcendental del lenguaje 60 sitúa este nucleo fuerte inamovible del transcendentalismo en su teoría autónoma de la acción. En su opinión, la teoría del conocimiento como proceso y la propia semiótica se justifican en virtud de unas acciones del entendimiento puro, similares a las que recurrió Kant en su Crítica de la Razón Pura; o de unas acciones originarias del yo, similares a las propuestas por Fichte en su Doctrina de la Ciencia; o de unas decisiones semejantes a las propuestas por Fries y Nelson, siguiendo también a Fichte; o de un acto de fe como el que según Weber y Popper se legitima la racionalidad científica. Para Peirce la comunidad de investigadores se afirma como una de estas acciones válidas por sí mismas que son también una condición de posibilidad de la crítica del sentido que reivindica la ética del saber científico, ya sea natural o social. Por eso Peirce fue más radical y coherente que Wittgenstein y Heidegger, o que la tradición filosófica anterior.

Finalmente, en la "Introducción" de 1972 Apel hace notar como el origen de sus diferencias con Albert no está tanto en las tres formas de conocimiento de Max Scheler, sino en el rechazo por parte de Peirce de la tesis del final de la filosofía. En su opinión, la crítica de las ideologías ha desenmascarado el posible mesianismo de ese "saber de salvación", pero nada tiene que objetar al proceso consiguiente de secularización si esta defensa se formula al modo kantiano. En este sentido la secularización, con posterioridad a Bloch, es más bien un elemento positivo de la crítica del sentido que bien utilizada permite llevar a cabo un análisis transcendental de las condiciones de posibilidad del hallazgo de la verdad. Se reconocen las raíces kantianas de la crítica del sentido de Peirce, sin que ello quiera decir que se acepte el proyecto ilustrado en su totalidad 61.

12. La polémica sobre el transcendentalismo del joven Peirce en Illustration of Science de 1878.

La pragmática transcendental propuesta por Apel es solidaria con otras cuatro tesis, que desarrolló paralelamente en esta misma época:

1) La reconstrucción crítica del método de las ciencias sociales. Se evita así el déficit reflexivo e ideológico del que adolecían la antropología del conocimiento de la posguerra y la teoría crítica en la "positivismusstreit", sin que ambas lo pudieran erradicar.

2) La fundamentación última de una filosofía primera. Se reconoce la "autotranscendencia" de la crítica del sentido de Wittgenstein y Heidegger para evitar los sinsentidos que generó en ambos la justificación del uso del lenguaje.

3) La transformación semiótica que acaeció en la filosofía con posterioridad a Wittgenstein y Heidegger y como dio lugar a un giro pragmático transcendental similar al señalado por el joven Peirce.

4) La radicalización ética de la pragmática transcendental. Se localiza un fundamento último que a su vez es compatible con un falibilismo aún más consecuente que el de Popper, mediante una radicalización de la ética de la autorrenuncia del joven Peirce.

Vista retrospectivamente esta reconstrucción de la pragmática transcendental del joven Peirce, así como la suya propia, sigue mereciendo a Apel una valoración ambivalente. En 1988, en Diskurs und Verantwortung, Apel reconoció que sus planteamientos de aquella época adolecieron de "un entusiasmo utópico desbordado que pudo conducir a la perdida de la conciencia de la realidad" 62. En 1995 tampoco garantiza en Peirce "la probable coherencia en la que entonces confiaba" 63.

Este cambio de actitud vino precedido por las numerosas críticas que recibió su interpretación de Peirce. En 1985 Christopher Hookway discrepó respecto a la pretendida coherencia del transcendentalismo de Peirce y se reafirmó en ciertas valoraciones críticas similares a las de Kempski y Murphey en los años 50, aunque en cierto modo las justifica, simplemente porque en su opinión Peirce fue un antitranscendentalista convencido. De todos modos Hookway reconoce la dependencia de la deducción de las categorías de Peirce respecto a una determinada metafísica cientifista de planteamientos continuistas más bien conservadores, formulada con la máxima indeterminación posible, pero sin poder exigirle una neutralidad total, como pretende Apel. En su opinión, en la Illustration of Science de 1878, el joven Peirce aceptó un método abductivo de fijación de creencias efectivas, que le hizo estar a favor de un realismo teleológico de raíces transcendentalistas. Sin embargo pronto abandonó esta postura juvenil, o al menos la hizo compatible con un idealismo objetivo de pretensiones semióticas mucho más limitadas. A partir de entonces Peirce defendió una dualidad de perspectivas, ultrarrealistas y a la vez cientifistas, sin lograr integrarlas. Como condición de posibilidad de su teoría pragmática del significado estableció una jerarquización descendente muy precisa entre la matemática, las ciencias normativas y una metafísica científica o experimental, concebidas según un esquema escotista y a la vez berkeleyano, internamente contrapuestos. Justificó un realismo crítico constructivista, basado en el hallazgo de auténticos principios constitutivos propios de las ciencias particulares, sin poder evitar la circularidad y las paradojas que él mismo había denunciado en Kant. Pero en ningún caso los interpretó como simples ideales regulativos, ni recurrió a ocultos transcendentalismos, como sugiere Apel64.

