Gracián, Peirce: conceptos, signos

Eduardo Forastieri-Braschi

Gracián's "conceit" and Peirce's "interpretant" maintain a logical-and-rhetorical agreement that recurs in the history of ideas. Ciceronian humanism and Scotist realism were instrumental for Gracián's conception: they were part of the curricular requirements for XVII century Jesuits. Likewise, Peirce's New List and his revival of "Speculative Rhetoric" partake of this legacy. Their innovations hinge on the category of Relation and on its inferential and speculative potential for thought.




   Baltasar Gracián y Charles S. Peirce acomodaron, cada uno a su manera, unos mismos esquemas de la tradición lógica y retórica con los que modelaron su aportación más original a la historia de las ideas; y no sólo la más original, sino, quizás, la más fundamental para sus propios esquemas. Esta es mi única justificación para aproximarlos. Como se desprende del título mismo de esta colaboración, la relación entre Gracián y Peirce es proporcional a la distancia histórica que se da entre los conceptos y los signos. Lo que define el "concepto" graciano y el "signo" peirceano es, justamente, la proporción abierta entre extremos distantes y distintos. El concepto y el signo son los sucedáneos para una relación a distancia; la distancia abierta entre la realidad, su representación y su interpretación, según éstas han venido delineadas en la historia de las ideas por los registros aristotélicos y por las glosas de sus comentaristas: abarcan, desde Porfirio, Boecio y los escolásticos hasta las adaptaciones ciceronianas, como las que recogió Gracián, o bien las enmiendas kantianas, como las que emprendió Peirce. Es decir, que las categorías y los predicables de la dialéctica también filtraron sus registros a través de los llamados tópicos y argumentos de la retórica ciceroniana que los comentaristas acomodaron y enmendaron durante siglos a partir de Boecio. Entre éstos se destacaron los glosadores del método parisino, que uno asocia a los nombres de Juan Sturm, de Pedro Ramus, de Juan de Celaya, de Francisco Javier, y de los primeros redactores de la Ratio Studiorum de los jesuitas en el siglo XVI1. Creo, por eso, que éste todavía es un capítulo abierto sobre las fuentes intelectuales del conceptismo. Asimismo, la barroquización de la Ratio en el siglo XVII por los jesuitas Gracián, Tesauro y Sarbiewski, todavía se abre a distinciones imprescindibles2. A mi juicio, la confluencia de la lógica y de la retórica recogida en la Agudeza ha sido soslayada desde que se cuestionó el criterio de Menéndez y Pelayo de que se trataba de una "retórica conceptista". Con el debate se perdió el tino para discernir, tanto el componente retórico, como el conceptista3.

