Perfil de una santa: Enseñanza espiritual | Beatificación y canonización | Doctora de la Iglesia
Santa Teresa de Jesús es una de las santas más conocidas e influyentes de la historia de la Iglesia. El interés suscitado por este quinto centenario de su nacimiento, y el gran número de eventos organizados para conmemorarlo, son buena prueba de ello.
Ante todo, es una gran santa: una mujer profundamente enamorada de Dios, que alcanzó una particular intimidad personal con Él, fruto de largos años de lucha y aprendizaje de la vida de oración, correspondiendo con generosidad a la gracia divina, no sin superar notables dificultades personales, en el ambiente que le rodeaba, etc.
Pero no es una santa rara ni extravagante; es decir, alguien para admirar, pero no para imitar. Todo lo contrario. Su personalidad genuinamente femenina, recia y afectiva a la vez, alegre, dinámica y emprendedora, cargada de sentido común y de sentido sobrenatural, encandiló y transformó a muchas personas de toda condición, que la trataron y conocieron a lo largo de su fecunda vida, y continúa siendo un modelo actual y atractivo para mujeres y hombres de nuestra época; no sólo para las religiosas contemplativas, de las que, por supuesto, es uno de los modelos más acabados de la historia.
Su reforma del Carmelo (para muchos, casi una fundación, más que una reforma) ha dejado un fecundo rastro de almas santas y particularmente sabias, como ella, en las cosas de Dios: desde San Juan de la Cruz hasta Santa Edith Stein, pasando por Santa Teresita del Niño Jesús, Santa Teresa de los Andes, Santa Maravillas de Jesús o la Beata Isabel de la Trinidad; y miles de religosas contemplativas por todo el mundo, con el mismo espíritu alegre y lleno de fe de la Fundadora.
La producción escrita de Santa Teresa es una de las cumbres de la literatura castellana y de la doctrina espiritual cristiana. Ella no fue una teóloga ni una filósofa de profesión; no realizó estudios universitarios ni recibió una sistemática formación científica; pero sí fue una mujer inteligente y culta, muy leída y observadora, intuitiva y reflexiva, y, sobre todo, con una especial capacidad para profundizar en los misterios de Dios y del alma humana.
Por eso, se puede comparar su sabiduría teológica con la del mismísimo Santo Tomás de Aquino: no en cuanto a técnica científica, pero sí en la hondura de sus reflexiones y enseñanzas, en la claridad de su exposición y en la trascendencia universal de su doctrina sobre temas fundamentales de la fe y la vida cristiana. Su nombramiento como doctora de la Iglesia (la primera mujer en la historia) así lo confirma.