Por su parte Klaus Oehler ha justificado en 1993 frente a Apel y Hookway la coherencia interna de la evolución de Peirce. En un primer momento Peirce habría defendido una teoría del significado y de las leyes físicas, basada en la estructura sujeto y predicado de la proposición, a partir de un falibilismo radical compatible a su vez con un esencialismo teleológico pospuesto al final del proceso, sin admitir en ningún caso la referencia al noumeno kantiano. Con este fin interpretó la lógica de relaciones de De Morgan y Boole como una nueva teoría de las tres categorías básicas, como fueron la cualidad, la relación y la representación, con vistas a un intérprete lógico que garantiza el progresivo conocimiento de lo real. Posteriormente en la Illustration de 1878 interpretó la máxima pragmática a partir de la psicología de A. Bain, como una teoría de la acción capaz de justificar mediante un método abductivo la formación de hábitos o creencias efectivas, incluido el propio realismo teleológico, sin recurrir a ocultos presupuestos transcendentalistas. Finalmente en 1885 fundamentó la máxima pragmática en una lógica de las relaciones donde siempre se presupone una teoría de las categorías, o de los modos de ser, y de los transcendentales o géneros supremos, como son el ser, la verdad final y el sumo bien. En ambos casos este realismo crítico categorial es el hilo conductor de las distintas versiones del pragmatismo, sin volver a un planteamiento meramente conservador, como pretende Hookway, y sin tampoco supeditarlo a criterios meramente normativos, o a un oculto transcendentalismo, ya sea de tipo práctico, o estrictamente teórico, como sugieren Habermas y Apel respectivamente65.

Por su parte Friederich Kuhn en 1996 también defiende la coherencia de Peirce antes y después de la Illustration de 1878, sin que sus vacilaciones juveniles afecten al núcleo de su pensamiento. Peirce siempre interpretó la máxima pragmática como un principio arquitectónico, o metarregla del uso de reglas, que va más allá de una simple teoría del significado, como sugiere Hookway, o de la acción, como proponen Apel y Habermas, o incluso de las categorías, como en Oehler. Más bien la esencia del pragmatismo reside en el paso de la duda a la fijación de creencias efectivas o convicciones fuertes mediante un método abductivo específico, fundamento del resto de los métodos de prueba, incluidos los cálculos de probabilidades propuestos por Boole, A. de Morgan y Venn, sin necesidad de recurrir a un oculto transcendentalismo. Peirce logró así una fundamentación no reduccionista de los métodos de prueba propios de las ciencias normativas, incluidas la lógica y la propia metafísica, sin superposiciones sobrevenidas de modo injustificado. Por ello tampoco recurrió a un idealismo objetivo que impone círculos viciosos psicologistas entre estas tres formas de saber66.

13. Balance final del utopismo del joven Peirce.

Apel ha acusado el impacto de estas críticas. En 1996, con motivo de la reedición de su monografía sobre Peirce, ha hecho notar primeramente el lugar fundamental que tuvo esta investigación en el desarrollo posterior del "giro semiótico" de estos últimos treinta años. Sin embargo también ha admitido la dimensión metafísica del realismo crítico del último Peirce, aunque sin desdecirse de sus anteriores planteamientos pragmático-transcendentales que considera más básicos. En caso contrario, se fomentaría aún más el uso tan divergente que posteriormente se ha hecho de Peirce por parte de Strawson, Quine, Davidson, Rorty o la así llamada postmodernidad. Se ha invertido el uso de sus argumentos en un sentido destranscendentalizador en contra de sus previsiones iniciales, sin querer reconocer la presencia de un transcendentalismo oculto en este mismo tipo de planteamientos 67. Por ello mismo los planteamientos de Peirce siguen teniendo una ventaja evidente:

"La primera de estas ventajas es una amplia base semiótica que junto a los símbolos (característicos sólo del habla humana) también admite los signos en sí mismos no conceptuales (los "índices" y los "iconos") como signos naturales integrados lingüísticamente […], que habían sido incorrectamente eliminados de la lógica de la investigación por los semánticos (Carnap y Popper) como algo simplemente psicológico. En mi opinión, de aquí resulta una rehabilitación de la fenomenología (que todavía era entendida por Husserl presemióticamente) en el contexto de la semiótica" 68.