   El conceptismo graciano y la renovación semiótica con que Peirce glosó el legado categoremático clásico se fundamentan en el predicamento lógico y retórico de Relación; es decir: que tanto un concepto, como un signo, salvan la distancia interpretativa de toda representación simbólica cuando deslindan las fronteras entre el pensamiento, el lenguaje y el mundo, con los ligamentos de un tropo, de una inferencia, o de un silogismo. Por ejemplo, en el escorzo de On a New List of Categories (1867), Peirce aportó un diseño original en el que las nuevas relaciones se ajustan al desglose con que cada componente habría de corresponderse con las concepciones, fundamentalmente semióticas, de Relación y de Representación; de cómo ésta habría de expresar lo referido en aquélla: "Referencia a un Correlativo (Correlate)" (CP 1.555). Si bien la Representación (es decir, lo propiamente semiótico) cobija todos los componentes del nuevo escorzo, otras categorías, como la Sustancia o la Cualidad, retienen el predicamento de su universalismo; sin un "singular" en donde asentar la base de su realidad concreta, a no ser que unos vínculos circunstanciales (es decir, unos índices sincategoremáticos determinativos, adverbiales o preposicionales) marquen los lindes sintácticos y paratácticos de esa Relación. Justamente en esa encrucijada, entre el "singular" y el "universal", se acota el deslinde para las relaciones que caracterizan a los conceptos y a los signos; y desde allí se atrinchera la inveterada polémica entre el nominalismo y el realismo filosófico que Peirce recuperó en sus esquemas, y que Gracián heredó con el realismo moderado y escotista de los jesuitas del siglo XVII. Por suerte para nuestro repaso, el realismo moderado de Duns Escoto, quien es fundamental, tanto para Gracián, como para Peirce, nos ahorra el debate. Una nueva gradación predicativa jerarquiza la red hiponímica del árbol de Porfirio: se contrae la distancia entre los "universales" y los "singulares" de la ontología realista, y se asientan, concretamente, desde sí (de se haec), los cotos para una relación interna de individuación entre los objetos, aun cuando éstos difieran formalmente (formalitates), y aunque prorrateen conceptualmente sus correspondencias para retener una misma identidad "real". Por ejemplo, la conocida "correspondencia que se halla entre los objetos", con la que Gracián define el concepto, es de arraigo escotista4. El concepto graciano religa, en tropos y en figuras, los objetos singulares con que cada uno se corresponde con los complementos de una oración. Es decir, que el sujeto gramatical de un predicado correlaciona la "distinción formal" del escotismo entre sus complementos mientras retiene la "identidad real" de su correspondencia . Reconozco que ésta es una de las distinciones más finas y difíciles que se han dado en la historia de la filosofía, por la que Escoto se conoce como el Doctor Sutil; pero se trata de Gracián, quien también escribe en el Oráculo: "hace concepto el sabio de todo, aunque con distinción cava donde hay fondo y reparo [dificultad]"5. Basta reconocer, a manera de ejemplo, que "este" objeto singular cualquiera es "formalmente" distinto de la clase de objetos con la que comparte "realmente" el predicamento de una naturaleza común. Sin embargo, la comunidad de esa relación compartida no se traga la distinción que singulariza al objeto, sino que la pacta in mente (ens ut intelligitur, en frase de Escoto) y no en los objetos mismos, in re (o post rem), como si la inteligibilidad de éstos presuponiera una nivelación ontológica sin distinciones. La naturaleza común es "realmente" idéntica a la haecceitas (a la diferencia individuante) de "este" objeto, aun cuando él se contrae en la naturaleza específica de la forma de su singularidad: su naturaleza específica es, por eso, formalmente distinta, a pesar de aquella identidad real. Peirce resume esta relación muy bien: "La universalidad es una relación de un predicado a los sujetos de los que es predicada. Eso sólo puede existir en la mente, en donde solamente tiene lugar el acoplamiento de sujeto y predicado... Pero este universal sólo difiere del singular en el modo de ser concebido (formaliter), aunque no en el modo de su existencia (realiter)" (CP 8.18).

   Los conceptos gracianos también se predican de conformidad con esta distinción formal, y por eso me aparto de los gracianistas que todavía leen un compromiso ontológico directo con la realidad de lo que se expresa en ellos. Entiendo que este compromiso obligaría a interpretar la adopción que Gracián hace de los topoi como si fueran predicados universales compelidos a avalar ontológicamente la verdad de los objetos. Dejarían de ser los "adjuntos circunstanciales", como Gracián mismo los condiciona al estilo escotista (circunstantiae rei) para convertirse en singularidades espurias que nada tienen que ver con los registros lógicos y retóricos (loci de inventione, loci arguendi, sedes argumenti; "fuentes" los llamaron los jesuitas Gracián y Tesauro) que entonces estaban disponibles. Considero, por eso, que es un error retomar el realismo sugerido desde hace unos años por Terence May: "examinar directamente el concepto —dice— y ver qué lo constituye y qué relación directa (direct relationship) pueda tener con la realidad exterior"6. Sin embargo, ésta no fue la veta del realismo filosófico que enseñaron los jesuitas a partir del Cursus Conimbricencis de Fonseca en los siglos XVI y XVII, de inspiración escotista, como indicaré más adelante. "No basta la sustancia", escribe Gracián sobre la realidad. Añade: "requiérese también la circunstancia"7.

