Cuando
Alfonso VIII escribió al papa relatándole la victoria cristiana
en el campo de batalla poco después del acontecimiento, aquél
le detalló el encuentro en los llanos de Salvatierra con Pedro
II y Sancho VII el Fuerte: “y allí vinieron a nos el rey
de Aragón, que de sus hombres no truxo sino tan solamente soldados
generosos, y el rey de Navarra, que semejantemente a penas fue en el exercito
de los suyos mas de dozientos hombres de compañia”.
Este dato ha servido posteriormente a la tradición historiográfica
para tratar de reconstruir la identidad de esos caballeros, siendo Gonzalo
Argote de Molina, historiador y genealogista de la segunda mitad del siglo
XVI, el primero en proporcionar un listado, dentro de su obra “Nobleza
de Andalucía” (Sevilla, 1588). Más tarde, Julio Altadill,
en la celebración del centenario de la batalla de 1912 proporcionó
un repertorio más completo, al recoger a los notables y “tenentes”
de la época. No obstante, es difícil saber hasta qué
punto estos señores respondieron a la llamada de Inocencio III,
movilizaron sus peones y acompañaron a su monarca, pues de ser
así, y a tenor del probable listado, compuesto mayoritariamente
por nobles, el reino hubiera quedado desguarnecido. Además, a ello
hay que sumar que la cifra que consigna Alfonso VIII pudo no ser exacta.
En otro orden de cosas se encuentra el episodio del botín recogido
por los hombres del monarca navarro, destacando las tiendas y cadenas,
cuyos eslabones se encuentran repartidos entre la catedral de Tudela,
el monasterio de Santa María de Irache y la colegiata de Roncesvalles.
Y es aquí, donde la tradición mezcla el papel destacado
de Sancho en la toma del campamento agareno y la constitución del
escudo de Navarra. Así, existe otro testimonio epistolar, que refuerza
este hecho: la carta de Blanca de Castilla, hija de Alfonso VIII a Blanca
de Navarra, casada con Teobaldo III de Champaña, relatando la iniciativa
de los navarros en la toma del palenque de Miramamolín: “el
rey de Navarra se dirigió un poco a la derecha y escalando un montículo
muy difícil, los arrojó de allí vigorosamente. Al
momento de un solo ímpetu los cristianos descendieron y enseguida
los sarracenos volvieron la espalda”.
El jesuita José Moret (1615-1687), recogiendo los datos de las
crónicas finimedievales del agustino García de Eugui (f.
XIV) y la Crónica del Príncipe de Viana (c. 1454), no dudó
en versar más ampliamente la teoría de esta última,
al afirmar que el escudo navarro representaba el entrelazo de las cadenas
obtenidas en Jaén, sustituyendo así al águila, símbolo
utilizado por el Fuerte en su cancillería. Sin embargo, el actual
escudo de Navarra no surgió tras la batalla, sino que como bien
ha señalado F. Menéndez-Pidal, el escudo blocado de ocho
barras fue introducido por Teobaldo I y la identificación de esas
barras por cadenas se hizo probablemente en el siglo XIV, según
Luis J. Fortún Pérez de Ciriza.