De todos modos, a partir de 1973, Apel reconoció la necesidad de localizar un complemento fenomenológico o postfenomenológico que tenga en cuenta sus condiciones de aplicación en la vida real. Sólo así se podrá evitar la abstracción de los iniciales planteamientos transcendentales del joven Peirce, o los suyos propios. Con este fin recurrió a una teoría de la acción o a una fenomenología de los actos de habla similar a la propuesta por Searle y Austin, sin necesidad de remitirse a una metafísica en particular ni tampoco a la ciencia. Propuso así una teoría de los tipos de racionalidad con capacidad de ejercer un control racional sobre el continuo finitista que a su vez configura las múltiples dimensiones intencionales de la comunicación humana. En cierto modo es como si Apel hubiera experimentando una evolución intelectual similar a la de Peirce. En vez de distanciarse de William James, Apel lo haría respecto del así llamado postmodernismo, aunque por su parte confió más en la ética y la comunicación humana que en la ciencia. Pero en ambos casos se terminó llevando a cabo una defensa de la persona como sujeto moral responsable ante sí mismo y ante los demás, ya sea respecto del progreso científico o del estrictamente moral.



Carlos Ortiz de Landázuri
Departamento de Filosofía
Universidad de Navarra
31080 Pamplona España


Notas

1. K.O. Apel, La transformación de la filosofía, Taurus, Madrid, 2 vols., 1985, II, 155-156 (cit. TF).

2. H.J. Dahms, Positivismusstreit, Suhrkamp, Frankfurt, 1994.

3. Th.A.F. Kelly, Language and Transcendence. A Study in the Philosophy of Martin Heidegger and Karl-Otto Apel, Peter Lang, Bern, l994.

4. B. Wirkus, Deutsche Sozialphilosophie in der ersten Hälfte des 20 Jahrhunderts, Wissenschaftliche Buchgeselschaft, Darmstadt, 1996. K. Wuchterl, Bausteine zu einer Geschichte der Philosophie des 20. Jahrhunderts. Von Husserl zu Heidegger, Haupt, Bern, 1995.

5. K.O. Apel, TF, I, 136 y 276. K.L. Ketner, Peirce and Contemporary Thought: Philosophical Inquiries, Fordham Univ. Press, New York, 1993.

6. K.O. Apel, TF, I, 11. T. Becker, Die Hegemonie der Moderne, Olms, l996.

7. C.S. Peirce, K.O. Apel (ed.), Schriften I-II, Suhrkamp, Frankfurt, 1967.

8. K.O. Apel, TF, II, 149-169; TF, II, 149-415.

9. K.O. Apel, Diskurs und Verantwortung. Das Problem des Übergang zur postkonventionelen Moral, Suhrkamp, Frankfurt, l988 (cit. DUV).

10. K.O. Apel, DUV, 378. A. O'Hear (ed.), Karl Popper: Philosophy and Problems, Cambridge U. P., 1995.

11. K.O. Apel, Der Denkweg von Charles S. Peirce, Eine Einführung in der americanischen Pragmatismus, Suhrkamp, Frankfurt, 1976 (cit. DWP).

12. K.O. Apel, TF, 156-158. J. von Kempski, Charles S. Peirce und der Pragmatismus, Stuttgart, Kohlhammer, 1952. M.G. Murphey, The Development of Peirce’s Philosophy, Harvard University Press, Cambridge, 1961 (Hackett, 1993).

13. K.O. Apel, DWP, 106 y s.

14. K.O. Apel, TF, II, 169-209.

15. K.O, Apel, TF, II, 182-183. DWP, 17.

16. K.O. Apel, DWP, 51-73.

17. K.O. Apel, DWP, 73-85.

18. K.O. Apel, DWP, 85-106.

19. K.O. Apel, DWP, 41-51. U. Baltzer, Erkenntnis als Relationengeflecht. Kategorien bei Charles S. Peirce, Schöningh, Padeborn, 1994.

20. A. Fumagalli, Il reale nel linguagio; indicalitá e realismo nella semiotica di Peirce, Vita e Pensiero, Milano, 1995.

21. K.O. Apel, DWP, 118-133.

22. K.O. Apel, DWP, 133-146. TF, II, 158. H. Pape (ed), Kreativität und Logik: Charles S. Peirce und des philosophisches Problem des Neues, Suhrkamp, Frankfurt, 1994.

23. K.O. Apel, DWP, 78.

24. K.O. Apel, DWP, 193 y s.

25. K.O. Apel, DWP, 164-185.

26. V. Hösle, Philosophiegeschichte und objektiver Idealismus, C. H. Beck, München, 1996.

27. K.O. Apel, DWP, 185-218. C.R. Hausman, Charles S. Peirce’s Evolutionary Philosophy, University Press, Cambridge, 1993.