   También Peirce renovó el registro categoremático de los predicamentos hasta reducirlos a sólo tres, cuando se sabe, por la protesta del Brocense en el siglo XVI, que podrían llegar hasta ciento cincuenta y nueve combinaciones8. Pero tampoco se trata de una relación entre dos, por ejemplo: la del sucedáneo que está en lugar de un referido (aliquid stat pro aliquo), de tantas aproximaciones semánticas, sino de un tercero mediador, capaz de expandir las relaciones entre dos hacia los márgenes de una extensión conceptual, con la que Peirce también se acoge a las formas filosóficas del escotismo. Lo Tercero (Thirdness) predicable, interpretable, distiende, casi barrocamente, unas relaciones entre signos en las que el principio lógico del medio excluido ya no opaca las consecuencias de lo que se puede inferir entre ellos. Por el contrario, el escorzo de las relaciones es triádico, y el llamado interpretant es el tercero que media entre el objeto y su representación. Escribe, por ejemplo, en otro escorzo fundamental, en The Architecture of Theories (1891): "Tercero es la concepción de mediación, por medio de la cual un primero y un segundo se relacionan (are brought into realation)" (CP 6.32). Se inicia así un relevo entre interpretants consecutivos que, a su vez, se convierten en los objetos de otra relación triádica para un proceso abierto orientado por los principios de la continuidad, del falibilismo y de la esperanza; un proceso de prolepsis hacia la modalidad continua y real del futuro y del pensamiento (esse in futuro, escribe, frecuentemente, Peirce). Las correlaciones abiertas que el interpretant mantiene entre las categorías de la predicación (rheme, dicent, argument) casi calcan los viejos esquemas de las súmulas medievales y de sus enmiendas renacentistas y barrocas, como las del ramismo, que distribuían el abanico de las correspondencias conceptuales entre los objetos. Gracián retoma los esquemas al garete a partir del llamado "objeto de la agudeza"; los nombra "términos", "sentencias" y "argumentos", sin el plan de otros jesuitas más disciplinados, como Tesauro, Sarbiewski, Cipriano Suárez o Jakob Spanmüller. Tesauro, por ejemplo, los organiza, casi tricotómicamente, como "metáfora simple", "proposición metafórica" y "argumento metafórico"9. No obstante, si hay algo en que coinciden los tratadistas con Gracián, es en el reconocimiento unánime y elocuente de que la relación que salva la distancia entre los objetos se pacta desde el ingenio entre "extremos cognoscibles" y "términos correlatos de sujeto", como él repite tantas veces. La pluriformidad de los objetos se pacta en el ingenio; in mente; no in rebus, como ahora se malinterpreta10. De ahí que la insistencia de los tratadistas, como Peregrini, Tesauro y Sforza-Pallavicino, por vincular y relacionar mentalmente la multiplicidad y la contrariedad entre los objetos sirve de cotejo indispensable. Sforza-Pallavicino, por ejemplo, recuerda la "aurea catena omerica" en la que todo enlaza misteriosamente, aunque aclara que sólo la agudeza es capaz de inferir sus consecuencias conjuntivas11. Me sospecho, por eso, que casi todos los tratadistas del conceptismo desarrollaron la suposición aristotélica de que la metáfora traslada a distancia las correspondencias entre el mundo y el lenguaje, cuando la metáfora misma no es más que el incremento (epiforá) y la proporción entre los enlaces del lenguaje.

   También Peirce confronta el dilema de tener que dirimir el significado de la referencia real al mundo. Insiste en mantener el margen real de lo cognoscible dentro de unos marcos escotistas muy semejantes a los de Gracián. De conformidad con la tradición aristotélica, la diez categorías y los cinco predicables de un sujeto, apenas le conceden un margen predicamental al categorema de Relación, cuando la misma relación entre el lenguaje y el mundo se ahueca por los diferendos que representan los extremos del nominalismo y del realismo. Si bien desde los Comentarios de Boecio a los tratados lógicos de Aristóteles ya se establecían los términos para la naturaleza de las relaciones, no será hasta Escoto que la especulación relativista (entia comparata) habría de ocupar un relieve destacado que se recuperaría con la neoescolástica de los jesuitas en el siglo XVI. Pero habrá que esperar hasta Kant y sus categorías de relación (por ejemplo, las relaciones condicionales entre causa y efecto, antecedente y consecuente, o la relación categórica entre sujeto y predicado) para que la cuestión sea decisiva. Sólo éstas habrían de salvar la distancia entre el pensamiento y el mundo. Las relaciones kantianas negocian de nuevo las categorías y los predicables en unos juicios capaces de desbancar los viejos escepticismos y los viejos esquemas. Justamente, a partir de Kant, Peirce emprendió el proyecto de pactar otra negociación con una nueva lógica de relaciones que transformó semióticamente las categorías relacionales del kantismo y sus malabarismos deductivos.

   Aquí es donde entroncan Gracián y Peirce, gracias a la diferencia de éste último con Kant, quien le sirvió de punto de partida para la elaboración de sus tres categorías fundamentales, entre las que sobresale la categoría relacional, es decir, la mediación entre dos, lo Tercero (Thirdness), y en la que el interpretant abre el margen "real" y "formal" de la predicación, con la que Peirce recupera el viejo modelo del trivio gramático, retórico y dialéctico. Le corresponde al interpretant pactar las relaciones de lo que Peirce llamó, en su escorzo del 1867, "formal rhetoric" (CP 1.559). Peirce también remite, ocasionalmente, a una "Speculative Rhetoric"como al legado más importante de la lógica (CP 1.222, 2.333, 2.356, 2.462-465, 2.267, 2.619, 3.149, 6.472). Este ensamblaje entre la lógica y la retórica recuerda la antigua hipérbole de Pedro Hispano: Dialectica est ars artium, scientia scientiarum, ad omnium methodorum viam habens. Por eso no debería sorprendernos que Peirce llame "Methodeutic" a lo que ocasionalmente también había consignado como "universal rhetoric" y "philosophical rhetoric". Todo esto convoca, como ha sugerido Kloesel, el legado escotista de la Grammatica Speculativa; y aunque su ensamblaje admita discrepancias insalvables: todo esto también hermana a Peirce en la historia de las ideas con los modistas medievales, los ramistas, los jesuitas de los siglos XVI y XVII, los gramáticos de Port-Royal, los puritanos de Nueva Inglaterra, Comenius y Harvard Yard12.