28. K.O. Apel, DWP, 185-203. E.W. Orth (ed.), Die Freiburger Phänomonologie, Alber, Freiburg, 1996.

29. J. von Kempski, 56 y 84. M. G. Murphey, 65 y ss.

30. K.O. Apel, DWP, 203-218 y 267. C. Tiercelin, C.S. Peirce et le pragmatism, PUF, Paris, 1993.

31. K.O. Apel, DWP, 130-133.

32. K.O. Apel, DWP, 244-259.

33. K.O. Apel, DWP, 259-286.

34. Ver mi artículo "La metamatemática en la postmodernidad, 100 años despues", III Congreso de Logica y Metodología de la Ciencia, Barcelona, 1997, (en prensa).

35. G. Heinzmann, Zwischen Objektkonstruktion und Strukturanalyse. Zur Philosophie der Mathematik bei Jules Henri Poincaré, Vandenhoeck and Ruprecht, Göttingen, 1995, 79 y ss. Mi artículo, "La polémica entre Paul Lorenzen y Karl-Otto Apel sobre la irrebasabilidad del lenguaje natural en matemáticas", Structures in Mathematical Theory, Universidad del País Vasco, 1990, 445-451.

36. K.O. Apel, DWP, 286-297; mi artículo, "La probabilidad inductiva bayesiana, 70 años después de Ramsey, Popper y Peirce", III Congreso de Lógica y Metodología de la Ciencia, Barcelona, 1997, (en prensa).

37. K.O. Apel, DWP, 297-319.

38. K.O. Apel, DWP, 319-346.

39. K.O. Apel, DWP, 346-355.

40. K.O. Apel, DWP, 354.

41. E. Arens, The logic of pragmatic thinking: from Peirce to Habermas, Humanities, New Jersey, 1994.

42. K.O. Apel, DWP, 354.

43. K.O. Apel, TF, I, 9.

44. T.W. Adorno, Der Positivismusstreit in der deutschen Soziologie, Deutscher Taschenbuch, (1969), 1993.

45. R. Wiehl, Metaphysik und Erfahrung. Philosophische Essays, Suhrkamp, Frankfurt, 1996.

46. K.O. Apel, TF, I, 29. H. Albert, Plädoyer für kritischen Rationalismus, Munich, 1971, 106.

47. H. Albert, Transzendentalen Träumerien, Hamburg, 1976.

48. K.O. Apel (ed.), Hermeneutik und Ideologiekritik, Suhrkamp, Frankfurt, 1971.

49. J. Habermas, ¿Was ist universalpragmatik?, Suhrkamp, 1973; Conciencia moral y acción comunicativa, Península, Barcelona, 1996.

50. J. M. Bernstein, Recovering ethical life. Jürgen Habermas and the future of critical theory, Routledge, London, 1995.

51. K.O. Apel, TF, II, 17 y 143.

52. K.O. Apel, TF, II, 91-121. J. Habermas, Erkenntnis und Interesse, Suhrkamp, Frankfurt, 1963.

53. K.O. Apel, TF, II, 169-209.

54. K.O. Apel, TF, I, 141.

55. K.O. Apel, TF, II, 251-297.

56. K.O. Apel, TF, II, 17 y 143.

57. K.O. Apel, TF, II, 289-290.

58. K.O. Apel, TF, I, 9-75.

59. K.O. Apel, TF, I, 12.

60. K.O. Apel, TF, I, 315-341.

61. K.O. Apel, TF, I, 54. H. Wagner, Utopie, Menschenrechte, Naturrecht. Zur Rechtphilosophie Ernst Blochs, Nomos, 1995. L. Sáez Rueda, La reilustración filosófica de Karl-Otto Apel, Universidad de Granada, 1995.

62. K.O. Apel, DUV, 378-379.

63. K.O. Apel, "Transzendental semiotik and Hipotetical Metaphysics of Evolution", K.L. Ketner, Peirce and Contemporary Thought. Philosophical Inquiries, Fordham University Press, New York, 1995, 366-397.

64. C. Hookway, Peirce, Routledge and Kegan Paul, London, 1985. K.L. Ketner, 398-415. En respuesta a Apel aduce CP 2.113, 1902.

65. K. Oehler, Charles Sanders Peirce, C.H. Beck, München, 1993. Ver los artículos de Habermas, Apel y respuestas de Oehler y Hookway en, K.L. Ketner, 366-417.

66. F. Kuhn, Ein anderes Bild des Pragmatismus, Vittorio Klostermann, Frankfurt, 1996.

67. R. Rorty, Consecuencias del pragmatismo, Tecnos, Madrid, l996. M. Niquet, Transzendentale Argument. Kant, Strawson und die Aporetik der Destranzendentalisierung, Suhrkamp, Frankfurt, 1991.

68. K.O. Apel, "Foreword", Charles S. Peirce. From Pragmatism to Pragmaticism, Humanities, New Jersey, 1995.