   En el ambicioso diseño del nuevo trivio de 1902 para su propuesta a la Carnegie Institution, Peirce también remite al citado pasaje de Pedro Hispano13, y en una de sus versiones apunta que "la metodéutica no es más que una heurística y sólo se ocupa de la abducción"14. Este renovado acomodo del trivio viene a ser la matriz para las argucias inventivas de una nueva heuresis en la que los interpretants abren el registro de los "argumentos"; destacadamente: el de la inferencia abductiva15. Sin embargo, el giro retórico no opaca la lógica, sino que le es indispensable para aclarar la constatación formal de las "proposiciones" con el "índice" de su referencia. La contundencia peirceana es, a veces, sorprendente: "La metodéutica no influye directamente (no direct bearing) sobre términos o proposiciones algunas o sobre tipo alguno de razonamiento excepto aquel que inaugura una hipótesis"16. Es decir: que sólo a partir de una inventiva abductiva y sagaz se habría de continuar la aproximación esperanzada, aunque falible (y, quizás, por eso, esperanzada), a un consenso interpretativo final a distancia (in the long run) sobre una representación "realmente" verdadera. Sin embargo, Peirce expresa esta definición disyuntivamente, como tantas otras, al estilo ramista. Por eso, si en el escorzo de 1867 ya uno sospechaba que la revisión a las categorías, supuestamente a partir de Kant y de Aristóteles, traía otras contaminaciones, la renovada propuesta en el diseño de 190217, comprueban una deuda al legado del "método" ramista, que ya antes había sido sugerida, pero que yo no me había atrevido asumir18. Ahora casi estoy convencido de un ciceronismo peirceano que descubre, entre argumentos retóricos (es decir, entre interpretants), los componentes para la hipótesis (la abducción) y el entimema, y que desplaza los categoremas de la tradición lógica, al emplazar, con ellos, el inveterado predominio de las premisas mayores, del modus ponens, y de Kant. Peirce convoca el ciceronismo de la heuresis y de los loci de inventione. El ars combinatoria de su tricotomía remite al legado de Agrícola, de Jorge de Trebisonda, de Ramus, de los tratadistas jesuitas (Sarbiewski, Tesauro y Gracián), y hasta podría especularse sobre el llamado "Ramean heritage" de James Madison; del contexto pedagógico de Cambridge, Massachusetts, y de Harvard19. Por ejemplo, la "proposición" (dicent, sinsign) y el "índice", recuperan la haecceitates y las formalitates del escotismo con las que también Gracián y los tratadistas ensamblaron la lógica con la retórica y con la poética a partir del ciceronismo y del ramismo del siglo XVI. Brevemente, entonces: los argumentos para la agudeza y el ingenio enardecen un mismo arte para un concepto, un entimema, una conjetura, un barrunto, una hipótesis. Son el término medio del silogismo, y no es otra la función argumentativa del interpretant. Escribía Gracián: "Fácil es adelantar lo comenzado; arduo es inventar... aunque no todo lo que se prosigue se adelanta. Hallaron los antiguos métodos al silogismo, arte al tropo; sellaron la agudeza... Armese con reglas un silogismo; fórjese, pues, con ellas un concepto"20.

   El escotismo de Gracián le vino con la Ratio Studiorum, y el manual de lógica sumulista asignado entonces (Institutionum dialecticarum libri octo, 1564) era el del jesuita portugués Pedro Fonseca (1528-1599), para quien las diferencias y las contingencias de la individuación singular en los objetos atajan los márgenes predicables, al estilo escotista. La importancia de Fonseca en la filosofía del Renacimiento es conmensurable con la influencia que el neoescolasticismo ibérico en los claustros de Coimbra, de Salamanca y de Alcalá, legó en la historia de las ideas, que no fue poco21. El testimonio de Poinsot en 1632 de que las cuestiones sobre la naturaleza de los signos y sus relaciones se disputaban a diario en las aulas es muy elocuente22. Por eso no debería sorprendernos que los llamados signos formales (signa formalia) con que Fonseca recupera las "formalitates" escotistas habrían de representar el espacio mental en el que se pactan la identidad y la distinción de las correspondencias conceptuales23. Su insistencia en que la unidad "formal" del concepto reúne todas las diferencias, a pesar de la pluralidad de los objetos, lo obliga a allegarse a la solución de la univocidad escotista. A saber: que si se añaden las circunstancias y las contingencias individuales a la esencia predicable de los objetos, entonces las marcas positivas que ellas dejan garantizan "formalmente" la singularidad de éstos. A su vez, la reiterada insistencia de Gracián en "las entidades" que rodean el sujeto, es decir, sus adjuntos circunstanciales, debería bastar para el reconocimiento de su afiliación intelectual. Sin embargo, ha sido otra la insistencia del gracianismo más reciente, con el que estoy fundamentalmente de acuerdo, aunque con algunas distinciones imprescindibles.

   Emilio Hidalgo-Serna ha destacado, con razón, "la función cognoscitiva, ingeniosa y no deductiva de las relaciones concretas entre cosas singulares"24. Se trata "de concebir la verdad de las cosas singulares... de lograrlas en el acto de constatar las relaciones de semejanza o de proporción entre cosas reales... de cada objeto y su existencia vinculada a cuanto le rodea; las relaciones expresadas en los conceptos serán reales"25. En una extensa confrontación con los predicables y los tópicos de la tradición, aunque sin reconocer la incontrovertible apropiación de éstos por Gracián, vuelve a insistir en que "el concepto graciano no es de ningún modo portador de un saber universal, sino el instrumento propio del conocimiento de lo singular"26. Me alegraría coincidir a partir de la ingeniosa constatación de las singularidades, que es evidente: cada cosa desde sí misma (de se haec, haecceitas, como diría Escoto, y en las que también Peirce asienta la concreción singular de lo que se representa). Sin embargo, ni Gracián ni Peirce pueden rechazar la predicación general que constata los singulares, sino todo lo contrario, los conceptualiza. Además, la singularización contingente y circunstancial de los predicables del sujeto (la retorización de la dialéctica) es reconocible, por lo menos, a partir del ciceronismo parisino (1500-1550)27. La inventio que "halla" correspondencias entre los objetos no tira los predicables a la papelera. En cambio: se afana por descubrir las relaciones (esse ad alium) de lo específico y de lo diferencial cuando los adjuntos del sujeto, es decir, los predicables que Gracián repite con sus ejemplos hasta el cansancio, son la periferia que circunvalan su Agudeza, además de ser lo que ocupa a sus contemporáneos; destacadamente, los jesuitas Tesauro y Sarbiewski. Por lo tanto, no se trata de nominalismo, ni de realismo, sino de un tercero y de un término medio: del realismo moderado de Pedro Fonseca, a quien Gracián no tuvo más remedio que leer en los cursos de lógica28. El realismo escotista moderado, que también Peirce comparte, organiza las relaciones de los "extremos cognoscibles" de los conceptos y de los signos, aunque sin extremismos universalistas o singularistas. De lo contrario, las relaciones entre los términos del lenguaje y sus lindes semánticos con el mundo no serían determinables ni predicables, como advirtieron Escoto y Peirce. Ni siquiera podrían pensarse. Insiste Peirce en que ningún acto cognoscitivo es absolutamente determinado, y que el mismo margen relativo de su indeterminación exige que los predicados generales también sean reales. No se trata de figuraciones o de ficciones metafísicas, dice, y añade: "un realista es simplemente aquel que no conoce realidad más recóndita que la que se representa en una representación verdadera" (CP 5.312). La cuestión es discernir qué es una representación verdadera. Pienso que, tanto Gracián como Peirce, siempre concibieron la representación referida a lo que la relaciona ("Referencia a un Correlativo (Correlate)" (CP 1.555)), al estilo escotista. Es decir, que se esforzaron por singularizarla a partir de los objetos pensados desde su misma "causa material" intrínseca para descubrir las correspondencias y las relaciones de una representación verdadera. Aunque la verdad peirceana se da en un margen futurible y asíntota de consenso relativo en el tiempo de los signos (in the long run), y aunque la verdad graciana expresada en la Agudeza no es más que el canon metafórico de la verosimilitud poética, ambas concepciones veritativas pactan su conformidad al modo escotista; es decir: relacionalmente.

Eduardo Forastieri-Braschi

Dept. Estudios Hispánicos
Universidad de Puerto Rico
P.B. 233551 San Juan PR 00931-3351






1.- E. Forastieri-Braschi, "Etsi Petrus Ramus taceret, res ipsa loquetur: sobre ramismo y conceptismo", La Torre, 1992 (6), 461-475; M. Batllori, Gracián y el Barroco, Storia e Letteratura, Roma, 1958, 107-114.

2.- El redescubrimiento de Casimir Sarbiewski (1596-1640) y del tratado, De acuto et arguto, con el que éste abre su Praecepta Poetica (1626-1627) ha sido fundamental. Ver R.D.F. Pring-Mill, "‘Porque yo cerca muriese’: An Occasional Meditation on a conceptista Theme", Bulletin of Hispanic Studies, 1984 (61), 169-378.

3.- B. Croce, I trattatisti italiani del concettismo e Baltasar Gracián, Università, Napoli, 1899, 28; M. Batllori, 113-114.

4.- B. Gracián, Agudeza y arte de ingenio, en Obras Completas, Arturo del Hoyo (ed.), Aguilar, Madrid, 1960, 240 (cit. Agudeza).

5.- B. Gracián, Oráculo manual y arte de prudencia, en Obras Completas, 160 (énfasis mío) (cit. Oráculo).

6.- T.E. May, Wit and the Golden Age, Reichenberger, Kassel, 1986, 69, y 18-19, 54-56, 272-276. Mi traducción.

7.- B. Gracián, Oráculo, 155.

8.- M.J. Woods, "Sixteenth-Century Topical Theory: Some Spanish and Italian Views", Modern Language Review, 1968 (63), 70.

9.- A. García-Berrio, España e Italia ante el conceptismo, CSIC, Madrid, 1968, 105.

10.- Las "agudezas objetivas" a las que Gracián remite en el Discurso LXIII (Agudeza, 513), sólo refieren a la "causa material" para la individuación de los objetos en la singularidad (haecceitas ) que da "materia" al ingenio ("causa eficiente", dice Gracián, Agudeza, 512). La "causa material" es de arraigo escotista, y confronta la "materia prima" y la "potentia pura" del tomismo. Esta es la aportación más importante de Escoto: la "materia" contiene un principio intrínseco que la hace aspirar a la "forma".

11.- Tomo el ejemplo, entre muchos otros aducidos por A. Mazzeo, Renaissance and Seventeenth-Century Studies, Columbia University Press, New York, 1964, 55.

12.- L.W. Trufant, Metaphors in the construction of theory: Ramus, Peirce and the American Mind, Ph.D. Theses, 1990, University of New Hampshire, University Microfilms, Ann Arbor, 1994, 8-171, y 215-490; C.J.W. Kloesel, "Speculative Grammar: From Duns Scotus to Charles Peirce", en Ketner, Proceedings, 127-133. COMPLETAR DATOS ADJUNTOS

13.- C.S. Peirce, (MS L 75) (Application to the Carnegie Institution on July 15, 1902 for Support for his Research in Logic ), Joseph Ransdell (ed.), "Memoir 28, Final Version", 380-388. Utilizo la versión electrónica que Ransdell distribuyó vía Internet en diciembre de 1993 a la membrecía de Peirce-L.

14.- C.S. Peirce, MS L 75, "Memoir 27, Draft D", 329-330.

15.- C.S. Peirce, MS L 75, "Memoir 13, Final Version", 364-365.

16.- C.S. Peirce, MS L 75, "Memoir 13, Draft E", 164-165.

17.- C.S. Peirce, MS L 75, "Memoir 5, Draft C", 134-139; y, particularmente, "Memoir 8".

18.- L.W. Trufant, 370-490.

19.- L.W. Trufant, 215-223, y 490.

20.- B. Gracián, Agudeza, 234-235 (énfasis mío).

21.- J. Deely, Introducing Semiotic, Indiana University Press, Bloomington, 1982, 52-62.

22.- J. Deely, 52.

23.- J. Deely, 53.

24.- E. Hidalgo-Serna, El pensamiento ingenioso en Baltasar Gracián, Anthropos, Barcelona, 1993, vii (cit. El pensamiento).

25.- E. Hidalgo-Serna, "La teoría de la agudeza y del buen gusto", en Historia y crítica de la literatura española, 3/1, Siglos de Oro: Barroco, Primer Suplemento, Francisco Rico et al. (eds.), Crítica, Barcelona, 1992, 503.

26.- E. Hidalgo-Serna, El pensamiento, 141, y 102-107, 115-118, 128-132, 140-144.

27.- E. Asensio, "Ciceronianos contra erasmistas en España. Dos momentos (1528-1560)", Revue de Littérature Comparée, 1972 (52), 149-154.

28.- J.M. Ayala, "La formación intelectual de Baltasar Gracián", en J.M. Ayala (ed.), Baltasar Gracián. El discurso de una vida. Una nueva visión y lectura de su obra, Anthropos, Barcelona, 1993, 14-38, esp., 22, y 37, nota 67.